17| Cebada y Trigo
Hermione se encontraba sentada junto a Draco en la privacidad de su alcoba, iluminada tenuemente por las velas que parpadeaban con el leve movimiento del aire. Después de una cena incómoda en la que la presencia de Astoria había tensado el ambiente, Hermione finalmente reunió el valor para hablar.
-Astoria vino a buscarme solo para una cosa -confesó, manteniendo la vista fija en sus manos que jugaban nerviosas con los pliegues de su vestido de lino blanco.
Draco, sentado en el sillón de terciopelo frente a ella, alzó la vista de un manuscrito que leía. Su expresión, aunque aparentemente relajada, reflejaba un interés palpable.
-¿Y qué quería? -preguntó, su tono frío, pero con un brillo inquisitivo en los ojos.
-Dijo que, si lo deseaba, podíamos anular el matrimonio. Que Frederick estaría más que dispuesto a desposarme -respondió Hermione, sus palabras llenas de cautela.
Por un instante, los ojos de Draco chispearon con celos, aunque rápidamente enmascaró cualquier emoción tras una fachada de indiferencia.
-Weasley siempre encuentra excusas para estar cerca de ti. no pierde la oportunidad de actuar como un caballero demasiado solícito -dijo con un tono neutro que no ocultaba del todo su desdén.
Hermione no pudo evitar reír suavemente ante su comentario, inclinándose hacia él. -No tienes nada de qué preocuparte, Draco. Yo solo tengo ojos para ti.
Draco la miró fijamente, sus labios esbozando una leve sonrisa que reflejaba algo más que simple orgullo.
-¿Estás segura? Tal vez debería asegurarme de que no vuelva a mirarte de esa forma -dijo con una mezcla de seriedad y un tinte de humor.
-Completamente segura -aseguró Hermione, su voz impregnada de dulzura.
Llevó su mano a la mejilla de Draco, acariciándola suavemente. Él aprovechó el momento para tomar su mano y besarla antes de llamar con firmeza a un sirviente que aguardaba fuera de la alcoba.
-Tráiganos tinajas con agua caliente a la habitación -ordenó Draco, su voz autoritaria, pero sin brusquedad.
Hermione arqueó una ceja, sorprendida, y lo miró con curiosidad. -¿Un baño?
-¿No es evidente? -respondió Draco con una media sonrisa, tirando suavemente de su mano para atraerla hacia él. - tenemos que relajarnos juntos, además ni aunque llegase el Rey dejaría a mi esposa sin una noche de pasión.
Hermione rió entre dientes, dejando que él besara, la guiara mientras los criados preparaban el baño con rapidez y discreción.
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En una de las estancias del castillo, Daphne y Harry estaban sentados junto al fuego. Él sostenía una copa de vino mientras ella observaba el chisporroteo de las llamas. Dobby apareció de repente, tan entusiasta como siempre, narrando lo ocurrido durante la cena.
-¡Y la joven señora Astoria dijo que la carne estaba seca! Pero la señora Hermione solo sonrió. No dijo nada, ¡nada! -exclamó el elfo doméstico, agitando sus manos en el aire.
Harry resopló, apoyando la copa en la mesa de madera.
-Astoria siempre ha sido así, tan caprichosa y egocéntrica. Draco solía justificar todos sus desplantes cuando estábamos en el castillo Lupin porque estaba enamorado de ella. Ahora que ve lo que realmente es... es imposible no detestarla.
Daphne permaneció en silencio, contemplativa, sus pensamientos viajando hacia Hermione y lo difícil que debía ser para ella soportar esa cercanía. Finalmente, levantó la vista hacia Harry, con una expresión grave.
-Debe ser incómodo para Hermione tenerla tan cerca... -murmuró, su tono lleno de comprensión. Luego añadió con determinación-: Mañana pasaré el día con ella. Seguro necesita apoyo.
Harry asintió, aprobando su decisión. -Buena idea. A veces no entiendo cómo aguanta tanto. Aunque siendo Hermione, no debería sorprenderme.
Daphne forzó una sonrisa y volvió a mirar las llamas. Mañana sería diferente; estaría a su lado para recordarle que no estaba sola.
