Capítulo 18
Algunas personas se sueltan a llorar. Otras están murmurando, incluso oigo que alguien dice que es hora de emborracharse. Hay otros que se alejan hacia el edificio de 5 pisos para exigir a los militares las respuestas de las preguntas que los carcomen.
Ya he visto esas naves-bolas y también sé varias cosas gracias a Guillermo, así que me mi impresión es menos.
Scott se acerca de nuevo y seguro que está pensando si será buena idea decirme algo o no. Le echo un vistazo y veo que acerca su mano al bolsillo de su pantalón de donde seguro sacará otro cigarro de manera casi automática.
Es lo que hace, se fuma un cigarro a medias en un silencio que continua unos segundos más después de que el cigarro se ha acabado. Ese silencio que es interrumpido por otra voz.
―María.
Al oírlo volteo, viene corriendo y me pongo de pie de un solo movimiento. Sucede un poco rápido cuando me jala enseguida a nuestro cuarto. Puedo ver la cara de confusión de Scott antes de que Guillermo cierre la puerta y deje el fusil a un lado.
―¿Viste las naves?
Es lo único que me da tiempo de preguntar porque entonces él me besa.
No puedo creerlo pero tampoco me detengo mucho a pensarlo. Me está apretando hacia él y luego caminamos entre la habitación, mi espalda choca con la fría pared pero no hemos dejado de besarnos ni un segundo. Es tan delicioso, podría despegar del suelo en ese momento y cuando nos detenemos no se separa mucho y su naricilla está pegada a la mía.
―Me gustas ―confiesa en medio de nuestras respiraciones entrecortadas.
Solo estoy ahí con el corazón latiendo rápido y con inmensas ganas de reanudar el beso. Casi parece leer mi pensamiento porque me vuelve a besar, esta vez es menos pasional, es más tranquilo pero no disminuye la ola de sensaciones positivas que recorren todo mi cuerpo. No me importa nada, tal vez quiero volver a tenerlo de esa manera antes de que algo malo pase, como lo que nos llevó a la primera ocasión, solo que esta vez siento algo fuerte aprisionado en mi estómago.
Sus manos están en mi cabello y no las quita de ahí cuando se separa riendo medio nervioso.
―¿Vas a decirme algo?
―Tú también me gustas, ¿es lo que quieres oír?
―Sí.
Me empieza a desabrochar la blusa lento y yo paso mis manos por debajo de su playera media sudada.
Esta ocasión es más lento, del tipo que podría calificar de tierno. No deja de mirarme a los ojos, solo cuando los cierra al besarme, solo cuando tiene que apartar la vista al besar mi cuello.
Está más fuerte que la primera vez que lo hicimos, supongo que por todo el ejercicio que hemos estado haciendo. Puedo sentir los músculos de sus brazos tensarse mientras sus manos están en mi espalda quitando el broche del brassier y sé más que nunca que los necesito rodeándome.
Quiero tocarlo todo lo que se pueda, para grabar cada pedacito de su piel en la memoria de mis manos que ahora se han vuelto más rasposas a pesar de los guantes que uso para cavar. Quiero recordar su cabello castaño estuvo entre ellas, el picor de la barba que afeita cada dos días, sus hombros, su torso, la parte trasera de sus piernas, sus manos medio callosas.
Me gusta su olor, sus cejas rectas, sus pestañas, sus brazos, su humor, su paciencia, su nariz, su voz, sus pies de dedos largos, su forma de sonreír, sus creencias, el ojo que guiña y el que mantiene atento cuando dispara, su manera de besar en el momento indicado, aunque podría decir que cualquier momento es indicado.
La habitación se convierte en nuestro pequeño mundo y me va derritiendo con cada segundo. No hay naves, no hay alienígenas, no hay enfermedad, solo somos nosotros dos.
No decimos nada y nos comunicamos a través de movimientos, caricias y muchos, muchos besos, cálidos, suaves, de un solo dulce sabor, lentos y profundos.
Vivo en un sueño.
Estoy exhausta con una sensación de confort en todos lados y Guillermo empieza a tocarme de nuevo como si quisiera hacerlo otra vez. Le doy un manotazo y sube sus manos a mi cara, acariciando mi barbilla y luego mi boca.
