♧ x19

—Tenías que haber visto cómo se veía de Rapunzel.

Todo se convirtió en un instante incómodo, cuando Rodrigo decidió tomar el papel de chistoso, provocando que Dalai se encogiera en su asiento, sintiendo por primera vez el sentimiento de querer desaparecer por la pena que lo enajenaba.

—Ah... Ya veo.

Melody se moría por preguntar si tendría alguna foto del tal icónico momento, pero se contuvo al ver el estado de su Océano, el que se removía sumamente incómodo por la presente situación. 

—Rodrigo, ¿podrías por favor atragantarte con una patata? —sugirió Dalai con una sonrisa torcida, apuntando a su amigo con el tenedor.

Dalai clavó el objeto filoso en su revoltijo de algas, las enredó como si fuera pasta y se lo metió en la boca.

—Ok, ya no hurgaré en tus heridas —mostró la más falsa bondadosa sonrisa que alguna vez hubiera visto.

—No te preocupes, Dalai — Inquirió Melody, acariciando suavemente la mano del joven — tú eres el chico más varonil que he conocido.

Su corazón temblaba tanto en su presencia.  Se sentía ahora tan protegido por ella. No se había reído, a lo contrario de lo que imaginó. Era un tanto extraño que no lo hiciera, teniendo en cuenta las tantas veces que se había mofado de él.

—Gracias —Murmuró, aquejado una vez más por aquella pena incordiosa.

El sonido de los cubiertos, las lejanas maquinarias y las conversaciones de las personas era todo lo que allí se podía escuchar. Aquella villa consistía de calles interiores de piedra, que los vehículos tenían prohibido pisar. Convirtiendo la villa en un oasis de paz en comparación al enorme bullicio que en las ciudades existía.

Rodrigo había extrañado aquella paz tan acogedora, y aunque le agradaban las ciudades, no se sentía tentado en regresar. Amaba su hogar, amaba la grata compañía de su mejor amigo.

—¿Dalai, estás bien?

Pronto un deje de preocupación lo invadió al toparse con el rostro pálido del muchacho, además de un temblor que consumía principalmente sus manos, dificultando que pudiera seguir con la sencilla labor de comer.

—Ah, sí... 

Su mirada iba y venía, como si temiera que un fantasma o monstruo se precipitara repentinamente frente a él con la intención de rebanarle la cabeza. 

—¿Seguro te sientes bien? —Preguntó ahora Melody, masajeando el dorso de su mano.

—Sí... Seguro...

Sus palabras no coincidían con el estado desastroso de su rostro, el que ahora estaba minado por gotas de sudor que descendían lentamente. 

Entonces, Rodrigo ojeó su alrededor, buscando una quizás razón para que él estuviera de aquel modo.

Dicha razón hizo que se perdiera en una estruendosa carcajada que provocó que se atragantara.

—¡Toma, bebe!

Melody se apresuro en darle un vaso con agua, al tiempo que le daba golpecitos en la espalda.

Fue un pequeño instante agobiante, pero que terminó enseguida.

—Estoy bien —Dijo al final, aliviado por haber escapado de una posible y tonta muerte.

—¿Qué te ocurrió tan de repente? —Interrogó ella, pasándole un pañuelo limpio por la cara.

¿La razón?

Dalai seguía pendiente de dicha razón, saturado por el miedo, horrorizado con la imagen de un pescado siendo devorado por una mujer. Dalai la había escuchado decir varias veces lo tan buena que estaba la comida, lo tan jugoso que estaba el pescado.

Pescado...

El secreto de Dalai estremecía en agonía, con el terror de verse cocinado y después comido por una caníbal como lo era aquella señora, que ante sus ojos se veía como un verdadero monstruo.

—¿Te gusta el pez? —cuestionó Rodrigo a Melody con malicia.

—Sí, la verdad es que el plato de aquella señora tiene buena pinta.

