Capitulo 17 - 45

Hay intercambio palabras afuera y me doy cuenta que hay un espacio vacío a mi lado. Del otro extremo Lázaro duerme con tranquilidad. Me desperezo y abro la puerta. Está fresco y húmedo y sigo el sonido de voces.

―Puedo manejar yo, así vas más cómoda en el otro auto ―Es la voz de Walter y por la respuesta afirmativa que sigue creo que se lo dice a Radcliffe.

Oigo unas risitas, tal vez de los soldados del General.

―¿Qué haces despierta? ―La voz de Guillermo me guía y me extiende una mano.

Oigo un bufido y adivino enseguida que es Dieter. Ese niño es duro de roer. Ahora sabemos que siguió a Arturo e hizo que el General lo subiera a uno de los otros autos cuando amenazó con ir y delatarlos con la señora Terrasco. Está enojado conmigo porque habíamos decidido dejarlo en Cartagena, pero cuando Guillermo se enteró me alegró oírlo decir que él habría hecho lo mismo. A donde sea que vayamos, Dieter sigue siendo pequeño y ninguno de los dos quiere que algo malo le pase. Suficiente hemos tenido con los niños con los que nos hemos encontrado.

―Me duele la espalda ―suelto arqueándome un poco―. ¿Por dónde estamos?

―Dice Giselle que hay un volcán cerca pero no sé a qué se refiera con cerca. Mientras no haga erupción y nos mate a todos.

―Eres un dramático ―Logro sonreír pero en realidad muero de sueño―. ¿Entonces ya estamos en Ecuador?

―Apenas vamos a llegar.

Se supone que esta es la ruta más corta pero de corta no le veo nada. Claro, nadie esperaba atravesar el país en pocas horas, pero se me está haciendo terriblemente más tortuosa porque tengo miedo que la señora Terrasco y el Coronel nos vayan siguiendo. Más porque pasamos Medellín casi levantando fuego de las calles. Nadie quería ir por Venezuela ni Brasil. El primero por los rumores de disturbios que los soldados y el General oyeron estando en Cartagena, el segundo por la selva. Y un tercero por el tiempo. Al parecer nos tomaría más horas.

―María ―Oigo la voz de Giselle―. ¿Me acompañas? Quiero ir al baño.

―Sí vamos.

Giselle lleva una lámpara en mano y caminamos adentrándonos en un terreno con hierbajos. También aprovecho para orinar y mientras vamos de vuelta le pregunto si ya le confesó su amor a Walter.

―Eso no sucederá ―me contesta.

―¿Por qué?

―¿Qué tal si no le gusto?

―Bueno Giselle, tendrás que arriesgarte un poco. Vamos directo a la boca del lobo y lo que sea que encontremos allá puede que no volvamos vivos.

Pocos minutos después volvemos a subir. Radcliffe y Scott van ya en otro auto, el mismo donde va Dieter, mientras que en el nuestro Walter va a manejar y Giselle se queda de su copiloto. Lázaro, Arturo, Guillermo y yo permanecemos atrás. Me acurro con Guillermo y casi estoy quedándome dormida cuando oigo lo que dice Walter.

―Para que no me quede dormido. ¿Cómo la pasaste tú? Con la epidemia y todo.

―¿De verdad quieres oír la historia? ―le pregunta Giselle.

­―Puedo practicar mi español ―dice Walter.

―No es una historia agradable.

―Todos los que estamos vivos, ninguno tiene una historia agradable.

―Creo que fue el sábado cuando todo empezó ­―inicia ella y me encuentro pensando también en el sábado, al día siguiente de la fiesta de la casa de Guillermo, cuando salimos de la ciudad―. Ese fin de semana fui por despensa como casi todo mundo, el pánico se apoderó de la gente. La luz iba y venía y mi mamá me habló por teléfono, dijo que me fuera a Guerrero, que es el lugar de donde soy, pero le dije que no encontraba boleto.

