28

Aemond se desabrochó lentamente la camisa, bajo la tenue luz de una vela. Joff lo observaba con atención desde la cama, sus ojos brillando con un deseo que no había anticipado.

El rubio, en ese momento, parecía más que precioso. Ella había tenido pocas ocasiones para apreciarlo de esa manera en el pasado.

La piel de Aemond tenía la típica palidez de un Targaryen, y sus músculos estaban esculpidos con una elegancia masculina. Su pecho y su estómago eran delgados pero marcados por años de entrenamiento, evidenciando la potencia y la fuerza de su cuerpo. También mostraban las marcas de las cicatrices y los cortes que la vida le había dejado, junto con la falta de su ojo, un testamento de las muchas experiencias que había vivido.

—Si sigues mirándome de ese modo —advirtió Aemond con una sonrisa juguetona—, esto habrá terminado antes de comenzar.

El comentario hizo que Joffrine se ruborizara aún más, pero no apartó la mirada. En su lugar, se mordió el labio inferior y se arrastró hacia el borde de la cama.

—Yo... eres perfecto —confesó.

Aemond la miró de reojo mientras pasaba los dedos por su largo cabello, peinándolo.

—No, no lo soy. —Su mirada se endureció un poco antes de añadir—: Tal vez no lo sea con el resto, pero intento serlo para ti.

Joff no tuvo tiempo de responder, porque en un abrir y cerrar de ojos, se encontraba tumbada en la cama, y Aemond estaba encima de ella. Sentirlo presionando contra sus caderas hizo que tragara saliva con nerviosismo.

La besó apasionadamente, y en ese momento, ella no pudo pensar en nada más que en el efecto que tenían sus labios sobre ella. Eran como el vino, al principio con un sabor fuerte que luego se volvía más suave, pero insaciable.

Se besaron apasionadamente hasta que sus pieles hormiguearon de placer. Luego, cuando a Joffrine ya le faltaba el aliento, Aemond comenzó a explorar. Sus dedos recorrieron cada centímetro de piel mientras se deshacía de su camisón. Cuando sus manos se movieron entre las piernas de su esposa, ella soltó una exclamación de sorpresa y placer.

El continuó descendiendo, usando su boca y luego su lengua para trazar un camino de fuego por su piel. Se detuvo en zonas especialmente sensibles, arrancando gemidos y sonidos que hicieron que Joff se preguntara cuán gruesas eran las paredes de la habitación.

Y entonces se entretuvo en su estómago por un momento, dejando un camino húmedo entre sus costillas que hizo que su piel se erizara. Pero luego descendió aún más, pasando su ombligo. Joffrine contuvo la respiración cuando sintió el cálido aliento de Aemond contra el punto que palpitaba con deseo. Abrió los ojos y lo encontró entre sus piernas, su único ojo, ahora teñido de un azul intenso, sostenía su mirada.

—Aemond... —susurró. Un lado de los labios de su esposo se curvó en una media sonrisa pícara.

—Estoy aquí para servirte, mi señora —respondió Aemond con voz suave y sensual.

Entonces, sin apartar la mirada de la de ella, bajó la boca.

La espalda de Joff se arqueó al primer roce de sus labios, y sus dedos se aferraron a las sábanas mientras sentía su lengua deslizarse sobre su piel. Ella pensó que, en ese momento, su corazón podría detenerse en cualquier momento, si es que ya no lo había hecho.

El torbellino de sensaciones que Aemond desencadenó parecía inimaginable hasta ese momento. Era casi abrumador, y no podía quedarse quieta. Levantó las caderas, y su retumbante gruñido de aprobación fue casi tan excitante como las caricias de su esposo.

Por todos los dioses...

Ella dejo caer la cabeza contra el colchón y era consciente de que se estaba contoneando y retorciendo, y que no había ninguna sensación de ritmo detrás de sus movimientos. Pero esa intensa tensión en lo más profundo de su ser se estaba enroscando y apretando, y entonces todo llegó a su clímax y se quedo aturdida por su intensidad. Puede que dijera su nombre. Puede que incluso gritara algo incoherente. No lo sabía y tardé lo que le pareció una pequeña eternidad en poder abrir los ojos siquiera.