Todo su ser estremeció ante la imagen de Melody relamiéndose. Ahora sí que había comenzado a sudar frío.  Estaba al borde del colapso.  Podía soportar saber que los humanos comieran carne, calamares, pero peces... ¡Definitivamente no! Menos después de haber visto un mini cómic en Facebook, donde un chico que había naufragado en una isla conocía a una sirena. Ambos se sonreían en la imagen, agradándose mutuamente. En la siguiente viñeta él la tomaba en brazos y en la siguiente... Lo único que quedaba de la sirena era su cola, atravesada en un palo y estaba siendo cocinada por el chico sobre el fuego de una hoguera.

—Ah... Ya no tengo hambre... —Empujó suavemente su plato.

Ni las algas que tanto amaba serían capaces de abrirle el apetito. Tenía el estómago hecho papilla.

—Melody, será mejor que le lleves fuera a que tome un poco el aire —Sugirió Rodrigo, levantándose del asiento —Yo pago la cuenta y me reúno con ustedes.

—Ah, sí...

Ella no estaba de acuerdo en que pagara su parte, pero la preocupación por Dalai fue prioridad.

El mitad anfibio inspiró profundamente cuando la primera bocanada de aire rozó su rostro. Cerró los ojos, buscando relajarse, olvidar el mal trago que había tenido que pasar.

—Hey...

La voz de Melody se filtró por su oído derecho, causándole un agradable cosquilleo.

—Estoy bien ahora... —murmuró todavía con los ojos cerrados, esbozando una pequeña sonrisa.

La joven se tranquilizó, no por sus palabras, sino por ser consciente de que el color regresaba a su piel.

—Quizás necesitas descansar un poco. ¿Tienes sueño? —Posó la mano en la frente del muchacho, verificando que no tuviera fiebre.

—No, no es necesario —Negó.

Aquel instante se presentó como uno de esos que tanto quería eternizar. Quería que la muchacha mantuviera allí su mano, regalándole de aquella calidez tan agradable que le tranquilizaba tanto.

—¿Ya todo está mejor?

Rodrigo se unió a ellos, haciendo que Melody entrometiera entre ellos cierta distancia.  Dalai ahora creía comenzar a entender mejor la razón del porqué ella quería estar a solas.

—Sí, ya estoy bien —Asintió.

—Vaya, cómo te pones por un poco de pescado —Aquel chiste no se lo había podido reservar, aún sabiendo que estaba siendo un tanto cruel.

—¿Eh? ¿Fue por eso?

La muchacha se presentó curiosa ante sus ojos, pestañeando constantemente.

—No, claro que no... —Balbuceó sin querer —Ya sabes que a Rodrigo le encanta bromear.

No es que tuviera miedo de que descubriera su secreto, sólo no quería admitir aquella verdad. Nadie se pondría mal por ver a alguien mas comiendo pescado, al menos no un humano...

—Uhm...

Recordaba que Dalai le había dicho sobre ser vegetariano, y aunque había dicho también que no tenía problema con que los demás comieran carne, quizás le había mentido y... Ella había comido una lasaña de queso con carne ante sus narices.

—¿Seguro no te molesta que las personas coman carne frente a ti? —Tomó su mano, queriendo insistir con el tema, pues no quería ser ella la causante de un nuevo mal estar.

Dalai estremeció por el repentino contacto.

—Ah, no, no me molesta... Bueno... — Se llevó una mano a la nuca —Tengo cierto problema con el pescado... —Admitió al final, desviando la mirada —Es que... Huele mal.

Escuchó un "puff" proveniente de su espalda. Su buen amigo se estaba carcajeando de él.  Es que... Había hablado mal de el mismo, literalmente...

—Ah, entiendo —Sonrió ella, aliviada de saber que no había sido su culpa, aunque después recordó su comentario y... —Lo siento, por lo que dije sobre el pescado...

De nuevo aquella sensación fría se coló en su espalda. Se vio a él siendo el ingrediente principal de un espeto, siendo cocinado.

—¡No te preocupes! ¡Está bien! —Apretó suavemente la mano que sostenía la suya —Es un tema sin importancia.

