Capítulo 11-39


Estoy secando el sudor de mi frente cuando Arturo por fin frena. Walter despierta a Lázaro y Giselle y ellos se desperezan mientras me bajo de la camioneta y sueltan al pobre Rony que desde hace una hora ya estaba desesperado por brincar de la batea.

Ya no soporto el calor, el único momento que lo soporté fue hace dos días en las costas de Oaxaca, donde olvidamos un momento el asunto que nos lleva al sur y todos miramos el más hermoso atardecer, admirando la belleza de nuestro planeta. Fue ahí donde Lázaro me confesó lo que había hecho enojar tanto a Guillermo.

Aparte de primero alardear diciendo que nosotros habíamos tenido sexo, después le dijo si su familia había matado judíos. No soy quien para comprender si eso era razón suficiente para que Guillermo le apuntara con una pistola, y de hecho no hemos hablado del tema. Me parece grosero sí, que le hubiera dicho eso, pero he perdonado a Lázaro y él está un poco arrepentido. Cualquiera lo estaría si casi te disparan.

Aumentamos dos autos en el camino, todos son hombres y hay un chico de 13 años, guatemalteco y alemán, muy alto para su edad, flacucho, rubio y demasiado lleno de sed de venganza.

Recuerdo que en una clase conocí acerca de los alemanes que llegaron a Guatemala por los cultivos de café, asuntos de la expulsión después de la Segunda Guerra Mundial y los que todavía viven, vivían. Lo que sea.

Se llama Dieter, no me cae del todo bien porque siento que se cree muy superior pero el pobrecito vio morir a toda su familia, incluida su hermana de 9 años. Tiene pesadillas y Guillermo ha estado platicando con él, incluso se ha dormido a su lado. No estaba segura que Guillermo fuera la mejor opción hasta que vi que al niño le regresaba un semblante un poco más de su edad, aunque sigo teniendo mis dudas, estoy segura que Dieter le recuerda a sus hermanos. Tampoco hemos hablado de ese tema. En realidad nos hemos limitado a besarnos cuando él quiere y a entrenar disparos cuando yo quiero, ningún tema escabroso. Ni siquiera me ha contado cual es exactamente el plan cuando encontremos la nave, aunque al paso que vamos espero que sea antes de que nos exterminen. Hace un día vimos pasar una nave muy a lo lejos, con dirección sur-norte.

Rony se acerca para lamer mi mano y da unos saltos queriendo jugar, encuentro una rama de unos árboles que están en el parque, se la lanzo, Rony va por ella y cuando regresa no puedo quitársela. Creo que no comprende el juego, tal vez porque es un labrador. Me estoy divirtiendo de verdad intentando quitar la rama de entre su hocico hasta que veo a Guillermo pasar con aire distraído.

Olvido a Rony y sigo a Guillermo, que se acerca a la catedral que se presenta ante nosotros. No soy muy buena para identificar las cosas arquitectónicas pero esta es en definitiva una catedral de algún tipo de gótico.

Guillermo entra sin voltear hacia atrás y voy por él.

Dentro lo encuentro caminando derecho hasta el que parece el altar principal. Mis pasos resuenan por las botas pero él no voltea.

―¿Todo bien?

Asiente de nuevo sin girarse, me coloco a su lado en silencio.

―Ya sabes, hay mucha gente que se esconde en las iglesias. Vine a ver si había alguien.

Eso lo sé, en Puebla encontramos más de 100 personas escondidas en la catedral. Ninguna quiso unirse a nuestra caravana.

―Casi no hemos hablado ―cambio el tema. Ni siquiera tengo que decirlo, él lo sabe―. ¿Quieres hablar?

―Mmmmm.

Quisiera entrar en su cabeza, conocer las cosas que no ha terminado de contarme y lo que pasa por ella.

―Mira ―Me da la cara y extienden ambos brazos tan diferentes uno del otro. El derecho lo tiene en tono claro, con algunos toques que indica que ha estado en el sol. El izquierdo está bronceado, con un bonito color cobrizo con destellos dorados.

―Ohhh, estás bien quemado ―Presiento que lo ha hecho para cambiar la conversación pero le sigo la corriente un momento.

