Capítulo 7


—No voy a dejarla de nuevo. Le dije a mi papá lo que pasó en la carretera y que es mejor que uno se quede.

—Bueno, quédate tú entonces.

—No. Voy con mi papá y tú te quedas con ella y con los niños.

Son sus voces, Santiago y Guillermo están hablando y las voy siguiendo hasta llegar a una puerta medio abierta de donde provienen.

—¿Y luego que vamos a hacer?

—Ir a la frontera.

—¿Y ya? ¿Ese es tu plan? Seguir y seguir.

—¿Tienes una mejor idea eh?

—Claro, ahora no te importa nada de lo demás porque ya estás con tu papá —me asomo ligeramente pues el tono de la conversación está subiendo—. No te interesa más que eso. Ni siquiera tu hermano te interesa.

Oh no.

De un momento a otro ya estoy atravesando la puerta y por suerte soy más rápida que Santiago por lo que me coloco frente a frente a él interponiéndome entre su camino a Guillermo, a quien estoy segura que ya casi le da un puñetazo.

—Quítate María —no me está mirando, tiene los ojos fijos en Guillermo y la luz de unas veladoras prendidas le da un toque más furioso.

—Sí, quítate —Guillermo habla a mis espaldas.

—Por favor Santi —uso siempre esa manera de llamarlo cuando apelo a nuestro yo interior de hace años—, no hagan esto, no necesitamos una pelea entre nosotros.

—Dale gracias a María de que no te rompa la cara.

Y Santiago se da media vuelta para salir de ahí.

—No tenías porqué intervenir, puedo solo ¿sabes? —me suelta Guillermo enfadado.

—Claro, puedes solo, por eso estás aquí, llegaste tú solito.

Sus ojos claros relampaguean del enojo y luego sale también de ahí. Yo también estoy disgustada con ambos por ponerse de esa manera y sin pensarlo arrojo lo más cercano que tengo hacia la pared.

—Mi papá se va enojar porque rompiste su lámpara.

El niño que no había dicho nada está en el umbral de la puerta mirándome con las manos detrás de él.

—Oh, lo siento.

—¿Te vas a quedar? —tiene un acento norteño pero infantil y eso causa en mi corazón un sentimiento de ternura.

—Sí.

—No quiero que te vayas, mi hermano me dijo que aquí hay fantasmas.

—No hay fantasmas —me acercó al niño con una sonrisa y le muestro a nuestro alrededor con toda la lámpara—. ¿Lo ves? —él no dice nada—. ¿Cómo te llamas?

—Beto. ¿Y tú?

—María. ¿Dónde está tu hermano, Beto?

—Tus amigos lo sacaron, a él, a mi papá y a mi mamá.

No voy a poder resistirlo, estoy haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad para no soltarme a gritar como chiquilla ante ese niño. Estamos en su casa, he roto la lámpara de su papá muerto, junto con su hermano y su mamá, a los que Guillermo y Santiago sacaron envueltos en sábanas para que no estuviéramos paseando por la casa sorteando los cadáveres.

—Vamos a dormir Beto. Tú y Fernanda tienen que dormir. Creo que mi otro amigo y yo nos vamos a quedar aquí y los demás van a ir a buscar unas cosas un ratito, ¿sí? Ven, ayúdame a apagar las velas para que no se queme nada.

El General, Radcliffe y Santiago nos dicen que volverán rápido, aunque no sé exactamente que tanto signifique "rápido".

No me cuesta hacer que Fernanda se vaya a dormir porque tiene fiebre y está cansada. Pero sí me cuesta convencer a Beto de que estaré en la sala por cualquier cosa que necesite.

Estoy ahí, mirando en dirección a la puerta aunque no pueda verla, con los pies sobre una mesa y suspirando cada rato cuando oigo que él por fin se acerca.

—Lo siento.

—Ya olvídalo.

—No. Lo siento de verdad, me puse idiota —la luz de su lámpara me alumbra la cara y hago una mueca para que se dé cuenta que eso no me gusta. Efectivamente aparta la luz de mis ojos aunque sigue señalando cerca.