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La tenue luz del amanecer bañaba el comedor del castillo, donde Kreacher, el anciano y leal mayordomo de los Malfoy, se encontraba de pie, su postura encorvada pero digna. Con manos temblorosas debido a su avanzada edad, había dispuesto con esmero un desayuno sencillo para la señorita Astoria: pan recién horneado, queso curado y frutas frescas.
Astoria, sentada frente a la mesa, frunció el ceño, su expresión una mezcla de disgusto y decepción.
-¿Esto es lo que consideras un desayuno apropiado? -inquirió con desdén, su tono gélido-. ¿Cómo se supone que voy a empezar el día con esta... simplicidad? Estoy acostumbrada a los manjares de la corte, no a la comida de campesinos.
Kreacher, acostumbrado a servir a la familia con paciencia infinita, respiró profundamente para mantener la compostura. Su voz, aunque respetuosa, llevaba un leve matiz de cansancio. -Señorita Astoria, este es el desayuno solicitado según las provisiones disponibles. Si desea algo más elaborado, podría requerir más tiempo y recursos.
-¡Excusas! -espetó ella, empujando el plato hacia un lado-. A mi posición le corresponde un trato mejor, Kreacher. ¿Es que nadie aquí sabe cómo servir a una dama encinta?
En ese instante, Daphne Greengrass cruzó el umbral del comedor, vestida con un atuendo sobrio pero de exquisita calidad. Buscaba a Hermione, pero al entrar, captó inmediatamente la tensión en la sala.
Astoria, sin mirarla con detenimiento, asumió que se trataba de una criada más y, con un gesto de la mano, le indicó que se acercara. -Tú, muchacha, prepárame unos patos a la naranja. Y que sea rápido, estoy cansada de esperar.
Daphne se detuvo, levantando una ceja con incredulidad. Si fuera una buena persona tal vez le habría servido. Durante un momento, el silencio reinó en la sala, hasta que, con una calma glacial, respondió: -Me temo que está confundida, Lady Astoria. No soy una criada. Soy Daphne Greengrass, prometida del futuro duque Potter.
Nunca habría usado ese estatus, sin embargo, pero tenía una extraña sensación de querer avergonzarla.
Astoria palideció de inmediato, y su rostro adoptó una expresión de absoluto horror. -¿La prometida de Potter? -balbuceó, recordaba a Harry Potter, ese hombre la odiaba más que a su madre, y eso ya era decir mucho -. Oh... no sabía...
Daphne esbozó una sonrisa fría, sin apartar la mirada de Astoria. -Quizás debería asegurarse de a quién está dirigiendo tus órdenes antes de hablar.
Astoria, visiblemente avergonzada, bajó la mirada y comenzó a retroceder hacia la puerta. -Mis disculpas, Lady jGreengrass. Ha sido un terrible malentendido... -musitó, huyendo rápidamente del comedor mientras murmuraba para sí misma-: ¡Qué vergüenza, qué humillación...!
Daphne observó cómo se iba, y luego giró hacia Kreacher, que, a pesar de su seriedad -habitual, no pudo ocultar una pequeña sonrisa de satisfacción.
-Daphne, lady Astoria tiene un talento especial para enloquecer a todos -comentó él en voz baja. - Estoy feliz de que nuestra duquesa sea Su excelencia Hermione.
Daphne sonrió levemente. -Quizás aprenda algo de esto, aunque lo dudo. Por ahora, me aseguraré de que Hermione no tenga que lidiar con ella esta mañana.
-Aunque, ahora que lo dices Daphne... Ya no puedo dirigirme a ti de manera informal, ahora eres Lady Daphne -respondió Kreacher, haciendo una ligera reverencia antes de volver a sus tareas.
Daphne quiso detenerlo, pero se contuvo porque unas pequeñas lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
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En el patio de armas del castillo, el sonido metálico de las espadas chocando resonaba en el aire frío de la mañana. Draco Malfoy, con una sonrisa paciente, observaba a su hermano menor, Armand, mientras este intentaba igualar sus movimientos.
-Así, Armand, mantén la guardia alta. No bajes la espada, o será tu punto débil -indicó Draco, ajustando la postura del niño con un gesto firme pero gentil.
