2
Joffrine había pasado más de la mitad del trayecto en el carruaje cuidando de sus hermanos menores, Aegon y Viserys. Necesitaba mantener su mente ocupada para calmar su ansiedad por llegar, y sus hermanos eran la distracción perfecta. Además, esto había permitido que su madre descansara durante todo el viaje. Joffrine había jugado con ellos, los había alimentado e incluso había cambiado pañales malolientes. Todo esto lo había hecho pensando que extrañaría a sus hermanos menores de la misma manera que extrañaría a los mayores, y eso le generaba una nostalgia abrumadora.
Sin embargo, no se permitió llorar por eso frente a su madre. En cambio, se mostró radiante como siempre, ajustándose el vestido varias veces, mientras su dama se encargaba de mantenerla peinada durante todo el camino.
Daemon había insistido muchísimo en que ella debía haber volado junto a él y sus hermanos en su dragón, pero solo la idea de estar tanto tiempo en el cielo la espantaba. El atuendo necesario para volar no destacaba en absoluto su figura esbelta, y su cabello se despeinaría por completo. Además, tendría un olor a hedor de dragón en lugar de jazmines por el resto del día.
Ella no podía permitirse darle esa primera impresión a su prometido.
Aunque Jace le había dicho mil veces que no importaba cómo luciera, si a Daeron no le gustaba era porque tenía el sentido de la realidad alterado. A ella le causaba mucha gracia escuchar a su hermano, que era tan correcto e inescrutable, hablar de ese modo.
Extrañaría las horas que pasaba luchando para que Jacaerys aprendiera apenas una frase en alto Valyrio, a pesar de que ella solía tener muy poca paciencia y él se irritaba con facilidad.
Extrañaría cuando Luke robaba pastelitos de limón después de la cena y los llevaba a su habitación para compartirlos juntos.
Extrañaría a sus hermanos, a su madre. Dioses, extrañaría a su madre más que a nadie más en el mundo.
Pero... la reina la acogería como pupila, y Joff estaba segura de que adoraría a Alicent Hightower. De alguna manera, se ganaría su corazón, como solía hacerlo con todos.
Después se casaría y viviría como una princesa de verdad en la capital. Usaría vestidos preciosos confeccionados por los mejores sastres, comería con una vajilla de oro y siempre estaría bien peinada. Y si la realidad se ajustaba a sus sueños, su esposo sería maravilloso y tendrían hijos envidiables.
Todo esto la hacía sentir mucho mejor, aunque Joffrine no estaba ni cerca de comprender lo que le esperaba realmente.
—Puedo ver el castillo desde aquí —anunció la joven a su madre, quien estaba medio recostada abanicándose. Sin duda, mientras más se acercaban a la capital, más calor podían sentir. Joff se lamentaba un poco de haber elegido un vestido con mangas, ya que empezaba a sudar. —Es enorme.
—Nunca lo conocerás por completo —le dijo a su hija mientras se asomaba por la ventana para ver el lugar que había sido su hogar durante tantos años.
—Imagino que no —murmuró la joven, y en su regazo Aegon gimoteaba por el cansancio. Habían estado viajando durante horas y ambos bebés empezaban a sentir el agotamiento. Joffrine no había logrado hacer que se durmieran bajo ninguna circunstancia.
Joff siguió conversando con su madre acerca de sus planes ahora que viviría en la capital. Le mencionó que quería un cachorro y que se lo pediría a su prometido para su onomastico. También dijo que el rosa dejaría de ser su color favorito y que debía comenzar a vestirse como una mujer, optando por colores neutros. Rhaenyra se rió y le contesto que todavía tenía tiempo para ser una niña.
Pero Joffrine no lo veía así, no ahora que estaba prometida. La dulce tentación había encontrado finalmente al hombre que la saborearía como el postre delicioso que era. O eso creía ella.
Desde ese momento, el tiempo pareció avanzar más rápido de lo previsto, y antes de lo que esperaba, estaban cruzando los muros de la fortaleza roja, y la joven princesa sudaba como un cerdo antes del sacrificio.
—¿Estás segura de que me veo bien? —le preguntó por enésima vez a su madre, quien suspiró.
—Eres la princesa más hermosa de todas, dulce Joff. —Le dijo. —Ahora, abre la puerta.
Joffrine asintió, insegura y temblorosa como una hoja, empujó la puerta del carruaje con cautela. Alguien desde afuera la ayudó a abrirla por completo.
Sus dos hermanos ya estaban en el lugar cuando ella puso el pie en el último escalón. Con gracia, colocó un pie en el suelo, y Luke sostuvo su mano durante todo el proceso, lo que la hizo sentirse más segura.