Cuando Aemond finalmente alzó la cabeza, con sus labios hinchados y brillantes, Joff se encontró con su mirada intensa y lujuriosa. Jamás lo había visto tan orgulloso y satisfecho de sí mismo como en ese instante. La punta de su lengua rozando sus labios solo aumentó la sensación de deseo que la embargaba.

—Eres la mujer más deliciosa que probé jamás —murmuró, y esas palabras hicieron que ella sintiera cómo su piel ardía aún más.

Sus ojos se encontraron, y en ese momento, ella se dio cuenta de cuánto la deseaba su esposo. Era una mirada que la llenaba de pasión y amor, y la hizo temblar de anticipación.

Aemond no se movió de inmediato, en lugar de ello, subió lentamente por su cuerpo como un depredador acechante, mientras ella lo observaba sin poder apartar la mirada. La firmeza de su cuerpo y su presencia dominante hicieron que el deseo se intensificara aún más.

—Joff... —susurró, sus labios rozaron los de ella. —. Abre los ojos.

¿Los había cerrado? Sí. En efecto. Joff los abrió para ver que un lado de los labios del rubio se curvaba hacia arriba. No dijo nada, se limitó a mirarla, sus caderas y su cuerpo muy quietos.

—¿Qué?

—Quiero que mantengas los ojos abiertos —le dijo.

—¿Por qué?

Se rio y ella soltó una exclamación ahogada ante la sensación que le transmitió el sonido con él tan cerca de donde su cuerpo palpitaba.

—Porque quiero que me toques —dijo—. Quiero que jamás vuelvas a dudar del deseo que siento por ti.

—¿Cómo...? —Un escalofrío danzó por la piel de la joven—. ¿Cómo quieres que te toque?

Aemond se mantuvo inmóvil bajo las caricias de Joffrine, observándola con una intensidad ardiente. Sus palabras susurradas y traviesas solo avivaban aún más el fuego que ardía entre ellos. Cada caricia de su esposa lo hacía temblar de deseo, y su único ojo permanecía clavado en el de ella mientras recorría su rostro y cuello con los dedos.

—Como tú quieras, princesa. —susurró con voz ronca. Joff desenrosco los dedos de la sábana y levanto la mano. Toco su mejilla.

—Dijiste que me enseñarías —murmuro con deje travieso. Aemond mantuvo el único ojo fijo en los suyos mientras deslizaba los dedos por la curva de su mandíbula, por encima de sus suaves labios y luego hacia abajo, por el cuello.

—Es lo que estoy haciendo, dulce Joff. Continúa, por favor —le respondió con un hilo de voz, sus labios rozando los de ella mientras seguía explorando su cuerpo.

Ella siguió con sus exploraciones, perdiéndose en la sensualidad de la experiencia. Sus dedos se deslizaron por la firmeza de los músculos de su bajo vientre, y luego más abajo, donde encontró una dureza sedosa que la hizo temblar de deseo.

—Por favor. No pares —suplicó con la voz rasposa, su mandíbula tensa mientras lo acariciaba a través de la tela de su pantalón. Aemond echó la cabeza hacia atrás, revelando su garganta tensa, y su cuerpo poderoso tembló bajo sus caricias.

Joffrine se concentró en la expresión de su rostro mientras lo tocaba, observando cada pequeña reacción que provocaba en él. Sus labios se entreabrieron, las líneas de su cara se volvieron más marcadas y su respiración se aceleró. Cuando deslizó la mano más abajo, hasta donde sus cuerpos casi se unían, Aemond se estremeció de placer. Y ella se maravilló de cómo podía afectarlo con solo su contacto, y aumentó la confianza en sus movimientos.

—¿Esto está bien?

—Está más que bien... todo —Su voz era aún más grave—. Pero sobre todo eso. Totalmente eso.

Entonces ella se rio con suavidad e inocencia, y lo hizo de nuevo. Movió la mano arriba y abajo. Las caderas de Aemond respondieron de un modo muy parecido a como lo habían hecho las suyas, empujaron contra su mano, contra ella. El emitió un sonido, un retumbar profundo y oscuro que le provocó una oleada de placer.

—¿Lo ves? —preguntó, su voz jadeante y su mirada ardiente, sin dejar de mover sus caderas contra la mano de su esposa.

—Sí —susurró ella, completamente entregada al momento.

