Capítulo 16 - 44

―Entonces...

―Contaré los minutos. Le quitaré la pistola, hablaré en voz alta y tú entrarás en ese momento.

―Esa es mi chica.

Hay un momento incómodo cuando él se da cuenta de lo que ha salido de su boca y yo de lo que he oído. Lázaro infla los cachetes, termina de acomodarme el cabello y se levanta después de ese minuto de haber estado en cuclillas.

―Me refiero, tú sabes a lo que me refiero.

―Lo sé.

―Quería decirte esto desde hace tiempo, perdona por no haber sido bueno contigo ―confiesa a duras penas―. Perdona porque sabía que te gustaba y me aproveché mucho de eso.

―También lo sé.

―¿Amigos?

―No estaríamos aquí.

Me pongo de pie, le doy un beso en la mejilla y él aprieta una sonrisa, evidentemente confuso, porque incluso hace tiempo cuando yo estaba loca por él, no lo conocía tanto como ahora.

―Entonces vamos, todos deben estar listos.

Vamos hacia la habitación donde se están quedando los hombres. Giselle viene de un lado a otro mientras que Arturo se mira frente a un espejo y no deja de repetir "Papá, creo que ya no soy puto, me gusta Giselle". Ni siquiera cuando entramos y me aguanto una risa él para, sigue repitiéndolo y de seguro lo ha hecho tantas veces que por eso los otros dos están como si nada.

―¿Están listos? ―pregunta Giselle sin alzar la vista de un montón de papeles.

―Listos ―asegura Lázaro aunque solo yo percibo que hay un pequeño temblor en una de las sílabas.

Yo también estoy nerviosa, no está entre mis deseos morir por un disparo de Leonardo si es verdad que él carga una pistola y si algo no sale bien. Walter se ha encargado de obtener esa información, acerca de que Leonardo lleva una pistola. Necesitábamos conocer algunos de sus hábitos antes de actuar. Sé que se está muriendo por tener sexo con alguien y para Giselle ha resultado de lo mejor que yo sea su primera opción.

―Yo también ­―Walter extiende los brazos, se sienta en una silla que está a un lado de Giselle y extiende la mano hacia una botella a la que todavía le queda algo de ron.

Pero Giselle es más rápida, la toma y se apresura a meterla en el ropero. Walter me mira, la mira, me vuelve a mirar con las palmas hacia el techo pidiendo una explicación.

―Después Walter, no queremos que las cosas salgan mal con Scott ―le explica ella.

―Ok.

Él suspira, se pone de pie apoyando ambos pies en el suelo, se echa una chamarra de cuero a la espalda y toma su texana.

―Así sí vas a conquistar a Radcliffe cuando te vea llegar ―le guiño un ojo pero él tiene cara de espanto―. Es más deberías llegar en caballo.

―¿Radcliffe? ¿Viven Radcliffe? ¿Qué pasa por tu cabeza eh?

―Creo que le gustas ―Acabo de mentir por completo. Él deja la boca abierta y mueve la mandíbula de un lado hacia otro antes de resoplar y negar con la cabeza.

―Empiezo lo mío. Nos veremos más tarde.

Sale de ahí y entonces Arturo por fin deja de mirarse en el espejo para dejar sus ojos castaños en la puerta que se ha cerrado.

―Es tan guapo y fuerte.

―¿Ahora Walter es el objeto de deseo? ―bromea Lázaro―. VIvien y ahora tú.

Yo carraspeo.

―Creí que estabas a punto de confesarle a tu papá lo de ser hetero.

―Sí, sí, sí, me permití un último momento para contemplar ese trasero.

Lázaro y yo nos reímos, pero Giselle se queda en silencio volviendo a concentrarse en lo suyo.

―Supongo que yo también debo irme ―Arturo se mira al espejo, pone cara ceñuda y repite una última vez―. Papá, creo ya no soy puto, me gusta Giselle.

―¿Y de verdad piensas que te creerá? ―le pregunta Lázaro mientras Arturo mantiene la postura seria volteando hacia nosotros.

―Mi papá es un hijo de la chingada, pero en estos temas es medio ignorante. Deséenme suerte, nos vemos en el nido.

