11
Años atrás
Era un espléndido día soleado en Rocadragón, uno de esos días que invitaban a Joff a explorar los jardines del castillo. Aunque por el momento, no era una gran entusiasta del césped y la vegetación. Sin embargo, su madre había insistido, lo que la llevó a una salida al aire libre en compañía de Luke y Jace. A pesar de estar con sus hermanos, ambos principes se mostraban decididos a no participar en sus juegos. Ni bien la mirada materna desapareció, se distanciaron, dejándola sola. Jace y Luke sopesaban el peso de cuidar a su hermana menor, percibiéndola tan frágil como una copa de cristal, un hecho que les resultaba irritante. Especialmente para Jace, quien no mantenía una relación cercana con ella. Con frecuencia, optaba por ignorarla o gastarle bromas, un comportamiento incentivado por sus primas Baela y Rhaena.
En contraste, Luke era más neutral. Apreciaba tanto estar con los "niños mayores", sus primas y su hermano mayor, como pasar tiempo con Joff y jugar juntos. Sin embargo, sus juegos con la menor solían ser clandestinos para evitar las burlas de su hermano. Jace tenía una tendencia a la crueldad, y Luke no deseaba ser blanco de sus bromas. Aunque tampoco le gustaba que Joff lo fuera.
Antes de aquella jornada, Joff había obtenido varias varillas de pan de su madre y las habia llevado al jardín. Se sentó en el borde del estanque, sumergió los pies en el agua y arrojó migas al lago, atrayendo a los patos. La proximidad de las aves nunca había sido tan cercana, lo cual le brindaba una sensación de pura alegría. Los graznidos y la escena de los patos alimentándose de sus trozos de pan la llenaban de satisfacción.
En ese momento, la compañía de sus hermanos no le interesaba. Podía reír a carcajadas durante horas en soledad.
Era una imagen encantadora: Joff con su cabello dorado brillando bajo el sol, el estanque y los patos revoloteando a su alrededor, su risa melodiosa llenando el aire. Pero Jace sacudió la cabeza, dispersando aquellos pensamientos al darse cuenta de que había pasado varios minutos simplemente observándola. Luke, por otro lado, seguía hablando sin parar sobre algo que Jace no había prestado atención.
—Tengo una idea —pronunció el mayor, indicando a su hermana con un gesto de cabeza. —¿Quieres molestarla?
Luke encogió los hombros, inseguro de si era la elección correcta. Sin embargo, tampoco se sentía cómodo. Jace, en cambio, interpretó la respuesta como afirmativa.
El mayor se agachó y comenzó a recoger piedras del suelo, sin preocuparse si Luke lo imitaba o no. Una sonrisa maliciosa iluminó su rostro cuando entre la hierba divisó los restos de lo que parecía ser un ratón o un tejón pequeño en estado de descomposición. Lo tomó por la cola y lo alzó, haciendo que las moscas zumbantes se dispersaran por el aire. En su otra mano, sostenía las piedras.
Molestar a aquellos que consideraba más débiles era un hábito que había adquirido tras pasar tiempo con Aegon en la capital.
Cargando su macabra carga en ambas manos, se aventuró a acercarse sigilosamente a su hermana, con la intención de llevar a cabo sus actos maliciosos, una estrategia que solía emplear cuando pensamientos como aquellos le invadían la mente. No se permitía pensar en Joff de un modo diferente, no después de que Aegon le hubiera enseñado que las niñas pequeñas eran irritantes y caprichosas. Aegon solía proclamar que prefería a las mujeres maduras y que las hermanas estaban destinadas a ser molestadas.
Así que se aproximó con sigilo y, cuando estuvo suficientemente cerca, arrojó las piedras justo frente a Joffrine. La joven soltó un grito cuando las aves se agitaron y el agua salpicó en todas direcciones.
—¡Los asustaste! —chilló ella, girándose hacia él con evidente enfado. Jace soltó una risa traviesa.
—Lo siento, solo intentaba ayudarte a alimentar a los patos —y volvió a reír a carcajadas.
Su hermana rodó los ojos y se puso de pie. Jace era un tanto más alto y ostensiblemente desgarbado en comparación con su hermana, quien se esforzaba por mantener una postura perfecta. Joffrine le lanzó las últimas migajas de pan directo a la cara.
—Sabes que los patos no comen piedras, tonto. Si quieres ayudar, hazlo de verdad —vociferó, golpeándole el hombro mientras pasaba junto a él furiosa. Sin embargo, Jace no se tambaleó.
Iba a dejarla ir, pero de repente recordó que todavía sostenía la rata en una mano, oculta detrás de su espalda. Reflexionó por un largo momento, pero finalmente se volteó hacia donde su hermana se alejaba.
—¡Joff, espera! —dijo, intentando alcanzarla.