―Es cuando manejo.

―Sí, lo he visto antes. Pero me gusta cómo queda en ti. No quedas como esos güeros, rojo, rojo, rojo.

―Es lo bueno de tener sangre latina ­―Medio sonríe y vuelve a mirar hacia el altar―. Dieter dijo que era una lástima que no fueras alemana ―suelta sin más.

Si el comentario era algún tipo de elogio no lo tomo así, ¿qué tiene de malo que no sea alemana? Otro punto en contra del hermano adoptivo de Guillermo. Sospechaba que el chavo era medio racista, pero no estoy para hablar de él.

―¿Por qué te enojaste con Lázaro?

La pregunta lo toma de sorpresa porque voltea hacia mí con los labios entreabiertos y parpadea varias veces antes de negar con la cabeza.

―¿Qué? ¿No te lo ha dicho? ―Se ríe medio sarcástico―. Llevas con él desde Oaxaca.

―Estamos en la misma camioneta ―Me enoja el comentario y me coloco lista para atacar―, si no hubieras intentando matarlo estarías con nosotros.

―¡No digas eso! Él dijo, dijo...

―¿Qué tú familia mataba judíos?

Hay un silencio sepulcral después del eco de mis palabras rebotando en los muros, luego él se ríe.

―Por... ¿por qué todo mundo sigue con eso? Es ofensivo creer que todos los alemanes son o fueron nazis. Hubo más propaganda, eso lo sé, no la hubo para lo que sucedió en Japón porque la historia la escriben los vencedores.

Arrugo el entrecejo, una parte de mí teme lo que está diciendo.

―Lo hicieron ¿verdad? Por eso te enoja tanto.

Su resoplido es gigantesco, se sienta en una de las banquitas sin mirarme a los ojos. La palma de su mano va con lentitud de su barbilla a su nariz y de ahí a su frente.

―No quiero presionarte ―Y de verdad no lo quiero―pero aparte de los besos y vernos desnudos creo que podemos confiar en contarnos otras cosas, somos amigos después de todo.

De nuevo silencio que se corta luego de un par de segundos que me tiene en ascuas.

―Mi mamá dice que en ese tiempo era lo normal afiliarse al partido, mi bisabuelo lo hizo ―Hace una pequeña pausa y vuelve a mover su mano, para meterla entre su cabello―. No viví en esa época, no puedo juzgar del todo lo que tuvieron que hacer. Era casi obligatoria unirse a las juventudes hitlerianas y también mi abuelo tuvo que hacerlo. Mi mamá dice que le costó mucho hablar de eso, conmigo no lo ha platicado nunca

Me siento a su lado sin saber que decir. La matanza de judíos durante la Segunda Guerra Mundial me parece especialmente terrible por lo metódica que fue, aunque también quiero entender lo que dice él, hubo otras cosas espantosas y sin embargo se condenaron menos. Hiroshima es un gran ejemplo. Palestina era hasta unos meses el recordatorio de algo absurdo, Israel atacando a un pueblo, olvidándose de sus propios sufrimientos en la guerra. 

Todos los países estaban metidos en sus propias peleas e intereses hasta que día nos sorprendieron dos meteoritos y cambiaron nuestro planeta. Ni siquiera he pensado a profundidad de qué manera lo estarían llevando otros países o zonas.

―Lo siento.

―¿No huirás de mí? ―Por fin me mira.

―No eres lo que hizo tu abuelo o tu bisabuelo.

―Casi lo mato, no dejo de pensar en eso. Estuve a nada de hacerlo.

De nuevo silencio. Observamos el altar, las iglesias son de hecho unas de las cosas más respetadas no por las bombas sino por las personas que se quedaron.

­―A mi tatarabuelo lo mataron los carrancistas en la Revolución ―digo rozando su mano, esperando que esto ayude―, era un hacendado y cuando lo mataron el resto de la familia perdió todo.

―¿Por qué me cuentas eso? ―Me observa con las cejas casi juntas y a una parte de su cabello castaño le toca un rayo de luz. Me aguanto una risa por lo angelical que se ve.

