22
—¿Entonces, qué vienes a ofrecer, niño? —preguntó Borros Baratheon al rubio, que estaba de pie en medio de la sala con las manos cruzadas detrás de la espalda, manteniendo una postura erguida.
El joven entrecerró los ojos, observando a Borros con un semblante inescrutable. Dio un paso adelante y se aclaró la garganta antes de responder. No es que Borros Baratheon le cayera particularmente bien, pero estaba allí en Bastión de Tormentas por la voluntad de Otto Hightower, y tenía una tarea que cumplir.
—Una propuesta de matrimonio, Lord —dijo con firmeza, y el semblante del hombre se iluminó ligeramente al escuchar esas palabras. —A cambio de la lealtad de sus soldados hacia la Corona.
Borros Baratheon escudriñó al joven con la mirada, analizándolo minuciosamente, como si intentara discernir lo que ocultaba detrás de sus palabras. Finalmente, anunció con autoridad: —Traigan a mis hijas.
Varias personas de su pequeño consejo se movieron de inmediato, y la habitación quedó en silencio, salvo por el rugido de la tormenta que se desataba fuera de la fortaleza, mientras todos los presentes esperaban.
El joven comenzaba a impacientarse mientras esperaba en la sala. La tensión en el ambiente se hacía más palpable con cada segundo que pasaba. Finalmente, varias mujeres empezaron a aparecer, formando una fila ordenada. Eran cuatro en total, y ninguna de ellas destacaba particularmente por su belleza. Ni siquiera lograban captar su atención.
—¿Ellas son? —preguntó a Borros Baratheon, cuyo gesto apenas cambió.
—Elige la que más te guste, muchacho —respondió el lord, extendiendo la mano hacia las mujeres como si fueran objetos de poco valor.
Aemond esbozó una sonrisa amplia, similar a la de un gato que está jugando con un ratón. Inhaló profundamente, haciendo que sus fosas nasales se ensancharan, y finalmente suspiró con satisfacción.
—Oh no, mi señor. Es mi hermano, Daeron, quien llevara a cabo el pacto. No yo. Ya me encuentro felizmente prometido —confesó Aemond. Borros frunció el ceño, desviando su mirada hacia el joven que lo acompañaba, Daeron, quien parecía querer ocultar su rostro entre sus rizos, como si sintiera vergüenza o incomodidad por la situación.
El ambiente en la sala se volvió aún más tenso, con miradas de sorpresa y desconcierto entre los presentes de su corte menor. Aemond se sintió más que satisfecho una vez más. Le complacía enormemente ver a su hermano Daeron humillado de esa manera, especialmente después de que había difundido tantas calumnias sobre su sobrina.
El príncipe de cabellos largos tenía la certeza de que Daeron estaría dispuesto a cualquier cosa antes que casarse con alguna de aquellas mujeres. Ninguna de ellas tenía ni de cerca el porte ni la elegancia de Joffrine. Aunque sus palabras podían sonar despectivas, las mujeres en fila tenían rostros sombríos, apagados y alargados, de escaso atractivo. Joffrine, por otro lado, irradiaba luz pura. La diferencia era abismal, como comparar barro con oro. ¿Cómo podía su hermano ser tan ciego teniendo ambos ojos en su cara? Al menos por el momento.
—¿Sabe acaso levantar una espada? Está demasiado delgado —le preguntó Borros Baratheon, y Aemond lanzó una mirada de reojo a Daeron, quien había dado un paso adelante y ahora estaba junto a él, aparentando sentirse incómodo e inseguro.
—Sí, señor. Soy un excelente guerrero —respondió, y el hombre lo escrutó con la misma atención que había dedicado a su hermano. Sin embargo, Borros estaba lejos de sentirse tan complacido como cuando creyó que Aemond formaba parte del acuerdo matrimonial.
—Maris, es mi segunda hija y aún no está prometida, ella se casará contigo, muchacho —dijo Borros Baratheon con un tono de desprecio evidente, señalando la fila de mujeres con la cabeza.
El rostro de Daeron se frunció en una expresión de confusión y descontento.
—Pero dijo que podía elegir...
Borros lo interrumpió con brusquedad. —He cambiado de opinión, ¿aceptarás o no?
Aemond intervino esta vez, cortando a su hermano con un gesto de la mano antes de que pudiera abrir la boca. —Aceptara con orgullo, no se preocupe, Lord —respondió con seguridad. Daeron lo miró indignado, sintiendo que se le estaba arrebatando la última pizca de control sobre su destino.