—¿Y ahora qué quieres? —preguntó exasperada.
—Tengo un regalo —respondió él.
Joff alzó una ceja.
—¿Y qué piensas hacer con el?
—Iba a dártelo a ti —el niño sonrió estridente.
Joffrine parpadeó varias veces, sorprendida. ¿Jace le estaba dando un regalo? Normalmente, él solía evitarla y muchas veces se empeñaba en irritarla. Incluso había llegado a pensar que a su hermano mayor simplemente no le agradaba en lo absoluto. Pero si le estaba dando un regalo, significaba que tal vez no le desagradaba tanto ¿no? Así que se entusiasmó y le sonrió ampliamente.
—Gracias —murmuró, pero Jace frunció el ceño.
—Pero ni siquiera sabes qué es.
—No importa —suspiró ella. —Es un regalo tuyo, lo apreciaré sin importar qué sea.
Jace la examinó un momento, observándola con repentina sorpresa. La alegría en sus ojos, centelleando bajo el sol, era genuina. Entonces, una oleada de culpabilidad lo invadió. Esto iba más allá de las bromas que le había hecho alguna vez. En realidad, estaba jugando con sus sentimientos.
Así que dejó caer la rata al suelo detrás de su espalda y alzó las manos.
—Debe haberse escapado, era una mariposa —respondió. Su hermana pareció desilusionada, pero pronto le volvió a sonreír.
—No importa, encontraremos otra.
Jace estaba a punto de responder, pero Luke lo superó.
—Es mentira —sentenció, alzando el hurón que su hermano había dejado caer. —Este era el verdadero regalo de Jace. Solo estaba buscando fastidiarte, pero se echó atrás porque se dio cuenta de que terminarías llorando y se lo contarías todo a mamá.
—Eso no es verdad —chilló el mayor... él no... él no se había arrepentido por eso.
Los labios de Joff temblaron, mientras sus ojos cristalizados observaban a su hermano, a Jace, al borde de derramar lágrimas. Las manos se le enfriaron repentinamente. Por supuesto... debió haberlo sabido. Luke se lo había advertido muchas veces.
Suspiró y se dio cuenta de que había estado tan absorta en sus pensamientos dolorosos que no notó que Luke había arrojado el animal muerto lejos, y que ahora sus hermanos estaban discutiendo.
Joff los ignoró y se abrió paso entre ellos para empezar a caminar.
—¿A dónde vas? —preguntó el menor, algo desconcertado.
Joff se agachó en el suelo, en un determinado sitio, tomó al animal muerto, no por la cola sino acunándolo entre sus manos, y lo apretó contra su cuerpo mientras las lágrimas se le escapaban de los ojos.
—¿Qué estás haciendo? —cuestionó, esta vez Jace, bastante asqueado.
—Es un regalo ¿no? Lo aceptaré de todos modos —murmuró, con la voz quebrada, las lagrimas descendieron por sus mejillas. Antes de alejarse aún más, agregó: —Lo voy a enterrar, como es debido.
[...]
Actualidad
El silencio se extendía entre ambos hermanos mientras regresaban al castillo, acompañados solo por los guardias. Aemond se había excusado con su prometida, prometiéndole que la vería en la mañana, y ella no insistió en volver con él, deseando pasar un momento a solas con su hermano, quien rebosaba de enojo.
Los primeros metros, Joff no se atrevió a hablar, ni siquiera cuando cruzaron la ciudad para regresar a la fortaleza. Pero una vez en los pasillos, no pudo contenerse más.
—No lo decía en serio, Jace. Él simplemente... estaba cuidándome.
—¿De mí? Soy tu hermano, maldita sea. No tiene que cuidarte de mí —refunfuñó el joven, enfurecido, y continuó caminando. En el camino, observó de reojo a Joffrine con lastima, como si ella estuviera atravesando una gran aflicción.
Joff... Joff estaba muy lejos de sentirse así. ¿Acaso Jace, quien la conocía tan bien, no se daba cuenta?
—Ese es el problema, Jace —hizo una pausa. —No estoy fingiendo. Me gusta estar aquí, disfruto salir a volar con Aemond y creo que realmente me gusta. Es... es el príncipe con el que siempre soñé que me casaría. No es el mismo Aemond que tú y Luke conocen, es diferente conmigo —intentó explicarle de la manera más transparente posible. El joven frunció el ceño.
—Eso es una tontería, Joff —rió irónicamente, como si ella hubiera dicho algo desconcertante. —Tienes que madurar y darte cuenta de que es peligroso que estés aquí. Mamá se equivocó, pero no es tarde. Podrás desposar a alguien más digno de ti y tener tantos vestidos y bebés como quieras.
Esta vez, su hermana se detuvo en medio del pasillo, lo observó y escudriñó. Jace estaba actuando de manera tan ciega que comenzaba a irritar a Joffrine. Sintió deseos de golpearlo con fuerza.