―¿En el nido? ­­―alzo las cejas.

―La clave, para donde nos vamos a ver.

―Arturo cree que estamos en una misión de espías ―suelta Giselle sin pizca de diversión, a diferencia de Lázaro y de mí que nos miramos a punto de reír.

―Suerte.

Arturo sale de ahí y yo me encamino a la mesa donde está Giselle, me recargo en ella con los brazos cruzados y espero a que sea ella quien voltee.

―¿Qué? ―pregunta después de unos segundos―. ¿Algo va mal?

―No, no. Solo quería preguntarte, ¿Desde cuándo te gusta?

―¿Qué? ¿Quién? Arturo no me gusta, es gay.

―Walter ―Mi sonrisa es amplia y me siento más relajada que hace unos minutos―. Proclamo que no lo vi venir.

―Oh Dios.

Aparta la cabeza y sus mechones rizados y negros chocan con su piel morena pero se ha puesto roja.

―Uhhh, esto se va a poner interesante.

―Creí que tenías cosas que hacer María ―me dice en tono cantarín, para terminar el tema de conversación.

―Sí, solo necesito un poco de algo para armarme de valor antes de mi papel de prostituta.

Lázaro se carcajea. Voy al closet, saco la botella de ron y le doy un trago. Lázaro deja de reírse me palmea la espalda mientras el alcohol pasa por mi garganta con dificultad.

―Estaré ahí ―me asegura.

―Lo sé. Eres un idiota pero confío en ti.

Me extiende un chicle de hierbabuena, está medio viejo pero aún sabe y huele. Me despido de los dos y lo mastico mientras salgo del hotel a la calle.

El sol del atardecer está quemante, aunque no lo siento tanto como la humedad. Por ahí se ven unas nubes así que es muy probable que la lluvia nos sorprenda. Espero que se trate de una buena señal.

Encuentro a Leonardo sentado en la esquina de una banqueta, platicando con un soldado. Al verme entiende que quiero hablarle. No es tan estúpido después de todo. Parece decirle que se vaya porque el soldado se aleja antes de que yo haya llegado.

―¿Quieres?

Me extiende una coca cola y me la llevo a los labios. Siento el sabor de una cuba libre y le doy solo un pequeño trago, porque está bien que necesite estar media mareada pero no borracha por completo.

―No te interrumpo ¿verdad?

―No estoy haciendo mucho ―Toma la bebida y le da un trago mientras me dirige una sonrisa y me invita a sentarme en el suelo a su lado, lo que hago enseguida―. ¿Estás bien?

―Guillermo. No estaba segura que fuera bueno para mí ―Bajo la cabeza para que mis ojos no delaten que miento y para que me vea más vulnerable―. Y ahora casi puedo verlo.

Leonardo extiende una mano para tomar la mía, como si me comprendiera, como si yo fuera una mujer que necesita el apoyo de un verdadero hombre. De él.

―Creo que... creo que no conoces mucho a Billy ―dice y luego se ríe―. Tipo era bien divertido pero luego fue lo del secuestro de su hermano y lo cambiaron de escuela y regresó a la uni más tranquilo goe.

―¿Qué? ―Por instinto me suelto de su mano.

―Ahh, ¿no te lo contó? Hace como tres años secuestraron a su hermano, yo me enteré porque su papá le dijo a mi pa y tipo dicen que no fue feo y todo muy rápido pero se cambiaron de casa y también a él y a todos sus hermanos de escuela y mi pa me contó que el papá de Billy igual renunció donde estaba. Fue intenso para ellos.

Me quedo con la frente arrugada pero antes de delatarme agito la cabeza y el enojo no me resulta difícil de fingir, solo que en realidad no es contra él como estoy a punto de demostrarlo.

―No puedo creer que no me dijera ―Intento sonar lo más dramática que puedo―. Nunca me confía nada, creo que ni siquiera le gusto en serio.

―Lo siento.

Me vuelve a tomar la mano y entonces sus dedos se mueven en mis manos como si fuera un gesto inocente pero sé cuál es la intención.

―Es mi brother y todo, pero siento mucho que estés pasando esto ¿lo entiendes?

