Capítulo 12

Dig.

Es lo peor. No solo ha sido un exhausto día de la manera física, no sé cuántos cadáveres he visto en menos de 8 horas.

Cavando y cavando todo la jornada de luz. Lamentándome y lamentándome ahora que la cena ha terminado.

Oigo que abren la puerta del cuarto y muevo la cabeza hacia un lado de la cama para ver la mano de Guillermo extendiéndome una tableta de analgésicos mientras Santiago se sienta cerca de mis pies y le da una palmadita a mi pantorrilla.

—Te van a dejar un día sí y un día no, a las mujeres las turnan ¿Quieres que me hable con mi papá y le diga que te saquen de ahí?

—No, no es justo. No sé hacer nada más por eso me pusieron ahí. Está bien lo de un día y un día.

Guillermo se pone en cuchillas y puedo ver su rostro frente al mío, lanzándome una mirada que intenta animar.

Resulta que Adelaida tenía razón después de todo. Mi cuerpo no ha aguantado y la espalda me está matando. Si para mañana sigo viva no sé cómo me voy a mover, ni siquiera sé cómo voy a dormir esa noche si el dolor no me deja estar tranquila.

Acepto el vaso de agua que me extiende Guillermo y alzó un poco la cabeza para poder tragar las pastillas.

Ellos no me han contado su día pero al parecer estuvieron en una zona de entrenamiento. Adelaida dice que si son buenos comenzarán a enviarlo a los poblados a recoger cadáveres y mantener el orden que al parecer es lo que han puesto a hacer a algunos de los Hunters.

—Vamos a ir a lo de los registros y ahorita regresamos —Guillermo va a su mochila y regresa con una libreta—. Necesito toda la información que se pueda sobre tu familia para poder decírselos.

Con la epidemia hay mucha gente intentando encontrar a su familia. Adultos cuyos hijos universitarios estaban en otras ciudades, personas que se encontraban fuera de sus lugares de origen cuando los aeropuertos se cerraron, niños que no saben leer ni escribir y que nadie sabe quiénes son, y otras personas que ahora que los miembros de su familia cercana han disminuido están buscando a familiares más lejanos.

Guillermo le ha dado la información de sus hermanos y sus papás a Vivien Radcliffe, que acaba de volver de Fort Hood. Y ella verá que puede hacer para intentar saber algo. Al parecer están trabajando en cosas de telégrafos y de la radio. La tecnología satelital está prácticamente muerta, es como si estuviéramos a principios del siglo XX mezclado con la época de la peste.

A pesar de que hemos intentando obtener respuestas a nuestras dudas, nadie ha podido asegurarnos por qué ha ocurrido la epidemia, y cuando le he preguntado a Santiago si su papá sabe algo nuevo, él solo se ha encogido de hombros sin mirarme, señal de que me está evadiendo, pero hoy no me quedan más fuerzas para presionarlo.

La teoría alienígena está cobrando más fuerza y aunque tampoco nadie de los refugiados en Applewhite ha visto nada con sus propios ojos, los rumores van y vienen.

Santiago y Guillermo me dejan un rato sola con el ya dormido Beto que está en el otro extremo de la cama reponiéndose también de su jornada.

A los niños a veces los ponen a pedalear en unas bicicletas que mediante la mecánica activan algunas cosas que se usan en Applewhite o incluso para generar luz al parecer. No lo han puesto a hacer eso todo el día, porque en realidad a los menores de 15 los tienen en una carpa donde hacen cosas como si estuvieran en la escuela, pero según sus edades deben cumplir con una cuota pedaleando en las bicicletas fijas.

Creo que a este paso él y yo vamos a terminar bajando la mitad de nuestro peso.

El dolor de espalda no me deja dormir y creo que pasa una hora hasta que Guillermo vuelve solo. No le digo nada pero desde la cama puedo ver un poco su silueta entre la oscuridad. Se quita la chaqueta y se arrodilla a su querida mochila de donde al parecer saca otra playera porque puedo ver un poquito que dobla los codos y se saca la otra para ponerse esa que supongo está más limpia.