—No me estás escuchando, Jace —espetó. Sus miradas se encontraron. El joven frunció el ceño otra vez al observar a su hermana, quien tenía los ojos bien abiertos y atentos. —Quiero estar aquí, quiero quedarme aquí con Aemond. Él es quien yo elijo —hizo una pausa y luego agregó lentamente—. Yo lo elijo.
Jace pareció consternado.
Habló con un hilo de voz. —¿Por qué...?
Su hermana suspiró.
—Podría estar una noche entera hablando de ello —murmuró—. Pero estoy feliz con esto, te lo aseguro. Gracias por preocuparte por mí, Jace, todo esto es más de lo que hubiese imaginado jamás. Eres un buen hermano —le dijo inocentemente mientras se estiraba para besar delicadamente la mejilla del joven. Jace jamás le había permitido hacer eso, pero esta vez no la alejó. No se sacudió ni gruñó por lo bajo. No pareció molesto.
Simplemente se quedó pasmado, con el cachete caliente cosquilleándole mientras buscaba sentido a todo lo que Joff le estaba diciendo.
Y se sintió horrible, sintió que su hermana ya no era la niña que alimentaba a los patos mientras sonreía, sintió que ya no correría a su habitación para despertarlo a mitad de la noche por una pesadilla tonta. Se dio cuenta de que Joff estaba creciendo y que él también. Y que había cosas que jamás volverían a ser como antes, ni por mucho que lo intentara.
—Aún no me fío de él —gruñó—. Me parece un bruto. —Fue lo único que pudo murmurar. Joff lo tomó como una broma y soltó una carcajada mientras retomaban la marcha.
—Te sorprendería —suspiró ella, y se mordió una uña—. Aún no comprendo por qué se niegan a hacerse amigos. Ustedes se llevarían bien.
El joven encogió los hombros.
—Es más complicado de lo que crees.
Y ahora lo era aún más, porque Aemond poseía algo que él, en el fondo, anhelaba tener. Pero nunca nadie le había hecho caso. Por supuesto que jamás había sido explícito, pero no estuvo de acuerdo cuando su madre decidió comprometerlo con Baela por intereses ajenos a los suyos. Entendía que necesitaran a la Serpiente Marina, pero consideraba que casar a solo una de sus nietas con cualquiera de ellos sería suficiente. Aunque era incapaz de admitir que la opción más viable fuera que él se casara con Baela y ella acabara siendo reina que, que Luke se casara con Rhaena.
Doblaron en uno de los pasillos, en la puerta de los aposentos de Joff. Rhaenyra ya los esperaba a ambos, mejor vestida que cuando Jace había irrumpido en sus aposentos. La mujer dio un respingo al verlos y se les acercó.
—Joff —le dijo, como un reproche, mientras rodeaba a su hija con los brazos—. Nos tenías preocupados.
—Estoy bien. Más que bien —respondió, una vez que su madre la soltó de su apretujado abrazo.
Rhaenyra posó las manos en los hombros de su hija y la sacudió ligeramente. —Es tarde.
La joven se encogió de hombros.
—¿Y qué más da? Estaba con mi prometido —respondió con un desinterés atípico. Su madre frunció el ceño.
—Eres una princesa, que aun tiene una reputación que mantener —le aclaró la mujer, escudriñando con intensidad los ojos de su hija—. ¿Lo recuerdas?
—Mi reputación está intacta, madre —suspiró. Estaba cansada, más que eso, agotada. Las piernas le dolían por las muchas horas de vuelo, y sentía cómo los párpados empezaban a pesarle. Era mucho más tarde de lo que había estado despierta jamás; su madre lo notó con solo mirarla, así que simplemente suspiró y se alejó un paso.
—Está bien —dijo por fin, rindiéndose—. Ve a descansar, no sucedió nada.
Joff levantó la mirada cansada hacia ella y luego observó a su hermano de pie, a un metro detrás de Rhaenyra. Les esbozó una sonrisa.
—Fue una gran noche —murmuró—. Espero que lo haya sido para ustedes tanto como lo fue para mí. Buenas noches.
[...]
Aemond se había quitado el abrigo, dejándolo sobre el escritorio mientras se dirigía a la cama. Pero no se recostó inmediatamente, en cambio, permaneció allí, sentado en el borde del colchón, mientras se olisqueaba los brazos. El aroma a agua de jazmín, característico de Joff, le había quedado impregnado por todo el cuerpo. Y eso lo volvía loco.
Una sonrisa ligera jugueteaba en sus labios sin que él se diera cuenta, mientras pasaba los dedos por un brazalete de plata que llevaba alrededor de la muñeca. No suavizó la mueca, en cambio, mantuvo la ligera curvatura de sus labios mientras deshacía la atadura que sujetaba la mitad de su cabello. Mechones cayeron en cascada sobre su rostro cuando lo hizo.