No notó cuando su madre puso una mano en su hombro, ya que estaba absorta observando a la familia real frente a ella. Tres jóvenes rubios, acompañados de una mujer pelirroja y un hombre mayor, estaban allí, esperando.
Recorrió con la mirada a cada uno de ellos; todos vestían trajes verdes. En un extremo, se erguía un joven regordete, rubio como su madre. Llevaba llamativos adornos dorados y una sonrisa que no le pareció muy amigable; definitivamente, no era como su sonrisa, que era tierna y sincera. Este individuo... era todo lo contrario.
Junto a él, estaba una mujer un poco más baja pero igualmente preciosa: Helaena, la única a quien pudo reconocer debido a las referencias. Joffrine se imaginó un futuro en el que ambas fueran buenas amigas, pasearan por los jardines, hablaran de vestidos y joyas, pintaran y bordaran juntas como hermanas. Esa era la palabra, hermanas. Estaba segura de que Helaena sería como una hermana para ella.
Sin embargo, cuando Joff le sonrió, no recibió la misma expresión a cambio. No importaba, no se desanimó; tal vez Helaena era tímida.
Y a su lado... ¡Debía ser él! Debía ser Daeron. Joffrine observó con la respiración contenida al príncipe que estaba parado junto a la princesa, en el extremo de la línea. Era un joven alto, con una presencia que emanaba confianza. Su cabello largo caía en cascada, y era tan largo como el de su tio Daemon. Pero lo que atrapó su atención de inmediato fue el parche que cubría uno de sus ojos, un detalle intrigante que lo hacía aún más fascinante. Ese parche hablaba de historias, de aventuras, de un hombre que había vivido mucho más de lo que sus cortos años podrían sugerir.
Su apariencia causó en ella una mezcla de emociones desconcertantes. Era como si el mismísimo dios de la belleza hubiera tallado su figura, puliendo cada rasgo hasta la perfección. Sin embargo, no era solo su fisico lo que la afectaba. Era el aura que lo rodeaba, un magnetismo que atraía las miradas y absorbía su atención.
Oh dioses, su sola figura despedía un calor abrumador que parecía envolverla. A pesar de la frescura del día, sintió cómo la temperatura subía mas y mas a su alrededor. La ornamental vestimenta que el principe llevaba parecía acentuar cada línea de su cuerpo, ajustándose a sus formas como una segunda piel.
Cielos, era como si su propio vestido quisiera rebelarse contra los confines del protocolo y liberarse.
Su rostro, el del rubio en el extremo, estaba perfectamente delineado, como si hubiera sido esculpido detalladamente. Desde donde Joffrine estaba, podía ver con claridad su único ojo, un azul intenso que irradiaba intensidad y misterio. Ese ojo, de un tono idéntico al de su madre, parecía penetrar en lo más profundo de su ser.
¡Era exactamente como lo había imaginado! La imagen que había formado en su mente no le hacía justicia a la realidad que tenía ante sí. Esta imagen de Daeron personificaba todos sus sueños, todos sus deseos de lo que debería ser un príncipe encantador. Era la figura perfecta de su fantasía, una creación que superaba cualquier expectativa que pudiera haber albergado.
Un impulso le hizo morderse el labio con suavidad, mientras su corazón latía con fuerza en su pecho. Lentamente, levantó una mano temblorosa y, con una timidez que nunca antes había sentido, le saludó desde detrás de su madre. El príncipe en cuestion respondió con un ligero movimiento de cabeza, un gesto que en su sencillez pareció transmitir una complicidad silenciosa.
Joffrine sentía que iba a derretirse bajo su mirada. Era como si el peso de su atención la abrazara, enviando un escalofrío a lo largo de su espalda. Con timidez, pero también con una determinación oculta, le ofreció la sonrisa más coqueta, la más encantadora que había practicado durante horas en su espejo. Sus labios se curvaron en una expresión que destilaba encanto y promesas.
Aemond, por su parte, no puedo evitar pensar que, en efecto, Joffrine era la mujer más hermosa que había visto jamás. Y aunque en realidad, era solo una niña, su belleza desafiaba la lógica.
Pero era... exactamente lo que había oído de ella: esbelta y con una figura que apenas comenzaba a florecer hacia la mujer que sería en el futuro, tenía una cara angelical que parecía iluminar todo el entorno. Sus ojos, de un tono inusual y cautivante, brillaban con una intensidad única, como dos gemas preciosas enmarcadas por largas pestañas.