Guillermo tarda un poco en decidir sentarse a mi lado. Deja una pistola sobre la mesita y resopla.

—Quiero saber si están vivos. Mis hermanos.

Lo miro entre las sombras. Como estamos cerca puedo ver su expresión con la luz de unas velitas que he prendido y acomodado un poco más allá sobre un plato con agua.

—No le vuelvas a decir eso a Santiago, que su hermano no le importa.

—Lo sé, no lo pensé —él resopla y baja más su cuerpo hacia el piso como para quedar sentado de manera desgarbada—. Lo defiendes mucho.

—Ya lo sabías ¿no? Somos amigos desde muchos años, es tu amigo también. Nos ha traído hasta acá y aunque yo también me muero por saber sobre mi papá no es justo culparlo porque él ya está con el suyo. Sé lo que sientes.

Sin pensarlo mucho le tomo la mano y él sonríe y se vuelve a acomodar mejor, más cerca de mí.

—Lo siento —aprieta mi mano.

—Ya lo dijiste.

—¿Por qué eres tan mala a veces?

—¿En serio me llamas mala después del favor que te hice?

—Solo un favor —repite dolido.

—Tú lo pediste.

De repente se aleja. Había estado tan cerca que podía sentir lo calientito de su aliento y ahora hasta se ha impulsado un poco para apartarse y soltarme también.

Para que la cosa no se ponga incómoda le cuento lo de Beto aunque tal vez lo empeoro porque oír que ese niño no tiene familia nos recuerda a la nuestra.

—¿Qué piensas de lo que ha dicho ella? ¿Crees que en serio lo que cayó sean extraterrestres?

Oírlo de esa forma suena tan irreal que me hace soltar una risa al pensar en uno de mis primos pequeños al que le gusta E.T., pero después me quedo callada preguntándome si mi primo estará a salvo.

—Porque —continua más como si quisiera decir sus pensamientos en voz alta que como si quisiera hablar conmigo— si se trata de nave espaciales y la epidemia ha venido de ellas, eso significa que nos quieren exterminar.

—Eso o que solo se trajeron un virus sin querer como cuando viajas y se mete una mosca turista en el carro y la terminas llevando de vacaciones gratis.

Guillermo me mira medio severo como si estuviera juzgándome porque no me lo tomo tan serio como él quisiera, pero es que con tantos rumores aquí y allá no sé qué pensar. Lo de la epidemia sí me convence porque la he visto y he visto la muerte, pero pudo haber sido Rusia... o Estados Unidos. Me niego a creer que vengan de unas naves espaciales porque durante años he ido por la vida suponiendo que el único lugar donde hay vida medio inteligente es aquí en este desdichado planeta y el ponerme a pensar en cosas más allá hace que salga de mi zona de confort, mucho menos si se trata de otras cosas que puedan ser más poderosas, fuertes o inteligentes que los humanos. Es tan difícil y necesito más que rumores.

—¿Crees en Dios? —me pregunta de repente y su tono es formal. La pregunta va en serio.

—Algo así. ¿Tú?

—Sí —no duda ni un instante en responder y me rio.

—¿Ibas en escuela de monjas?

—Católicas pero no de monjas, aunque pasé por esa etapa adolescente en la que crees que no tener fe en Dios es muy cool. Y si mal no recuerdo, tú y Santiago se conocen por la secundaria e iban en una escuela de monjas.

—Eres un persignado.

—¿En serio me llamas persignado después del favor que me hiciste?

Me rio con ganas y luego intento callarme para no despertar a Fernanda y Beto. Guillermo también se está riendo y hemos relajado el ambiente. Me gusta cuando eso sucede, cuando todo es más llevadero y podemos bromear y dejar a un lado el resto del mundo desolado. Es bueno porque aligera la carga que hemos estado llevando por días.

—Quiero recordarte que antes de eso eras virgen —entonces lo observó con curiosidad—. ¿Por eso lo eras? ¿Por qué eres católico?

—¿Qué? No, no por eso —se está riendo aunque más bien avergonzado—. Yo... no sé, varias cosas. Mi última novia era más pequeña que yo.

