Capítulo 23

Algo extraño ha sucedido, tal vez es porque he intentado levantarlo o porque le he gritado al General, tal vez es porque he pateado a un soldado. Solo sé que Radcliffe ha llegado corriendo y ha ordenado que me tranquilicen.

Nadie ha ido a buscar un medicamento calmante entre los escombros o en los botiquines que tienen cercanos, han usado la fuerza física y ahora me encuentro amarrada ante un raquítico árbol medio alejado de la carpa y con el antebrazo medio hinchado porque a nadie tampoco le ha importado apretar en mi venda, o puede que quepa una posibilidad de que les haya obligado a eso.

Tal vez también he gritado por horas que me suelten y tal vez me he lastimado las muñecas de tanto forcejar. Todos son tal vez porque en realidad hasta que el sol está en lo alto del cielo es cuando comienzo a actuar de manera más cuerda.

Mis labios parecen a punto de caerse en mil pedazos secos y distingo a Scott viniendo a mí. Hay una mirada de tristeza en su rostro y yo quiero escupirle en la cara porque ya comprendo el motivo del que me la dirija. Ya verá que no es ni puta verdad, Santiago no puede estar muerto.

Scott se agacha a mi lado e inclina una botella de plástico hacia mi boca. Bebo sin quitarle los ojos de encima y cuando muevo la cabeza para indicar que es suficiente, él extiende una mano y aparta de mi frente un sucio mechón que había estado molestándome.

―No creí que serías del grupo problemático. He tenido que caminar de un árbol hacia otro con todos los que se han puesto difíciles. ¿Y sabes lo lejos que está un árbol de otro?

Hay silencio y luego él se sienta a mi lado y puedo observar que está llorando en silencio.

―Mi mamá salió muy herida, tiene quemaduras de tercer grado y no saben si saldrá bien ―lo ha dicho con la voz temblorosa y ahora no sé qué decirle.

Mi negación se está transformando en ira y en también una profunda impotencia y tristeza. Scott se limpia las pocas lágrimas y luego voltea hacia mí.

―Siento mucho lo de Santiago, me dijo que eran amigos desde hace años ―él suspira y volvemos a quedarnos en silencio otro rato más―. Billy lo vio todo.

Guillermo, Billy, Wilhelm, Superman. Parece como si tuviera más nombres que cualquiera y sin embargo en este momento me siento tan extraña respecto a él que no sé cómo llamarlo. Santiago fue nuestro hilo conductor y ahora ese hilo está roto.

Mi atención está en Scott a pesar de que sigo sin pronunciar palabra alguna, mis ojos oscuros se van al bote de agua así que Scott me da otro poco antes de que yo por fin pregunte algo.

―¿Cómo está él?

―Se pondrá bien. La sargento Radcliffe lo está cuidando.

―¿Y qué harán ahora?

―Estamos sacando las cosas que se puedan y evaluando los daños. Hay algunas partes que están intactas pero no creo que podamos quedarnos. Los militares al parecer tienen planeado algo, van a repartir la comida y no obligarán a nadie a ir con ellos.

―¿A ir con ellos? ¿Hacia dónde se supone que irán?

―Fort Hood. Ya veremos, hace rato han llegado algunos de Fort Bliss, en El Paso y Juárez también los han atacado.

―¿Crees que hayan atacado todas las poblaciones del mundo?

―Suena imposible.

―Hasta hace un mes los alienígenas sonaban a algo imposible ―le suelto media amargada. Estoy enojada con todo, incluso con Radcliffe por haber ordenado que me ataran al árbol.

―Hay dos ―Scott ha bajado la voz―. Están muertos claro. Son... extraños pero no tan diferentes a nosotros. Uno es el que tocó Billy y el otro tiene un tiro...

―Se lo he dado yo.

―¿Qué?

―Sí, yo lo maté ―le hago saber de una manera indiferente, casi como si no se tratara de algo malo o como si fuera algo que sucede con normalidad―. Un tiro en la cabeza ¿no? Estaba dentro de la nave que chocó con el edificio.

Después de que Scott se fume un cigarro que ha sacado de una aplastada caja se aleja sin decir más y así yo paso otras horas atada al árbol y sin comida. De repente temo que se hayan olvidado de mí o que Radcliffe se esté vengando por ponerme histérica. A pesar de todo, el hambre no es mucha, tal vez es por el miedo, por el enojo o por todas las cosas que han sucedido, pero no siento como si me hubiera malpasado tanto cuando Scott vuelve con una lata de sardinas.

Me echa un vistazo medio dudoso antes de decidir desatarme. Muevo mis brazos y muñecas adoloridos y me quedo sentada comiendo en silencio. Todo Applewhite es tan extraño ahora, no me parece que sea yo quien esté viviendo esta situación.