Pero lo que realmente impactó a Aemond fue su sonrisa... Dioses, esa sonrisa podría haberlo dejado de rodillas si ella se lo hubiera pedido de la manera correcta. Era un gesto encantador, tierno y sugerente al mismo tiempo, una sonrisa que le hacia querer prometer que el mundo estaría a sus pies si ella tan solo lo deseara.
Por un momento, el rubio olvidó cuántas veces había fruncido el ceño al oír su nombre, cuántas veces había rodado los ojos y la había menospreciado en su mente. La Joffrine que tenía ante él era como una revelación, una encantadora sorpresa que eclipsaba cualquier prejuicio previo.
Las descripciones que había oído sobre lo perfecta y dulce que era no le hacían justicia. Era como si su mente hubiera respondido por sí sola al saludo que ella le ofreció.
Joffrine todavía no se había movido cuando un cuarto príncipe Targaryen apareció detrás del resto. Tenía la misma altura, pero parecía algo más joven, una sombra en comparación con la radiante presencia de Aemond. La joven princesa se sintió aturdida por un momento, su mente luchando por procesar la sorpresa.
El hermoso príncipe de los cabellos largos no era quien ella iba a casar. Esto no podía estar pasando.
Y aunque este último vástago no se quedaba atrás en belleza, no era exactamente con quien había soñado. Era como si el destino le hubiera jugado una broma cruel al presentarla primero al príncipe de sus sueños y luego, como un giro inesperado en su historia, al cuarto príncipe. El que evidentemente era su prometido.
Daeron tenía el cabello platinado recortado con precisión, unos cuantos rizos rebeldes le caían graciosamente sobre su frente, un atributo que parecía haber heredado de su madre. Era delgado pero de contextura formidable, una combinación que transmitía fuerza y elegancia en su porte. Sin embargo, sus ojos no se cruzaron con los de ella en ningún momento, y su actitud parecía inquietamente incómoda.
Mas Joff decidió que no caería en el pánico. Mantuvo su sonrisa radiante y se movio junto a su madre. Cuando llegaron frente a la reina Alicent, la princesa heredera hizo una ligera referencia en señal de respeto. Su familia la imitó, incluida Joffrine, buscando ajustarse adecuadamente a las expectativas del protocolo.
La reina posó su mirada sobre ellos, y la dulce tentación, que tonta no era, percibió inmediatamente la tensión en el ambiente. La mirada de Daemon, llena de intensidad, parecía devorarla con la mirada, y no de una manera sexual, sino como si quisiera ofrecerla en sacrificio a su dragón Caraxes sin el menor rastro de remordimiento. En cuanto a la reina, su semblante permanecía impasible, sin un atisbo de sonrisa ni calidez, ni siquiera cuando sus ojos se posaron en ella, cuya expresión era estridente.
—Rhaenyra —respondió la reina de manera tajante, rompiendo el silencio. —Bienvenida, después de tanto tiempo.
Joffrine se adelantó a su madre con un paso que la dejo al frente, demostrando la confianza que también caracterizaba su personalidad.
—Reina Alicent, agradezco sinceramente su hospitalidad al recibirnos en su castillo. Además, deseo expresar mi gratitud por acogerme como su pupila. Estoy segura de que aprenderé de usted tanto como he aprendido de mi madre. Ambas son ejemplos de grandeza femenina —observó a cada una de ellas con admiración en sus ojos.
Aunque su madre no sonreía abiertamente, Joff podía ver la mirada de admiración en sus ojos. Esta vez, la reina esbozó una sonrisa, aunque no resultó auténtica. Era una sonrisa forzada, una que parecía haber sido moldeada para la ocasión.
—¿Cómo era tu nombre? —preguntó, y la mandíbula de la mas joven pareció estar a punto de desprenderse de su boca.
La sensación fue peor que cuando Jace la había empujado hacia el barro, arruinando un vestido nuevo precioso. Sin embargo, una vez mas, no perdió la calma.
—Joffrine, su gracia —respondió, sintiendo su voz calida a pesar de la sorpresa.
La reina rió, y ella se preguntó por qué su respuesta había causado tal reacción. ¿Le parecía divertido su nombre?
—Ah... sí, cómo podría olvidarlo —murmuró la monarca, y el sonido de las risas a su alrededor confirmó que, de hecho, había sido un comentario inusual.
Aegon, tratando de ocultar su risa, se cubría la boca, pero su expresión no dejaba lugar a dudas sobre su estado de ánimo.
La reina Rhaenyra, sintiendo la tensión en el aire, colocó sus manos en los hombros de su hija para hacerla retroceder un paso, interviniendo con suavidad. Luego habló: —Con su permiso, majestad, quisiera visitar a mi padre.