—Entonces tenemos un trato, niños —anunció, dando por finalizada la conversación y dejando claro que su decisión era inmutable.
El pequeño consejo adoptó posiciones más relajadas, y Aemond también lo hizo cuando Lord Borros pidió a su hija susodicha que se acercara a su hermano. Estaba más que complacido, en gran parte porque sabía que ese acuerdo sería probablemente uno de los más tortuosos que su hermano tendría que enfrentar en su vida. Era mucho peor que casarse con la hija de Rhaenyra Targaryen, que al menos era la personificación de la belleza. Para Daeron, esto era verdaderamente humillante.
Aemond había desenvainado su daga y jugaba con ella mientras observaba de reojo a su hermano y a la hija de Borros Baratheon conversar poco animosamente. Comenzaba a perder la paciencia nuevamente, ansioso por regresar al castillo. La única razón era que su boda se llevaría a cabo tan pronto como él estuviera en Poniente. Estaba deseoso de montarse en su dragón y regresar junto a Joff, ver su sonrisa y escuchar su voz. Ya tenía preparados regalos especiales para ella, unos pigmentos de Dorne, únicos debido a sus fuentes naturales y minerales, perfectos para que ella pintara sus lienzos. Además, había añadido algunas flores secas para sus aguas de baño y detalles que sabía que le encantarían.
Mientras pensaba en esto, las puertas de la fortaleza se abrieron y varios guardias entraron. Los primeros caballeros portaban los estandartes de los Baratheon, pero más al fondo se veían otros distintos: los de los Targaryen.
—Mi señor, el príncipe Lucerys Velaryon, hijo de la princesa Rhaenyra Targaryen —anunció uno de los generales, introduciendo al recién llegado y captando la atención de los presentes.
Ambos hermanos, Aemond y Daeron, se volvieron hacia las puertas. La mirada de Aemond se cruzó con la del joven Lucerys, quien lucía visiblemente atemorizado. El ambiente sombrío que imperaba en la sala no ayudaba en absoluto a aliviar la tensión. Luke, como le llamaban familiarmente, tembló cuando sus ojos recorrieron la estancia y se detuvieron en sus tíos, quienes acababan de colocarse uno al lado del otro.
—Le he traído un mensaje de mi madre —anunció el príncipe Velaryon, esforzándose por mantener su mirada fija en el hombre sentado en una silla de piedra posicionado en un estrado igualmente de piedra ubicada frente a él.
Lord Borros Baratheon observó al príncipe, como si creyera que se trataba de una especie de broma. Luego, sus ojos se desviaron hacia los Targaryen, que estaba ubicados a un costado de la sala, observando con atención.
—¿Y qué es lo que quiere tu madre? —preguntó Borros a Lucerys, cuya respiración era tan lenta y controlada como si temiera hacer ruido en ese momento.
Luke extendió un pergamino que llevaba consigo a un guardia, quien a su vez lo entregó a un maestre que se acercó al sitial de Lord Borros. Después de leer la carta, el maestre informó a Borros al oído acerca de su contenido.
El señor de Bastión de Tormenta escudriñó al príncipe con ojos inquisitivos. Inhaló profundamente, ensanchando sus fosas nasales de manera tan notoria que parecía estar tratando de contener la ira o la frustración. Finalmente, habló con evidente irritación.
—Está recordándome el juramento de mi padre —informó. Lucerys no respondió, pero su semblante dejaba claro que deseaba salir de allí lo más pronto posible. Borros continuó con severidad—. La Corona tiene al menos una oferta —añadió, señalando a los hermanos Targaryen con un gesto de su brazo extendido—. Mis soldados y estandartes a cambio de un pacto de matrimonio. —Se inclinó hacia adelante, apretando con firmeza los reposabrazos de su silla—. Si hago lo que tu madre dice, ¿con cuál de mis hijas te casarás, niño?
Lucerys tragó saliva, sin atreverse a apartar la mirada de Lord Borros Baratheon para evitar parecer más nervioso de lo que ya estaba.
—Mi señor, no estoy libre para casarme. Ya estoy comprometido —respondió tras unos segundos de incómodo silencio. Cometió el error de mirar a su izquierda, donde Aemond lo observaba con expectación, mientras que Daeron a su lado intentaba contener una sonrisa.
—¿No te enseñaron que hacer una oferta con las manos vacías es de mala educación? Qué idiota es tu madre —escupió el menor de los dos rubios con desprecio—. Es una ofensa para ti, Lord Borros.
