29
Después de esa noche, Aemond y Joff no pudieron resistirse a la pasión que habían despertado entre ellos. Se encontraban en lugares inesperados y momentos robados para entregarse a su deseo. Primero fue en las cocinas, antes del desayuno, donde sus susurros y caricias se entrelazaban con el aroma de la comida recién preparada. Luego, en la biblioteca, entre las estanterías de libros antiguos, encontraron un rincón apartado donde sus bocas se buscaban con avidez. De regreso en la habitación de Joffrine, el ardor de su pasión los envolvía una vez más, y la intensidad de sus encuentros solo parecía aumentar con cada repetición.
Incluso en el cuarto de Aemond, mientras él se preparaba para su regreso a la Fortaleza Roja, encontraron un último momento para compartir su amor apasionado. Para entonces, los rumores sobre su relación ardiente se habían extendido por todo Desembarco del Rey. Las lenguas murmurantes decían que este era el matrimonio más fogoso que había existido jamás, y ese rumor persistiría hasta la época de Daenerys Targaryen.
Finalmente, llegó el momento inevitable de la despedida.
Y aunque Aemond prometió regresar pronto, sus palabras no pudieron disipar completamente el mal sabor de boca que dejó en su esposa. Mientras ella veía cómo se alejaba volando en su bestia alada, un temor inquietante se apoderó de ella: el miedo de no volver a verlo, de que su amor quedara atrás como un sueño fugaz en su vida. Ambos se despidieron deseando el reencuentro, pero la preocupación constante comenzó a teñir sus pensamientos una vez que estuvieron separados, Aemond se había ido llevándose consigo todo el calor de aquellos días.
El príncipe, a pesar de su deseo ferviente de quedarse junto a ella, comprendía que tenía deberes y responsabilidades que no podía eludir si quería mantener a su esposa a salvo. Había estrategias que planear, objetivos que alcanzar y enemigos que enfrentar en la compleja red de intrigas de Desembarco del Rey.
Mientras tanto, mantendría su compromiso de enviar cartas regulares y secretas para con Daemon, el único con quien mantendría comunicación cuando estuviera en la fortaleza roja ya que no había podido revelarle a Joff todos los detalles de sus misiones. Había optado por mantenerla con la nariz alejada de sus asuntos para protegerla.
Por su parte, ella había decidido asumir una misión en el norte junto a su hermano Jace. Su objetivo era ganarse el favor de Cregan Stark, a pesar de la negativa inicial de Rhaenyra. Jace ansiaba su primera encomienda real, y después de lo que había sucedido con Luke, Joffrine no estaba dispuesta a dejarlo solo. Los dos hermanos se habían mantenido firmes en su determinación, actuando como dignos monarcas, hasta que finalmente Rhaenyra cedió.
Fue entonces cuando la heredera se dio cuenta de cuánto habían crecido sus dos hijos en ese tiempo. Jace ya no era un niño que se mantenía al margen, sino un joven que se preparaba para asumir sus propias responsabilidades. Y Joff era quien mas había cambiado. Su cabello, una vez perfectamente peinado, ahora lucía desordenado, y sus manos, antes suaves, estaban marcadas por callos de la práctica constante con la espada. Incluso había comenzado a optar por ropas cómodas a los vestidos elegantes que solía utilizar.
A pesar de la nostalgia que sentía, su madre también experimentaba un profundo orgullo por lo que estaban empezando a lograr. Así que, con el corazón aun frágil por la perdida de dos de sus hijos, los dejó partir hacia Invernalia, confiando en que cuidarían el uno del otro y regresarían sanos y salvos.
Ambos montaron a sus majestuosos dragones y se elevaron en el cielo en una fuga hacia el norte, dejando atrás una vez mas el que había sido su hogar. El vuelo, sin embargo, les llevó muchas horas más de lo que habían previsto, y el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte cuando los paisajes comenzaron a transformarse en un espectáculo de blancura inmaculada. La nieve cubría todo a su alrededor, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. Cada colina y cada valle se vestían de un manto blanco y puro.
Ante ellos se alzaba el majestuoso Muro, una imponente barrera de hielo y piedra que se perdía en la distancia. La muralla era tan alta que parecía tocar el cielo, incluso vista desde sus dragones, y su presencia imponía respeto. La nieve cubría sus piedras centenarias, dándole un aspecto aún más impresionante.
Los alrededores del Muro estaban bañados en la luz tenue del crepúsculo, y los picos nevados de las montañas se recortaban contra el cielo anaranjado y púrpura. El silencio del norte era sobrecogedor, roto solo por el susurro del viento y el crujido de la nieve bajo las garras de ambos dragones.
A pesar del frío y la oscuridad que se cernía sobre ellos, no pudieron evitar maravillarse ante la belleza de aquellas tierras. Era un lugar salvaje y desafiante, nuevo para ambos, pero también rebosante de una majestuosidad natural que los dejaba sin aliento.