―Porque... si era hacendado lo más probable es que maltrató peones y obreros ­­―Trago saliva―. Pero nosotros no tenemos por qué ser así ¿entiendes mi punto? Y... muchas cosas las hemos hecho para sobrevivir. No te quedes con eso Guillermo.

Te va a volver loco, más de lo que creemos ya estar, le quiero decir.

Un fantasma de sonrisa casi aparece, desvaneciéndose tan rápido cómo llegó. En vez de eso pasa un brazo por mis hombros.

―Nunca lo había platicado con nadie fuera de mis papás, bueno, y Vivien ―Hago un exagerado círculo con los ojos a propósito para que él se relaje un poco. Lo medio logro porque se acerca menos receloso y murmura―. No sé qué haría sin ti.

―Cállate. No sé qué haríamos uno sin el otro.

**

Después de Santa Ana vamos para San José, en Costa Rica. Walter me cuenta que estuvo ahí apenas el verano pasado, que recuerda la frase Pura Vida tan representativa de los costarricenses. Pero cuando llegamos es la primera vez desde que salimos de la ciudad de México que se nota tan apagado. La ciudad está apestosa igual que todas, con marañas de flora creciendo desordenadamente, animales sueltos, tiendas saqueadas con letreros caídos de ofertas en colones*, alguno que otro andariego, unos más violentos que otros. Walter solo pronuncia unas palabras: Todo ha cambiado tanto.

Antes de la epidemia yo solo había ido una vez a Los Ángeles a visitar a la familia de mi mamá, pero era una niña y casi no lo recuerdo. Ahora he estado en cuatro países diferentes. Y cada lugar que pasamos hace que piense en varios nombres, el de Santiago, el de mi madre, el de mi abuelo, mis tías, mis primos e incluso las mejores amigas de la facultad Guadalupe y Paulina, con las que nunca fui tan unida como con Santiago. Pero hay un nombre que ahora resuena más fuerte y es el de Hilary.

Cada poblado, cada día que pasa puede que esté más muerta que el anterior y eso está haciendo que se me quite el sueño.

Permanecemos en San José un día, y luego seguimos el camino que nos ha estado dejando el Coronel y el Capitán desde la ciudad de México. Mensajes al lado de las catedrales o de las iglesias más grandes, o con personas que nos aguardan solitarias en pueblos y ciudades.

Ahora tenemos que ir a Colón, en Panamá, son más horas y horas de viaje. Ya me duele la espalda por los largos trayectos pasándola sentada y por si fuera poco nos equivocamos de camino, así que hay que regresar otra hora. Lo único que me queda hacer es intentar grabar en mi mente los paisajes que me parecen bonitos. No las ciudades centroamericanas, no porque les falta el ingrediente principal: un bullicio de gente.

Entre Walter y Arturo se turnan para manejar, Giselle la mitad del tiempo tiene los ojos en mapas y mapas, porque nuestra camioneta es la que guía a la caravana y yo a veces la ayudo leyendo los letreros de la carretera.

Walter va tarareando una canción ochentera mientras vamos pasando una ciudad, Giselle dice que se llama David y que ya estamos en Panamá.

Arturo y yo encontramos miradas, él va a mi lado, entre Giselle y yo. Pero ninguno de los dos la aparta, encontramos a Santiago en los ojos del otro. Él era su hermano y yo su mejor amiga.

―¿Cómo es que... volviste a encontrar al General? ―He soltado las palabras sin medir las consecuencias. Él arruga toda la cara.

Para la mala suerte del General, Arturo es quien más se parece a él. De cabello menos rizado, negro, nariz aguileña, labios delgados. Sus ojos grandes y la cara ovalada es lo que más me recuerda a Santiago.

―Después que mi novio murió ―Su mirada de pierde en el respaldo del asiento delantero―. Fui a enterrarlo cerca del único panteón que me era conocido, ya sabes, creo que fuiste con Santiago varias veces. Donde está nuestra mamá. Gracias por haber sido buena con él ―Arturo medio sonríe y sus ojos negros se mueven al paisaje―. No te vayas a enojar pero antes de que me corrieran de casa sé que mi papá y yo queríamos que fueran novios.