Borros, quien seguía aferrado a los reposabrazos de su silla de piedra, apenas giró la cabeza para mirar a Daeron con una mirada afilada y penetrante.
—Al parecer, lo que al príncipe le falta en músculos lo tiene en mente —comentó Lord Borros, aunque Aemond no estaría completamente de acuerdo con esa afirmación—. El niño rubio tiene razón, es vergonzoso —declaró con firmeza—. Así que vuelve a casa, cachorro, y dile a tu madre que el señor de Bastión de Tormentas no es su discípulo al que puede llamar para enfrentarlo a sus enemigos a cambio de nada.
Lucerys se estremeció ligeramente, pero se obligó a mantener su semblante firme y digno.
—Llevaré su respuesta a mi madre, mi señor —respondió con serenidad y se dio la vuelta para partir.
Daeron pareció moverse como si estuviera a punto de intervenir, pero su hermano mayor lo detuvo sujetándolo del costado de su abrigo, manteniéndolo en su lugar. El príncipe Velaryon se retiró sin decir una palabra más, y su hermano a su lado finalmente logró zafarse del agarre de Aemond, aunque no dijo nada en ese momento.
—No deberíamos dejar que se marche así sin más —gruñó Daeron una vez que Lucerys Velaryon se hubo ido. Aemond negó con la cabeza en señal de desaprobación.
—Compórtate —susurró, instándolo a mantener la calma.
Daeron se mantuvo en silencio después de esa advertencia, limitándose a observar cómo Borros Baratheon ordenaba a sus sirvientes que proporcionaran dos habitaciones para que los hermanos Targaryen pasaran la noche en Bastión de Tormentas, ya que los vientos afuera aún no había amainado y, dado el pacto que parecía haberse formado, eran bienvenidos en la fortaleza.
Así que Aemond se dispuso a seguir a los sirvientes hacia las habitaciones que les habían asignado. Sin embargo, Daeron decidió excusarse diciendo que iría a visitar a su dragón, Tessarion, antes de internarse en el castillo.
Por supuesto, esto era una mentira.
Daeron comenzaba a considerar que su hermano se estaba debilitando, e incluso pensaba que no era de fiar para la familia ahora que estaba comprometido con la dulce tentación, la estúpida Joffrey Velaryon. Él veía esta situación como una oportunidad para demostrar en serio su valía y no la dejaría pasar.
En medio de la tormenta, Daeron se montó en su bestia alada de color azul, y surcó los cielos a través de los bancos de nubes oscuras y las fuertes ventiscas. A pesar de las condiciones climáticas adversas, Tessarion era una dragina rápida y ágil, por lo que no le costó trabajo encontrar al pequeño dragón de su sobrino, que luchaba por mantenerse estable en el aire. Daeron rió con diversión mientras se acercaba a él y comenzó a volar cerca, sobresaltando a Lucerys.
El dragón de Luke, Arrax, que era tan temeroso como Tyraxes, comenzó a aletear con más fuerza en un intento desesperado por escapar de la persecución. Sin embargo, la bestia azul era mucho más rápido, incluso que Meleys, considerada uno de los dragones más veloces del mundo. Tessarion había sido entrenada igual de bien.
Asi que a pesar de los intentos del joven por evadirlo, no logró perder de vista a Daeron. El pánico lo invadió cuando se dio cuenta de que su tío no solo intentaba asustarlo, sino que estaba dispuesto a hacer algo más.
Y Daeron, cegado por el deseo de reconocimiento de su familia, no se detuvo en sus acciones. No se sintió culpable por lo que estaba a punto de hacer. Estaba decidido a demostrar que era mejor que Aemond, más inteligente y menos débil. Que no le temblaba el pulso.
Así que no dudó ni por un momento cuando tiró de las riendas de Tessarion, haciendo que su dragón se lanzara contra el de Lucerys.
Tessarion apenas tuvo que hacer un esfuerzo para atrapar a ambos en un par de bocanadas, para luego tragárselos por completo.
[...]
Rhaenys lideraba el camino mientras descendían por las estrechas callecitas internas de la Fosa de Dragón, un lugar que Joffrine había llegado a conocer casi de memoria en los últimos tiempos. Ella iba delante, oculta bajo una capa que disimulaba su apariencia y despojada de cualquier adorno que pudiera llamar la atención. Detrás de Joff, su abuela política empujaba suavemente sus hombros, guiándola.
—No podemos irnos sin Jace —volvió a decir, como por enésimas vez. —Quien sabe que le harán.