Desde lo alto del cielo, contemplaron la mayor parte del territorio hasta que Jace, con una mano en alto, dio la señal para descender, y su hermana fue a la par de él. Sus dragones descendieron juntos, y sus garras tocaron tierra firme sobre un banco de hielo que parecía lo suficientemente sólido como para soportar el peso de las bestias aladas. El dragón de Joff, con su envergadura imponente y escamas resplandecientes, fue el que lideró el camino, mientras Vermax los seguía de cerca, sus alas plegadas a su espalda, deslizándose con elegancia sobre el terreno nevado.
El castillo se alzo ante ellos como una fortaleza impenetrable, una estructura formidable construida para resistir los rigores del invierno eterno del norte. Sus altas murallas de granito gris y piedra oscura se alzaban majestuosamente desde la nieve circundante, y las torres puntiagudas se perdían en lo alto. El castillo parecía un lugar de una belleza austera, con una sensación de solidez y resistencia que lo hacía aún más imponente.
Las almenas de las murallas estaban coronadas por una fina capa de nieve, y los estandartes con las insignias de los Stark ondeaban al viento, marcando la presencia de la noble casa norteña. A medida que se observaban su alrededor, pudieron divisar las estructuras más pequeñas dentro del perímetro: las casas de madera y las cabañas de los sirvientes, todas ellas cubiertas de nieve.
El aire estaba gélido y el silencio reinaba en el entorno, un silencio solo interrumpido por el viento que susurraba entre las torres.
Los sentinelas en las torres de vigilancia ni siquiera tuvieron que detenerse a preguntar quiénes eran. Al avistar los majestuosos dragones que los acompañaban, los hombres se codearon entre sí, compartiendo miradas de asombro, y abrieron las enormes puertas de madera sin cuestionar. Fue entonces cuando Joff permitió que Tyraxes se alzara en el aire, y el dragón de su hermano, Vermax, lo siguió casi de inmediato. Mientras los imponentes dragones se alejaban en el horizonte, los ojos de los príncipes regresaron al patio de la fortaleza, donde les aguardaba el viejo lobo, Cregan Stark, observando con atención a las bestias aladas que se alejaban.
—Sean bienvenidos, príncipe y princesa —les dijo, sus ojos experimentados fijos en ellos mientras se acercaban.
Jace y Joff realizaron una pequeña reverencia, inclinando ligeramente sus cuerpos en señal de respeto, mientras se detenían frente al hombre. El señor de Invernalia era un hombre de presencia imponente, cuyos rasgos recordaban en cierta medida a los lobos del norte que simbolizaban a su Casa. Su figura alta y robusta irradiaba una autoridad natural, mientras que sus ojos penetrantes parecían haber visto más que la mayoría en el árido y duro territorio del norte.
Su cabello oscuro caía en mechones desordenados sobre su frente amplia. La barba espesa, le confería un aire salvaje y sabio a la vez. Sus ojos negros, profundos como pozos de conocimiento, observaban a los príncipes con atención.
Cregan vestía una túnica oscura de lana, adornada con el blasón de la Casa Stark en su pecho. Sobre sus hombros, llevaba una capa gruesa de piel de zorro. Esta ondeaba al viento, añadiendo una aura de majestuosidad a su figura ya de por sí imponente.
Joff se adelantó con gracia y cortesía, su sonrisa deslumbrante haciendo que varias miradas se posaran en ella. A pesar de todo había conservado ese encanto que parecía hipnotizar a quienes la rodeaban.
—Es un placer, señor Cregan —dijo con una inclinación de cabeza elegante haciendo notar a propósito su refinamiento cortesano—. El norte ha de ser encantador, me atrevo a decir el lugar más hermoso que he visitado jamás.
La observación de Joff hizo que Cregan sonriera con sinceridad. A pesar de las tensiones históricas entre el norte y el sur, parecía dispuesto a dar la bienvenida a los príncipes Targaryen.
—Estoy feliz de que haya sido de su agrado, princesa —respondió con amabilidad—. He de suponer que encontrarán grato descansar después de un viaje de tal magnitud. Les llevaré de inmediato a sus aposentos para que puedan asearse y tomar un momento de reposo antes de la cena.
Jace tomó la palabra.
—Muchas gracias por las comodidades —susurró, un suspiro escapando de sus labios. Aunque lo que realmente pensaba en su mente era que lo que estaban recibiendo era lo mínimo considerando que el hombre estaba alojando no a uno, sino a dos príncipes en sus tierras. Además, el hambre lo estaba atormentando, y tenía grandes expectativas de un festín que aliviara su apetito.
A su lado, Joff continuaba sonriendo con encanto, adaptándose al entorno con elegancia.