-¡Lo estoy intentando, hermano! -protestó Armand, mientras se esforzaba por no perder el equilibrio.
Desde una esquina, Fred Weasley se aproximó con aire relajado, observando la escena con curiosidad.
-Nunca me habría imaginado que eras tan buen instructor, Malfoy -comentó Fred con tono casual, apoyándose contra una columna de piedra-. Aunque, debo decirte algo que quizá no sabías: Hermione también es muy buena con la espada.
Draco detuvo su movimiento por un instante, apenas perceptible, antes de recomponerse.
-¿De verdad? -preguntó, manteniendo su tono neutral, aunque un leve destello de celos brillaba en sus ojos.
Fred, sin percatarse del cambio en Draco, continuó con entusiasmo. -Oh, sí. Aprendió de su hermano mayor, Oliver, ¿sabes? Dicen que él es el mejor espadachín e incluso es la guardia personal del rey.
Draco recordó entonces que, antes de llegar a sus tierras, Hermione le había pedido espadas para su habitación. En aquel momento no le había dado mucha importancia, pero ahora se preguntaba por qué ella no le había contado más al respecto.
Fred, como si no notara la tensión en el rostro de Draco, siguió hablando animadamente. -Y eso no es todo. ¿Sabías que Hermione también sabe afeitar una barba con una precisión increíble? Una vez la vi haciéndolo con Oliver. Ni un solo rasguño en su rostro.
Draco bajó la espada lentamente, mientras la imagen de Hermione ayudando a Oliver se dibujaba en su mente. Una sensación de molestia se instaló en su pecho, aunque se obligó a mantener la compostura.
-Interesante -dijo, con voz controlada, volviendo la mirada hacia Armand-. Armand, descansa un momento.
El niño asintió, dejando caer la espada con alivio. Fred, aparentemente satisfecho con su charla, se despidió con un gesto despreocupado. -Bueno, no quería interrumpir más. Solo quería contarte algo curioso. Nos vemos en el almuerzo, Malfoy.
Cuando Fred se alejó, Draco se quedó en silencio, su mirada fija en el horizonte. Armand, aún sosteniendo su espada, lo miró con curiosidad.
-Hermano, ¿estás bien? -preguntó el niño, ladeando la cabeza. - Parece que te duele algo. ¿Quieres ir a las letrinas?
Draco esbozó una pequeña sonrisa, aunque su mente seguía repasando lo que acababa de escuchar. -No, Armand. Ahora vuelve a tu posición. Aún tienes mucho que aprender antes de vencerme.
Mientras retomaban el entrenamiento, Draco se prometió a sí mismo que esa noche hablaría con Hermione sobre lo que había escuchado. No por desconfianza, sino por una inquietud que no podía ignorar... Quería pedirle que lo empezará a afeitar y si se negaba.... Le dolería en el alma el rechazo de su mujer.
Desde detrás de una columna, Harry Potter observaba la escena con una mezcla de diversión y lástima. Draco Malfoy no lo sabía, pero su rostro había cambiado de neutral a celosamente contenido con cada palabra de Fred. Lo que daría por tener una pluma para documentar esto, pensó Harry, mordiéndose el labio para no soltar una carcajada.
Cuando Fred finalmente se marchó y Draco retomó su entrenamiento con Armand, Harry decidió intervenir. No podía resistirse a añadir un poco más de caos al momento.
-¿Problemas con la espada, Draco? -preguntó con un tono burlón, saliendo de su escondite.
Draco lo miró con el ceño fruncido, claramente irritado. -¿Qué haces aquí, Potter? ¿No tienes algo más importante que hacer, como no molestarme?
Harry levantó las manos en un gesto de paz.
-Tranquilo, Solo vine a echarte una mano con el entrenamiento. -Se dirigió a Armand y le guiñó un ojo-. ¿Qué dices? ¿Te gustaría enfrentar al gran Harry Potter? En la guerra me enfrenté a tres dragones con kn solo brazo.
Armand abrió los ojos como platos. -¿De verdad? ¡Sí, sí quiero!
