Capítulo 14
Siento como si hubiera aspirado sal de chile y como si me hubiera tallado los ojos con las manos también de chile. Los intento abrir poco a poquito y las lágrimas recorren mi cara en un reflejo de mi cuerpo por llorar ante la sensación.
La cara de Guillermo aparece frente a mí como una extraña ilusión, no estoy por completo segura que sea él, ¿Qué hace ahí?
Mueve algo frente a mis ojos pero no sé qué es, si sus dedos o que cosa. Solo sé que se ve hermoso, sus ojos son tan bonitos, pero que bonitos, es como estar en una nube ¿Qué me está intentando decir? ¿Acaso así es la muerte? Tan suave después de esa sensación de ardor que se va disipando. Las mejillas las siento frías, pero es reconfortante.
Los sonidos empiezan a llegar lejanos, como si fuera una película a la que le estoy subiendo el volumen.
—Qué bonita película, vamos a la playa, una vez fui con mis amigos y me arrepentí...
¿Qué estoy diciendo? Creo que soy yo la que estoy hablando, creí que estaba viendo una película.
—¿Cómo te llamas? —Guillermo me está preguntando mi nombre, ¿No lo sabía ya?
—Ya lo sabes.
—¿Cuál es tu nombre y dónde estamos?
—María-Pía-Treviño-Domínguez, presente. En un lugar amarillo, ¿Disneylandia? Yo te besé y... tu nombre verdadero es Vila o algo así.
—No está bien todavía —su rostro desaparece de nuevo y ahora aparece el de Santiago que también me hace una pregunta.
—¿Quién soy?
—Santi.
—Ya va, poco a poco. Eso o me quiere más a mí —oigo su risa, de nuevo está mordiendo su labio inferior.
—Tu hermano dijo que dejaras de hacerlo o se te iban a enchuecar los dientes —hablo yo o al menos creo que soy yo.
—¿Cómo se llama mi hermano, María?
—Arturo —eso es obvio.
—¿Dónde estamos?
¿Dónde estamos? Comienzo a recordarlo. Applewhite, salimos a practicar disparos porque Guillermo me enseñaría, nos llevamos la Lobo y paramos cerca de un árbol. Creo que estoy en el asiento trasero de la Lobo. Había unas cosas redondas en el cielo.
Es como si algo me golpeara la cabeza, me doy cuenta que estoy acostada y me levanto precipitadamente pero siento como si todo se moviera hacia un lado y yo con ese todo.
Las manos de Santiago se ponen en mis hombros y me hace acomodarme bien para apoyar la espalda en el respaldo del asiento.
—¿Cómo te sientes?
—Sed.
Hay silencio, entonces Santiago pone frente a mí una bolsa negra y no entiendo la razón, luego Guillermo me extiende una botella de agua que me bebo con rapidez. Toso un poco y entonces vomito todo en la bolsa negra.
Me arde la garganta y el vómito no para hasta que parece que mi estómago se ha vaciado por completo. Vuelvo a beber agua y tomo con torpeza un poco de papel que me extiende Guillermo para limpiarme la cara. Vuelvo a toser pero ya no vomito y Santiago se aleja con la bolsa.
Me da tiempo de sentirme avergonzada, no con él que me ha visto vomitar otras dos o tres veces, sino con Guillermo. Respiro más tranquila y vuelvo a beber con calma hasta que caigo en la cuenta de algo.
—¿Dónde está Beto?
—No tenemos ni idea. La cosa que nos lanzaron es como un gas lacrimógeno alucinante y quien sabe que más, también nos hizo vomitar —Guillermo me observa con cuidado—. Tú estabas tumbada junto a un árbol y tenías toda la cara cubierta de sangre. Santiago andaba por allá enredado en unas espinas y no sé dónde está Beto.
Me llevo una mano a la nariz y sí, me duele, además que tengo unas gotitas de sangre en la blusa. Una de mis mejillas empieza a palpitarme y estoy a punto de tocar esa parte de mi cara cuando Guillermo aprisiona mi brazo y niega con la cabeza. Supongo que si lo hace es por algo ¿no?
—¿Cuánto tiempo pasó?
—No mucho en realidad, eso fue hace menos de media hora, pero creo que tú respiraste mucho el gas y te golpeaste con el árbol. Tenemos que volver a Applewhite, pero aún no me siento bien para manejar.
—¿Y las cosas esas?
—Una está por allá —Santiago ha vuelto y apunta hacia algún lado que no sé dónde es exactamente porque me siento mareada, de hecho me rio un poco porque algo en mí me dice que fuera del vomito, la sensación es divertida—. ¿María?
—¿Qué?
—Hay que dejarla descansar, todavía está bajo los efectos —le dice Guillermo a Santiago.