Entonces, desprendió las ataduras de su parche y descubrió su ojo faltante, dejando relucir el zafiro incrustado en su lugar. Se presionó la cuenca con un dedo y la piedra se deslizó en su mano. Abrió el cajón de noche junto a su cama y la depositó allí. En su lugar, tomó la caja que guardaba con dedicación y la abrió para contemplar la piedra que reposaba en su interior.
Era un cuarzo rosa envuelto en un paño de seda blanca. Estaba perfectamente tallado para encajar en la cavidad de su ojo faltante, pero aún no lo había utilizado en ningún momento. Lo estaba reservando para el día de su boda, donde no llevaría el parche, y esa piedra resplandecería en su ojo, haciendo juego con las joyas que llevaría Joff. Joyas que él mismo había mandado confeccionar para la ocasión.
Si las joyas de su prometida iban a ser de color rosa, ¿por qué no podría él también usar ese color? No usaría las joyas de su padre ni de su abuelo, tampoco se vestiría de negro, verde o mucho menos rojo. En cambio, combinaría accesorios de plata con cuarzo rosa, tanto para él como para su esposa. Y estaba ansioso por ver la reacción que esto provocaría en su familia y entre los invitados.
Los Siete Reinos hablarían de ello, pero su prometida llevaría el vestido y las joyas más preciosas que jamás se hubiesen visto.
No llegó a desabotonarse el primer botón de la camisa cuando la puerta de su habitación se abrió sin previo aviso. Bufó, no necesitó voltearse para saber quién era; conocía perfectamente los pasos de su madre cuando estaba enfurecida. Cerró el estuche que contenía la piedra y no se molestó en recoger su cabello antes de mirarla. Los pasos se detuvieron a cierta distancia.
—¿Qué hacías fuera a estas horas?
Aemond gruñó.
—Mhh...
—Aemond —bramó su madre.
—¿Le preguntas lo mismo a Aegon? —levantó la mirada—. ¿Acaso alguno de tus hijos está en la cama ahora mismo?
—Helaena está...
—No hablo de Helaena —la interrumpió, al mismo tiempo que deslizaba sus dedos entre los mechones de su cabello para desenredarlos. —No me molestes, madre.
—¿Estás feliz con esto? —le recriminó, indignada, avanzando hacia él. —Tu padre se volvió demente ¡Y tú también! —Aemond suspiró nuevamente. —Puedo tolerar que Daeron se case con ella, pero tu padre cometió un grave error al escogerte a ti.
Su hijo inclinó la cabeza ligeramente.
—Yo quiero hacerlo. Quiero casarme con ella —afirmó con una lentitud que resultaba irritante para la mujer, y en esta ocasión la miró directamente a los ojos, hundiendo su mirada profundamente en la suya.
Su madre parpadeó casi una decena de veces antes de poder siquiera recuperar el aliento. Estuvo a punto de sufrir un ataque de histeria cuando Aemond reiteró las palabras, y en efecto, lo que había escuchado era cierto.
—No puedes estar hablando en serio —articuló con dificultad. Alicent tartamudeó —Tú no... ella... debes elegir a una mujer que esté a tu altura, que tenga títulos, tierras...
—Yo no tengo todas esas cosas —frunció el ceño.
—Pero las obtendrás en el futuro —insistió, desesperada.
—Igual que ella —respondió con calma, comenzando a desatar las agujetas de sus botas. —No obtendré más de lo que Joffrine obtendrá en el futuro. Su madre será una reina, y ella es la única hija mujer...
—¿Entonces estás haciendo esto por los beneficios? —indagó su madre con un tono de voz exasperado.
—No —Aemond encogió los hombros, su madre suspiró una vez más.
—Entonces dime por qué demonios lo haces. Tienes tantas mujeres a tu disposición, tantas cortesanas con las cuales podrías yacer a tu antojo, y decides que de pronto estás encaprichado con esa niña. No lo entiendo.
—Mmm... no lo sé —murmuró. —Tal vez, madre, sea porque ella no es una de esas cortesanas, de esas mujeres. Quizás sea porque ella vale la pena. Tal vez, sea porque me gusta.
—No puedes estar hablando en serio, no después de todo.
—Pero lo hago.
Alicent suspiro, abatida. —Eres mi peor castigo, Aemond.
Holitasss, ¿como estannn?
Gente YA HAY 30K DE LECTURAS!!!!! Rompieron todo l@s amo.
En serio, gracias, esto es un montonnnn. Literal sigo escribiendo gracias al apoyo que me dan cada día, ustedes me inspiran. Gracias.
Y bueno, acuérdense de que en tiktok subo los benditos edits por si quieren ir a deleitarse con cochinadas jeje.
Así que nada, los amooo!!!
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