—¿Es tu pijama?

—Ah, creí que ya estabas dormida. ¿Cómo sigues? ¿Te ha hecho efecto la pastilla?

—No estoy segura.

Él se acerca a la cama y en definitiva me llega el olor a ropa limpia. Yo sigo acostada boca abajo y siento su mano en mi espalda.

—¿Quieres que intenté darte un masaje?

—No creo que debas a hacerlo si vas a intentarlo, podrías lastimarme.

—Tampoco pensaba darte un masaje fenshui.

Eso me hace reír y me duele todavía más.

—Me parece que fenshui son cosas de filosofía china eh.

Guillermo también se ríe un poco y se sienta en la cama a la altura de mi estómago, empujándome un poquito para que le de espacio.

Sus manos están en mis hombros apretando un poquito. Se siente bien pero la verdad es que no disminuye el dolor, sin embargo poco a poco me relajo y me doy el lujo de cerrar los ojos. También siento sus manos entre mi cabello, como si me estuviera haciendo piojito*. Eso se siente bien y hasta me hace sentir más segura.

De repente aspiro por la boca y él para.

—¿Qué? —me pregunta.

—Nada, es que se me estaba escapando la saliva.

Lanza una carcajada que enseguida intenta callar cuando oímos que Beto se mueve un poco entre el sueño. Guillermo tiene mucha risa y como está cerca puedo ver un poco que aprieta los labios para no hacer ruido.

—Shhhh.

—Muévete mejor —dice todavía entre sus intentos por no reír—. Quiero dormir.

Se acuesta boca arriba y puedo ver sus ojos abiertos, me acomodo un poco de costado y estiro la mano para chasquear los dedos frente a su nariz.

—Oye —él se gira un poco hacia mí y habla un poquito más serio—. ¿Qué hacías?

—¿Antes de esto?

—Sí, ¿Qué es lo que estudiabas?

Ahora sé que él también se ha puesto a pensarlo porque por supuesto que ese tema ha venido a mi mente mientras estuve las horas con una pala en la mano. Acerca de que lo que hacíamos en la universidad tal vez ya no sirve de mucho ahora.

—Ya no importa. Aunque la epidemia se acabara mañana las cosas no van a volver a hacer como antes.

—Ya lo sé. Pero quiero saber qué hacías antes.

—Estudiaba R.I., iba a fiestas, veía películas, salía con Santiago a varios lados, estaba a punto de acabar de leer El señor de los anillos. Ya sabes, cosas normales. ¿Tú que estudiabas?

Es increíble como hace solo una semana fue un "estudio" y ahora es un "estudiaba".

—Licenciatura en comercio y negocios internacionales, pero no me gustaba.

—¿Qué quería estudiar entonces?

—No lo sé. No sabía para que era bueno.

—Oh, la crisis universitaria. Tranquilo, a casi todos nos pasa. Yo estuve un año sin saber qué hacer. A muchos les da a mitad de la carrera y a otros al final, que es lo peor.

—Pero tienes razón porque eso ya no importa. Todo lo que hacíamos lo hacíamos para un futuro que no era este y ahora que lo pienso es tan estúpido que haya pasado casi 2 años de mi vida estudiando algo que no me gustaba. ¿Te confieso algo muy tonto? Me siento raro sin internet y todavía de repente observo mi celular automáticamente, como cuando abres el refri y no sabes cómo es que llegaste a la cocina.

Yo también le he echado un vistazo aquella tarde a mi teléfono y de hecho e intentando marcar a un número de emergencia a pesar de que sabía que no funcionaría.

—Tu papá se apellida Treviño —suelta él sonriendo.

—¿Tú? No sé tu nombre completo.

—Ugarte.