En todo mi tiempo de castigo no he pensado mucho en el alienígena al que he matado ni si volverán las naves. La única cosa en la que he pensado y por la que he derramado lágrimas hasta que me ardieron las mejillas y me quedé sin más fue en Santiago.

―¿Van a enterrar a Santiago? ―suelto de repente dejando la lata vacía de sardinas a un lado y poniéndome de pie con lentitud.

―El General se ha ido con él.

―¿Qué has dicho?

―Ha tomado una camioneta militar y se ha ido. Dijo que lo llevaría con su mamá y que nos disculpáramos contigo pero que no podía llevarte.

El sentimiento de sorpresa es terrible y las lágrimas vuelven a mis ojos por el hecho de no poder estar ahí con Santiago una última vez. Quiero gritar y romper cosas y enseguida me encuentro recogiendo piedras y lanzándolas lejos hasta que estoy tan envuelta en tierra, lágrimas y desconsuelo que con una rama seca golpeo el árbol hasta que la rama se rompe y se me ha clavado una astilla en la mano que por suerte es lo suficiente grande para que la arranque de un solo tirón.

―Billy quiere verte ―me dice Scott con cautela.

―No quiero.

―Deberías ir.

Hay una razón por la que no quiero verlo, una cosa que he estado pensado mientras estamos ahí. Scott comienza a caminar y lo sigo sin ánimos.

Rodeamos la carpa donde ya parece haber más tranquilidad pero también más desánimo. Scott sigue hasta la construcción del motel donde pasé tantos días, y mi mente maldice las casualidades o cosas extrañas que pueden llegar a suceder cuando noto que la habitación donde estuve es a la que entra Scott.

¿Por qué la vida es así? ¿Por qué puede una persona morir mientras un pedazo de edificio queda en pie como si nada fuera de lo ordinario hubiese pasado? Si Guillermo y yo nos hubiéramos quedado ahí dentro, estaríamos tan vivos y mucho más sanos de lo que estamos ahora. Y si Santiago hubiese estado con nosotros...

Una lágrima quiere salir, pero me la seco enseguida antes de entrar al lugar, que esta vez no huele a chocolates ni a nada bonito. Huele a una mezcla de medicina y algo.

Vivien Radcliffe está ahí, sentada en la orilla de la cama e interrumpe lo que sea que le estuviese diciendo a Guillermo en esos momentos. Él está sentado con las piernas extendidas pero yo aparto la vista enseguida para no ver sus heridas.

―Estás bien ―dice en un suspiro de alivio.

―Santiago está muerto y el General se ha ido.

Guillermo busca a Radcliffe con la mirada, pero no es sorpresa lo que hay en sus ojos castaños-verdes por lo que ya debe saberlo, de hecho más bien parece buscar apoyo en ella.

―Yo estaba con él. Lo siento mucho María.

Las lágrimas ya están de vuelta en mis ojos aunque no estoy segura si es rabia o tristeza. Suelto un resoplido medio sarcástico y Radcliffe se pone alerta.

―¿Lo sientes? Mi mejor amigo está muerto. ¡Yo le dije que teníamos que buscarte! ¿A dónde demonios te fuiste?

―Cálmate ―oigo la voz de Radcliffe serena.

―Lo siento María. Hubo una explosión y él...

―¿No te has preguntado por qué si estabas con él, tú estás vivo y él no? ―ya está, lo he dicho de manera media acusadora y no hay vuelta atrás.

―He dicho que te calmes ―Vivien se ha puesto de pie casi como si temiera que de un momento a otro me le lanzaré a golpes a Guillermo y de hecho me habla en inglés no en español―. Billy derribó dos naves y no vas a venir aquí a reclamar cosas que no son su culpa.

­―No le estoy echando la culpa ―contesto sin mirarla pero en español―. Pero desearía haber detenido a Santiago para que no fuera por él.

―Scott me ha dicho que disparaste a uno de ellos. Te necesito en la reunión que haremos en una hora.

Guillermo ya no ha soportado la horrible mirada que debo estarle lanzando, en vez de eso la aparta avergonzado y sé que hay algo más en lo que sucedió. Por fin me giro hacia Radcliffe.

―No voy a ir a Fort Hood.

―Fort Hood ya no existe. Hace un rato llegaron seis de los contados sobrevivientes, así que ve y despéjate porque si sigues de esa manera te voy a volver a atar a ese árbol.

―Inténtalo.

Salgo de aquí confusa y sé que me estoy dejando llevar por la rabia, pero me es imposible controlarla ahora, como me es imposible que el dolor en mi garganta y en la boca de mi estómago cese.

Empiezo a caminar entre el campamento destruido y Scott intenta alcanzar mis veloces pasos. Quiero volver el tiempo hasta antes de que los seres humanos, nosotros que prácticamente gobernábamos el mundo, comenzáramos a irnos muy al carajo después que otros que también podían construir máquinas que volaban, decidieran que ocuparían nuestro lugar.

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