—No, no, no, estoy muyyy bien —ni siquiera sé por qué lo digo cuando algo en mi cabeza dice "pero que tonterías salen de tu boca".
Es como una extraña batalla entre mi cabeza, como un juego de futbol en el que mi cerebro es la afición dividida en dos bandos, la María loca y la María que conozco, o algo así, ni siquiera sé lo que estoy pensando.
—¿Qué está diciendo? ¿Un partido de futbol?
¿Eso también lo dije en voz alta?
—Estoy bien lo juro, vámonos ya, ah, falta Beto.
—Toma más agua.
Obedezco y me intento quedar en silencio porque mi parte normal de María está ganando y sabe que todavía no estoy al 100.
Poco a poco todo se va aclarando y llega un momento en que solo me duele la cabeza pero ya estoy más razonable aunque me asusta cuando Guillermo habla.
—Voy a encender la camioneta.
—Espera —le he sujetado el brazo y veo mis manos todas raspadas en los nudillos—. ¿Puedes manejar? —es que si a mí me preguntaran en ese momento si podría hacerlo la respuesta sería no, tengo que pensar mucho el orden de la palanca de velocidades.
—Sí. Estoy bien —entonces se acerca rápido y me empuja un poco—. Acuéstate María, vamos a buscar a Beto.
—No, no —lo interrumpe Santiago—. Hay que ir de vuelta a Applewhite a avisar a Radcliffe y luego volvemos por él con otros.
—Es un niño.
—La cabeza Guillermo, la cabeza —Santiago señala su propio cráneo—. Radcliffe está por allá y necesitamos informarle.
Nadie ha reclamado el hecho de que esté ahí, claro que estoy muy quietecita en ese pequeño salón donde las voces se hacen oír.
Mi cerebro no está todavía preparado para comprender tan fácil de lo que hablan cuando lo hablan en inglés.
Vivien Radcliffe no es tan dura como parece. Lo primero que ha hecho es mandar a traer a gritos a un soldado para que nos revise. Entre Santiago y yo somos los más maltrechos, él está todo lleno de arañazos en los brazos y yo me saqué sangre de la nariz al golpearme con el árbol y también tengo los nudillos de la mano derecha todos raspados al igual que mi mejilla derecha. Quien sabe cómo habrá sucedido, no es nada grave pero ardió un poco cuando me la desinfectaron.
Lo que le preocupa a Radcliffe es saber qué demonios era ese gas naranja-amarillo y que otras consecuencias puede tener además de irritar las mucosas y ponernos muy raros para luego hacernos vomitar. Aunque ella cree que el vómito ha sido una reacción de nuestro cuerpo para sacar la toxina.
Nos han sacado sangre pero de nuevo los tres hemos dado negativo. Aunque están analizando residuos sacados del interior de nuestras narices y parece que entre el gas sí está el virus.
Hay un hombre que tiene todo el aspecto típico de un texano de película y está hablando en voz alta intentando decir que debemos ir y atacar esas bolas.
—En Fort Hood no se quedaran quietos y debemos empezar a hacer lo mismo.
—¿Y sabes dónde están? ¿Qué ruta tomaron? —le está diciendo otro.
Comienzan una discusión que poco entiendo. Sé que el señor más texano está asustado y por eso también está enojado.
—No han venido en ofensiva —es Vivien Radcliffe la que está hablando. Tiene sus ojos puestos en un mapa de Texas y parece que piensa a profundidad—. Son naves de rastreo, relativamente pequeñas, rápidas, no se detienen más que para dejar escapar ese gas y van hacia el norte, lo que significa que vienen del sur.
—¿Había alguien dentro de la bola? —le pregunta de manera brusca el señor más texano a Guillermo.
—No nos fijamos...
—Entonces solo huyeron de ahí cuando es posible...
—Déjalo en paz —Radcliffe ha intervenido usando ese tono frío y autoritario. Le dirige una mirada tranquilizadora a Guillermo, no estoy segura si es mi mente aún inestable, pero creo que a través de sus ojos le ha sonreído—. Hicieron lo correcto al venir enseguida. Ahora lo primero que necesitamos es volver y que otro grupo vaya a buscar al niño que se perdió.
—Si es que sigue vivo —suelta venenoso el texano.
—Señora Applewhite —Vivien se dirige a la asustadiza mamá de Scott—. Necesito que mantengan todo en orden. Necesitamos a la gente en calma, todas las actividades deben continuar como están. Algunas personas también vieron esas naves desde lejos. Enviaremos a alguien a Fort Bliss para enterarse de más.
