19

—Al parecer, ella misma se ahorcó —le dijo la mujer regordeta, con el cabello castaño cayéndole sobre el hombro, al rubio, quien estaba conteniendo la respiración desde hacía ya un rato bastante largo. —Alys no era una mujer infeliz, pero esta noticia debió afectarla demasiado.

Aemond asintió muy despacio, aún sopesando lo que la camarera acababa de confesarle. El príncipe había visitado las calles de seda con un único objetivo: llevar oro a la mujer que alguna vez había amado y que ahora gestaba a su hijo. Pero en cambio, se había encontrado con un panorama diferente, uno que resultaba hasta devastador. Alys Ríos ya no se encontraba con vida, y por tanto, su hijo nonato tampoco.

Él no creía que se hubiese suicidado. No después de haber esparcido el mismo los rumores.

Así que no podía negar que se sentía consternado. Después de todo, Alys era una mujer que él había apreciado, que había amado. Y ese bebé... dioses, ninguno de ellos merecía eso.

—Eso parece —murmuró el príncipe, sin poder mirar más allá del suelo.

—Haremos un funeral...

—No voy a asistir —la interrumpió de cuajo. Y esta vez sí levantó la mirada hacia Kayle, la mujer con la que él había follado alguna vez, muy joven, bajo la presión de Aegon.

—Ella habría querido...

—No puedo —la interrumpió de nuevo. —Sería poco ético.

La mujer lo observó, alzando una ceja, Aemond lo entendio sin necesidad de palabras. Y concordó con el hecho de que ella tenía razón, ¿qué podía hablar él de cosas éticas? Absolutamente nada. Pero realmente no quería asistir, más allá de sus ánimos, quería pasar tiempo con Joffrine, quien últimamente no salía de su recámara más que para ir al jardín y volver. Ella había pedido un caballete con muchos lienzos, y desde entonces no había dejado de pintar en soledad.

No sabía qué era lo que Joffrine había visto u oído para que se pusiese de ese modo, pero esta última semana se había dedicado poco y nada a descubrirlo cuando en verdad esa debería haber sido su prioridad.

Mas le dolía muchísimo verla de ese modo. Ni siquiera permitía que la visitaran demasiado, su guardia, Ser Aelinor, muchas veces restringía el acceso a sus aposentos para cualquiera que intentara verla, ni siquiera le consultaba a la princesa, simplemente la excusaba.

Y esto... la noticia sobre Alys había acabado con su estabilidad emocional de ese momento, si es que aún le quedaba algo.

—Es una lástima —le dijo, con un suspiro. —Supongo que nos veremos en otra ocasión.

—No... ya no. —Le dijo antes de dar media vuelta y comenzar a alejarse.

Se aferró más a la capa que lo cubría mientras caminaba de regreso. Las calles adoquinadas se extendían ante él a medida que caminaba, y el trayecto se le hizo más largo de lo habitual mientras sopesaba lo que sentía en silencio.

No se detuvo hasta llegar al despacho de su madre, donde ella estaba reunida con su abuelo y, para su sorpresa, Aegon. Nuevamente, abrió la puerta sin antes tocar, hecho una fiera. Los tres presentes lo miraron con notable sorpresa mientras avanzaba hacia la mesa con paso firme. Se acercó a una de las puntas y reposó sus manos sobre la madera para mirarlos a cada uno, Alicent y Otto lo observaban con seriedad, pero descubrió que Aegon intentaba esconder una sonrisa traviesa.

—¿Qué tienes que decir? —le gruñó a su hermano, quien se acercaba cada vez más sonriente.

—Parece que has aprendido a lidiar con los problemas solo, hermanito. Te felicito. Después de todo, esa zorra te iba a... —Aegon no pudo terminar, ya que su hermano lo agarró del cuello con una mano. Los dedos de Aemond se clavaron en la piel del mayor, mientras que su madre soltaba un alarido y su abuelo se movilizaba alrededor de las sillas desordenadas.

—¿Piensan que voy a creerles que no fueron ustedes? —Escupió, aún sosteniendo a Aegon pero girando ligeramente el cuello para mirar a su madre y al hombre a su lado.

—Aemond, nosotros no...

—¡Cierra la boca! —vociferó hacia su madre, que se quedó abruptamente en silencio, retrocediendo un paso. —Cierra la maldita boca —repitió, esta vez murmurando.