Por supuesto que lo entiendo, quiere coger conmigo pero sin dejar de recalcar que no lo haría normalmente, ligarse a la novia de un amigo. Apuesto sin embargo, a que lo hizo otras veces.

Pequeñitas gotitas caen, todavía no lloverá fuerte pero uso el pretexto. Tal vez sí es una buena señal después de todo.

―Va a llover ¿Dónde te quedas? ―suelto sin rodeos.

―¿Por qué?

―¿Con tu mamá?

―Algo así.

―¿Puedo estar un rato contigo?

―Claro reina, claro.

Se levanta y me hace una seña para que lo siga. El centro de la ciudad es tranquilo, de vez en cuando vemos pasar a alguna persona o algún soldado.

―¿Tu mamá estará ocupada? ―me tengo que asegurar.

―Está en el centro de convenciones ―señala en dirección contraria a donde vamos caminando―. Ahí se la pasa casi todo el tiempo ¿por qué lo preguntas?

―Nada. No quiero que esté nadie más.

Sonríe de lado y yo muevo la cabeza hacia un costado y me encojo de hombros para que piense lo que quiera. Que deseo privacidad o alguna cosa así, y de hecho parece que es lo que piensa porque se ríe un poco.

Se detiene frente a una puerta con el letrero de que fue un hostal, mira a ambos lados de la calle para asegurarse que nadie nos vea y entra primero. Yo entro después, dejando caer una liga para el cabello que es color morado.

Dentro está medio oscuro y me da un poco de miedo. Él se mete buscando algún buen lugar y entonces abre otra puertecita y me hace una seña para que me meta.

El lugar huele a polvo así que nadie debe estar residiendo ahí. Leonardo se sienta en la cama y esta chirria un poco. Me vuelve a extender la coca cola y finjo que le doy un trago. Me siento a su lado y él me observa esperando algo.

―¿Y entonces qué piensan hacer? ―pregunto media nerviosa, resistiéndome a mi misión―. ¿Se quedarán aquí y esperarán a que los rusos lleguen?

―Tal vez. Tipo estamos preparados con armas para cuando vengan. Creemos que se aliaron con los argentinos. Ninguno ha venido hacia este lado.

Su voz se va volviendo más y más susurrante y su cara se acerca de la misma forma paulatina.

―Sé lo que quieres ­―suelta sonriendo.

Me besa sin rodeos y su mano va directo a mis piernas, tocando mis rodillas e intentando meterse entre ellas. Yo llevo un short e intento pensar en Guillermo para pasar el mal rato. Las cosas son peores cuando siento su lengua queriendo ir más allá del beso que doy a duras penas.

―Sé que quieres ¿eh? ―me dice mordiendo uno de mis labios.

­―Esto no está bien.

―No le voy a decir. Abre las piernas por fa ―susurra―. Déjame tocarte.

Lo hago poco a poco, le quito la camisa mientras tanto y ruego porque el trago de ron ayude en esta situación. Tanteo en su pantalón, haciéndole creer que quiero tocarlo pero en realidad busco la pistola que se supone debe tener.

―Espera ―me detiene y entonces él mismo alza una parte del borde dejando ver su pantorrilla con una porta pistolas que saca y cuando ve mi cara se ríe―. Tranquila, es una 9 mm, pero la pondré en la mesita.

―¿Está cargada? Ponla más lejos ―le pido sonando más atemorizada de lo que en realidad me siento. Lo que me da nervios es fallar.

―Lo que digas reina.

Y la coloca en el suelo, lo más lejos posible de la cama. Y cuando regresa se desabotona el pantalón y baja el cierre. De momento se queda así mientras vuelve hacia mí intentando quitarme la blusa y mientras está maniobrando observo la pistola de lejos, aprovechando la luz natural que dentro de una hora probablemente ya no haya.

Guía mi mano hacia dentro de su pantalón y yo aprieto los ojos conteniendo el asco y concentrándome en la manera de llegar a la pistola antes que él cuando Lázaro haga acto de presencia y si mis cálculos no fallan, tampoco me queda mucho tiempo.