―Qué bonita eres.
―Eso lo dices por las endorfinas.
―¿Sabes? Contigo no me siento tan solo.
De nuevo me besa. Hace calor y aunque quería ocultar mi desnudez bajo las sábanas, tengo que soplar un poco y crear una ola de viento para refrescarnos.
―¿Dónde estabas? Apareciste de repente ―le digo mirando sus ojos que aún no puedo definir bien si son más castaños o más verdes, es un color entre ambos, un color que me puedo permitir ser cursi esta vez y denominarlo Wilhelm―. ¿Fue por las naves?
―Un poco ―él hace una mueca―. Tenías razón porque no soy muy bueno en estas cosas, no fui muy lejos solo estaba pensando en disparar para aliviar la tensión y en ti claro y todo lo que me acababas de decir, pero cuando vi las naves no sé por qué pensé que no perdería nada si te lo decía, además me acababas de hacer una escena de celos, eso significaba algo ¿no?
―No fue una escena de celos.
―Claro que sí. ¿Cómo pudiste siquiera pensarlo? Eres tonta.
―Y tú eres lento.
―Al disparar no ¿cierto?
―Cierto pero eso también tiene doble sentido.
―No aplica en mí ―es medio presumido de manera buena cuando lo dice y no lo contradigo.
Estamos riéndonos y me pego a él para recargar mi cabeza de manera que mi oreja queda justo en su corazón. Voy marcando el ritmo con mis dedos en sus costillas y él me acaricia toda la espalda. Se siente tan bien, creo que voy a quedarme dormida de un momento a otro.
Alguien toca la puerta y mi primera reacción es esconderme toda debajo de las sábanas, lo cual supone un alivio porque la puerta se abre así sin más. ¡Es que no le hemos puesto seguro!
―Gui... oh mierda, lo siento ―es la voz de Santiago y luego su risa.
A través de un huequito puedo ver que Guillermo está sonriendo de oreja a oreja con suficiencia, tiene una mano debajo de su cabeza y mira desde la almohada a Santiago. Los hombres a veces son tan pretensiosos cuando se trata de sexo.
―No te escondas María, sé que eres tú, creí que iban a estar tirando no dándose calor por aquí. Bueno Guillermo, no es que quiera apresurarte pero tenemos que ir al salón-cuartel. ¿Viste las naves que pasaron?
Quiero que Santiago se calle de una vez y salga ¿Y por qué Guillermo no le dice nada? Podrían salir de ahí y hablar en otro lugar sobre eso. Los dos me hacen sentir avergonzada por estar manteniendo una charla mientras yo estoy completamente desnuda bajo las sábanas.
―Sí. ¿En cuánto tiempo?
―Lo más pronto posible.
―Voy a intentar ir pronto.
Santiago vuelve a reírse y saco parte de mi brazo de la sábana para enseñarle el dedo en medio.
―Lo que digas María. Te di toda una caja eh Guillermo.
Golpe bajo. Ahora sí estoy muy avergonzada.
―Tú tranquilo que la ocuparemos ―le contesta riéndose.
―Que puto asco. Apúrate.
La puerta se cierra y todavía puedo oír su risa. La sábana se levanta de repente y Guillermo tiene una media sonrisa.
―Eso fue muy incómodo ―le digo.
―¿No dijiste que se conocían de años?
―Es casi como que tu hermano te sorprenda.
―Voy a vestirme. Ya oíste, tengo que ir, quisiera no hacerlo, solo hoy.
―Sí, ya oí que quieres acabarte la caja.
Eso lo hace sonreír y yo tampoco dejo de hacerlo mientras lo observo vestirse, a veces me lanza fugaces sonrisas y llega a aventarme mi blusa a la cara. Luego me da un beso antes de ponerse el fusil en el hombro.
Alza las cejas con una sonrisita y antes de salir va a su mochila donde rebusca y rebusca hasta que triunfante saca un pequeño chocolate que deja a mi lado. Es que al parecer él me hace sentir que nada malo pasará.
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