La voz de Otto Hightower llegó a sus oídos cuando Aegon comenzó a toser. —Suelta a tu hermano, Aemond.

Aemond lo apretó aún más, y Aegon comenzó a forcejear con sus manos para liberarse, pero no lo consiguió.

—¿Qué le espera a mi esposa después de esto? —preguntó, con un tono de voz más agudo de lo que pudo evitar soltar. Aegon seguía tosiendo de fondo.

—Nadie estuvo involucrado en este lamentable suceso, Aemond —le respondió de nuevo su abuelo. —Detente.

—No les creo.

—Nadie va a tocar a Joffrine, nadie. Te doy mi palabra —habló Alicent desesperada. —Te lo prometo, Aemond, en nombre de todos. Por favor...

Aegon estaba poniéndose rojo y ya había comenzado a salivar a causa de la asfixia.

—Jurámelo por todos los dioses —miró hacia su abuelo. —Y tú redoblarás su guardia, tendrá los mejores custodios durante la noche y el día —Otto asintió, sin mucho remedio. —Quiero que la boda sea celebrada lo más pronto posible, como máximo una semana.

—Pero, Aemond... —intentó refutar su madre. Aemond apretó aún más a Aegon que se retorció bajo su agarre. —¡Bien! ¡Una semana! ¡Suéltalo, por favor! —chilló, con lágrimas sucumbiendo sus ojos.

Y solo entonces Aemond soltó a su hermano, que cayó al suelo medio desmayado como una bolsa de papas. Alicent sucumbió a su hijo, prácticamente arrojándose sobre él en el suelo, mientras que Aegon intentaba llenar sus pulmones de oxígeno con grandes bocanadas sonoras.

—Están en deuda conmigo por lo que hicieron —les advirtió, su madre y su hermano no lo miraban, pero su abuelo sí. —Y si no quieren que este idiota reine sobre cenizas, harán lo que les digo —gruñó, señalando a su hermano en el suelo con un movimiento de cabeza.

—Estás siendo demasiado drástico, muchacho.

—Oh, y puedo ponerme mucho peor. Pruébame y verás.

[...]

Kirimvose, rhaeshis Andahli, Azho anhaan mae jin azhoan, Vezhofoon vezhofisoon, Kesir moon vekhat vekhatoon. Vezhofoon anhaan, vosmaan, Vezhofisoon anhaan, vosmaan, Fonahori anhaan jin haji, Anhaan vekhatoon majin. Anhaan vekhatoon majin, Haji vekhatoon mae, Vezhofisoon jin rhaeshis Andahli, Kirimvose, vosmaan, vekhatoon mae.

Agradezco, mi señor, Porque tú eres mi sol y mi estrella, Mis días y mis noches, Sin ti no sería quien soy. Mis días, tus días, Mis noches, tus noches, Siempre a tu lado, Estoy agradecido por ello. Estoy agradecido por ello, Porque contigo estoy completo, Tú eres mi sol y mi estrella, Te agradezco, siempre estaré a tu lado. —Recitó la joven, con su voz fluyendo como un canto, mientras sus ojos escudriñaban de a momentos a su abuelo recostado en la cama, quien la miraba apenas sonriente sosteniendo una taza de hierbas que ella le había preparado.

La sonrisa del anciano se amplió, y hasta hubiera querido aplaudir, pero su única mano se encontraba sosteniendo la porcelana caliente. En su lugar, dejó escapar una exclamación.

—Tu voz es tan dulce... tan delicada —le dijo, tomando una bocanada de aire. —Tu abuela, mi dulce Aemma, ella también recitaba poemas. Muchos —le contó. —Aunque no en alto Valyrio, ella no sabía más que pocas palabras. Pero solía leerle... a Rhaenyra, cuando era una niña.

Joff sonrió sinceramente, y por un momento se permitió imaginarse a su madre siendo una niña en compañía de su abuela en esta misma habitación. En su cabeza, su abuela estaría recostada en la cama, y Rhaenyra estaría en el diván, oyendo con atención.

—Yo solía hacerlo con mis hermanos, Aegon y Viserys —confesó, con cierta nostalgia que borró su sonrisa casi completo. Jugueteó con las mangas de su vestido antes de seguir hablando. —Lo hacía cuando era hora de dormir y aún estaban muy enérgicos como para querer ir a la cama. —le explicó, y sin darse cuenta, su mueca alegre se había vuelto a plasmar mientras recordaba a los pequeños.