—Por supuesto, princesa. Su visita sin duda alegrará al rey —respondió la mujer, y con esas palabras, la tensión en el ambiente pareció disiparse.
Dicho aquello, la fila de los jóvenes Targaryen se descontracturo. Jace, Luke y Daemon también se movieron su alrededor, relajándose.
Joffrine hizo ademán de seguir a su madre hacia el interior del castillo, pero una mano firme en su hombro tiro de ella y la detuvo. Era Luke quien la miraba con complicidad.
—Podrás conocer al abuelo más tarde —murmuró. —Ven, veamos nuestros aposentos.
Sin embargo, ella tenía otros planes en mente. Giró la cabeza ligeramente, observando a los hijos del rey que todavía estaban en el patio, enfrascados en su propia conversación. Un pensamiento tomaba forma en su mente.
—Voy a invitar a Daeron a dar un paseo —anunció, su voz cargada de determinación.
La mirada de su hermano se volvió tensa.
—No es una buena idea, Joff. Podrás hacerlo más tarde —advirtió con cautela. Ella acarició suavemente su rostro, una táctica que solía utilizar cuando intentaba persuadirlo.
—Tranquilo, Luke. Solo quiero conocerlo un poco. Será un paseo corto —explicó, dejando que sus ojos adoptaran un matiz suplicante. —Después de todo, él será con quien me case. Necesito saber algo sobre él.
Su hermano suspiró, desviando su mirada hacia el menor de los hijos de Viserys. Joff se mordió el labio, ¡Bien, lo había logrado!.
—Madre querrá verte pronto —observó su hermano, tratando de mantener su postura protectora.
—Y estaré allí cuando ella lo desee —aseguró, respondiendo con confianza, y dejó un beso en la mejilla de Luke antes de apartarse. El la observó mientras se alejaba, mas fue distraído por la intervención de Jace quien lo invitaba a visitar la armería así que pronto olvido la presencia de su hermana allí.
La mente de Joff volvió a su prometido. Estaba inmerso en una conversación con quien ella asumio que era Daeron, el príncipe con el parche en el ojo. No obstante, antes de poder alcanzarlos, alguien la empujó con un movimiento claramente intencional. Era el hermano mayor de los príncipes quien la golpeó con el hombro de manera provocadora.
—Joffrey —murmuró antes de alejarse, riéndose como si fuera un chiste.
La mueca de molestia se plasmo de forma instantánea en el rostro de la joven. ¡No se llamaba Joffrey! Y encima la había empujado. Seguramente estaba buscando formas de llamar su atención como una buena cantidad de hombres que la aclamaban, se dijo a si misma, pero no la obtendría ni aunque lo intentara por el resto de su vida.
Ella estaba decidida a que su interés se centrara en el único hombre con el que compartiría su vida. Así que, en lugar de mostrarse enojada, le regaló una sonrisa cálida y continuó avanzando.
—Príncipes —llamó al dúo con cortesía cuando estuvo lo suficientemente cerca. Ambos se giraron hacia ella y pudo observar al verdadero Daeron de cerca.
Y su decepción fue inminente.
No pudo evitar que el calor subiera por sus mejillas cuando el príncipe de cabello largo la miró. Era... indescriptible. Alto y majestuoso, su presencia imponía una cierta intimación. Pero lo que más la afectó, nuevamente, fue su mirada, un escrutinio que parecía capaz de desvestirla por completo.
Joff no reprimió la sonrisa traviesa que se le escapo cuando el la miro.
En cambio, Daeron la observó de arriba abajo, sin expresar emoción alguna. Le costó mantener la sonrisa bajo esa mirada gélida.
—Princesa —el mayor realizó una reverencia formal.
Y el menor planto en su rostro una sonrisa burlona.
—Bastarda —susurró Daeron, acompañando sus palabras con una leve inclinación de cabeza burlesca. Ella abrió los ojos por la sorpresa, como si hubiera sido golpeada.
—¿Cómo? —exclamó, sorprendida por la audacia de sus palabras.
—Daeron —lo reprendió Aemond en voz baja. Su hermano carraspeo.
—Quiero decir, mi... —Daeron la miró intensamente antes de continuar, sus palabras volviéndose más amargas—, la puta que eligieron para mí.
Joffrine se quedó atónita. Pero a pesar del impacto, se trago toda sensación amarga y reunió su compostura de a pedacitos.
—Me preguntaba si te gustaría dar un paseo por los jardines y...
No obstante, Daeron la interrumpió de manera tajante, sin ceder espacio a su iniciativa.