—¿Qué tan pequeña? —no sé por qué de repente temo imaginarlo de la mano con una de 15.

—Dos años más joven que yo —me dice lanzando una expresión de advertencia como si supiera lo que pasaba por mi mente—. Y ya sabes, no quería que creyera que la presionaba ni nada. ¿Tú?

—¿Yo qué?

—¿Te gusta alguien?

No sé qué contestar a eso, puedo decir "Sí, eso obvio, aunque tal vez esté muerto" quien sabe, con tantas muertes que hemos visto últimamente es lo más seguro.

—¿A ti?

—Diana —de nuevo contesta sin vacilar—. Estaba ahí en la fiesta y se fue con el idiota de Leonardo.

—Ah, ya se quien, es guapa —por supuesto, la espectacular muchacha con bonito cuerpo y con bonita cara.

Algo se apodera de mí porque pienso que el tipo podría haber estado pensando en ella mientras estaba conmigo. Se siente feo y de repente ya no quiero hablar de eso. Mejor seguir en silencio esperando que vuelvan los otros tres.

—¿Quieres que acomodemos unas cobijas aquí?

—No veo ningún problema.

Me lanza una sonrisa y sube por unas cuantas. Una de ellas es la cobija de la cama donde estuvimos. Él mueve la mesa aunque intento callarlo porque está haciendo ruido y juro que si despierta a Fernanda o a Beto voy a obligarlo a volver a hacerlos dormir.

Nos sentamos en el suelo después de que él ha ido por su mochila y entonces saca algo de ella. Es un chocolate, huele delicioso.

—Es belga —dice en voz bajita—. Los compré en vacaciones y me traje todos los paquetes que tenía en mi casa.

—No los habías sacado.

—Son especiales. Abre la boca.

—No lo vayas a embarrar en mi nariz.

—Eso no. Además tienes los dientes grandes, se van a reflejar.

—Gracias.

—No lo dije de esa manera. Me gustan tus dientes.

Obedezco sintiéndome medio rara con eso pero todo se olvida cuando mi boca se deleita con el sabor. Es tan delicioso, tan mágico, tan dulce pero también un poco amargo, tan puro. Podría dormir tranquila después de eso.

Me recuesto en la cama improvisada y Guillermo no tarda en recostarse a mi lado. Me da otro chocolatito y ahora ese sabor está despertando algo extraño en mis sentimientos guardados bajo llave o tal vez son las hormonas de la pastilla que me he tomado. Ya sé que en realidad lo último es una tontería, pero quiero permitirme pensar que es por eso.

Las lágrimas están escurriendo silenciosas hacia mi cabello mientras el chocolate sigue en mi boca. Me siento tan sola, tengo tanto miedo y solo quiero saber que a donde sea que vayamos viviremos, solo quiero saber que mi mamá y mi papá están bien. Que nada de esto ha sucedido.

Guillermo no dice nada pero ya se ha dado cuenta que estoy llorando porque pasa su dedo cerca de uno de mis ojos y quita una lágrima. Se acerca más a mí y ya me está abrazando, huele tan rico.

—No habías llorado durante todos estos días ­—me dice al oído en voz muy bajita pero que se oye clara porque está cerca—. Ni siquiera antier o cuando te despediste de tu abuela.

—Dime la verdad, ¿crees que vayamos a morir pronto?

—Tal vez, pero voy a intentar que eso no pase. Yo debo ver a mi familia y tú a la tuya.

En algún momento me dice algo en alemán que puede sonar cariñoso, tal vez, no lo sé, el alemán siempre me ha parecido un idioma brusco.

Qué bueno que no soy la que se supone debe cuidar a todos los que estamos ahí porque me pierdo entre todo y me quedo dormida con la cara mojada por las lágrimas, el olor de chocolate en mi boca y Wilhelm a mi lado.




Esta parte va dedicada a @Angel_Oscuro13 quien mencionó desde un principio que le gustaba esta historia ^^ es un angelina muy oscura jaja, ok no.
Creo que me ganó y ya se leyó esta parte antes de que pudiera poner sus dedicatoria ¬¬ pero espero que lo vea ^^



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