Con Viserys, parecía que sonreír era mucho más fácil de lo que le estaba resultando en los últimos días.

Su abuelo también le estaba sonriendo, una sonrisa que no era tan agraciada como lo habría sido hace unos cuantos años atrás. —Te convertirás en una increíble madre algún día... espero llegar a verlo, dulce Joff —esbozó con dificultad. Joffrine tuvo que obligarse a seguir sonriendo, pero la realidad era que se había estremecido por dentro.

Hacía días que no pensaba en eso, que no imaginaba un futuro bonito en donde ella estaba rodeada de niños rubios. Que no pensaba siquiera en un vestido con pedrería excesiva. Se había concentrado en pintar, y era lo único que hacía. Había pintado paisajes, flores, naturaleza muerta y todo lo que se le venía a la cabeza con tal de mantener su mente ocupada. Y le estaba funcionando.

No es que no tuviese noches en las que lloraba hasta quedarse dormida, ni días en los que se bañaba repetidamente hasta que la esponja raspaba su piel y perdía la sensibilidad. Sin embargo, al menos, con la pintura, encontraba momentos en los que se sentía menos abrumada.

Ella cerró el libro de piel que reposaba sobre su regazo antes de responder.

—Seguro que sí, abuelo.

El anciano le regaló una última mueca simpática, a la cual ella correspondió antes de que el girase apenas la cabeza, observando a través de la ventana donde el sol ya había comenzado a caer.

—Deberías prepararte para la cena y dejar de perder tiempo conmigo —le dijo. Joff negó con la cabeza.

—Nunca es un desperdicio de tiempo estar contigo, abuelo —y no mentía—. Además... creo que prefiero cenar en mis aposentos.

Viserys frunció el ceño en su dirección.

—¿Y perderte el banquete y la música? —preguntó con sorpresa—. Algún día tal vez no puedas escoger dónde deseas cenar, deberías disfrutar de los pequeños placeres de la vida, Joff —. Ella sintió lástima y se dijo a sí misma que él tenía razón.

Estaba a punto de hablar cuando él comenzó a hacer un esfuerzo por sentarse en la cama. Su joven nieta se apresuró a ayudarle, con gesto preocupado.

—No deberías hacer tanto esfuerzo, abuelo, vuelve a la cama.

Viserys tosió varias veces antes de recomponerse.

—Hoy tengo la suerte de poder escoger dónde voy a cenar, querida —dijo, aún tosiendo a causa del esfuerzo, pero con una sonrisa ilustre plantada en la cara. Su único ojo se clavó de nuevo en ella, dejando la taza a un lado y tendiéndole la mano—. ¿Me vas a acompañar?

Joff no fue capaz de decir que no; no pudo negarse a la voluntad del hombre que la estaba observando, poniendo lo mejor de sí para levantarse. Así que aceptó.

No se quedó mucho más tiempo con su abuelo, pero prometió verlo en el comedor.

Tampoco se vistió de manera excéntrica; no se puso pendientes ni ningún accesorio que llamara demasiado la atención. Ni siquiera se había recogido el cabello, sino que había dejado que sus rizos naturales ondearan sobre la parte baja de su espalda mientras caminaba. Sin embargo, en la parte alta de la cabeza, había usado una coronilla de plumas a juego con su vestido. Había escogido uno de color celeste, muy intenso pero sencillo, que hacía juego con el color del zafiro de su prometido.

Saber que él estaría allí la tranquilizaba; deseaba verlo después de haberse pasado todo el día en el jardín y luego leyendo poemas antiguos para su abuelo. Anhelaba tanto volver a tocar sus manos, su piel.

Lo que no deseaba era volver a encontrarse con Aegon bajo ninguna circunstancia. Y aunque pensó que le sería más fácil enfrentarse a la cruda realidad, la verdad era que sus rodillas casi cedieron cuando lo vio sentado al final de la mesa. Entonces se arrepintió de haber aceptado, se arrepintió de haber salido de sus aposentos. Pero cuando se volvió para regresar por donde había llegado, dispuesta a irse, fue a su futuro esposo a quien se encontró de frente.

—A-Aemond —tartamudeó ella, con los ojos bien abiertos. Buscó una excusa creíble mientras él le sostenía los antebrazos con las manos, ya que casi habían chocado debido a la corta distancia—. Creí haber olvidado algo —trago saliva nerviosamente.