Van a dividirse en grupos, Santiago, junto con el hermano mayor de Scott que se llama Walter y otros soldados más van a ir a buscar a Beto mientras que Guillermo, Radcliffe y otros volverán al lugar que sucedió todo a revisar la bola que Guillermo derrumbó, algo por lo que Radcliffe parece estar muy orgullosa.
Santiago me da la llave de su cuarto y me dice que ahí lo espere hasta que vuelva con Beto. La tomo de manera automática y él me da una palmadita rápida en la espalda antes de irse con el hermano de Scott.
No me muevo de la silla y solo alzo la vista cuando reconozco la playera blanca que Guillermo llevaba desde la mañana.
—Necesitas ir a descansar. Santiago te dio su llave ¿no?
Asiento con la cabeza antes de que él me extienda una máscara.
—Vivien dice que deben portarlas en todo momento y si ven alguna de esas cosas de nuevo, no dudes en ponértela enseguida.
—¿Crees que se tarden mucho?
—Si podemos llevarnos parte de la bola esa, la dejaremos en Fort Hood para que la puedan analizar.
Observó sus ojos que no sé muy bien qué clase de castaño son y en ese momento sé que no quiero que nada malo le pase. Basta con la incertidumbre de Beto.
—¿A qué hora regresan?
—Tal vez mañana en la tarde, no sé.
—Cuídate mucho.
—Cuídate tú, cara cortada.
Sonrío por el intento de chiste justo cuando se va acercando Vivien Radcliffe y le dice que ya deben de irse.
—Si puedes suavizar las cosas hazlo —me dice a mí con seriedad—. No te voy a prohibir que le cuentes a todo mundo lo que sucedió, pero... —ella mira a Guillermo como si se estuvieran comunicando por la mente— me han contado lo que sucedió en Torreón, así que acuérdate de eso, el pánico no es bueno en ningún lugar.
El asunto de las bolas lanza-gases-alucinógenos comienza a correr por todo Applewhite entre rumores inquietos. Yo me encierro en la habitación que tiene Santiago que en definitiva está muy cómoda. Me meto en la bañera y me quedó ahí hasta que el agua arruga mis dedos.
Los párpados me pesan un poco y estoy intentando asimilar lo que ha sucedido cuando tocan la puerta de la habitación y ante mí veo a Santiago con una mano recargada en la pared antes de que pase todo oloroso y se quite la playera enseguida para lanzarla al piso.
Se da una ducha rapidísima y vuelve a salir listo para responder la pregunta esencial.
—¿Lo encontraron?
—Sí. Está con la enfermera, tiene todas las rodillas sangrando y se enterró un montón de espinas y está muy asustado así que le van a dar unos tranquilizantes —se pasa la toalla por encima de su cabeza y le da un rápido secado a su cabello—. Quédate aquí hoy. Guillermo se fue con Radcliffe ¿no?
—Aja.
—Scott fue a Fort Bliss. En El Paso también dejaron caer gas y no estuvo muy agradable. Un par de personas murieron porque al estar desorientadas cayeron por las ventanas o los balcones. En Fort Bliss uno de los soldados disparó por todos lados sin darse cuenta. Mató a varios.
Solo queda mantener en silencio e intentar asimilar lo que sucede y eso es lo que hago.
Después de unos segundos, Santiago se acerca en amplias zancadas y me toma de la barbilla para hacer girar mi cabeza y observar el raspón de mi mejilla.
—Podría estar peor —él suspira—. Ven, siéntate, tengo que hablar contigo.
No suena nada bien y voy lento hasta su acolchonada cama mientras él se sienta en una silla que está cerca de una mesa.
—Hay algo que no te he dicho y si no te lo había dicho es porque no es nada seguro.
Santiago siempre ha sido una persona segura de sí misma y se nota cuando habla porque lo hace más claro, no haciendo lentas las palabras ni titubeando. A las amigas con las que se enredó les gustaba eso de él. Casi era un "Si te gusto bien, sino al carajo, la que sigue". Erika fue probablemente la única chica que sacó su lado romántico.
—Cuando tu papá me habló por teléfono me dijo que tu mamá estaba muy enferma. Muy enferma de verdad —se inclina un poco hacia adelante y toma mis manos entre las suyas—. Espero que no estés enojada por no haberlo dicho antes.
—No, no lo estoy.
Ni siquiera puedo comprenderlo. En realidad no siento nada porque no lo creo, mi mamá no puede estar muerta si es acaso lo que está insinuando Santiago.
—María —su volumen de voz disminuye y entonces se pone de pie y se sienta a mi lado—. En cuanto podamos, volveremos a buscarla ¿Ok? Yo... también quiero ir a buscar a Arturo.
—¿Y si nunca podemos?
Tal vez mi mamá ha muerto desde hace días y yo no lo sé.
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