De inmediato, Cregan Stark y su séquito comenzaron a moverse hacia los aposentos preparados para los príncipes Targaryen.
Mientras avanzaban por la fortaleza, el lobo se había posicionado junto a Jace, y ambos conversaban amigablemente mientras recorrían juntos el camino hacia el interior. Joff seguía sosteniendo su mueca feliz, su mirada curiosa recorriendo cada detalle de la fortaleza que los rodeaba.
El interior del castillo de Invernalia emanaba un aura de rusticidad y fortaleza. Las paredes de madera maciza estaban decoradas con pieles de animales del norte, dando una sensación de calidez y comodidad a pesar de su aparente austeridad. Antorchas iluminaban los pasillos, arrojando destellos parpadeantes sobre las estructuras de madera y las decoraciones talladas. Los habitantes, criadas y sirvientes, pasaban por los pasillos, algunos de ellos curiosos, echando miradas furtivas a los visitantes, mientras otros continuaban con sus quehaceres diarios.
El consejero del lobo, un hombre con una expresión serena y respetuosa, guió a Joff hacia su habitación antes de doblar por un pasillo, dejándola allí mientras el resto del séquito continuaba su camino. Le aseguró que el baño estaría listo en breve.
Mientras se encontraba sola en la estancia, ella reflexionó sobre sus sentimientos hacia el norte. Sin duda, era un lugar hermoso, pero su belleza estaba envuelta en un aura gélida y solitaria que le resultaba intimidante. La sensación de que el silencio podría romperse en cualquier momento por el crujir de la nieve bajo sus pies la hacía contenerse. Además, su corazón estaba aún pesaroso por la reciente pérdida de su hermano y la inminente separación de su esposo. El clima frío no ayudaba en absoluto a levantar su ánimo.
Mientras meditaba sobre estos pensamientos, un par de criadas entraron en la habitación para preparar el baño. Se sumergió en la bañera sola, disfrutando de la sensación reconfortante del agua caliente mientras el frío norte quedaba atrás, al menos temporalmente. Cuando emergió, encontró un conjunto de ropas dispuesto para ella, compuesto por pieles que denotaban la práctica y la resistencia más que la elegancia cortesana.
Mirándose en el espejo, notó que aquella ropa realzaban su figura de una manera que sus vestidos de la corte no lo hacían. Ya no lucía tan esbelta como antes, su cuerpo había ganado fuerza y su ropa de entrenamiento comenzaba a ajustarse mejor a sus curvas en desarrollo. Las pieles le conferían una apariencia aún más robusta, y se sorprendió al descubrir que no le disgustaba en absoluto ese nuevo aspecto.
Tampoco sintió la necesidad de adornarse con joyas; de hecho, el simple pensamiento de hacerlo le provocaba escalofríos. Ya no quería parecer una dama de la capital, ya no quería recordar lo que eso significaba y lo que había vivido en ese lugar. Deseaba alejar esa apariencia lo más posible de su ser.
Con el cabello suelto y rebosante de rizos, salió de su habitación y fue escoltada por un caballero hasta un comedor privado, más pequeño de lo que había imaginado. Obviamente, no se trataba del comedor principal, y no había un gran banquete esperándola. En su lugar, se encontraba una mesa dispuesta con un menú que parecía formidable. Jace y Cregan ya estaban allí sentados cuando llegó, y su hermano apenas podía contener su entusiasmo al ver los bastones de queso. Ella contuvo una risa al verlo tan emocionado.
El lobo del norte se puso de pie en señal de respeto en su presencia. Aunque Joff no estaba segura de la edad exacta de Cregan, podía decir que no era demasiado joven ni tampoco demasiado viejo. Lo que estaba claro era que parecía haber vivido más años de los que su apariencia sugería, estaba marcado por la experiencia.
—Princesa —le dijo con una reverencia, a lo que ella respondió con un gesto de la mano para indicarle que podía sentarse. Ocupó un asiento vacío junto a su hermano, mientras los sirvientes comenzaban a servir los platos. Cregan continuó—: Llegas en el momento justo; estábamos teniendo una grata conversación con el príncipe. —Hizo el anuncio, Jace a su lado carraspeo. Mientras servían a Joff un delicioso plato de comida, la princesa sonrió, lista para unirse a la conversación.
Jace arrastró la silla para acercarla a la mesa.
—Estábamos hablando sobre los términos de un posible acuerdo —informó, captando la atención de su hermana.
—Como bien se sabe, mi esposa falleció hace más de un año, y aunque ya tengo un heredero, mi dulce niño Rickon, pretendo volver a casarme —anunció el hombre, recostándose en el respaldo de su silla. Jace y Joff se miraron por un momento, sorprendidos. Luego, con una mano, Cregan señaló a Joff—. Había pensado que usted, princesa, es una opción factible para ello, si me permiten expresarlo así —agregó con precaución. Jace y Joff volvieron a intercambiar miradas brevemente.