―¡Ja! Eso nunca iba a pasar.

―Él también lo dijo.

Reímos un poco y hasta Walter pregunta que sucede. Arturo se muerde el labio para detener su risa y el gesto me lastima. Santiago también se mordía el labio al reírse.

―Supongo que estaría contento ―digo rápido para no dispersarme en mis pensamientos―. Que tú y el General se lleven bien...

―No nos llevamos bien ―Arturo me interrumpe, aprieta un poco los labios y entrecierra los ojos―. Nunca me llevaré bien con él hasta que en sus palabras, deje de ser un desviado. Prefiero evitar que me vuelva a decir que no quiere a un maricón viviendo bajo su techo. Solo estamos aliados en esto, mientras dure. Santiago era su favorito, yo no.

Quiero platicar de otra cosa para dejar el aire tenso de un tema que inicié. Incluso Giselle se ha quedado quieta fingiendo que observa un mapa pero sé que lo ha escuchado todo. Hasta Lázaro, que por el retrovisor me dirige una mirada de reproche, como si fuera mi culpa, como si él fuera la mejor persona para no meter la pata.

Decido no volver a hablar en el camino si no me preguntan algo. Pasan horas y más horas. Nos quedamos en un lugar a pasar la noche, porque nuestros conductores ya no aguantan, se llama Penonomé y cada que intento pronunciarlo se me traba la lengua.

Giselle convence a Radcliffe de quedarnos en el observatorio, no sin antes dar una vuelta en búsqueda de personas. Solo encontramos a una pareja, que nos cuentan que el General y el Coronel también pasaron por ahí y varias personas se les unieron.

Walter está tan de mal humor que ignora a todos y es junto con Arturo el primero en quedarse dormido, deben de llevar manejando al menos 30 horas; Radcliffe, Guillermo y Dieter han formado su club de descendientes de alemanes y se quedan platicando lejos del resto. Yo ayudo a Giselle a prender una fogata y después todos los que aún no hemos caído rendidos estamos cenando salchichas de paquete asadas, aventando pedacitos a Rony que mueve la cola feliz y olfatea por todos lados. A mí me sabe más a plástico, pero si alguien logró salvarlas hasta este momento se agradece.

A la mañana siguiente reanudamos el viaje. En algún momento cruzamos el Canal de Panamá, por un puente que según Giselle se llama Centenario. Al pasar por él nos mantenemos en silencio e incluso se reduce la velocidad para que nuestros conductores también lo admiren.

No quiero interrumpir el momento de asombro con mis pensamientos: ¿Cuánto tiempo resistirá este puente si ya nadie le da mantenimiento? Me callo a mí misma en mi mente. Admirando solo el paisaje e intentando no tomar en cuenta un barco que se ve a lo lejos, no se mueve, está cerca de la orilla y ladeado, seguro encalló.

Salimos de nuestra ensoñación al estar del otro lado del canal. Giselle le sigue dando instrucciones a Lázaro, que ahora conduce bajo la atenta supervisión de Walter.

Hay más y más kilómetros. Me duermo un rato, me vuelvo a despertar, miro hacia atrás donde a lo lejos veo que sí nos siguen los demás carros, me vuelvo a dormir unos minutos que me parecen horas, tomo un poco de agua, pregunto cómo cuánto tiempo falta, vuelvo a cabecear y para la siguiente ocasión que me despierto estamos llegando a la ciudad de Colón.

Se siente la humedad, me da en la cara por las ventanas que tenemos abiertas. Seguimos los recados del Coronel, tenemos que llegar al puerto de cruceros o alguna cosa así ha dicho Walter a Giselle.

Pasamos por una avenida triste y calles con construcciones que parecen más bodegas que otra cosa y edificios más altos unas calles a lo lejos, no hay ni una persona pero sí uno que otro cadáver tirado en medio de la calle. Qué acostumbrados estamos ya a la muerte ajena.

Pronto nos encontramos a la orilla del mar, en una calle que corre media paralela. Una malla que debió asegurar que la gente no fuera a la orilla está caída.

