♧ x45

-Ay, no sé...

Dalai se hallaba solo en su habitación, reproduciendo una y otra vez aquel vídeo que grabara hace poco con la ayuda de su amigo.  Aunque Rodrigo le hubiera dado el visto bueno, no una, sino varias veces, seguía sin convencerle. Había dicho al final del vídeo que a veces lo imperfecto era lo que más gustaba. Ahora ya no estaba tan seguro de ello.

Se removió indeciso, movió suavemente su cola, comenzó a morderse las uñas. Se mantenía en la pantalla del chat, viendo el archivo de vídeo, pulsando y cancelando el envío. No quería que Melody se decepcionara tras haber aguardado tanto por el vídeo.

-No sé...

Volvió a reproducirlo y entonces le pareció más horrible que las veces anteriores. Desafinaba, según él.  Era desagradable.  No era lo suficiente bueno. No transmitía todo el amor que sentía. ¿Estaba bien enviarle algo que no le complacía?

Arrugó el labio inferior. Era incapaz de decidirse. Había pensado en eliminar el vídeo y grabar otro cuando Rodrigo tuviera tiempo, pero tampoco era capaz.  Cuando iba a hacerlo sentía que aquel vídeo era más especial de lo que pensara antes.

-¡Esto es tan complicado! -Gritó, sintiendo su corazón tambaleante, inseguro en su pecho.

Cuando pensaba profundamente en Melody le ardía el pecho. La amaba tanto. La necesitaba tanto. Ojalá pudiera estar ahora con ella, cantarle en vivo todos los días, amarla como se merecía.

-Quizás le diga la próxima vez que la vea...

Observó aquella parte de él, la que antes odiara tanto, pero que poco a poco le afligía menos.

¿Por qué sentía que Melody encajaría su realidad? No le iba a señalar como un monstruo ni iba a repudiarle. Estaba seguro de que le confundiría mucho, quizás necesitaría incluso tiempo, pero, sentía en el alma que ella volvería a él y se amarían para siempre.

Quizás se estaba ilusionando demasiado, pero no le importaba, estaba dispuesto a arriesgar, por ella, por la mujer que amaba.

De repente, un extraño ruido irrumpió en sus pensamientos. Procedía de fuera de la habitación, estaba casi seguro que era en la entrada.

-¡Rodrigo! -Exclamó emocionado, apoyándose en el borde de la bañera. 

Deseaba pedirle de nuevo su opinión y entonces sí enviaría el vídeo.  Aunque lo dudara mucho lo iba a enviar.

-¿Qué tal te ha...?

Cuando la puerta terminó de abrirse, Dalai estremeció ante la presencia de un desconocido. Aquellos ojos oscuros se le hicieron peligrosos, y allí estaban, enfocando su ser, pudiendo ver su...

-Tú, ¡¿eres el cabrón que ha andado folland* con mi hija?!

Dalai no era capaz de hablar, tampoco de moverse, al menos eso pensó hasta que el hombre avanzó un paso. Entonces se arrastró para atrás a gran velocidad, hasta que su espalda chocó contra la pared, haciendo que su cabeza brincara por el golpe.

-¡¿Pero qué demonios?! -Bramó el hombre al avistar su mitad inferior -¡¿Pero qué clase de broma es esta?! ¡¿Esto lo planeaste con la estúpida de mi hija?!

Dalai quiso retroceder más, atravesar la pared, mas no pudo. Su cuerpo sufrió una explosión de temblor ante el abrupto acercamiento del hombre. También era incapaz de formular una sola palabra. Ni siquiera pensó a quién se estaba refiriendo él.  No podía pensar en nada más salvo en el horrible futuro que le podría deparar. 

-¡Quítate es...! ¡¿Qué demonios?!

El hombre comenzó a tirar de su cola, tratando extraerla de su cuerpo, descubrir sus piernas, pero tras varios tirones comprendió que era real. ¡Aquella cosa era real!

-¿Qué clase de monstruo eres?

Nunca antes unos ojos le habían analizado con tanto detenimiento. Nunca antes se había sentido tan incómodo.  Tan dispuesto al peligro, tan vulnerable... Si el hombre pretendiera atacarle no podría defenderse. Ante esa realidad se dio cuenta de lo tan débil que era.