"Todas las corridas estaban llenas y estuve el domingo entero intentando alcanzar una corrida extra pero ni siquiera eso pude así que mi mamá me dijo que me regresara a mi cuarto, que ellos ya iban en camino por mí. Para el lunes entró el ejército a la ciudad y la radio seguía funcionando sin tanta intermitencia así que por ahí hacían los anuncios para que la gente no entrara en más pánico. Con el ejército y la policía y los políticos manteniendo el temple el pánico disminuyó un poco. Las clases siguieron suspendidas por riesgo de contagio pero mucha gente fue a trabajar ¿alguno de ustedes recuerda cuando fue lo de la influenza? Ah, pues fue parecido, te pedían que llevaras cubrebocas y gel antibacterial si frecuentabas lugares con mucha gente como el metro. Yo ese día fui a la biblioteca todavía, pero estaba preocupada porque mi mamá no había llegado y no se había comunicado conmigo. Los celulares estaban fallando, así que dejé un recado con uno de mis compañeros de la casa donde rentaba. Estuve en la biblioteca un rato hasta que como a las 3 nos pidieron que por órdenes de la rectoría tenían que cerrar por riesgo de contagio así que nos desalojaron a todos pero no hubo pánico ni nada. Muchos sacamos libros en préstamo y aún tengo el libro que saqué hace un rato. Me regresé a mi cuarto y pasé el día escuchando las noticias, platicando con los otros 3 que se habían quedado en la casa, los demás eran foráneos como yo así que intuía que se habían ido a la tapo o algún lugar para ir con sus familias. Todavía íbamos al Oxxo, a un minimercado me refiero y nos enojamos cuando nos enteramos que estaban subiendo los precios. Teníamos luz por momentos así que aprovechábamos para cargar nuestros celulares y computadoras y comprobar si había intenet pero nada. Ahora me siento tonta, esa tarde estuve trabajando en mi anteproyecto de tesis y para la noche la novia de la pareja que vivía ahí empezó a sentirse mal. Ahí fue cuando comencé a asustarme de verdad, no quería estar cerca, el otro chico y yo nos mantuvimos lejos de su habitación hasta que el novio se la llevó a un hospital. Recuerdo que volvió casi al amanecer, llorando, pidiendo que alguien le ayudara a conseguir una funeraria y un teléfono para llamar a la familia de su novia. No supimos que hacer, el otro chavo se fue a buscar una funeraria pero ese martes el caos regresó. La gente comenzó a morir y todo mundo estaba buscando una funeraria, un padre, una instrucción sobre lo que tenían que hacer con sus primeros muertos, la casera nos dijo que debíamos desalojar los cuartos de inmediato así que empaqué todo lo que pude en las dos maletas que tenía y tomé un taxi a casa de un amigo. Recuerdo que me cobró 300 pesos y solo estaba por parque de los Venados. Le dejé un recado en la puerta a mi mamá, sobre donde estaría. Le pedí a la casera que le pasara el recado por si llegaba. Me pasé todo el día en casa de mi amigo y su familia, llorando y asustada. Tenía tanto miedo de morir, siempre pensé que moriría lejos de Guerrero, que nunca volvería a ese horrible y violento pueblo en el que había nacido y en ese momento me arrepentí, quería ver a mi mamá y a mis hermanos una vez más, quería ir a casa de mi mamá, no quería morir entre personas que no eran mi familia. Mi amigo y yo intentamos contactar a los amigos que pudimos yendo a sus casas. Recuerdo que Sara todavía estaba viva cuando fuimos a su casa. A otros no los encontramos, otros vivían muy lejos y en la radio aconsejaban no salir de casa si no era urgente. El ejército comenzó a dar rondines para mantener la paz. Mi amigo fue muy bueno conmigo y yo no pude irme cuando a su hermana le empezó la fiebre esa noche. Me quedé en su casa mientras ellos iban y venían, buscando farmacias y algún doctor que estuviera abierto pero esa noche iniciaron los disturbios. La gente cristaleó oxxos y asaltó los supermercados, nadie quería pagar lo que estaban cobrando por la comida que todo mundo quería tener de reserva. Ni por las medicinas. Desde el departamento de mi amigo oía cristalazos cada rato y lo único que hice fue llorar y ayudarlo a hacerle de comer a todos. Oímos un enfrentamiento entre soldados y gente en Plaza Universidad. Recuerdo que hubo disparos pero los soldados no estaban preparados para la desesperación y para el rompimiento de las personas que estaban comenzando a ver morir a los miembros de sus familias. Además, ellos también empezaron a enfermarse. Dejaron solo una estación de radio, la oficial. No dejaban de repetir que no entráramos en pánico, que no inventáramos rumores y que nos mantuviéramos en casa pero lo que veíamos no eran rumores y el pánico ya estaba dentro de cada persona. La mañana del miércoles sin embargo fue de las más tranquilas No escuchábamos autos, ni ambulancias, no se escuchaba el claxon de los autos. Probablemente solo duró un par de horas, no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es los perros que empezaron a aullar o ladrar. Y que los disturbios reiniciaron sin que los soldados intervinieran, por la calle veía gente huyendo con televisores, robando coches, rompiendo los cristales de cualquier tienda. Los soldados gritaban "Hey" cuando veían a alguien, pero no se detenían, ya tenían otras órdenes y eran las de recolectar cadáveres. Me acuerdo que había un perrito, no dejaba de llorar en el otro balcón así que fui a tocarle a la vecina. No contestaba, mi amigo bajó conmigo, le advirtió a la señora que vivía ahí que iba a tumbar la puerta si no abría y después de unos minutos la tiramos, con palazos, patadas y hasta una tarjeta. El perrito movió la cola cuando nos vio, era un pug y lo cargué mientras mi amigo gritaba el nombre de la señora "Doña Sofía" me acuerdo bien. Pero Doña Sofía estaba muerta en su cuarto. Nos llevamos al perrito y esperamos a que pasara algún carro de soldados para que se llevara el cuerpo de la señora. Nos pusimos a tocarle a todos los vecinos para ver quienes seguían ahí, algunos nos contestaban pero no abrieron, otros nos invitaron a tomar un tequila, otros abrazaron a mi amigo. Liberamos a otros dos perros que vivían en un departamento de una pareja que parecía que había salido apresuradamente y que mi amigo pensó que lo más probable es que pensaran volver. Había maletas a medio hacer y una señora nos dijo que los había visto salir el día anterior. Nunca regresaron a preguntar por sus perros, tal vez ni siquiera regresaron. Los soldados se llevaron el cadáver de Doña Sofía y esa noche murió la hermana de mi amigo. Él me dijo que si me quería ir lo hiciera, su papá hasta me ofreció uno de sus dos carros. Estuve tentada a manejar hasta Guerrero pero la gente de afuera me asustaba, tenía miedo que quisieran quitarme el auto y me quedara en medio de la nada. Así que me quedé con ellos hasta el viernes, cuando murió mi amigo y su mamá. Y luego hasta el sábado cuando murió su papá."

