Capítulo 23 - 51
La pistola aprieta sus costillas, no es la primera vez que lo hago pero esta vez es más doloroso hacerlo. No se trata de Leonardo, es Guillermo y todavía no puedo confiar en él. No después que me palpita la mejilla ahí donde me ha dado el puñetazo en seco.
Lo hago caminar y cuando Radcliffe nos ve abre sus ojos azules hasta donde puede.
―¿Qué demonios?
―Tú solo cúbrenos ―le pide Guillermo cojeando.
Él se inclina para volver a sostener un extremo de la caja mientras Radcliffe toma el otro. Tenerlo amenazado con la pistola no me sirve de nada, si él no es él avisará que estamos dentro, o peor. Si él es él no hay necesidad de amenazarlo porque no nos hará daño, pero de todas maneras tener la pistola en mis manos me ayuda a sentirme más segura. Sin embargo, no me atrevería a dispararle, no de nuevo.
―Hay que ir de este lado ―Guillermo abre la puerta que se desliza de nuevo y señala al lugar al que originalmente deberíamos haber llegado―. Si Hilary está con vida estará ahí.
Aprieto sus costillas con la pistola y le ordeno que abra la portezuela. Él me mira serio, levanta la mano para teclear algo pero se detiene ahí.
―Si me pongo mal, dispárenme en la cabeza.
―Cállate y abre la puerta.
Sueno convencida pero en realidad no lo estoy, nunca le dispararía en la cabeza, está loco si cree que me atrevería. No después de lo sucedido con los gases y los virus, cuando dudé y me equivoqué.
Radcliffe pasa su mirada de mí a él, con una expresión que significa que está llena de preguntas pero en este momento no nos podemos detener a explicarle todo.
De nuevo el sonido de una compuerta deslizándose. Entramos los tres a un lugar oscuro cuyas luces se prenden en cuanto detectan nuestros movimientos. Lo que se aparece frente a nosotros me deja con la boca abierta.
Hay un montón de planchas de metal distribuidas con exactitud y sobre ellas hay cuerpos desnudos con tubos conectados o cables delgaditos. Son cuerpos de todos tamaños, son niños, hombres, mujeres y ancianos.
Siento que voy a vomitar y trago saliva y respiro profundo intentando que eso no suceda. Guillermo empieza a caminar observando sus rostros y yo hago lo mismo conteniendo la respiración lo más que puedo. Todos tienen la cabeza rapada, algunos ni siquiera están vivos ya, presentan el color de la muerte y están tan fríos como el metal sobre el que están. Otros no están directamente sobre la plancha sino en una tina con líquido que se encuentra encima de la plancha correspondiente. Flotan sin vida y se ven en sus cuerpos que les hicieron perforaciones.
Me detengo en una de las caras. Estoy segura que a ese hombre muerto lo vi alguna vez en una de las estaciones del metro.
Una mano pegajosa se enlaza con la mía. Es Guillermo que tira de mí y me deja los dedos con algunas manchitas de sangre. Es él ahora, estoy por completo segura que es él ¿Pero cuánto tiempo? ¿Cómo sé que no volverá a irse?
―¡Es ella! ―Radcliffe nos avisa al mismo tiempo que se quita la chaqueta que lleva y envuelve el cuerpo de alguien sobre una mesa.
―¿Está viva? ―Corremos hacia ella.
Está en uno de los extremos. También tiene la cabeza rapada y su cara está flaquísima, me sorprende que Radcliffe la haya reconocido porque parece una calaca, pero por el color de sus mejillas y lo cálido de su cuerpo puede que nada más esté dormida.
―¿Vemos si podemos llevarnos a alguien más? ―pregunto.
―¿Estás loca? Billy está herido y si hay problemas alguien tendrá que cubrir la retaguardia al salir.
Me duele eso pero sé que tiene razón. Aparto los sentimientos en ese momento, debo tener la cabeza fría si quiero salir de ahí. Mejor si no buscamos si hay alguien más vivo, así no me sentiré mal de dejarlo atrás.
No tengo tiempo de tener sentimientos negativos sobre la insensibilidad. Guillermo me pide ayuda para desconectar unos tubos que Hilary tiene en la nariz y en la boca. Lo hacemos con cuidado y luego él pone las manos debajo de sus rodillas y de su cuello.