—Sí, supongo.

Con el devenir de la conversación, finalmente llegó aquella hora, aquella en la que un "hasta luego" saldría de sus bocas. Un "hasta luego" insufrible que Melody no sabía por cuánto tiempo debería padecer. Sí, era verdad que tenía el dinero que Dalai le diera, pero... ¿Y después? ¿Cómo podría viajar hasta allí? La medida que usó para venir aquellas dos veces no había sido nada agradable, y dudaba que Dalai se alegrara o felicitara por ello.

Entonces, un miedo la embargó. ¿Y si él llegaba a saberlo? Se imaginó en la primera plana de un periódico, con la citación de: Joven roba dinero de una compañera. Su padre le castigaría como nunca, sus compañeros la verían con desprecio, sus amigas se alejarían y... Dalai, él jamás volvería a dirigirle la palabra.

Permanecían allí, en la parada de autobús, viendo la carretera que se ocultaba tras la colina de donde se aparecía el vehículo.  Melody estaba sentada en el único banco, teniendo a Dalai a su lado, con la vista puesta en el silencio tranquilo de aquel día, mientras que con sus dedos tiraba suavemente de la goma que ella le ofreciera. El viento soplaba ligeramente, haciendo que algún inoportuno cabello se escapara a su rostro, pero él no se colocaba aquel accesorio, atesorándolo como el objeto invaluable que era ante sus ojos.

—Dalai, ah...

Su voz vibró ligeramente cuando el joven la observó con aquellos atenciosos ojos cristalinos de un penetrante azul.

—Toma, son para ti —Dejó dos gomas en la palma de su mano, una azul y la otra negra. Él se las quedó viendo —Esas sí que las tienes que usar —Añadió, en una especie de regaño.

—Ah, pero no era necesario, Melody...

Toqueteó aquellos dos objetos con la punta de sus dedos. ¿Era normal que por algo tan sencillo sonriera?

—Dalai, no está bien que siempre andes más preocupado en alejar tu cabello del rostro que por todo lo demás —Tomó una de las gomas que le había dado, al tiempo que se levantaba.

Lo que le inquietaba más al muchacho era cuando ella se ponía tras él.  Lo hacía sentirse más vulnerable...

Con la misma paciencia y cuidado de la ocasión anterior, formó en su cabello una perfecta coleta, dejando el rostro varonil a disposición de ser contemplado por aquellos ojos miel que tanto le adoraban.

—Gracias... —Se toqueteó nervioso las patillas de su cabello, volviendo a sentirse extraño por no sentir su cabello a los costados de su rostro, rozando sus mejillas.

Melody depositó su barbilla en la palma de sus mano y permaneció de ese modo, observando la perfecta quijada del chico. Se lo imaginó con el cabello corto, pero descartó la idea de inmediato. Era verdad que se vería hermoso, pero le dolía la idea de que se lo cortara, era tan perfecto, tan lacio... Sin duda sería todo un desperdicio.

—Melody.

Despertó de sus fantasías, topándose con la realidad, pronto consciente del nada grato ruido que procedía del vehículo rojo, ya allí estacionado, a la espera de que los pasajeros lo abordaran. Ella era uno de ésos...

—Ah, sí —Asintió, aferrándose a los tirantes de su mochila, abandonando finalmente el asiento.

El mundo allí, estando de pie, se le hizo asfixiante. ¿Cuántas veces tendría que despedirse de Dalai? ¿Cuántas serían las veces en que se alejaría? ¿Sería aquella la última vez que lo viera? ¿Qué sucedería con ellos? ¿Con su querer? Existían tantas preguntas vagando en su cabeza, tantos miedos...

—Hasta luego, Honguito.

Apenas sintió los dedos del chico acariciando su muñeca, sus ojos se plagaron de lágrimas. Ardía tanto su corazón.  Dolía tanto su alma.

—¡Nos vemos!

Un nuevo instante congelado, en el que apenas constaron ellos dos, en una imagen de hasta luego, de un querer único que era capaz de expresarse con una sencilla acción.