Draco cruzó los brazos, claramente aún afectado por lo que había escuchado, ¿tres dragones? Si claro, habían sido uno solo y encima fue con ayuda, pero no iba a rechazar una oportunidad de mantener su mente ocupada.
-Está bien, Harry. Pero no te contengas. Si lo haces, sabré que eres tan malo como siempre.
Harry rió mientras tomaba una espada de entrenamiento. -¿Malo? Vamos, Malfoy, soy un hombre comprometido con una novia encinta. Si puedo lidiar con Daphne, puedo con cualquiera.
Draco alzó una ceja, ligeramente interesado. -¿Lidiar? -preguntó, disfrutando de la idea de que Harry también tuviera sus propios desafíos - Daphne siempre ha sido muy calmada.
-Oh, sí -contestó Harry con una sonrisa-. Ayer mismo, en la noche me hizo bailar durante dos horas solo porque dijo que necesitábamos "coordinación como pareja" para cuando nos casaramos. Estoy seguro de que Daphne es un general disfrazado de dama hermosa.
Draco soltó una breve risa, pero rápidamente se recompuso. -Deja de quejarte y pelea, Potter. Vamos, Armand, ataca a nuestro invitado.
Lo que siguió fue un espectáculo que Armand disfrutaría recordar durante años. Harry intentaba esquivar los movimientos torpes pero entusiastas del niño mientras Draco le lanzaba comentarios sarcásticos.
-¿Ese es el famoso Harry Potter? El famoso que enfrentó tres dragones con una sola mano. Qué decepción, Potter. Pensé que eras un héroe.
-¡Estoy siendo amable, Malfoy! No quiero aplastar los sueños de tu hermano.
Armand, aprovechando que Harry estaba distraído con Draco, lanzó un golpe rápido que acertó en el muslo de Harry.
-¡Ja! -gritó el niño, emocionado-. ¡Te vencí, sir Harry!
Harry fingió una expresión de dolor exagerado, llevándose las manos al muslo. -Oh no, me han derrotado. ¡El pequeño Malfoy es imparable! -Se dejó caer dramáticamente al suelo, haciendo reír a Armand a carcajadas.
Draco se acercó con calma, ayudando a su hermano a levantar la espada en señal de victoria. -Bien hecho, Armand. Quizás algún día seas tan bueno como yo.
Harry, aún en el suelo, le lanzó una mirada irónica. -¿Tú? Por favor, Malfoy, yo lo entrené con mi presencia.
-Claro, Potter.
Harry soltó una risa sonora, disfrutando de haber logrado aliviar, al menos momentáneamente, la tensión que Fred había sembrado en Draco.
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Hermione estaba el jardín botánico, rodeada por un grupo de sirvientas, explicándoles con paciencia los usos de diversas hierbas curativas. Sostenía una pequeña ramita de consuelda mientras explicaba: -Esta planta, si se mezcla con miel y se aplica como cataplasma, es excelente para sanar heridas y aliviar el dolor.
Las sirvientas asentían con atención, fascinadas por el conocimiento de Hermione, hasta que una figura familiar se acercó a la sala. Daphne Greengrass, con una expresión cansada pero amistosa, se acercó.
-Hermione, lamento interrumpir tu clase, pero necesito tu ayuda.
Hermione despidió a las sirvientas con un gesto amable. -Pueden retirarse por hoy, pero recuerden practicar lo que aprendimos. - Una vez que estuvieron solas, Hermione miró con preocupación a su amiga. -¿Qué ocurre, Daphne? ¿Te sientes mal?
Daphne se dejó caer en un banco cercano y suspiró. -Últimamente me siento muy cansada, y no puedo dejar de comer. Es como si tuviera un hambre insaciable.
Hermione frunció el ceño, acercándose para examinarla. -Déjame ver. -Colocó suavemente una mano sobre el vientre de Daphne, observándolo con detenimiento antes de decir-: Esto es normal en los primeros meses de embarazo. Por la firmeza y tu descripción, diría que estás entrando al cuarto mes.
-Eres una curandera excelente -Daphne parpadeó sorprendida, pero luego su mirada se tornó curiosa. -Hermione, ¿y tú? ¿No has sentido algo similar? Han pasado casi tres meses desde que consumaste tu matrimonio. ¿No te has preguntado si podrías estar esperando un hijo?