La mujer detrás de ella suspiró y repitió la respuesta que ya había dado varias veces. —No nos podemos arriesgar —le respondió, con firmeza.
Joffrine ya había gritado y forcejeado cuando Ser Erryk la había arrastrado fuera del castillo en contra de su voluntad, con la misión de ponerla a salvo bajo el juramento de servir a su madre. Incluso lo había mordido y arañado, pero no pudo con él. Ahora, estaba lo suficientemente exhausta como para dejar de resistirse y simplemente seguir caminando, habiendo aceptado que no le permitirían regresar.
Rhaenys continuó prácticamente empujando a Joffrine hasta que llegaron debajo del estrado de Fosodragon, donde se encontraban encadenadas sus bestias. Ser Erryk no había mencionado nada sobre llevarse a sus dragones. Sin embargo, Joff recordaba a duras penas, mientras gritaba tratando de zafarse, que Rhaenys había mencionado algo sobre no irse sin su dragona. Pero en ese momento, no había prestado mucha atención a eso. Ahora, sin embargo, se preguntaba por qué estaban en ese lugar.
—Si tenemos tiempo para sacar a nuestros dragones, ¿por qué no podemos buscar a mi hermano? —cuestionó a la mujer, algo molesta, ya que estaba de mal humor y agotada para disimularlo.
—Buscar a Jace nos llevaría más tiempo y nos pondría a ambas en mayor riesgo.
Joffrine resbaló en un escalón y terminó en el suelo. No tuvo fuerzas para protestar por el golpe. Rhaenys se apresuró a tomarla del brazo y ayudarla a ponerse de pie antes de continuar caminando.
Joffrine replico sin ánimo: —Si algo le sucede, será culpa nuestra —. Rhaenys suspiró, y efectivamente, estaban caminando hacia las cuevas de dragones.
—Jace decidió quedarse en Poniente, igual que tú. Sabían a lo que se arriesgaban.
—Entonces, ¿por qué me estás salvando a mí y no a él? Se supone que es el heredero después de mi madre.
—Porque no puedo acudir a Rhaenyra con las manos vacías —respondió Rhaenys con palabras huecas y frías. Aunque Joffrine lo interpretó como hostil, en el fondo sabía que tenía razón, aunque ella misma no era de ese modo.
Caminó hasta donde estaba su dragón mientras su abuela desencadenaba al suyo. Le apoyó una mano en el lomo, y Tyraxes se movió, mas ella permaneció en silencio, con una mueca de desgano. Usando la poca fuerza que le quedaba, Joffrine liberó los grilletes que sujetaban a su bestia. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Tyraxes se movió, atrayendo la atención de los otros dragones que se agitaban a su alrededor. Joff observó el hueco vacío donde normalmente estaría Vhagar antes de colgarse de la red de su propio dragón para subir a su lomo.
Joffrine observó a Aemond durante tanto tiempo que su vista comenzó a volverse borrosa mientras se acomodaba sobre la silla de montar. Era difícil no pensar en él; era complicado creer que no era parte de todo ese circo. Sin embargo, Joffrine estaba fingiendo para evitar desplomarse en ese mismo momento debido al dolor.
¿Qué pasaría si Aemond lo hubiera sabido todo este tiempo? Tal vez su relación ni siquiera era real. Tal vez solo la habían utilizado como un medio para un fin, como un objeto desechable.
No se ató las correas a las piernas, aunque podría haberlo hecho. Rhaenys no sabía que ella era una jinete mediocre, por lo que no se preocuparía por que se cayera en medio de los cielos. Pero Joffrine necesitaba sentirse un poco bien, necesitaba sentir que podía hacer algo por sí misma.
Todavía no era una buena esposa, ni siquiera había experimentado su primera sangre, por lo que no podía darle hijos a nadie. Su hermano estaba en paradero desconocido, y ella ni siquiera era capaz de luchar contra su abuela y un guardia para ir a buscarlo; lo estaba dejando solo. No se sentía valiente ni particularmente inteligente, pero al menos quería fingir que era una buena jinete, que podía volar sin estar amarrada.
—Estoy lista —le dijo a la mujer, ya montada en su propio dragón.
—Adelántate, Joff. ¿Conoces el camino, verdad? —Joffrine asintió, aunque eso era bastante mentira. —Voy a crear una distracción. Así que, cuando dé la señal, debes estar lista.
Joffrine asintió con la cabeza y echó un vistazo al agujero vacío antes de aferrarse a las cuerdas con determinación.