―Te va a gustar cuando esté dentro ―susurra besándome el cuello. En otra situación me hubiera reído por la frase, pero esto va en serio.

Dejo que mi blusa pase por encima de mi cabeza para ganar más tiempo y luego le pido que se quite el pantalón. Obedece sin rechistar y puedo ver y sentir lo excitado que está. Quiere meter su mano entre mi short pero mantengo la expectativa y él sigue repitiendo que me va a gustar y que de seguro soy virgen. Me rio de verdad con el comentario y cuando ya lleva mucho tiempo insistiendo me separo un momento.

―Oye ¿Y sí...? ―indico con una mirada su entrepierna―. ¿Me dejas intentar algo?

―¿Cuál? Dímelo.

―Un oral pero ―me encojo de hombros―, quiero vendarte los ojos. Puedes guiarme, no sé mucho sobre esto.

Entonces él solito se acomoda, toma mi blusa y me indica que con ella le vende los ojos. Me aseguro de apretar fuerte y él sonríe tonto porque estoy segura que le gusta la idea. Los hombres a veces son tan estúpidos cuando se trata de sexo. Meto un momento mis manos en su bóxer respirando profundamente pero él cree que estoy excitada.

―Espera, quiero hacer algo ―le aseguro.

Doy unos pasos hacia atrás, recojo la pistola del suelo mientras él sigue teniendo esa sonrisa de oreja a oreja. Le quito el seguro, es muy fácil de quitar y más al recordar las enseñanzas de Guillermo en algunos tipos de pistolas. Esta es ligera pero la aprieto fuerte. Me armo de valor y aguardo.

―¿Qué sucede? ―pregunta impaciente sin dejar de sonreír.

―¿Dónde está Guillermo? ―pregunto con la voz más serena que puedo.

―¿Qué?

―Dime dónde está y te dejaré vivir ―hablo fuerte pero no grito para que no se oiga hasta la calle. Si Lázaro está ya dentro del hostal mi voz debe guiarlo.

―Nena, puedes usar otro incentivo. Dime que he sido malo o algo así.

―Has sido un desleal, un culero y no tienes madre con las mujeres.

Deja de sonreír, se quita la venda y sus ojos se abren hasta donde puede al ver que tengo la pistola en las manos y que le estoy apuntando justo en medio de sus piernas.

―No seas estúpida, no acerques tus manos al gatillo.

―Sé cómo disparar porque Guillermo me enseñó así que no lo voy a repetir dos veces. ¿Dónde está?

Yo ya sé dónde está, todos sabemos dónde está. Es nuestro primer punto de reunión, pero estoy haciendo tiempo. Quien de verdad me pregunto dónde está es Leonardo.

―¡Perra!

La puerta se abre y para mi alivio es Lázaro. Los ojos de Leonardo van de él a mí y me mira con tanto odio que casi doy un paso atrás, pero resisto. Tengo el control. Me acercó más y él respira rápido.

―Te vamos a amarrar, y si te mueves un poco te voy a disparar en los huevos ¿entendiste? Sé inteligente por esta ocasión, Leo.

Lázaro lo amordaza pero los ojos de Leonardo solo están fijos en mí, yo alzo las cejas, regodeando en nuestro primer objetivo cumplido. Luego le pido a Lázaro que sostenga la pistola mientras yo me visto, a él sin embargo, lo vamos a llevar tal y cómo esté.

Es nuestro momento y vamos a salir de aquí.

―¿Tienes la ruta trazada? ―le pregunto a Lázaro cuando él me devuelve la pistola.

―Sí.

―Perfecto.

Lázaro también ata de manos a Leonardo y lo saca de la habitación como si se tratara de un policía capturando a un delincuente de verdad. Sin que lo noten vuelvo a ponerle el seguro a la pistola porque en el fondo estoy bastante nerviosa y quiero evitar lo más que pueda disparar por error.

Atravesamos las calles oscuras y solitarias, yo sigo a Lázaro, quien dice que tiene la ruta, una segura y sin soldados que nos llevará al hotel donde tienen a Radcliffe y Guillermo.

Se detiene a escasa media cuadra de un edificio un poco más moderno que el resto y aguarda.

