♧ x49

—Baba no va a morir, ¿verdad?

La cuestión de Melody se perdió por los pasillos desérticos del hospital. En aquel entonces, Rodrigo sufría de mudez. No podía despegar la mirada de la sala de urgencias donde hubieran entrado con Baba.

La mujer no podía morir. No podía abandonar a su hijo. Sin ella... Dalai perecería. Su muerte sería algo que no podría sobrellevar, y menos en su situación actual. 

Melody permanecía cabizbaja, con sus manos unidas, repitiendo la misma súplica, rogando a los cielos que le dieran a la mujer otra oportunidad.  Y entre sus ruegos surgió la última faceta que avistó en Dalai, un rostro pálido, horrorizado con lo que acababa de acontecer. Entre tanta pared humana buscaba ver la figura de la mujer, certificarse que su pecho se hinchaba. Era inmune al miedo, a la presencia de los humanos que una vez le asustaron tanto.

Melody permaneció inmóvil, incapaz de decidir si debía seguir a los hombres que se llevaron a la mujer o permanecer al lado de Dalai. Al final emprendió una correría. La culpa la arrancó del lugar. Sí, porque el que Dalai estuviera allí era su culpa, y también lo que le había ocurrido a la mujer. Si tan sólo no le hubiera enviado un mensaje a su cuenta, si tan sólo no le hubiera hecho una videollamada... Jamás debieron de conocerse.

Las lágrimas fluían en una corriente continúa, interminable. Apenas podía inspirar oxígeno. Estaba a punto de desplomarse, pero aún así continuaba recitando la misma súplica.

Permaneció el silencio durante mucho tiempo, horas, hasta que la luz se apagó y finalmente una persona salió. 

—Doctor, ¿cómo está la señora?

🧜‍♂️🧜‍♂️🧜‍♂️

—Mamá... Mi mamá...

Dalai se arrastraba constamente, no hallando paz de ningún modo. Su cabeza procesaba miles de escenas del pasado en las que Baba participaba.  Añoraba tanto su calidez, el amor puro que siempre le entregó. No podía sostener su sangrante corazón.  Se estaba muriendo al imaginar a Baba tendida sobre una cama sin vida. Más tarde yacendo bajo la tierra.

Apretó una mano contra su pecho, el que le dolía considerablemente, y entonces el aire dejó de circular en su organismo. Por mucho que trató no halló modo de inspirar más oxígeno.  Pudo comprender el horror que los humanos padecían al ahogarse. Aferró sus manos alrededor de su cuello. Se estaba ahogando. 

Su consciencia estaba ya por un hilo cuando sintió como su cuerpo alcanzaba la superficie. Escuchó un murmuro de voces a su alrededor.  Tuvo la sensación de que le estaban tocando. Algo cubrió su boca. Habían figuras desenfocadas moviéndose a su alrededor.

—Mamá... —Susurró antes de perder total noción de lo que estaba ocurriendo.

Quizás Baba le estaba llamando para irse con ella. Quizás en ese otro mundo él no fuera más un tritón, sino un humano, su hijo de verdad.  Tuvo la sensación de que el vientre de Baba sería el lugar más cálido que existiera.  Ojalá él hubiera estado en verdad allí.  Envidió a su hijo, el que consideraba su hermano mayor.

—Ojalá fuera humano. 

Ese comentario escapó un día de sus labios, después de escuchar la animada conversación de madre e hijo, proveniente del salón. 

Entonces pegó un sobresalto cuando el careto dócil de la mujer se presentó ante el hueco de la puerta. 

—Cariño, tú eres mucho más increíble que un simple humano —Dijo la mujer con una amplia sonrisa.

—Apenas soy un tritón deficiente... —Posó la barbilla en el borde de la bañera, mostrando total desánimo —Quisiera ser tu hijo, Baba. 

—¡Canijo, tú ya eres mi hijo! —le señaló con el índice, luciendo un ceño arrugado. Parecía enfadada.

—Lo sé, pero... Me habría gustado gestarme en tu vientre.

—En ese caso no serías tan atractivo —Comentó su hermano mayor, apareciendo tras el marco de la puerta.  Venía cargando consigo una sonrisa forzada. Él no se consideraba un tipo para nada atractivo. 

—¡¿Cómo dices?! —La mujer se sacó una zapatilla y la alzó amenazadora —¡Yo fui muy hermosa cuando fui joven y lo sigo siendo!

Baba en verdad creía en lo que decía. 

—Mamá, no lo digo por ti, sino por papá...

—Ah, ahí te doy razón, era realmente feo, pero tenía un grande corazón —Baba esbozó una sonrisa repleta de nostalgia, mientras apretaba una mano contra su pecho. 

—No me habría importado ser más feo, con tal de ser humano —Comentó Dalai con total convicción —En verdad hubiera deseado nacer de ti, Baba.

El pequeño tritón pegó una mejilla contra el vientro de la mujer, cargando en sus labios una grande sonrisa.