Eran apenas sus narices juntas, un beso esquimal, lo suficiente para que ambos rostros se convirtieran en lava, pero antes de pretenderse observados mutuamente, Melody abordó el vehículo en una correría, aprovechando que ya todos los de la fila ya lo habían abordado. 

—Un pasaje de ida, por favor —Pidió tartamuda, sacando con torpeza parte del dinero que Dalai le hubiera dado.

Tenía ante ella la confusa mirada del chófer, la de los demás pasajeros. Entonces avistó a un niño que jugaba con dos peluches de conejos e imitó su misma acción, un hecho que azotó su corazón múltiples veces, incluso después de haber ocupado el último asiento que quedaba junto a la ventana, al alcance de la mirada de Dalai.

Ninguno de los dos se miraba, no eran capaces de observarse después de aquel acontecimiento tan... Especial.

Ante otros ojos, era puro juego de niños, pero para ellos era un acontecimiento altamente vergonzoso.

Toquetéandose la punta de la nariz, ella buscó, con mucha pena, aquel ser que tanto le hacía sentir, y allí lo vio, cabizbajo y con el índice sobre la nariz.

¿Es en serio? Rodrigo se hallaba meciendo la cabeza, extrañamente agobiado, incluso también apenado. ¿Por qué? Se cuestionaba él. Aquella había sido una acción sencilla, nada vergonzosa, pero por una desconocida razón, le había dejado grabada la sensación de haber sido testigo de algo más significativo. 

Ambos corazones estaban presos en la misma melodía, en la misma línea de una partitura, viéndose con estima, temblorosos sobre el teclado musical, pero allí, vivos, constantes, sin intención de apagarse, sin importarles la opinión de un público, que ante sus ojos se veía mediocre por opinar de lo suyo tan a ligera, cuando no podían ni entender un porcentaje de lo tan especial que era aquel sentir.

Dalai movió ligeramente la mano en un ademán de despedida, de saludo, eran ambas, pues aquella no era una despedida, no le gustaba verla como tal, prefería imaginar que era Melody regresando una vez más.

Ella pegó su mano al cristal, sintiéndose aún consumida por la sangre que bullía en sus mejillas, atormentada por aquel corazón que tanto pesaba ya.

El motor del autocar rugió de un distinto modo, como si se despidiera, y entonces comenzó a moverse, a alejar a aquellos dos jóvenes que incansablemente se miraban, hasta que aquella pared natural les obligó a ceder, a entender que tendrían que esperar.

—Bueno, ¿nos vamos?

Rodrigo posó la mano sobre el hombro de su amigo, viendo en su expresión cierto desánimo. 

—Sí... —Susurró, sintiendo de repente un misterioso frío asaltando su cuerpo.

Ya la extrañaba. 

Caminaron lentamente por el interior de la villa, dirigiéndose a aquel largo camino de tierra que les conducía hasta sus moradas. Un recorrido que les conllevaba quince minutos o un poco más. 

—Hey, Rodrigo.

El mencionado se giró, soltando la silla, provocando una instantánea inquietud en el que la ocupaba, más por la aparición de aquella voz tan cercana a ellos.

—Noelia, ¿cómo has estado? ¡Hace siglos que no sabía de ti!

Dalai vio por encima de su hombro cómo ambos se saludaban con dos besos en las mejillas.

—Eso es porque has estado desaparecido del mapa —La tal Noelia frunció el ceño, viéndose un tanto molesta —Ni siquiera a mí, a tu mejor amiga del instituto, me llamaste.

—Lo siento, es que ya sabes que no manejo esas porquerías.

Rodrigo se veía sumamente relajado al conversar con aquella desconocida. "Mejor amiga". Aquellas dos meras palabras clavaron una espina en el sensible corazón del mitad pez. Un sentir que creyó injusto para él.  Rodrigo era humano y era normal que como tal hubiera tenido otras amistades, incluso ya había tenido algunas novias.