Hermione abrió los ojos con sorpresa, retrocediendo un paso mientras comenzaba a hacer cálculos mentales. -Mis días lunares... se han retrasado. Hace más de una semana que no me llega...
Daphne, observando su expresión, sonrió ampliamente. -¡Entonces hay que comprobarlo!
Hermione respiró hondo, intentando mantener la calma. -Muy bien. Conozco un método que mi madre me enseñó. Es antiguo, pero confiable.
Hermione explicó mientras buscaba entre las hierbas y utensilios: -En estos casos, mi madre usaba un método simple con cebada y trigo. Se colocan semillas de ambos en dos recipientes separados y se riegan con la orina de la mujer durante varios días.
-¿Y qué ocurre? -preguntó Daphne, intrigada.
-Si las semillas de cebada germinan primero, indica que es un niño. Si germinan las de trigo, es una niña. Y si no germina ninguna... no hay embarazo.
Daphne aplaudió emocionada. -¡Hagámoslo!
Hermione asintió, recogiendo los recipientes necesarios y entregándole uno a Daphne. -Tendremos que esperar unos días para confirmar los resultados, pero al menos nos dará una idea.
Daphne la miró con picardía. -¿Y qué harás si resulta que sí estás embarazada?
Hermione se sonrojó, pero una pequeña sonrisa apareció en sus labios. -Supongo que primero tendré que contarle a Draco qué viene nuestro pequeño duque. Aunque, con su tendencia a los celos, probablemente arme un escándalo por no habérselo dicho antes.
Ambas rieron, dejando que la tensión se disipara mientras preparaban el experimento con cuidado y expectación.
Mientras Hermione y Daphne hablaban suavemente en la habitación, Fred, que había pasado cerca de la puerta con la intención de brindarles ayuda, se detuvo al escuchar el tono animado de la conversación. Curioso, se quedó en silencio tras la puerta, sin intención de espiar, pero las palabras llegaron claras como el agua.
-Supongo que primero tendré que contarle a Draco qué viene nuestro pequeño duque. Aunque, con su tendencia a los celos, probablemente arme un escándalo por no habérselo dicho antes.
El tono cálido y el leve rubor en la voz de Hermione al mencionar a su esposo y el bebé lo atravesaron como una flecha.
Fred apretó los puños mientras una sensación de vacío se apoderaba de él. En su mente, siempre había guardado la esperanza de que Hermione pudiera verlo de otra manera, que pudiera corresponder, aunque fuera mínimamente, a los sentimientos que él comenzaba a admitir que tenía hacia ella. Pero en ese momento, la verdad lo golpeó con fuerza: no había espacio para él en el corazón de Hermione.
Hermione no solo amaba a Draco; lo hacía con una devoción que Fred nunca podría competir.
Se apoyó contra la pared, cerrando los ojos un instante. Su orgullo luchaba contra la herida que sentía, pero no podía negar lo evidente. Cuando Daphne mencionó algo acerca de que "era un momento feliz para ambos" y Hermione simplemente rió con dulzura, Fred lo entendió por completo.
"Es inútil. Yo nunca seré más que un amigo cercano para ella," pensó con amargura, sintiendo el peso de esa realización.
Respiró hondo, alisándose la ropa para recuperar la compostura. "Es mejor así. Ella merece ser feliz... incluso si no es conmigo."
Fred decidió no interrumpirlas y se alejó silenciosamente, dejando tras de sí ese pedazo de esperanza que hasta ese momento había llevado consigo. "Tal vez un día encuentre a alguien que me mire como Hermione lo hace con Draco."
Mientras se retiraba, el eco de las risas de Hermione y Daphne parecía recordarle que, aunque no sería parte de esa felicidad, siempre la protegería desde la distancia, incluso si nunca llegaba a saberlo.
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En la habitación que le asignaron del imponente castillo Malfoy, Percy Weasley estaba sentado cerca de una ventana, disfrutando del resplandor de la tarde mientras revisaba unos documentos que había recibido de su hermano Charlie antes de partir... Le había dejado claro que debía seguir trabajando así estuviera fuera. Por supuesto, la tranquilidad no duraría mucho. Desde el otro extremo de la habitación, la voz de Astoria resonaba, cargada de indignación.
