01| Fugitiva

Era feliz y era su día especial, si onomástico, cumplía 20 años, así que su padre estaría por cumplir su promesa de darle un prometido. No es que le hiciera mucha ilusión pero a su edad debería estar cargando por lo menos dos bebés, lo interesante era tener que manejar su propio castillo como la lady que era. Había estudiado de principio a fin todo lo que debía de saber, desde las finanzas hasta el bordado... Incluso mucho antes, cuando su hermano Oliver aún estaba en el castillo aprendió a razurarlo. Suspiró, ojalá su futuro esposo apreciara esas virtudes y no terminara en brazos de alguna cortesana barata.

Se aseo tan rápido como pudo, se ordenó los rizados cabellos, algunas veces lo odiaba y deseaba tener el cabello hermoso de su hermana Astoria.

Una vez que estuvo lista salió de su habitación, se encontró cara a cara con su hermana que parecía haber peleado con alguien, traía en cabello desordenado y lleno de heno. - Buenos días, hermana mayor.

- ¿buenos días? Es horrible, el sol, lo odio. - paso de largo junto a ella, para luego detenerse y usar un tono de voz más amable - Feliz día, Hermione. Tienes veinte años, ahora que puedes elije tu propio prometido, no dejes que te lo impongan.

- Sí, gracias - Hermione asintió.

Hermione se detuvo en la entrada del salón comedor, sus ojos recorriendo la mesa adornada con los más exquisitos manjares. El aroma de las especias y el dulce perfume de los pasteles recién horneados llenaban el aire, un tributo a su vigésimo aniversario de vida. Era un día de celebración, pero también uno que marcaba el inicio de una nueva etapa en su vida.

Su padre, Remus, se acercó con una sonrisa cálida y un brillo de orgullo en sus ojos. -Feliz día, mi querida Hermione - dijo, abrazándola con afecto. - Hoy no solo celebramos tu nacimiento, sino también tu paso a la adultez. Ha llegado el momento de hablar sobre tu futuro.

Hermione asintió, sabiendo que este día traería consigo promesas y decisiones. - Padre, siempre he deseado manejar mi propio castillo, ser una lady en todo el sentido de la palabra. Espero que quien sea mi prometido pueda apreciar todo lo que tengo para ofrecer.

Remus la miró con comprensión. -Eres inteligente y capaz, Hermione. No tengo dudas de que serás una excelente lady. Y en cuanto a tu prometido, te aseguro que tendrá en alta estima tus virtudes. Porque lo conozco y realmente luce muy interesado en ti.

La conversación fue interrumpida por la llegada de Nymphadora, quien se acercó a Hermione con una sonrisa radiante. - Hija, hoy es un día para celebrar tu vida y todo lo que has logrado. No te preocupes por el futuro, confía en que todo se acomodará como debe ser.

El salón comedor se llenó de una nueva energía con la entrada de Edward, el más joven de los Lupin. Con un pastel aún humeante en sus manos, anunció con orgullo: - Lo preparé para ti, Hermana mayor, lo hice yo sólito.

Hermione no pudo evitar sonreír ante el gesto de su hermano menor. - mi pequeño Teddy, parece delicioso. Gracias por este regalo-dijo, mientras observaba el pastel adornado con frutas y glaseado brillante. Lo llamaba Teddy por que su pequeño hermano siempre dormía con un oso de felpa qué apesae de estar roido ella zurcia una y otra vez.

Remus, a punto de protestar por ver a su hijo en la cocina, se encontró con la mirada firme de Nymphadora. Su esposa tenía una forma de silenciarlo sin palabras, y sabía que era mejor no discutir en un día tan especial y menos dejar de amarla en la noche.

La noticia de la carta de Oliver trajo otro motivo de celebración. - Se ha casado con la bella hija de los Diggory, pronto la traerá al castillo, - compartió Nymphadora, y los ojos de Hermione se iluminaron con la perspectiva de conocer a la nueva integrante de la familia.

Fue entonces cuando Remus habló, su voz llena de la solemnidad que el momento requería. - Después de su retorno, anunciaré el compromiso de Hermione. - Las palabras resonaron en el salón.

La brisa matutina acariciaba el rostro de Hermione mientras se alejaba del castillo Lupin, su figura se recortaba contra el horizonte matinal. La libertad de cabalgar sola por los alrededores era un pequeño escape mientras recolectaba manzanas frescas para su yegua, ajena a las discusiones, el destino tejía su red en torno a las decisiones de su familia.