—Oh, ¿y esto?

Dalai se tensó al tener ante sus ojos la imagen de aquella desconocida, una mujer exageradamente maquillada con un cabello tan rojo que él asemejó al color de la sangre.

—¿Ahora te dedicas a vender muñecos o qué?

Rodrigo suspiró internamente.  Era normal que asemejera a Dalai a un muñeco... El chico no movía ni un sólo músculo, siquiera pestañeaba.

—No es un muñeco —Aclaró al tiempo que propinaba un golpe en la cabeza del chico, provocando que gemiera y tosiera por haber estado tan tenso.

—¡Oh!

Noelia se vio sorprendida por la belleza completamente natural que ante sus ojos vivía; un rostro varonil, tan perfecto, como tan irreal. 

—Vaya, jamás te había visto por aquí —Se dirigió directamente a él, aun entumecida por su grandiosa presencia, absolutamente pérdida en el riego de cabello que se perdía a su espalda.

—Es un amigo que conocí en un viaje al extranjero —Mintió Rodrigo, teniendo de inmediato la interrogante mirada del chico.

Era tan inocente...

—Ah, con razón no lo conocía. ¿Tu cabello es real?

Dalai sintió un mal sabor de boca instalado en su garganta cuando la chica se hizo con un mechón de su cabello amarrado. Una extraña humana le estaba tocando... Le miraba intensamente. 

—Ah, Rodrigo, no me estoy sintiendo bien, la cabeza me duele... —Se llevó la mano al cráneo, reforzando su mentira.

—Ahora mismo nos vamos a casa. Hasta otra, Noelia.

—¿Os quedaréis por cuánto tiempo? —preguntó ella, sumamente interesada en él, en Dalai.

—Mañana por la mañana se regresa a su país —Soltó Rodrigo, sonriéndole a la chica —Nos vemos.

Cuando por fin se alejó lo suficiente como para estar seguro de que ella ya no le veía, Dalai pudo por fin suspirar.  Aquella mujer le había provocado un verdadero dolor de cabeza que ahora le aquejaba.

—No me gustó esa mujer... —Le comentó a su amigo por el camino, con la mirada puesta en el recorrido —Me miraba... Diferente.

—Nah, no te preocupes, apenas le gustaste físicamente.  Noelia siempre ha sido un tanto ligona —Según Rodrigo y su despreocupación no parecía ser nada del otro mundo, pero para él había sido de lo más angustiante —Ya sabes, las hormonas y eso. No te preocupes. Puede que no lo entiendas por no haber mantenido contacto con chicas, pero créeme que si fueras humano ya lo entenderías de hace tiempo.

—Pero Melody no me mira así, ella no me hace sentir de este modo... —Posó la mano sobre las dos gomas que descansaban en la misma muñeca.

—Melody todavía es muy joven, después será del mismo modo. Ya sabes, todos crecemos algún día. 

¿Crecer? ¿De eso se trataba? ¿Era en serio que Melody un día miraría a otro hombre de ése modo?... Otro. Claro. Al final lo suyo algún día iba a terminar, porque, aún en su inocencia, comprendía que los humanos, al igual que todas las especies, procreaban de ese modo tan... Vergonzoso.

—Lo sé —Acabó por aceptar —Pero no me gusta eso de que las personas anden unas con otras sin sentir nada apenas por esto —Tocó parte de la piel de su antebrazo —Por eso del placer de la carne... Eso me disgusta bastante.

Rodrigo asintió, al tiempo que sentía un pequeño ardor en su pecho. Él no era alguien único, alguien que hubiera podido escapar de ser mellado. A su primera novia le resultó sencillo engañarle con otro...

—Tienes razón, el mundo está podrido. Menos mal que existen seres que piensan como tú. 

Tocó cariñosamente la cabeza de su amigo, el que no entendió lo tan en serio que hablaba y se creyó víctima de una más de sus bromas.

//Comencé a usar los guiones largos porque creo que se ven mejor. ¿Os gusta? ^.^

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