El rubio la recorrió con la mirada de manera muy sutil antes de sonreírle con calidez. —Te ves preciosa.

Joff tartamudeó con los labios, pero no dijo nada. Simplemente sonrió, una mueca que le devolvió color a sus mejillas apenas maquilladas.

—Tú también —murmuró con un suspiro. Su prometido se inclinó hacia adelante, acomodando varios mechones que le caían sobre los ojos detrás de la oreja, y luego besó su frente con mucha delicadeza.

Cuando se separó, Joff pudo verlo de nuevo y comprobar que, en efecto, seguía siendo tan hermoso como lo recordaba. Cada detalle de su rostro parecía esculpido por los dioses Valyrios mismos. Su piel, impecable y de un tono cálido, contrastaba de manera perfecta con el cabello rubio que caía en cascada sobre sus hombros.

Ella estaba segura de que jamás había visto ni pensado que Aemond lucía feo. Siempre estaba impecable, emanando una clase de sensualidad que resultaba envolvente. No importaba si llevaba el cabello medio recogido en un peinado cuidadosamente elaborado, una trenza intrincada o si lo llevaba completamente suelto, como en ese momento. Tampoco importaba si estaba cubierto de barro por algún entrenamiento o si estaba limpio de una forma impecable. Siempre irradiaba belleza, como un ser etéreo en medio del mundo común.

Se quedaron allí, mirándose por un momento. Fue como si las tensiones de ambos se disiparan de un momento a otro, como si las últimas semanas de sus vidas jamás hubiesen ocurrido. El tiempo parecía detenerse mientras se perdían en la intensidad de sus miradas, como si el universo conspirara para reunirlos en ese instante.

Solo la música comenzando a sonar en la habitación logró sacarlos de su burbuja, entonces Aemond le tendió el brazo a su prometida y la guió hasta la mesa, apartando un lugar junto a él. El gesto fue delicado, como si el mundo se hubiera ralentizado para dar cabida a ese momento.

Pronto, el resto de la familia también ocupó sus lugares. Incluso Jace se atrevió a aparecer en la velada y tomó el lugar libre junto a su hermana.

Todavía no estaba servida la comida cuando Aemond echó su silla hacia atrás y se puso de pie, tomando su copa en alto. —Esta noche quiero brindar por mi matrimonio, por que por fin tiene fecha de celebración —anunció, provocando sorpresa en varios de los presentes, incluyendo a su joven prometida. Aemond la observó atentamente, verificando que su rostro no se ensombreciera antes de continuar. Para su alivio, ella sonreía, un brillo de emoción en sus ojos. —Tengo el honor de anunciar que las nupcias serán en una semana y un día. Y brindo por ello en este banquete. —Levantó la copa con elegancia.

Helaena fue la primera en aplaudir con éxtasis, su apoyo inquebrantable al evento se reflejaba en su expresión entusiasta. El rey la imitó con la misma alegria, denotando en su rostro la aprobación. En cambio, el resto de los presentes lo hizo más por pura cortesía.

Joff aplaudió también, y extrañamente se sintió bien. Normalmente, para que un matrimonio se llevara a cabo, se esperaba el florecimiento de la doncella en cuestión, y tanto Aemond como Joff lo sabían. Sin embargo, Aemond estaba ansioso por poder abandonar la Fortaleza Roja junto a su sobrina para buscar una fortaleza más segura lejos del reino, donde pudiera mantener a Joff fuera de la corte. Y Joff... a Joff le devolvía un poco de esperanza el pensar en su connubio, especialmente porque Aemond era el hombre con el que se casaría.

Se sentía profundamente agradecida. Muy, muy agradecida con los dioses por casarse con él y no con... otro hombre. Otro hombre que podría haberle hecho lo mismo que Aegon había intentado, sin importarle nada más. Así que le restaba importancia a si Aemond tenía otras mujeres o no; él era un hombre noble con ella, y en el ultimo tiempo se había dado cuenta de que eso era todo un obsequio de los dioses.

Su prometido le había tomado la mano por encima de la mesa, apretujandola apenas, devolviéndole un poco más de confianza. Y ella amplió su sonrisa al mirarlo. Le encantaba el modo en el que las cosas parecían más fáciles cuando él estaba cerca, como si pudiera sobrellevar cualquier situación si él estaba a su lado, hombro a hombro, codo a codo.