Arrastró sus manos por su cola, comprendiendo la veracidad de su tacto, lo tan real que era. No era una fantasía, ni ningún tipo de broma. Aquel ser era real, y estaba allí, al alcance de sus manos. Jamás había visto nada semejante, así que tenía por seguro que valdría una fortuna.  Unos millones quizás. 

Entonces, comenzó lo que Dalai durante toda una vida quiso evitar. Las manos del desconocido lo apresaron.

-Hey -Ante su resistencia, el hombre puso un cuchillo junto al cuello del tritón -Si no te quedas quieto...

Dalai se detuvo, pero pensó en si no sería preferible morir ahora. No sabía los males que aguardaban por él allí afuera y estaba seguro que serían peores que el ser acuchillado. Así que de nuevo puso resistencia. Comenzó a sacudirse tan violetamente cuanto podía, haciéndole imposible al hombre seguir con su propósito. 

-Melody.

Aquel susurro provocó que Dalai frenara en seco. Aun ante el inmenso pánico que le consumía fue capaz de escuchar el nombre de la chica que amaba.

-Si no quieres que nada le suceda a esa niña, mas te vale que obedezcas. Seguramente ya eres consciente del mal que soy capaz de hacerle.

¿Él era?... Sus ojos se abrieron de par en par. Allí estaba, el monstruo que tanto había dañado a Melody, dispuesto a hacerle lo mismo a él.

-Vamos -Sacudió el cuchillo ante sus ojos -Sé que me entiendes. Te he visto hablando con mi estúpida hija. ¿Es que acaso no vas a saludar a tu suegro?

Dalai selló los labios y únicamente accedió a comportarse. Había decidido no hablarle ni a él ni a ningún otro humano que ante él se presentara.

-Así que no vas a hablar, bien, tampoco es que me importe.

Dalai fue arrastrado como un objeto de colección, como un bien. En el proceso, se fijó en su casa. Observó lo poco que podía ver a través de la rendija olvidada de la puerta, la butaca que Baba siempre ocupaba, la televisión anticuada... En pensamientos se despidió de todos, de aquella casa, de Melody.

-¡¿Qué te pasa?! -Cuestionó el hombre de malhumor al ver que de repente la respiración de Dalai se había acelerado -¿No puedes respirar? Ah, claro, eres un maldito pez...

Dalai vio al hombre entrando de nuevo en su habitación y comprobó si el agua era dulce o salada.

-Supuse que eras un animal del océano -Se carcajeó, dedicándole una mirada perversa.

En el interior de dos bolsas de plástico negras, sintiendo el agua al fondo, Dalai fue transportado con la ayuda de la silla de ruedas hasta el maletero del vehículo, donde el hombre lo puso con el mayor de los cuidados, procurando mantener a su boleto de lotería en excelente estado.

-Oye, piénsalo por el lado positivo -Le escuchó Dalai susurrándole -Gracias a ti, Melody podrá vivir bien a partir de ahora. Bueno, o al menos eso espero, porque como sepa que no vales nada pienso asesinarte. De hecho, vine hasta acá con esa intención. 

El mitad pez sintió dos golpecitos en su espalda y a continuación se sobresaltó ligeramente cuando la puerta trasera fue cerrada. Además de los pasos del hombre escuchó un extraño traqueteo allí afuera. Reconoció ese sonido, se trataba de la silla de ruedas que le había prestado Rodrigo, y la que terminó precipitándose por el vacío. 

Se removió en el interior, negándose a permanecer en verdad quieto a aguardar por un fatal destino.  No iba a dejar que aquel hombre se saliera con la suya. No podía rendirse. 

-Tú tranquilo, chico pez -Escuchó al hombre -Pronto tendrás un enorme acuario para ti solo. Gozaras de una buena vida sin darle un palo al agua. ¡Considerate afortunado! -Se carcajeó.

¿Un acuario?...

¡No, no!

Se removió con ímpetu, forcejeó, mas la cinta que envolvía sus muñecas estaba bien apretada. Podría gritar, pero eso sería peor. No podía permanecer allí, no debía permitir que otros humanos supieran de él, que hurgaran en su cuerpo.