Ella sorbe su nariz y me doy cuenta que también estoy llorando. Guillermo me apretuja más hacia él y entonces sé que también ha escuchado la historia.

­―Dejé los cadáveres afuera, para que los soldados los recogieran y me fui al campus de la Universidad junto con los perros, me sentía más segura con ellos y la universidad era el mejor lugar que conocía. No sé cuánto tiempo pasó, no quiero acordarme. La gente que debía morir lo hizo por varios días más y los que quedábamos no nos enfermamos. Me di cuenta que para mi buena o mala suerte, era inmune.

―Buena suerte, de eso estoy seguro ―dice Walter con un tono respetuoso.

―Después se reinició el orden y comenzó el acomodo de personas en las estaciones del metro. El pug se lo di a un señor en una de las estaciones, dijo que tenía uno igual que había fallecido meses antes de la epidemia. Ustedes dejaron a Rony en Cartagena.

―No podía traerlo. Además temía que armara un escándalo cuando amarré a Scott y todo eso, porque ese perro le es fiel al traidor de mi hermanito. Con tanto movimiento se habría puesto nervioso, más con tus increíbles bombas explotando. Rony es un buen perro, el Coronel resultó un hijo de perra pero lo cuidará, estoy seguro. Tal vez los perros hereden este mundo, serían mejor opción.

―¿Tú qué piensas? ¿Son humanos o alienígenas?

―Espero que sean alienígenas, así me sentiré menos culpable cuando los mate.

―¿Y si fueran humanos?

―Los mataría de todas maneras. Por hacernos esto.

El resto del viaje es el más pesado que hemos hecho hasta ahora. No debemos detenernos. Casi no lo hacemos, solo paradas elementales para ir al baño y comer y cargar combustible. Es lo único. Los paisajes pasan del otro lado de las ventanas y la espalda me está matando mientras cruzamos Perú.