―Déjame a mí ―le digo cuando está a punto de intentar cargarla―. No vas a poder con la pierna.
―Sí pero...
―Un salto de fe ―Le extiendo una pistola pero Radcliffe interviene.
―La llevaré yo. Vamos.
Guillermo y yo la ayudamos a colocarla en su espalda y la verdad es que no pesa nada, es como una muñeca de trapo cuya cabeza cae ladeada a izquierda o derecha con facilidad.
Ya no me tomo la molestia de amenazar a Guillermo con la pistola en sus costillas mientras nos apresuramos a salir de esa escalofriante sala, sin embargo sí le echo un rápido vistazo de reojo. Volvemos a recoger la caja del piso, pero ahora Radcliffe tiene las manos ocupadas así que somos Guillermo y yo cargándola. Es pesada con ganas.
Qué fácil me resulta dejar los cuerpos atrás, no los conocí, no sé quiénes eran sus familias. Mejor para mí nunca saberlo. Quiero creer que si explotamos la nave será como darles sepultura o esparcir sus cenizas.
El deseo de explotar la nave se hace más intenso y hago memoria sobre el lugar donde debemos empezar a colocar las luces de Navidad. Corremos por pasillos y nos llegamos a detener cuando Radcliffe nos pide que estemos en silencio. Me asomo solo un poco por una curvatura y veo pasar a uno de ellos.
Sostengo la respiración, es solo un segundo que dura una eternidad. No veo mucha forma más allá de una sombra de espeso pelaje blanco, como si un oso polar se hubiera atravesado corriendo. También me sirve no concebirlos más que como subseres, porque si todo vuela las muertes no caerán en mi conciencia.
Después de unos segundos Radcliffe se asoma, indica que el camino está despejado y Guillermo vuelve a liderar la carrera. Me cuesta creer lo que acabo de ver pero mis ojos no me engañan.
Otra vez el miedo vuelvo, tengo miedo de morir ahí y que lo último que vea es a una de esas cosas. Ya no les tengo odio o al menos eso quiero creer. Lo mío es la indiferencia. Si soy indiferente no dudaré en matarlos.
El brazo se me empieza a cansar justo cuando cruzamos un pasillo que se extiende a izquierda y derecha, Guillermo se detiene y sin perder el tiempo abre la caja.
Dentro están cada una de las granadas, acomodadas como si un juego se tratara. Pero lo que hay frente a nosotros es más importante.
Es como si fuera un cilindro, del grosor de una casa de fraccionamiento. Se ve que continúa del piso al techo. Tiene un montón de puntitos negros y blancos y luces que parpadean por todos lados como si de rayos se tratara. Hay líneas de un material que desconozco, esas también emiten luces repentinas, como descargas eléctricas, algunas válvulas se mueven y me da mucho asco cuando pienso que eso me recuerda a un cerebro. No cabe duda que es el Conector.
Un disparo me saca de mis cavilaciones y luego la mirada fría de Radcliffe. Mientras yo he estado contemplando eso ella ha matado a uno de ellos. Creo que en el momento justo para que no nos viera. Ha caído de manera lateral, Radcliffe lo ha atrapado mientras volteaba a sus espaldas.
Radcliffe deja a Hilary en el suelo y contempla también el Conector, sus facciones se endurecen y va directo a la caja.
―Me quedaré con Hilary ―suelta Guillermo―. No quiero acercarme a eso.
―María, dale una pistola...
―¡No! ―saltamos Guillermo y yo al mismo tiempo.
―Si algo aparece necesita defenderse.
―No ―repito en voz más baja―. No quiero que seamos nosotras las que tengamos que defendernos de él.
Guillermo mueve su cabeza de arriba debajo de forma rápida, y me recuerda a un niño asustado, al niño Guillermo que ya no es.
―Entonces hagamos esto rápido.
La última mueca que veo hacer a Guillermo es una mezcla de tensión, miedo y reproche a sí mismo. No quiero acercarse porque tiene miedo de hacernos daño, pero también debe sentirse horrible parado a una distancia prudente, viéndonos sacar las granadas. Es de nuevo el debate en su cabeza y tampoco puedo ayudarlo. Pero sí puedo hacer lo que hago.