—¿Y el segundo?

—Konradt.

—Konradt —repito—. Wil...

—Se pronuncia como V —me corrige él cuando yo ya lo estaba haciendo como W—. Wilhelm.

—Ok —respiro profundo—. Wilhelm Ugarte Konradt. Oye, suena bien, demasiado ra, pero bien.

—¿Tú eres solo María?

—¿Por qué? ¿No te gusta?

—No, no, para nada, María me gusta, es como la Virgen —de repente él suelta una risa que en vano ha intentado contener—. Bueno tú no lo eres pero...

—Solo cállate.

—Pero siempre está acompañado de algo, como María Guadalupe, María Luz, María Concepción, María lo que sea. ¿Cuál es tu segundo nombre?

—No tengo.

—Mentira.

—Soy María Pía ¿contento?

—¿Pía? —él suelta una carcajada y Beto se revuelve de nuevo.

—Shhh, lo vas a despertar.

—¿Qué es eso de Pía? Es como el Papa Pío —no deja de reírse y me está enojando de verdad—. Pío, pío, es como un pollo.

Ahora sí le doy un puñetazo fuerte en el brazo y entonces se aleja un poco y sobándose.

—No vuelvas a decir eso.

—¿Lo del pollo?

—Sí —nota que mi tono es sincero, estoy enojada en serio—. En la secundaria había una tonta que se llamaba Melanie, ella me decía pollito y todo mundo empezó a decirme así. Odio el apodo, de verdad lo odio, lo odie tanto que me hizo odiar mi nombre, así que no vuelvas a reírte.

—Oh.

La mano que tenía en su brazo que golpee la extiende para darme una palmadita torpe en la frente.

—Pía es un bonito nombre.

—No es cierto.

—Bueno, suena raro pero es bonito. No lo odies, es tu nombre, tus papás lo escogieron por algo.

—Porque estaban borrachos seguramente —con la última palabra estoy riéndome y Guillermo me imita.

Luego de un rato en que nos reímos de verdad intentando no despertar a Beto por fin nos quedamos callados, casi cansados de tanto reír.

—Hay que dormir —me acomodo boca abajo y el dolor de espalda que había olvidado un poco vuelve a molestar.

—No eres un pollo.

Eso me hace reír de nuevo y probablemente es lo que ocasiona que sueñe con Melanie, no de la manera en que me gustaría, porque varias personas de la secundaria se aparecen ante mí. No sueño con un reencuentro de compañeros de la adolescencia, más bien sueño ese lugar en que conocí a Santiago mezclado con cosas de Applewhite en las que aparezco cavando las fosas para varios de ellos.

La pesadilla me hace despertar junto con el dolor de espalda. Me reincorporo y aunque no sé la hora debe ser de madrugada y por allá debe haber algún grillo.

Beto se ha adueñado de la mitad de la cama de alguna forma y yo intento alcanzar la tableta de analgésicos que está sobre el buró sin aplastar a Guillermo.

Doy un brinco cuando su mano está sujetando mi antebrazo.

—¿Qué pasa?

—Solo iba a tomar otra pastilla.

Me facilita el trabajo y me alcanza tanto el vaso de agua como las pastillas. Sé que me está observando mientras bebo y de repente me pone una mano en la mejilla y luego en la frente.

—Es solo febrícula —argumento en un susurro—. Creo que es porque estuve en el sol y créeme, nunca hice tanta actividad física en un solo día.

—Tal vez si aprendes a disparar le decimos al General y puedes dejar de cavar sin que se vea como si tuvieras privilegios. Si estás con Santiago y conmigo sería mejor, además creo que ahí se enteran más rápido de las cosas porque estamos con algunos soldados.

—Nunca he sostenido una pistola.

—Por eso te voy a enseñar.



*Piojito: Así se le dice cuando te hacen cariñitos en la cabeza, de esos que luego te empiezan a dormir.


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