Mientras tanto, en el salón comedor, la conversación sobre su futuro matrimonio continuaba. Remus, con una mezcla de preocupación y responsabilidad, sopesaba las ofertas de matrimonio que habían llegado por su hija. Todos los ducados querían emparentar con los Lupin por sus beneficio político.

Nymphadora, siempre observadora, ofreció su perspicacia. -De los Weasley, Hermione parece llevarse bien con uno de los gemelos. Ronald, por otro lado, no parece ser de su agrado.

Remus frunció el ceño, la posibilidad de confundir a los gemelos le causaba inquietud. -¡Dios! ¿Y si acepto la propuesta del gemelo equivocado? -murmuró.

Edward, con la boca aún llena de las migajas de su pastel, hizo un comentario casual que, sin embargo, contenía una observación aguda. -Sería más fácil si los Malfoy hubieran tenido otro hijo. A*Hermione le gustan rubios, no pelirrojos. Siempre se queda observando a los soldados con ese pelo, una mirada de amor.

- Observare con más atención, mi Lord. Seré sigilosa y sabré quien es el indicado para nuestra pequeña traviesa. - finiquitó Nymphadora.

***

En algún lugar entre las tierras bajas de Escocia, se encontraba un campamento de jóvenes soldados que habían traído gloria a su reino. Entre ellos estaba Draco Malfoy, cuyo porte elegante y músculos marcados bajo la armadura habían sido forjados en batalla.

- Estoy cansado de cabalgar, me rindo, Draco - exclamó Harry, su voz cargada de agotamiento -. Si no me dices a dónde vamos, te juro que te cortaré tu hombría y la daré a los perros.

Draco sonrió, acostumbrado a las amenazas en tono de broma de su amigo. - Nos dirigimos al castillo de los Lupin. Quedan cuatro días para llegar, y estoy contando las horas para besarla y... -Harry hizo una mueca de asco. - ¿Qué son esas señas tuyas?

Harry se puso serio. - Claramente eres ciego, Draco. Astoria siempre fue fría contigo, ni siquiera te dio su pañuelo al despedirte.

Draco enfureció - ¡eso no significa nada. Es una dama, no puede insinuar ni siquiera un abrazo, como las cortesanas a las que estás acostumbrado, Potter!

Harry, con una mirada comprensiva, decidió abordar el tema con delicadeza. - Draco, tal vez deberías considerar a la menor de los Lupin. No es ningún secreto que es una joven hermosa y he oído que ha recibido muchas propuestas de matrimonio. Podría ser una opción más... conveniente.

Draco frunció el ceño, su lealtad a Astoria clara como el día. - No, Harry. Mi corazón pertenece a Astoria, y no hay nada que pueda cambiar eso. Hermione es... es diferente, pero no es ella quien deseo.

- Pero, Draco, piensa en ello - insistió Harry, su tono lleno de razón. - Si algo le pasara a Astoria, si una desgracia la impidiera casarse, ¿no sería mejor tener un plan alternativo?

Draco se detuvo, la idea de una desgracia golpeándolo como un viento frío. - No hables de tales cosas, Harry. Astoria es fuerte como un roble. Y no necesito un plan alternativo porque nada cambiará mi decisión.

La conversación quedó en suspenso, los dos amigos cabalgando en silencio mientras el paisaje escocés se desplegaba ante ellos. Draco, con su armadura brillando bajo el sol, no podía sacudirse la sensación de inquietud que las palabras de Harry habían despertado. Y en lo profundo de su ser, una pregunta persistía: ¿Qué pasaría si el destino tenía otros planes para él y para las hermanas Lupin?

***

La tarde caía sobre el castillo Lupin, tiñendo el cielo de tonos dorados y carmesí. Hermione regresó de su paseo, la yegua bajo ella moviéndose con gracia y fuerza. Al llegar, encontró a Fred Weasley esperándola, un joven pelirrojo de su edad, cuya sonrisa era tan brillante como su las nubes blancas del medio día.

-Te ves tan radiante como el atardecer, Hermione - dijo Fred, ayudándola a descender de su montura con una mano gentil.

Hermione, con una sonrisa tímida, aceptó el cumplido. -Gracias, Fred. Es un hermoso final para un día igualmente hermoso.

Juntos, caminaron hacia las caballerizas, la conversación fluyendo tan fácilmente como el río cercano. - Debo partir pronto- confesó Fred, su voz llevando un matiz de tristeza. -Pero volveré, con mis padres, para pedirte que seas mi...