En aquel entonces Baba sonrió realmente dichosa y envolvió a su pequeño con sus brazos.

Dalai no podía arrancar aquella dulce sensación de su ser, la memoria de Baba, y al mismo tiempo padecía de una extraña ausencia que iba creciendo en su pecho, como si su ser estuviera en conexión con los latidos de Baba, los que cada vez eran menos constantes, hasta que desaparecieron por completo.

—¡Baba!

Se alzó bruscamente, topándose con un vacío que no se prolongó siquiera un segundo. Su cuerpo sufrió la caída, además de la extracción de la aguja que tenía clavada en su muñeca y el tirón de la máscara transparente que tenía sobre su boca.

Estaba aturdido, confundido. No comprendía el lugar donde se hallaba. Su vista todavía no percibía la realidad con naturalidad. El pecho le dolía demasiado.

—Tranquilo, no te muevas...

Retrocedió cuando avistó una figura agachándose junto a él. Pese no siendo clara su visión, fue consciente de la bata blanca, lo que hizo comprender que había estado a punto de morir, pero aquellos extraños le habían obligado a seguir con vida.

Apretó los labios. Desde que le capturaron se prometió a sí mismo que no le hablaría a ningún humano. No les permitiría escuchar su voz.

—No voy a hacerte daño —Insistió la voz masculina ante un nuevo retroceso por su parte.

Dalai no le hizo caso. No pretendía confiar en ningún humano. No iba a obedecer. Sabía lo que querían de él.  Era por aquella parte deficiente de su ser por lo que le habían comprado.  Apenas lo usaban como un objeto de colección.  Eran ajenos a sus sentimientos, al daño que le estaban causando a él y a los suyos.

Las voces de sus visitantes todavía taladraban sus oídos.  Las quejas de los niños, las intensas miradas posadas sobre él, los constantes flashes de las cámaras, sus comentarios de sorpresa, el deseo de varias mujeres a sus maridos, los que prometían que tratarían de obtenerlo para ellas.

Su pecho comenzó a hincharse con más frecuencia a causa de la sequedad de su cola, mas no dejó que la mano ajena le ayudara, apenas siguió retrocediendo hasta que lo apresaron varias manos. Entonces, no puso resistencia, siquiera tenía fuerzas para ello.

Lo regresaron a su cárcel, a su expositor.

Alguien le estaba mirando. Reconoció el rostro de su compradora.  Había recuperado su visión. 

—Está muy pálido —La escuchó decir. Le veía con el rostro ligeramente deformado por la preocupación —¿Le estáis dando de comer algas?

—Sí, señora, pero no las toca. Se niega a comer —Le informó uno de aquellos hombres de uniforme negro.

—Oye —La mujer ofreció dos golpecitos al cristal. Se dirigía a él —Si comes dejaré que mañana veas a Melody.

Dalai no se inmutó.  No expresó ningún tipo de emoción. 

—Sé que puedes comprenderme.  ¿Por qué no hablas conmigo? Estoy segura de que nos llevaríamos bien.

Nada. Dalai permaneció con la mirada puesta sobre ella, mas no dijo nada. Era como tener a un muñeco en el interior de una pecera.

—Héctor, a este paso van a tener que alimentarte por vena, ¿es eso lo que quieres?

La mujer lució cierta confusión cuando una pequeña sonrisa, turbia por el movimiento del agua, apareció en los labios del tritón. 

Melody no le había dicho su verdadero nombre.  Se lo había callado. Cuanto se lo agradecía.  Aquellos humanos no merecían saber más de él. 

Ignorando a sus espectadores, se tendió sobre la arena y cerró los ojos. Esperaba poder dormir y encontrarse con sus seres queridos en sueños. 

Por extraño que pudiera parecer, el sueño lo consumió a los pocos minutos de intentarlo.

Entonces, el sonriente rostro de Melody surgió.

—Dalai, ¿quieres salir un rato?

—Melody... —Su rostro se sumergió bajo un puñado de lava ardiente. Se alzó escandalizado —¡¿Pero qué haces en mi casa?!

La chica permaneció muda ante él, pestañeando con un eje de vergüenza muy luciente en su rostro.

Dalai no comprendía la razón de dicha expresión, hasta que un hilo de viento frío se coló por una rejilla de la ventana y se escurrió por su pecho desnudo.

—Melody, ¿podrías salir un momento?

La chica permaneció prendada de su atractivo, hasta que escuchó el carraspeo del joven. Sacudió la cabeza, asintió y abandonó la habitación. 

—Cielos... Esta chica no tiene remedio —Se alzó de la cama, sobre sus pies y se encaminó hasta la ventana, la abrió totalmente y sacó la cabeza al exterior. La brisa marina no tardó en ser inspirada por él. 