―¿Es ahí?

­―Sí. Solo hay un guardia así que hagamos esto rápido.

Atravesamos lo metros que nos separan del edificio y entramos de golpe. Un soldado que había estado sentado con las piernas sobre una mesa intenta reponerse del susto pero ya le estoy apuntando con la pistola.

―Deja eso ―le digo en cuanto veo que tiene intenciones de tomar su rifle unos cuantos metros más allá―. Si te mueves o haces ruido vamos a dispararle al hijo de la señora Terrasco.

El soldado es bastante joven, creo que más que yo. Nos mira nervioso.

Pasos se oyen afuera y espero que sea Arturo con el General que había estado esperando que llegáramos. Hay tantas cosas que podrían salir mal que mi miedo es peligroso porque estoy dispuesta a hacerlo todo.

En vez de eso nos encontramos con Walter y Scott. Un maniatado Scott, de la misma manera en que lo está Leonardo. La única diferencia es que Scott lleva ropa.

―Dale las llaves ―Entierro la pistola en las costillas de Leonardo que casi se pone a llorar ahí mismo.

El soldado se pone nervioso, mueve las manos a unas llaves y se las entrega a Lázaro.

―¿En qué parte están?

―Tercer piso. Del lado derecho.

Leonardo quiere replicar pero la mordaza no lo deja y ejerzo un poco más de fuerza en las costillas por lo que se queda quieto enseguida.

Son segundos mortales. Oigo mi corazón palpitar, huelo el miedo de todos incluido el del soldado. Esto debe funcionar porque de otra manera ya nos podemos considerar muertos todos.

―Que... mier...

―Toma el rifle ―Ni volteo al oír la voz de Guillermo aunque haya estado a punto de correr a ver que esté bien.

En vez de que él lo haga es Radcliffe quien reacciona más rápido. Toma el rifle del soldado sin detenerse a pensar.

―Ahora ustedes dos, van a quedarse muy quietecitos.

***

Estamos caminando rápido, dejando atrás a Leonardo y al soldado, amordazados y encerrados donde estaban Guillermo y Radcliffe. Alguien ha subestimado lo que podría suceder, probablemente la señora Terrasco y eso lo va a lamentar cuando se dé cuenta.

Para mi alivio ya no llevo la pistola, ni la quiero en las manos. Guillermo corre a mi lado con ella y no deja de lanzarme miradas de reojo, pero no estamos para hablar en ese momento. Arturo no llegó al hotel así que debemos ir hacia el siguiente punto, donde nos estará esperando Giselle.

Todo está silencioso y procuramos no hacer ruido, pero ni siquiera en el momento del ataque a Applewhite me sentí tan ansiosa como ahora.

Llegamos al punto y no vemos ni un alma, Giselle se aparece de la nada y nos causa un susto de muerte a todos.

―¿Está Arturo contigo? ―pregunta Walter enseguida mientras su hermano ha dejado por fin de forcejear.

―No. Creí que los vería a ustedes primero.

―No llegó.

―Puta madre ―Es con seguridad la primera vez que la oigo decir una grosería―. Tenemos que seguir, lo que sea que haya pasado su papá no va a dejar que le hagan nada. Mis bombitas molotov están listas.

Alzo las cejas al oír que se refiere a ellas como si de cachorritos se tratara.

―¿Entonces? Leonardo y el soldado podrían desatarse en cualquier momento ―hablo rápido. Las palabras se me enredan un poco―. Pero no quiero dejar a Arturo.

Walter observa su reloj, luego hacia nuestro oscuro alrededor y de nuevo su reloj.

―Giselle lo ha dicho, su padre no dejará que nada malo le pase. Vámonos. La camioneta que le dieron a mi hermanito está allá.

En ese momento se oye un rechinar de llantas y unas luces aparecen al doblar un auto militar en una esquina y luego otro y otro.

Se me va el alma a los pies, estamos condenados. Entonces oigo la voz de Arturo saliendo del primer auto.

―Suban, suban, suban.