Bajamos de la Lobo. Walter, Radcliffe y Giselle miran el mapa y a su alrededor. Yo me estiro intentando alcanzar el cielo y luego observo el mar. Solo hay un buque de carga hacia la derecha, que parece haber chocado con la orilla. Camino hacia Guillermo que está platicando con Dieter cerca de una palmera, pasando por encima de la malla caída. Este último se da cuenta que me acerco, hace una mueca y da por finalizada la charla en un tosco alemán antes de que yo llegue.

―¿Y ese que se trae? ―suelto señalando con la cabeza a Dieter que ya se aleja.

―¿Dieter?

―Sí ¿quién más? Sé que es un adolescente pero yo no era tan grosera como él en la época más confusa de mi vida.

―Perdió a su familia.

―Y Beto, y Hilary, y Scott. No lo defiendas, es un mocosito engreído.

―¿Es en serio María? ―Alza los ojos al cielo, se ha enojado pero no me importa, Dieter ha pasado a caerme mal.

―Mira, ya sé qué tienes debilidad por todas las personas con quienes compartas un poco de historia por tu familia materna, y que nos hemos estado alimentando con comida empaquetada desde hace días y tal vez eso nubla el juicio...

Me callo y Guillermo inclina la cabeza invitándome a continuar, pero lo que veo es más interesante.

Un barco se acerca, es un crucero, y no tiene facha de estar vagando por los océanos, alguien debe estarlo llevando.

Guillermo voltea a sus espaldas y una sonrisa de oreja a oreja aparece en su rostro.

―Ese debe ser nuestro transporte.

­―Nuestro transporte ―repito con un tonito que exige una explicación―. ¿Vamos a ir en eso?

―No hay manera de continuar por tierra, lo estuvimos platicando...

―Yo no estuve en esa plática.

―Bueno tú no, pero Walter, Vivien y Giselle sí, con el Coronel antes de que se fueran ellos.

Me encabrono. Me siento excluida, nadie lo mencionó en el camino. Ni Walter. Maldito traidor. Ni Guillermo, ¿no se supone que nos contamos todo?

―No lo dijiste.

―Se me pasó.

―¿Se te pasó? No mames Wilhelm.

―Ok, no uses mi verdadero nombre cuando intentas regañarme, eso solo lo hace mi madre.

Ignoro la comparación, lo último que quiero es que cuando yo diga algo él piense en su mamá.

―¿Y entonces van a subir todos los carros? ¿Quién maneja esa cosa?

―De hecho, no vamos a subir ningún carro.

―¿Qué?

Algo aprieta en mi corazón. Por reflejo giro la cabeza en dirección a la Lobo.

―No. La Lobo ha aguantado, hay que llevarla a como dé lugar. Te juro que no encontraremos una camioneta tan buena...

Guillermo no se burla por la tontería que estoy diciendo, se acerca a mí para rodearme con los brazos y acercarme a su pecho. Él lo sabe, por qué no quiero dejarla. Sé que es una camioneta, solo una entre tantas parecidas, pero significa para mí, es su camioneta. La de Santiago.

Siento como si fuera a llorar pero ninguna lágrima moja la playera roja de Guillermo. Mientras él pasa sus manos por mi espalda me estoy prometiendo no volver a llorar nunca, no hasta que esto acabe y pueda volver por la Lobo. Han sido demasiadas lágrimas y haré lo que mi mamá decía: de tripas corazón.**

Lo voy a hacer. Se lo prometo al mar que tengo enfrente, y lo más importante, lo prometo a mí misma.


*Moneda de Costa Rica

**No sé si en sus países lo digan. Al menos aquí es como guardarte algo que duele o enoja, una situación difícil para hacerle frente.


********

Tengo que darles un montón de gracias a todas las personas que hicieron que este capítulo fuera posible (creo que es el que más se me ha dificultado por las decenas de dudas que había en mi cabeza). A Ana por contestar mis preguntas a media noche (ella tiene varias historias de romance, si el amor es lo suyo vayan allá @Greyssed14); a @Maya15estefania@ManuelaTM33 y @NazlhyAlvarado por ofrecer su ayuda, contestar varias cosas y leer esta historia. 

No sé que hubiera sido sin la buena onda de todas ellas. En serio, gracias.

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