—Ha sido de este modo desde el primer día. —Aemond inclinó la cabeza hacia ella, su único ojo brillando intensamente antes de cerrarse momentáneamente. Luego, soltó una risa amarga—. Es tan tonto que hayas dudado de lo que me causas... cuando yo podría poner al mundo de rodillas por ti.

Bajó la cabeza y la besó apasionadamente mientras se apoyaba en su brazo izquierdo. Su mano viajó por la longitud del cuerpo de su esposa, deshaciéndose de la última prenda que quedaba entre ellos.

—¿Estás preparada? —le preguntó, y a ella se le corto la respiración al instante, pero asintió. La besó de nuevo antes de empujar hacia dentro, solo un poquito. Se detuvo y suspiro, bastante burlesco—. Oh, sí que estás preparada. —Todo el cuerpo de la joven se ruborizó y tembló. —Pero al principio, puede que duela.

—Lo sé. —Tal vez Joff jamás había indagado demasiado, pero sabía lo suficiente de sexo como para saber eso. Aemond se rio ante su gesto nervioso, pero acabó en un gemido cuando empezó a moverse.

Hubo presión y un momento en el que no estaba segura de cómo podría ir más allá, y entonces un repentino dolor punzante le robó la respiración y apretó los ojos con fuerza. Clavo los dedos en sus hombros, toda tensa. Había sabido que habría algo de dolor, pero todo ese calor lánguido se convirtió en esquirlas de hielo. Aemond se quedó parado encima de ella, resollando.

—Lo siento. —Los labios de su esposo tocaron su nariz, sus párpados, sus mejillas —. Lo siento.

—No pasa nada —susurró ella con dulzura, ofreciendo una sonrisa tranquilizadora.

Aemond respondió besándola de nuevo, esta vez con suavidad y devoción. Luego, apoyó su frente contra la de su esposa, sintiendo la conexión profunda entre ellos. Una respiración tranquila y profunda hinchió su pecho, y ambos compartieron un momento de paz y entendimiento.

Ya estaba.

Habían cruzado una última barrera en su relación. No hubo ninguna sensación de culpabilidad ni estallido de pánico para ella.

Joffrine respiró hondo y el ardor en su interior comenzó a amainar gradualmente. Aemond seguía quieto encima suyo, esperando con paciencia. Con cautela, levantó las caderas hacia las del príncipe. Aunque aún sentía algo de dolor, no era tan intenso como antes. Lo intentó de nuevo, y esta vez Aemond se estremeció, pero no se movió. No fue hasta que las manos de Joff se aflojaron sobre sus hombros que todo cambió, y lo hizo por una razón completamente diferente.

Una fricción abrasadora reemplazó al dolor, y ella sintió una intensa oleada de placer recorrer su cuerpo. Los músculos de la parte baja de su estómago se contrajeron cuando esa sensación la embargó por completo. Solo entonces el volvió a moverse, y lo hizo con sumo cuidado, tan suave que Joff sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. Los gemidos se escaparon de sus labios mientras enroscaba los brazos alrededor del cuello de su esposo y se abandonaba a la locura del momento en el progresivo crescendo de sensaciones.

Un instinto primitivo se apoderó de ellos, guiando sus caderas para que se movieran al unísono. Sus cuerpos se movían juntos en perfecta armonía, y el único sonido en la habitación eran sus suaves suspiros y los gemidos graves de Aemond. La tensión exquisita, casi dolorosa, volvió a apoderarse de ambos. Las piernas de Joff se levantaron por voluntad propia, enroscándose alrededor de las caderas del príncipe. La presión aumentaba de nuevo en su interior, pero esta vez era más intensa.

Aemond deslizó un brazo debajo de la cabeza de su sobrina y cerró la mano alrededor de su hombro, mientras que su otra mano se apretaba sobre su cadera. Sus embestidas se volvieron más rápidas, más profundas, sus movimientos más fuertes mientras la sostenía con firmeza debajo de él. Joff se aferró a él, buscando sus labios en la oscuridad mientras el deslizaba su mano entre sus cuerpos una vez más. Su pulgar encontró esa zona sensible y cuando sus caderas empujaron contra las de la joven en pequeños círculos apretados, la tensión explotó de nuevo.