Era un bonito día de otoño, decorado por las hojas rojizas del jardín y el suave brillo del sol. Era un día perfecto para salir a caminar junto a Honguito. Una cita. Dicha palabra seguía causando en él un sinfín de sentimientos. No podía pensar en ella sin tener la consecuencia de parecer una hoguera.

—Jovencita, ¿te gustaría tomar un poco de café? —Le ofreció Baba a Melody, la que permanecía apoyada de espaldas a la pared izquierda junto a la puerta de la habitación de Dalai.

—Ah, no, no se preocupe por mí —Negó con cierta pena.

—No seas tímida. En un futuro serás la esposa y madre de los hijos de Dalai, y también mi adorable hija —Baba dio golpecitos en el asiento de una silla, invitándola a sentarse.

Melody sintió su rostro ardiendo. Qué hermosa imagen había creado la señora en su cabeza con su comentario.

—Ah, sí...

Tímidamente ocupó el asiento y envolvió la taza de café con diseño floral que la mujer le ofreciera ya con el contenido caliente. 

Baba iba a proceder a tomarse su café, pero el sonido de unos golpes procedentes de la puerta de entrada la interrumpieron. 

—No, muchacha, tú eres la invitada —Negó la mujer cuando Melody tuvo la iniciativa de alzarse —Tómate tu café tranquila.

La mujer caminó hasta la puerta y la abrió.

—Oh, vaya, qué sorpresa encontrarte aquí —Rodrigo no pudo ser más sarcástico. —Mi adorable hermana, no está bien que salgas de casa sin avisar.

En el mundo ideal de Dalai, Melody había sido adoptada, junto a sus hermanos, por el padre de Rodrigo, librando así a su amada del infierno.

Dalai salió entonces de la habitación, ya luciendo en condiciones. Con su cabello perfectamente peinado, atado en una coleta y con el final de la camiseta metido en el interior de los pantalones. 

Melody se ruborizó al verle. No estaba acostumbrada todavía a su belleza.  Aunque ella no era la única.  Dalai también sufría de lo lindo con su grata presencia.

—Canijo, no te vayas a secar, tómate un vaso de agua —Le ofreció su mamá, viéndole con burla.

—¡Mamá! —La pena le enajenaba.

Las carcajadas no se demoraron en explotar.

Aquel humilde hogar estaba impregnado de una calidez única, la que estimaba con creces. Era la imagen perfecta.  El mundo en el que debió vivir, y sin embargo, la realidad era muy distinta. Nada de aquello debía de estar ocurriendo. 

La imagen de Rodrigo, parado frente a él, tras el cristal de su prisión no era real.

—Dalai, lo siento...

Se negaba a escucharle, a aceptar la realidad que le era transmitida. Sacudió la cabeza.  Se cubrió las orejas. En verdad no quería saberlo.

—Baba, ha muerto...

Nada le dolía más a Rodrigo que ser el que debía de transmitirle la noticia.  Al principio había pensado en ocultárselo. Ya era demasiado el sufrimiento que cargaba, pero sabía que Dalai buscaría saber lo acontecido en cuanto le viera, y mentirle estaba fuera de cuestión.  No quería ilusionarle en vano.  Que esperara por una visita que jamás acontecería.

No volveré a ver a Baba.  Aquella frase se repetía constamente en su cabeza, acompañada de imágenes de la mujer, de sus abrazos, sonrisas...

—No... No es cierto...

Se abrazó. Buscó en sus brazos algún tipo de consuelo, de calor, pero apenas se deparó con un profundo vacío, un frío que heló su ser. Comenzó a sufrir más de aquella desesperación. Frotó sus brazos. Nada. No había nada. Baba ya no estaba. No le había a rescatar. No iba a sacarle de allí. 

—Baba, Baba... Mamá, ven a buscarme, mamá...

Movía los brazos en busca de aquel abrazo, aferrándose a los recuerdos, a su viva imagen. Clavó los dedos en los antebrazos, cada vez más profundo, hasta que como agujas se introdujeron en su carne, pero no dolía, su cuerpo ya era ausente de dolor. En su rostro ya no había rastro de nada, salvo la esencia de la locura.

Sintió que tiraban de sus brazos, que buscaban arrancarle los dedos de la carne. La sangre bailaba en el agua. Rodrigo le veía con absoluta desesperación.  Estaba diciéndole algo, pero nada escuchaba. Lo único que captaba sus oídos era la voz de Baba.

Dalai había abandonado aquel mundo podrido y ahora vivía en el que su mente había originado.

Envolvió la mano de Melody y tras un sinfín de bromas tanto de Baba como Rodrigo, salieron de casa luciendo sus rostros bochornosos. 

—Qué pesados —Murmuró Melody, apretando suavemente la mano de su pareja.

—Ok...

En aquella realidad seguía siendo un chico muy tímido.  Un detalle que pudo omitir, pero no quiso hacerlo. De otro modo todo habría perdido su mágica esencia. Lo único que debía de borrar era su cola, el ser un tritón. 

Ahora, ya podía existir. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top