—Aemond, retírate.
—Daeron, no creo que sea... —intervino Aemond, pero su hermano lo corto en el aire.
—Quiero hablar en privado. Además, es mi prometida, así que puedo hacer lo que me plazca con ella —gruñó, su tono denotando hostilidad.
Sin previo aviso, tomó a Joffrine por la tela del hombro de su vestido y la arrastró varios metros. Incapaz de reaccionar, Joff se dejó llevar por él, perpleja ante su actitud estoica y fría.
Ella intentó pronunciar palabras, pero una vez más, Daeron alzó una mano para silenciarla antes de que pudiera expresarse. —No vamos a casar, ¿me escuchaste? Así que deja de mirarme de esa manera —escupió, su voz cargada de amargura. —No me busques, no me hables, no quiero saber nada de ti.
La tristeza y la frustración se acumulaban en el interior de Joff, al borde de desbordar en lágrimas.
—Pensé que...
—Pensaste mal —la interrumpió bruscamente, su tono era contundente. Se inclinó ligeramente hacia ella, creando una especie de barrera para limitar su conversación. —No te tocaria ni siquiera en el umbral de la muerte, bastarda —sus palabras eran venenosas, y con un rápido tirón le arranco la exquisita tela del vestido que cubría el hombro de Joffrine, dejándola vulnerable. Ella no tuvo más opción que cubrirse con sus manos, sintiendo el estallido de vergüenza y humillación en su interior. —Eres ridícula, y me das vergüenza. Una bastarda vestida con atuendos lujosos, pero bajo todo eso, niñita, eres simplemente el resultado de los actos deshonrosos de tu madre.
Era un hecho, las lágrimas se acumularon en sus ojos, y finalmente se derramaron por sus mejillas.
—Soy una Velaryon, yo...
Pero una vez mas, Daeron la silenció, sus palabras penetraron como agujas en sus oídos.
—No eres una Velaryon, Joffrey —se burló, usando el mismo insulto que había empleado su hermano. —Te lo advierto, y es la única vez que lo haré. No te dirijas a mí ni una palabra más, o me aseguraré de que cada borracho de mi taberna favorita tenga su turno contigo. ¿Entendido?
Joffrine asintió, lágrimas deslizándose por sus mejillas. Daeron pasó junto a ella sin empujarla, pero el efecto fue el mismo. Las palabras que había escuchado... nunca antes nadie había sido tan cruel. Había oído rumores, pero nunca había experimentado tal hostilidad. Se sintió sucia y rechazada, como si la hubieran golpeado emocionalmente.
Así que se permitió llorar mientras regresaba al carruaje. Su único deseo era encerrarse en él y sollozar. Quería encontrar a su madre y refugiarse en sus brazos, decirle que no quería quedarse allí, que no quería casarse con nadie y que consideraría unirse a la fe de los Siete y convertirse en septa. No quería volver a escuchar palabras tan hirientes en su vida. Pero, sobre todo, quería volver a casa, lejos de esas personas.
Estuvo a punto de cerrar la puerta del carruaje de un golpe cuando alguien llamó su nombre.
—Joffrine —era la voz del príncipe, no Daeron, sino el otro que había estado a su lado, Aemond.
—Por favor, no te burles de mi. Déjame en paz —imploró, su voz quebrada, sosteniendo el pedazo roto de su vestido.
Un abrigo cayó sobre su espalda, envolviéndola en su calidez. Al voltear la vista sobre su hombro, Joff descubrió que el príncipe de cabello largo, el que llevaba un parche en el ojo, estaba detrás de ella, habiéndose quitado su propio abrigo.
—No me burlaré —susurró, su voz fría pero al mismo tiempo reconfortante. Ella suspiró, estuvo a punto de cerrar la puerta del carruaje nuevamente, pero la voz del príncipe la detuvo una vez más. —¿Todavía deseas pasear por los jardines? —preguntó, ella se volvió hacia el, que estaba de pie unos escalones más abajo. —Puedes quedarte con el abrigo.
Y, de alguna manera, al verlo allí, al ver el modo en el que el la miraba mientras ella se aferraba a su abrigo de terciopelo, Joffrine logró esbozar una sonrisa, una sonrisa triste y cargada de dolor, pero lo hizo.
—Si, príncipe Aemond. Me encantaría ver las flores de Poniente.
Bueno, pidieron segundo capitulo y habemus qui.
¿Qué les esta pareciendo? En mi opinión, me esta encantando, de verdad. Se que es poco y nada todavía, pero mi imaginación desborda para con esta novela.
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