Entre más avanzamos al sur, más pienso en Hilary y cada que hacemos una breve parada y bajamos a estirar las piernas no puedo evitar observar a Scott, callado y apartado de todos. Walter no lo baja de traidor, el General por otro lado conoce lo cercano que se volvió al Coronel y tiene a un soldado vigilándolo siempre. Me pregunto si él también pensará en Hilary y el hecho de que estamos a punto de descubrir si ella sigue viva o no.

Continuamos por la carretera Panamericana, por bastante tiempo el océano Pacífico se extiende a nuestra derecha. En una de las paradas para que todos vayan al baño los soldados del General se remojan los pies en el agua salada y hasta los veo sonreír. No me he aprendido sus nombres pero son fieles al General, a Walter siempre lo agarran de bajada y suelen bromear con el resto de los hombres y a veces con Radcliffe, que no ve las señales de coqueteo que yo veo. No conozco sus historias y sin embargo sé que Walter tiene razón, que todos los que estamos vivos tenemos una que no es agradable.

Los turnos en manejar cambian, pero seguimos sin hacer paradas largas. El sol no da tregua y el mar nos acompaña. Giselle no deja de admirar el paisaje y yo también, es el desierto de Atacama.

Hay un momento en que la carretera parece más bien terracería y luego nos encontramos oficialmente en Chile. En el desierto todo lo que alcanzan a ver nuestros ojos es plano y arenoso. Giselle bromea diciendo que espera que no tiemble porque si hay un tsunami seguro hasta ahí quedamos. Walter y Guillermo se ríen pero a mí me da miedo.

Día y noche siguen avanzando los coches. El agua es lo más valioso que tenemos y la repartimos cuidadosamente. Los conductores son nuestros héroes. Guillermo, Walter y Lázaro se alternan para manejar en nuestro auto, Giselle llega a decir que ella no sabe conducir y Walter menciona que después podría enseñarle. Yo suelto una risita y Giselle me dirige una mirada con la que me advierte que me calle.

Aunque ya no vemos el mar, la arena y lo plano siguen. No hemos visto un alma desde Lima, aunque no creo que en todo el desierto veamos alguna. Poco a poco se aparecen rocas o ligeras elevaciones y entonces a lo lejos lo vemos.

Sé que hemos ido a la par desde hace días pero en este momento el paisaje se ve excepcional, las montañas terminan en puntas nevadas que solo había visto en postales.

―Vamos a pasar cerca del Valle de la Luna ―suelta Giselle emocionada cuando ve mi cara―. Después de verlo creo que podría morir feliz.

―No podemos detenernos ―le recuerda Walter rompiendo un poco su cara de felicidad, entonces él voltea una fracción de segundo―. Por lo tanto no tienes permiso de morir. Cuando volvamos tal vez.

Le doy un golpecito a Giselle y ella me mira advirtiéndome de nuevo que me calme, pero Guillermo alza las cejas y me pregunta al oído si a Giselle le gusta Walter por lo que yo asiento y ambos nos reímos.

―Deberías darle unos tips ―me susurra.

―No quiere escucharme.

―Mmmm, yo hablaré con ella cuando tengamos suficiente tiempo fuera de este bendito auto.

El desierto sigue y sigue y por la noche aunque tengo mantas encima no me puedo dormir porque hemos intercambiado con Walter y Giselle. Guillermo va conduciendo y yo soy su copiloto cuando nos enteramos que ya estamos en territorio argentino. Somos el último auto y de vez en cuando miro por el retrovisor temerosa de ver a alguien que nos siga. Pero todo es oscuridad, más ahora que la luna está menguando.

Cada hora que pasa en una tortura para mi espalda, para mi cuello y para mis pobres piernas. Entramos a una zona que me recuerda a la mixteca oaxaqueña por la que hace tantos días pasamos. Lo plano se acaba y subimos y subimos. Pasamos alguno que otro poblado pequeñito pero no se ve nadie. Después de otras horas vuelve a estar un poco plano pero ahora estamos rodeados de montañas. Luego se aparecen árboles a las orillas de la carretera y el ambiente se siente menos árido, la carretera se hace más urbanizada, la planicie vuelve pero esta vez sin desierto. Rocosa de nuevo, planicie de nuevo y después de días desde que salimos de Cartagena vemos el movimiento de otro carro.

Nuestros carros se detienen, el otro carro se detiene y la suerte está echada.

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