Fueron unas manos que se posaron sobre sus hombros las que la sacaron de sus pensamientos. Helaena se inclinó sobre su oreja y susurro con entusiasmo. —Bailemos para celebrarlo, sobrina.

Joff miró a su prometido, quien asintió lentamente antes de que ella dirigiera su atención a su tía y aceptara la propuesta, poniendo una mano sobre la de Helaena aun en su hombro.

La princesa prácticamente la arrastró alrededor de la mesa mientras que el resto de los presentes volvía a sus conversaciones habituales. Pero antes de terminar de rodearlos a todos, Joff tropezó con algo. Un pie. Al levantar la mirada, se encontró con Aegon, quien le sostenía el brazo por debajo del hombro, habiendo evitado que se cayera. Sin embargo, era evidente que él había sido quien colocó el zapato en su camino.

Aegon la miró profundamente, mientras sonreía con malicia. —Cuidado, sobrina —dijo, con una voz que dejaba un rastro de amenaza velada en el aire.

Joffrine se soltó de su agarre con un tirón, y acomodó su vestido antes de continuar. Observó a Aemond, quien la miraba con el ceño fruncido a través del resto de las personas. Ella le sonrió para apaciguar su preocupación y siguió caminando, intentando disimular el incidente.

Él no podía saber lo que había sucedido. Nadie podía.

Así que respiró profundamente y cerró los ojos para sumergirse en la danza junto Helaena, quien ya se movía con gracia y precisión, como una bailarina profesional. Joff la siguió, ejecutando movimientos más lentos pero igualmente elegantes.

La mirada de Aemond la siguió en cada uno de sus movimientos agraciados. Sus brazos se movían como las olas del mar mientras ella se inclinaba hacia adelante y luego se incorporaba, realizando saltos al ritmo de la música. Helaena unió su antebrazo con el de Joff en lo alto, y ambas giraron juntas mientras se reían, llenando el salón con su diversion.

En ese momento, Aemond pensó que a Joff no le hacían falta las joyas ni los peinados elaborados para ser preciosa y llamativa; simplemente bastaba con que se riera para captar la atención, no solo de él, sino de cualquiera.

La risa de su sobrina era como una melodía encantadora que llenaba el ambiente con su dulzura y vitalidad. Sus ojos se iluminaban con cada carcajada, y su sonrisa iluminaba la habitación. Cada gesto, cada movimiento grácil que ejecutaba, dejaba sin duda una impresión imborrable en todos los que tenían el privilegio de observarla.

¿Qué no haría él por ella si tan solo le sonreía de ese modo y ya se volvía loco? El pensamiento cruzó su mente mientras seguía sus movimientos. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por mantener esa sonrisa en su rostro y asegurarse de que siempre se sintiera feliz y protegida a su lado.

En cambio, Jace a su lado no parecía tan contento, y era porque él tampoco se había esperado el anuncio de la boda de forma tan apresurada. Así que todavía lo estaba procesando, del mismo modo en el que estaba molesto porque ni su madre ni Cregan Stark habían devuelto los cuervos con respuestas.

Lleno de indignación, miró de reojo al rubio, quien mantenía la vista fija en su hermana, que bailaba despreocupada de los demás asuntos. Lo observó hasta que ya no pudo apartar la mirada de él, de su mentón prominente y su único ojo azul, reluciente. Solo estaba mirando su perfil, pero aquello era suficiente para intimidarlo.

Luego miró a su hermana, sumida en su danza, realizando movimientos agraciados, con el cabello revuelto que rebotaba con cada movimiento, envolviéndola cada vez que giraba, y su dulce sonrisa, sus carcajadas inundando el salón. La mirada de Joff era coqueta, brillando cada vez que se encontraba con el ojo de Aemond mientras giraba.

Entonces volvió a mirar al rubio. Y de nuevo a su hermana.

Y miró una vez más a Aemond antes de darse cuenta de que ambos le robaban el aliento de una forma similar. Que no solo su hermana le parecía hermosa de un modo que iba más allá del afecto familiar, sino que su tío lo embelesaba del mismo modo.

Holiusss, ¿Cómo están?

Osssssss no se esperaban esa ¿o si? ajajjsjajs.

Nada, espero que les este gustando la novela, y como siempre GRACIAS por todas sus leídas, sus votos y comentarios. Me hacen muy muy feliz, realmente, me inspiran cada día.

Así que nada, los amo muchooo, y nos vemos mañana.

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