Soltó un quejido al chocar contra el asiento. De repente el hombre había comenzado a conducir con violencia, provocando que chocara constantemente, hasta que se introdujo en la carretera de asfalto.

Dalai yacía aturdido por los golpes, dolido en su espalda y cabeza. Tanto que no sintió el vehículo deteniéndose.  De repente una casi invisible luz exterior se filtró por la negra bolsa. 

-Menos mal, estás entero. Ya, perdona el viaje movidito. Prometo que de ahora en adelante te trataré con cariño.

Dalai alejó bruscamente su rostro cuando el individuo le tocó la mejilla con sus repulsivos dedos. Odiaba a aquel hombre por ser el causante del dolor de Melody. Si tan sólo fuera humano y tuviera la fuerza necesaria lo habría matado en cuanto lo vio. ¡Merecía morir!

-Oh, no me mires de esa manera. Recuerda, gracias a ti, Melody tendrá una vida rodeada de lujos. ¿No estás contento?

Sus ojos de cristal atravesaban la mirada ajena, deseando matarle. Lo mejor que podría sucederle al mundo es que pestes como él murieran.

-Bueno -Encogió de hombros -Tampoco me importa si te alegra o no. Tú, pez, vas a hacerme muy rico.  Vas a darme la vida que me merezco.

La puerta del maletero amortiguó su estruendosa carcajada.

En todo el trayecto, Dalai se removió incansablemente. No planeó rendirse aun cuando tenía todo en su contra. ¿De qué le serviría deshacer las ataduras? No podría huir. Estaba atrapado por el mero hecho de ser un tritón. Ni la tierra ni el mar. Él no pertenecía a ningún lugar.

Sorbió la nariz. Había comenzado a llorar. Lo único que era capaz de hacer en su situación.  ¿Cuidar y proteger a Melody? Ni siquiera era capaz de cuidarse a sí mismo.

Finalmente permaneció inmóvil, de una vez aceptando su destino.

-Melody... -Susurró su nombre con añoranza.

Entonces, recordó las gomas que rodeaban su muñeca y las apegó a su mejilla, llenándose de una mágica paz, de una felicidad icónica. Bastaba cerrar los ojos y allí estaba ella, sonriéndole, exigiéndole un último beso.

Debí haberle confesado la verdad. Aquel era su único y mayor arrepentimiento. Melody, quiero verte una vez más. Sólo una vez más, quiero que me conozcas, que sepas quién soy realmente. 

El vídeo.... Entonces tuvo otro arrepentimiento. Debió haberle enviado el vídeo. Su despedida. 

Limpió sus lágrimas en las ligas, en aquella fibra débil que los unía, que probaba que un día se habían amado como nadie en el mundo.

-Melody...

Apenas podía nombrarla.  Apenas podía llamarla. Las lágrimas seguían maquillando su rostro, dañando su piel, quemando como si fueran veneno.

-Melody... Melody...

La llamó insaciablemente, llorando sobre las gomas, sobre su dulce recuerdo, la imagen que ahora sería eso, apenas una imagen.

El vehículo volvió a detenerse tras quizás horas en movimiento.  Dalai esperó recibir de nuevo la visita de aquel hombre, mas no apareció.

Pasó mucho tiempo encerrado, bajo la oscuridad, recibiendo de vez en cuando la visita de aquel hombre, el que le daba diferentes comidas.

—¿Y esa cara? ¿Acaso no te gusta la carne? No sabes lo que te pierdes.

Dalai estuvo a punto de vomitar al ver al hombre mordiendo con violencia una pata de pollo. La asemejó a la imagen de un caníbal. 

Iba saciando su estómago con fruta y verduras.  Con todavía un latido de esperanza surgiendo cada diez de rendición. 

Fueron dos días después, que la puerta volvió a abrirse una vez más. 

-No puedo creer que la jefa me haya enviado para algo tan estúpido...

Era la voz de un hombre, pero no la del padre de Melody.  Ésta parecía ser de un hombre más joven.

-Estúpido -Dijo con burla el padre de Melody.