—Con respeto, Cregan, creo que mi hermana es un tanto joven para usted —reconoció Jace con recelo, y luego, tras una última mirada de reojo a la rubia, añadió con cautela—: Además, ella ya está... casada —lo soltó de manera cauta. El lobo pareció reconsiderarlo, y su expresión cambió.
—No pretendía ofenderlos, Majestades —dijo con lentitud—. Mis disculpas, princesa. Su marido es muy afortunado —Joff le respondió con una leve sonrisa por pura cortesía. Y después de pinchar una uva con su tenedor, habló.
—Si lo que usted quiere es una alianza de matrimonio, podemos resolverlo con facilidad —inquirió Joff, colocando una mano sobre su vientre—. Usted tiene un hijo, ¿verdad? —No esperó a que Cregan respondiera antes de continuar—. Pues yo estoy embarazada, e intuyo que será una niña. Tal vez esa sea la alianza de matrimonio que podamos acordar —Jace abrió los ojos de par en par y se atragantó con el agua, llamando la atención de todos en la mesa.
No pudo procesar lo que su hermana acababa de decir, así que simplemente se puso de pie tosiendo y se alejó de la mesa.
—Disculpen, voy... al baño —dijo con dificultad y se marchó sin esperar respuesta.
Joff no lo siguió; no podía ocuparse de eso en ese momento. En cambio, volvió a mirar a Cregan. A pesar de que era mayor, no la intimidaba. Tal vez en algún momento de su vida lo hubiera hecho, pero ahora se sentía como si estuviera hablando con un igual. El hombre en la punta de la mesa la estaba analizando cautelosamente.
—¿Y si no resulta ser una niña? —preguntó con precaución.
Joff mantuvo su compostura. Se sentía como si estuviera jugando un juego de ajedrez con Cregan Stark, donde cada palabra y movimiento eran cruciales para lograr su objetivo. Ella, con una elegancia que no se le escapaba al hombre, restó importancia a la incertidumbre del género de su futuro hijo o hija con un gesto desenfadado de su mano.
—No importa, tendré muchos más, y seguro que alguno de mis vástagos será una mujer —declaró con confianza, sus ojos chispeando con determinación.
Cregan, cuyas expresiones faciales normalmente eran tan imperturbables como los vastos bosques del Norte, mostró una ligera sonrisa de aprobación. La mirada que dirigió a Joffrine denotaba una satisfacción más profunda, como si hubiera descubierto algo valioso en la joven princesa Targaryen.
—Eres una mujer con visión y determinación, princesa —comentó con su voz profunda y grave, llenando la habitación con su autoridad—. Aprecio tu disposición para considerar esta alianza con seriedad y tu confianza en el futuro. —Pausó por un momento, creando un ambiente intrigante—. Entonces, Joffrine de la casa Targaryen, tenemos un acuerdo. Tu primogénita mujer se casará con mi hijo Rickon a cambio de mis estandartes y mi lealtad a tu madre Rhaenyra.
Joff amplió su sonrisa, revelando su satisfacción por el acuerdo alcanzado.
—Me parece un trato justo —reconoció, dejando a un lado la servilleta que había usado para limpiarse las manos—. Ahora, si me disculpa, voy a verificar que mi hermano se encuentre bien.
Con elegancia, se puso de pie y, con su vestimenta de pieles que la alejaba de la imagen de una dama de la corte, se retiró de la sala en busca de su hermano Jace, dejando atrás a Cregan y lo que habían estado conversando. Aquello había sido un éxito.
Inmediatamente se adentró en los pasillos del castillo de Invernalia, sin tener una dirección precisa en mente. Sus pasos eran rápidos y decididos, su mente llena de inquietud. La sonrisa que había adornado su semblante momentos antes se había desvanecido, reemplazada ahora por una mueca ansiosa.
Afortunadamente, no tuvo que caminar mucho antes de encontrar a su hermano Jace, quien se encontraba inclinado sobre un rincón del pasillo, aparentemente habiendo vomitado. Cuando levantó la mirada y la vio, su rostro mostró una expresión de desgano.
—¿Estás...? —comenzó a preguntar con voz débil.
—Sí —respondió ella sin permitirle terminar. Jace la miró, con los ojos entrecerrados, intentando procesar la información que su hermana le había entregado de manera tan directa.
—¿Cómo...? —intentó formular otra vez, pero Joff alzó una ceja con una expresión claramente impaciente.
—¿Quieres que te explique cómo? —inquirió, su tono llevaba un deje de sarcasmo. Su hermano negó con la cabeza rápidamente. Ella suspiró y continuó, ofreciendo una explicación más clara —Mi sangre aún no ha llegado, así que sí, lo más probable es que esté embarazada.
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