El momento siguiente pasó tan rápido que Joff apenas pudo registrar lo que estaba ocurriendo. Rhaenys emergió del suelo rompiendo los tablones de la fosa, mientras se suponía que ella debía escapar sin ser detenida. Sin embargo, en su estado de conmoción, poco pudo hacer. En cambio, Tyraxes parecía haber comprendido todo aquello de lo que su jinete había estado absorta. Así que el mérito de la huida perfecta fue para él.
Joff simplemente se aferró con fuerza mientras volaban hacia el cielo y su dragón se estabilizaba en el aire.
Tyraxes la llevó de regreso a casa, de manera literal, ya que ella se quedó dormida a mitad del camino debido al agotamiento. Solo cuando el dragón comenzó a descender, sintió que se estaba resbalando y tuvo que despertar apresuradamente para sujetarse.
Cuando la bestia finalmente tocó el suelo, un grupo de caballeros ya la estaba esperando. Dos entrenadores se llevaron al dragon mientras un grupo de guardias la escoltó al interior de la fortaleza. Mientras caminaba, no pudo evitar preguntarse si Rhaenys estaría bien. Como si el destino quisiera responderle, a través del pasillo oyó en ese instante el rugido de la dragona carmesí surcando el aire.
Al parecer, Rhaenyra estaba en una reunión con la corte menor cuando Joffrine fue anunciada. Su madre la miró durante un momento, como si estuviera viendo un sueño hecho realidad, y luego se encaminó a abrazarla con cuidado, ya que su vientre estaba casi a término. Joff se dejó envolver por sus brazos, aunque no encontró en ellos la paz que estaba buscando, ni la tranquilidad que esperaba encontrar en su madre después de tanto tiempo separadas.
Ya no se sentía una niña pequeña cuyo cariño de su madre pudiera arreglarlo todo.
—Joff, ¿qué haces aquí? ¿Está todo bien? —preguntó Rhaenyra, preocupada, una vez que se separaron.
La joven no pudo hacer más que llorar, liberando las lágrimas que había acumulado desde que los guardias la sacaron de su cama a medianoche. No necesitó responder, porque fue Rhaenys quien habló por ella.
—Viserys está muerto —hizo una pausa, mientras Joff sollozaba. —Han coronado a Aegon en tu lugar... y tienen retenido a Jace.
Rhaenyra se retorció de dolor, agarrándose del hombro de su hija como único apoyo. Si Joffrine no hubiera encontrado fortaleza en ese momento, ambas se habrían caído al suelo.
—Llama... a... Daemon —le dijo Rhaenyra, mientras palpaba su entrepierna por debajo del vestido para descubrir que lo viscoso que le recorría la pierna no era otra cosa que sangre.
Rhaenys se movilizó rápidamente, mientras que Joffrine entornaba los ojos con preocupación.
—Mamá... tienes que recostarte —le dijo su hija, con la voz quebrada. La mujer había comenzado a caminar, dejando un rastro de sangre a su paso.
—Estoy bien... Joff —dijo Rhaenyra entrecortadamente, pero otro dolor punzante la hizo doblarse en dos. Joffrine se apresuró a tomarla del brazo con firmeza.
—¿Dónde está Luke?
Su madre tomó una gran bocanada de aire, apretando de más la mano de Joff mientras intentaba hablar a pesar del dolor que la consumía.
—En... Bastión de Tormentas... no debería tardar en llegar —respondió, luchando por mantener la calma a pesar del dolor que la embargaba.
Joffrine parpadeó, y su mente comenzó a divagar. Extrañaba a su hermano terriblemente. En ese momento, él era la persona a quien más anhelaba ver, luego de su madre. Si veía el lado bueno de toda la situación, pensaba en la posibilidad de volver a tener esas noches donde comian pastelitos hasta la medianoche, durante algún tiempo mas ahora que estaba en casa. Eso le daba un poco de esperanza.
Así que, en un intento por distraer a su madre y enfocarse en pensamientos más ligeros, Joffrine se aferró al brazo de Rhaenyra con los últimos vestigios de fuerza que le quedaban y le dijo con una pequeña sonrisa: —Espero que no se tarde demasiado... y que no haya crecido mucho.
Buenas buenassssss.
Ay, dios, perdón, lo que me costo escribir este capitulo. Literalmente llore, se que fui un poco cruel.
Pero bueno, no se olviden de que l@s amo y no me funen por lastimar a mi pobre bebe.
Recuerden que pueden ver los edits en mi cuenta de tiktok y que ahora hay actualización día por medio pues el colegio me trae mal. Así que nada Lxs amooooooooooo!
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