Ni siquiera lo pensamos dos veces. La puerta del auto se abre. EL otro auto nos pasa de largo mientras brinco con el corazón latiendo deprisa. Me confunde un poco que nos hayan rebasado y continúen el camino sin bloqueárnoslo. Giselle se detiene un momento a revisar algo en la calle y es la última en subir mientras el otro auto militar también nos rebasa y van todos acelerando hasta más no poder.

Dentro de la camioneta el General se ríe, es quien va conduciendo y acelera en cuanto la portezuela se cierra. No nos da tiempo ni de acomodarnos, nos estampamos los unos a los otros mientras el General acelera más y más y ahora veo de dónde sacó Santiago esa forma de conducir.

―¿Y los de adelante? ―pregunta Lázaro intentando sobarse y con la voz temblorosa.

―Mis muchachos ­―responde el General con orgullo.

Entonces otras luces nos iluminan desde atrás y el General lanza una grosería por lo que entendemos que ese otro auto en definitiva no pertenece a él.

Se oyen disparos, todos nos agachamos por mero reflejo, con excepción del General y de Arturo. Las balas chocan con el auto en la parte trasera, acompañadas de un sonido agudo y yo me agacho más hasta que caigo en la cuenta que no es necesario, se trata de un auto blindado. Me asomo justo para ver una camioneta civil al mismo tiempo que lo que sea que haya diseñado Giselle activa la primera bomba molotov.

Fuego, chispas y humo brotan de la calle, lanzan cosas, nos obstruyen la mirada hacia la camioneta y el General acelera más y más.

Arturo lanza un alarido de victoria y emoción y el General se ríe y le aprieta con rudeza el hombro, sin dejar de acelerar, siguiendo a los otros dos autos militares.

―¡Les robamos los autos! ―Nos explica riéndose―. Y lanzamos al mar otros. Disculpen la tardanza.

―Eres un cabrón ―dice Walter en español pronunciando cabrón con todo el acento gringo y chocando puños con él.

―¡Es hijo de su padre! ―se enorgullece el General.

Nos alejamos más y de a leves movimientos nos acomodamos en los asientos un poco apretados pero con sonrisas por todos lados. Yo contengo una risita cuando Walter de manera bastante natural sirve de asiento a Giselle, Scott va a su lado todavía con una mordaza en la boca que por lo visto Walter no tiene intenciones de quitar. Entonces siento una mano en mi cintura y volteo hacia Guillermo que me observa negando con la cabeza y sonriendo.

Me inclino a besarlo y él me toma por ambas mejillas pero Walter hace ruido y alcanza a tocarme el hombro para intentar separarnos. Hacemos más barullo y entre las risas de todos, excepto Scott, me susurra.

―Me acabas de rescatar.

―Me pareció que eras un caballero en apuros ―me giro un poco―. Algo tenía que hacer.

―Bien ―habla en voz alta el General―. Me voy al otro carro para que no vayamos muy apretados aquí. Sargento Radcliffe, ¿quiere hacer el honor de conducir?

―Por supuesto General.

El cambio es muy rápido pero nos da un alivio a los que vamos atrás. Arturo se pasa atrás mientras Walter y Giselle adelante. Guillermo aprovecha ese momento para rodearme la cintura con más fuerza y casi subirme a sus piernas.

―Cuando te vi con la 9mm en las manos pensé en lo que increíble que eres.

―Wow, es lo más romántico que me han dicho ―bromeó.

―Gracias María.

―Entonces ¿al sur? ―Radcliffe habla comenzando a acelerar.

―Al sur lo más rápido ―contesto yo antes de resoplar―. No quiero ponerme cursi pero ustedes son el mejor equipo. Giselle el cerebro, Walter, Arturo y Lázaro todos unos guerreros, Guillermo nuestro agente doble ―Él se ríe― y Radcliffe ―Por la mitad de su cara alcanzo a ver que sonríe―. Tú eres nuestra líder, nuestra Coronel.

―Y tú eres bastante intimidante cuando te lo propones ―agrega Lázaro―. Debieron ver la cara del tipo ese, se estaba cagando cuando María le dijo que le iba a disparar en las bolas.

Hay muchas risas, pero la voz de Guillermo llega a mi oído.

―Mi liberadora.

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