Antes de que Hermione pudiera responder, un sonido los detuvo en seco. Gemidos y susurros se filtraban desde un rincón sombreado de las caballerizas. Con cautela, se acercaron y observaron a Astoria desnuda en los brazos de Percy, envueltos en un abrazo más que apasionado.

-Vámonos de aquí, Tori -susurraba Percy entre besos. - Eres mi mujer desde hace muchos años, Podemos casarnos una vez lejos de aquí, he cumplido con mi entrenamiento y podremos vivir bien...

Astoria, con los ojos cerrados, parecía considerar la propuesta de Percy. - Sigue más fuerte y te daré repuesta en dos días...

Hermione y Fred intercambiaron miradas, ella notó que el sabía, ato como pudo a la yegua y salió corriendo. Su hermana ni siquiera estaba casada y cometía un pecado terrible, aparte de la lujuria osaba traicionar a su prometido.

La vería mañana y le haría jurar qué cumpliría con su compromiso o le contaría a su padre que había sido deshonrada por uno de los hijos de los Weasley en medio de paja y heces.

***

Durante dos días su hermana la evitó, al tercer día la luz de la mañana se filtraba por las ventanas del castillo Lupin, pintando patrones dorados en los pasillos de piedra. Hermione, arreglada y radiante, se dirigió hacia la habitación de su hermana mayor, Astoria. Tocó y tocó hasta que la puerta se abrió, y Hermione se encontró con la mirada desafiante de su hermana.

- ¿Qué quieres, Hermione? - gruñó Astoria, su voz llena de hostilidad.

Hermione no se amilanó. - Sé todo, Astoria. Sé de tus encuentros secretos con Percy Weasley y sé que deseas huir. - Su voz era firme, decidida.

Astoria refutó, sus ojos llenos de lágrimas contenidas. - ¡Cállate! No sabes nada de lo que siento. No amo al Duque Malfoy, solo quiero ser una Weasley.

Hermione la enfrentó. - Piensa en la familia, Astoria. No puedes romper una promesa. El deber está por encima de nuestros deseos personales.

Astoria sollozó, su orgullo herido. - No puedo ser perfecta como tú, Hermione. Solo quiero pertenecer a Percy...

La noche había caído sobre el castillo Lupin como un manto de secretos y susurros. Astoria, con los ojos aún hinchados por las lágrimas, se enfrentaba a su reflejo en el espejo de su habitación.

-Debo hacerlo - se dijo a sí misma con una voz temblorosa. - Por mi familia, por el honor de los Lupin.

Hermione, que había estado vigilando a su hermana desde la puerta entreabierta, entró con paso decidido. -Astoria, ¿estás bien?! -preguntó, su preocupación evidente en su voz.

Astoria se giró bruscamente, su expresión una mezcla de desafío y desesperación. - Estoy cumpliendo con mi deber, Hermione. Eso es lo que te importa, ¿no es así?

Hermione se acercó y tomó las manos de su hermana entre las suyas. - Debes cumplir con tu palabra, lo prometiste, no puedes ir con Percy Weasley... Tú deber es ser la duquesa Malfoy.

Pero antes de que pudieran continuar su conversación, un criado irrumpió en la habitación. -Milady, los señores Malfoy y Potter han sido avistados en el camino. Llegarán antes del amanecer.

El anuncio cayó sobre la habitación como una sentencia. Astoria palideció, su decisión tomada. -Diles que estaré lista para recibirlos - dijo con una voz que apenas reconocía como suya.

Hermione observó a su hermana con una mezcla de admiración y tristeza. -Astoria, tienes que ser fuerte y..."

Pero Astoria ya había salido de la habitación, su figura desapareciendo en los pasillos oscuros del castillo. Hermione se quedó sola.

La noche avanzó, y con cada hora que pasaba, el destino de las hermanas Lupin se entrelazaba más con los hilos del amor, el deber y la traición. Cuando el alba rompió el horizonte, el castillo Lupin despertó a una nueva realidad: Astoria había desaparecido, y con ella, los jóvenes Weasley.

El castillo, una vez lleno de risas y estrategias, ahora resonaba con el eco de los pasos apresurados y las voces preocupadas de sus padres. Su madre se culpaba por no haber visto a su hija mayor, por no haberla educado bien, su padre estaba enfurecido maldiciendo al joven que entrenó y que no dudó en aprovecharse de su inocente pequeña.

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