No me permito que me suden las manos aunque las tengo frías. Radcliffe deja el inicio, la parte que explotará primero y vamos rodeando la curvatura del Conector lo más rápido que podemos pero sin precipitarnos. El corazón se me va a salir del pecho. Entonces oigo el grito de Guillermo y un calorcito pasa por mi costado.
Me ha disparado pero no me han dado. Suelto las luces de Navidad y me giro justo para ver como Guillermo se le abalanza a uno de ellos. Es un combate cuerpo a cuerpo. Saco la pistola y dudo, no puedo disparar sin saber a quién le voy a dar así que hago caso omiso a la advertencia de Radcliffe y corro hacia ellos.
Esos ojos tan azules, del azul más intenso que nunca he visto en un humano me miran una fracción de segundo antes de que su cabeza estalle y se queden sin vida.
Guillermo se levanta presuroso con mancha de algo más oscuro para ser su sangre. Se sacude algo invisible y me agradece con una mirada.
―Hay que apurarse. No tardarán en venir.
Corre hacia Radcliffe y aunque quisiera detenerlo ya es muy tarde. Se acerca peligrosamente al Conector y toma las luces para seguir acomodándolas alrededor. Avanzamos más rápido aunque ahora tengo más miedo que él de repente nos ataque a que una de las granadas estalle.
Seguimos extiendo las luces más allá del Conector, nos faltan más metros. Guillermo indica que terminará de hacerlo mientras Radcliffe y yo corremos de vuelta al inicio.
―Me llevaré a Hilary ¿puedes hacerlo? ―me pregunta.
―Sí.
Ella no tarda en acomodarse a una liviana Hilary.
―Hazlo ―Casi me grita antes de echar a correr.
Entonces Radcliffe cruza un pasillo en dirección a Guillermo y llamas azules pasan a su lado. Nos han encontrado.
Guillermo grita mi nombre. Pero no hago caso, no me voy a ir sin hacer explotar eso.
Me agacho, busco el mecanismo que debe acabar con todo esto y lo encuentro. Oigo disparos de pistolas y las órdenes entre Guillermo y Radcliffe del otro lado del pasillo. Atacando a los que se encuentran ahí.
Mi dedo toca el gancho. Lo desprendo, luego otro y otro hasta encontrar el último seguro. Sale volando y yo hecha un rayo.
Soy más veloz que nunca, no pienso, no me detengo ni a disparar a la hora de cruzar el pasillo. Siento el calor de lo que disparan hacia mí. Guillermo me apresura entre gritos y mi vida se me va cuando pasó corriendo esos dos metros. Casi me sorprende poner un pie del otro lado sin estar muerta Entonces los tres corremos.
Tenemos pocos segundos. Disparamos a nuestras espaldas, corremos, disparamos y no nos detenemos ni un momento. No hay cabida para la cabeza, los viejos instintos de supervivencia son lo único que importa.
La primera granada estalla cuando la línea de las luces de Navidad todavía corren a nuestro lado.
La segunda no tarda en hacerlo. Una parte en mi interior me grita que no ha pasado el tiempo que debió pasar entre una y otra, ha sido muy rápido. Las piernas gritan de ardor cuando corro más rápido. Rebaso a Guillermo y Radcliffe. Uno está herido, la otra va cargando a Hilary.
Ya no es necesario que disparemos a nuestras espaldas, las explosiones nos persiguen. Todo está estallando. Llegamos a una sin salida, incluso yo antes que Guillermo, que la abre presuroso.
La cruzamos, alcanzo a voltear para decirle a Radcliffe que se apure. Ella tropieza, el cuerpo de Hilary sale despedido hacia adelante, veo las explosiones dirigirse como la boca del infierno mismo.
No sé en qué momento jalo a Hilary de los brazos y Guillermo a Radcliffe, casi arrastrándolas. Veo la última puerta, es esa, la separación entre el interior y el exterior. Guillermo la abre justo en el momento en el que no me puedo resistir ante una fuerza que me empuja hacia ella y que me destroza los oídos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top