Entonces, sintió que removían en la bolsa, alzando la que cubría su mitad superior. Apretó los párpados al percibir la luz del exterior, una más suave que las anteriores.  Necesitó de unos segundos antes de poder percibir lo que sucedía a su alrededor y depararse con otro desconocido; un joven de lentes que le veía con seriedad.

-Así que este chico es un tritón... Ya...

A su lado estaba el monstruo que lo había capturado, el que sonreía con suma arrogancia, orgulloso de su captura.

-Espera, que viene la mejor parte...

Tiró de la bolsa inferior, provocando que el agua se derramara en la acción.

-¡Qué rayos!

Dalai se movió, incómodo por la presencia de los dedos del extraño en su cola. De nuevo le estaban tocando, viéndole con aquellos ojos ambiciosos.

-¡Esto es real! -Gritó tras convencerse de que no era mentira y corrió pronto a avisarle a su jefa, Claudia, la que se haría con aquel trofeo.

Le explicó, exaltado, a la mujer por teléfono, la que no se demoró nada en presentarse en la escena, un garaje del tres al cuarto que ella jamás pisaría si no fuera por un asunto de relativa importancia. 

Claudia era una mujer de cabello rubio teñido, maquillaje excesivo y ojos pequeños de un tono oscuro. Era extremadamente delgada y muy alta, y vestía muy ostentoso, como una artista disparatada.

-Oh, vaya...

Retiró uno de sus guantes blancos antes de proceder a tocarle la cola al animal.

-Es real...

Tras la estupefacción una sonrisa cubrió la mitad de su rostro.

Dalai no había podido ver con claridad. La falta de agua bañando su cola había comenzado a privarle de oxígeno.  Su cuerpo comenzó a temblar en respuesta. 

-¡¿Qué le sucede?! -Gritó la mujer, víctima de un apuro.

-¡Ah, mierda!

Había estado tan emocionado con la idea de venderlo que se le había olvidado aquel importante detalle.

-¡Agua! ¡Necesita agua salada! -Gritó el hombre, agitando los brazos para que los hombres al servicio de la mujer espabilaran.

-¡Apresúrense! -Gritó ella, viéndoles con frívola expresión. 

Como su tritón muriera por su incompetencia no tendría ninguna piedad con ellos. Siquiera con el imbecil que lo había traído hasta ella.

Los hombres vinieron cargando una piscina de plástico, insuficiente para el tamaño de Dalai, pero suficiente para mantenerlo con vida. La llenaron con botellas de cinco litros, vertieron dos bolsas de sal de dos quilos y después lo sentaron con cuidado, notando como de inmediato se recomponía.

-Increíble... -Se agachó a su lado, incapaz de dejar de observarlo -Eres una belleza, encanto. 

Dalai alejó su rostro cuando ésta quiso tocarle con la intención de apartar los cabellos que cubrían parte de su cara. 

-Jefa, no le aconsejo que lo toque. No sabemos si podría padecer algún tipo de enfermedad -Le informó uno de sus empleados.

-Te preocupas demasiado. Yo lo veo muy sano. Bueno... -Puso mala cara al ver el estado de su cola y esa horrible cicatriz -Es cierto que es... Defectuoso. Pero no deja de ser increíble.  Es un tritón -Mencionó con emoción -Y es sólo mío.

-¿De cuánto estamos hablando?

Dalai observó en silencio a aquel hombre. Si tan sólo le dieran la oportunidad de hablar, le pediría a aquella mujer que matara a aquel individuo. Ese era el pequeño precio que estaba dispuesto a aceptar a costa de su libertad.

-No se preocupe, pienso pagarle lo que merece. ¡No sabe lo feliz que me ha hecho al hacerme llegar semejante joya! Hugo -Se dirigió al hombre que antes le advirtió de una posible enfermedad -Quiero que cuide muy bien de mi querido tritón.  Yo, voy a prepararle un cheque a mi mejor amigo.

-Sí, señora.

El padre de Melody le dedicó una última sonrisa victoriosa antes de marcharse y dejarle allí, a manos de desconocidos, en manos de una mujer que estaba dispuesta a exhibirlo en una vitrina como su mayor adquisición. 

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