Ella gritó cuando la sensación la atravesó de arriba abajo, más intensa y punzante que antes. De alguna manera, el alivio que Aemond le había proporcionado anteriormente no se comparaba en nada con esto. Se sintió desgarrada en pedazos de la mejor manera posible, y solo cuando la última oleada pareció amainar, se dio cuenta de la intensa mirada azul que la había estado observando todo el tiempo. Un gemido jadeante escapó de sus labios cuando comprendió que él la había estado mirando en cada momento de su íntimo encuentro.

Le puso una mano temblorosa sobre su mejilla caliente.

—Aemond —susurro.

Y deseo poder poner en palabras lo que acababa de sentir. Lo que todavía sentía. Las facciones del rubio se endurecieron y su mandíbula se tensó y entonces... dio la impresión de que perdía el poco control que aún le quedaba. Su cuerpo se estrelló contra el de su sobrina, zarandeándonos por toda la cama. Debajo de las manos de la joven, sus músculos se flexionaban y apretaban, y entonces echó la cabeza atrás y gruño de placer al tiempo que se estremecía.

Dejó caer la cabeza hacia la de su esposa, hacia la zona sensible a un lado de su cuello. Ella sintió sus labios contra su pulso acelerado, el vaivén de sus caderas se ralentizó.

Joff no supo cuánto tiempo se quedaron así. Sus pieles húmedas empezaron a enfriarse, sus respiraciones se apaciguaron, mientras el deslizaba los dedos por su pelo. Sus músculos se habían relajado y su peso reposaba sobre sus codos.

—No olvides esto —insistió Aemond, su voz cargada de seriedad mientras acariciaba su mejilla con suavidad.

Ella lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de emociones, y finalmente respondió: —No creo que pueda hacerlo jamás —acariciando la mandíbula de Aemond con ternura. El pulgar de su espos siguió acariciando su mejilla antes de que tomara una manta y la extendiera con cuidado sobre su cuerpo.

—Prométeme que te vas a mantener al margen —insistió él, su mirada endurecida. —Que pase lo que pase mañana, el próximo día, la próxima semana, no vas a ponerte en peligro... no te vas a arriesgar.

La boca de Joffrine se movía, pero las palabras no salían de ella.

—Yo... —titubeó, pero ni siquiera pudo articular las palabras, y las lágrimas comenzaron a empañar sus ojos. La frustración y el miedo se apoderaron de ella.

Aemond soltó un bufido de frustración, y le lanzó una mirada que denotaba su enojo. Luego apartó la vista, dejándose caer pesadamente sobre el colchón, abrumado y enfadado consigo mismo.

—Mierda, Joff —murmuró con enojo. —Hicimos esto porque dijiste que te mantendrías a salvo... y ni siquiera puedes prometerlo —refunfuñó, mirando fijamente el dosel de la cama.

Eso... eso había dolido. Las lágrimas calientes se deslizaron por las mejillas de su esposa mientras se acomodaba en un montón de almohadas, abrazándose a sí misma.

—Pensé que querías... —sollozó, sin poder terminar la frase.

Aemond se dio cuenta de inmediato de la culpa que había provocado en Joffrine y trató de corregirse. Se volteó hacia ella, levantándose y acercándose, extendiendo sus brazos en un gesto de disculpa, pero ella se alejó de su alcance.

—No fue lo que quise decir —intentó explicar con urgencia. —En serio, Joff, esto es lo que más quería en el mundo. Te lo dije, yo... —se sintió avergonzado pero creyó que era necesario admitirlo. —Dioses, pase noches enteras imaginando justo este momento. —Suspiró profundamente. —Pero tenía la esperanza de que pudiéramos posponerlo un poco más, de que no tuvieras que pasar por esto tan pronto. De todos modos, está hecho, y no me arrepiento de nada, fue increíble. —Suspiró de nuevo, y ella finalmente comenzó a mirarlo de nuevo. —Mucho más de lo que había imaginado, mucho más de lo que jamás podría haber... soñado.

Buenas buenassss

¿Cómo están? Por aquí, ya mejorada por completo.

Bueno nada, espero que les haya gustado el capitulo, y gracias por la paciencia bebes les juro que pase una semana tremenda con la muela.

Así que nada, gracias por las leídas y el apoyo, lxs amo muchooooooo.


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