-¡Percival Ignatius Weasley! ¡Qué humillación! ¡Nunca en mi vida he pasado tanta vergüenza! -clamó Astoria, arrojándose dramáticamente sobre un mullido diván.
Percy ni siquiera levantó la vista de sus documentos. Conocía bien este tono y sabía que intentar interrumpirla era tan inútil como enfrentarse a un dragón sin una espada.
-¿Qué ha pasado ahora, Astoria? -preguntó con tono paciente, aunque no pudo evitar un ligero deje de resignación.
-¡Eso pregunto yo! ¿Qué ha pasado con el respeto que merezco? ¡Confundí a Lady Daphne Greengrass, la prometida del futuro Duque Potter, con una criada! ¡Y le pedí que me preparara patos a la naranja! -se llevó las manos al rostro, como si revivir la escena fuera un tormento insoportable-. ¡Fue horrible, Percy, horrible! ¡Y lo peor es que ella me miró como si fuera... como si fuera una tonta superficial!
Percy levantó una ceja, pero no comentó nada al respecto. Después de todo, no podía negar que el comportamiento de Astoria, aunque no malintencionado, a veces era... peculiar.
-Estoy segura de que nadie le dará importancia, Astoria -dijo con tono monótono, esperando calmarla-. Somos huéspedes aquí. Quizás sería mejor relajarte y disfrutar del castillo.
-¡Relajarme! -exclamó Astoria, sentándose erguida como si acabara de escuchar la cosa más absurda del mundo-. ¡No puedo relajarme, Percy! ¡Todos pensarán que soy una persona insensible y maleducada, una idiota que se cree superior a una futura duquesa!
Percy dejó caer el documento con un suspiro y finalmente la miró.-Astoria, querida, ¿no crees que es posible que Daphne lo haya tomado como lo que fue? Un simple malentendido.
Astoria lo miró como si acabara de sugerir que abandonara el uso de seda por lino.-¿Un malentendido? ¡Fue una tragedia social, Percy! -respondió con dramatismo, antes de volver a hundirse en el diván-. Si no me muriera de vergüenza, pediría que Kreacher me trajera un té para calmarme.
Percy aprovechó la pausa para beber un sorbo de su copa de vino, pensando que quizá él era el único que necesitaba calmarse.
Astoria, ajena a su paciencia en decadencia, continuó con su monólogo.-Y, además, todo este castillo es demasiado... intimidante. ¡Todo es tan frío! A veces siento que hasta las paredes me juzgan. No sé cómo Hermione puede vivir tranquila.
Percy la miró con una mezcla de incredulidad y cansancio. Finalmente, se levantó de su asiento y se acercó a ella, inclinándose un poco para hablar en un tono tranquilo.-Astoria, creo que lo mejor será que tomes esto como una lección. Tal vez podrías intentar ser un poco más... observadora antes de dar órdenes.
Astoria lo miró, completamente escandalizada.-¿Estás insinuando que fue mi culpa? ¡Percy, yo nunca me equivoco! Fue... fue el vestido sencillo que llevaba Daphne, ¡era imposible saber que era una dama noble!
Percy ya no podía evitarlo: soltó una breve risa, y al darse cuenta, trató de disimular aclarando su garganta. Astoria lo miró con los ojos entrecerrados.-Percival Ignatius Weasley, no veo qué tiene de gracioso mi sufrimiento -dijo con aire ofendido.
Percy le besó la frente con afecto, una maniobra que sabía que casi siempre funcionaba.-Astoria, querida, nadie podrá olvidar tu... exuberancia. Quizá eso sea lo único que importa.
Astoria, aunque todavía molesta, no pudo evitar un pequeño rubor en las mejillas. -Supongo que tienes razón, Percy. Aunque no estaría mal que Daphne me pidiera disculpas por no aclararme quién era...
Percy decidió no responder y volvió a sus cartas, preguntándose si algún día su esposa aceptaría que cometía más de un error.
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