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—Me pregunto por qué mi madre quiere verme tan temprano. ¿Parecía urgente, Ser Aelinor? —cuestionó Joffrine a su caballero juramentado mientras avanzaba por los pasillos, arremangando su vestido para evitar que se arrastrara. A su lado, el hombre la seguía con un paso discreto.
El suspiro de Ser Aelinor fue la respuesta, acompañado por su característica falta de expresión. Esta actitud constante de él irritaba profundamente a Joffrine. ¿Por qué tenía que ser tan tedioso? Aunque no era demasiado mayor, daba la impresión de haber nacido viejo. Jamás lo había visto esbozar ni siquiera un indicio de sonrisa. Era, sin duda, el ser más aburrido que había tenido el infortunio de conocer.
Decidiendo que ya no valía la pena hacer más preguntas, Joff determinó descubrir el motivo por sí misma. Aceleró su paso mientras exploraba los pasillos de Rocadragón, su dulce y querido hogar.
Un guardia juramentado, que se hallaba en la entrada de los aposentos de su madre, abrió la puerta en cuanto la princesa se acercó, anunciando: —La princesa Joffrine está aquí, su gracia. —Dejó que Joffrine entrara, y la puerta se cerró tras ella.
La princesa Rhaenyra estaba sentada en un escritorio, rodeada de pergaminos y cartas. Había manchas de tinta y varias plumas esparcidas, indicio de que había estado escribiendo recientemente. Al oír la entrada de su hija, se volvió hacia ella y le dedicó una sonrisa. Apenas tenía espacio entre la silla y el escritorio debido a su embarazo.
La sonrisa de Joffrine se amplió hasta el límite mientras se acercaba. Rhaenyra se levantó y avanzó hacia ella.
—Siempre es un placer visitarte tan temprano, mamá —dijo su hija con dulzura.
—Mi dulce niña, estás radiante. Como siempre —declaró, acariciando la suave mejilla de la joven.
Joffrine dio un paso atrás, deseando que su madre apreciara el vestido que llevaba. Cuando captó la mirada de la mujer en su atuendo, dio una vuelta completa.
—¿Te gusta? Lo confeccioné yo misma —preguntó emocionada. Rhaenyra sonrió aún más.
Su hija tenía la capacidad de cautivarla de una manera inexplicable. Joffrine irradiaba felicidad de una forma que no podía describirse con palabras. Era simplemente maravillosa en múltiples aspectos.
—Está precioso, Joff. Tienes mucho más talento que yo a tu edad —admitió. En realidad, nunca había sido hábil con la costura, pero a Joff le encantaba la idea de que a su madre, de algun modo, le gustara. Había sido una idea que Joffrine había formado por sí misma, y Rhaenyra no había tenido el corazón de desmentirla. La niña le devolvió una sonrisa encantadora.
—¿Cómo te sientes? —preguntó la niña, dirigiendo su mirada directamente al vientre de su madre—. Parece que mi hermano o hermana aún duerme. Por instinto, Rhaenyra acarició su vientre.
—Hoy es uno de esos días en los que llevarlo en mi vientre se vuelve agradable —admitió. Joff sonrió.
—Me alegro mucho, madre.
Rhaenyra quedó en silencio mientras observaba a su hija. Lucía tan dulce con su vestido abultado de color rosa pálido, que presentaba un ligero escote que Rhaenyra todavía no le permitía usar. A pesar de eso, sus mejillas rosadas la hacían parecer la niña más dulce de todas. Su cabello dorado caía en ondas sobre su cintura, demostrando lo fino y sedoso que era. No había nada que llenara de más felicidad a la princesa heredera que ver a su hija. Solo unos minutos con Joffrine eran capaces de cambiar el rumbo de cualquier día.
Joffrine, por su parte, encontraba distracción entre las flores dispuestas en un florero, mientras Rhaenyra la observaba con atención. La joven había tomado una flor de color rosa intenso y la había enganchado con gracia en su cabello. Desde hacía minutos, no podía dejar de admirarse en el espejo mientras daba vueltas y se reía, dejando momentáneamente en el olvido el motivo por el cual su madre la había convocado.
Su madre suspiró antes de hablar, colocando una mano en su vientre y carraspeando para llamar la atención de su hija.
—Joff, te he citado tan temprano porque hay un asunto del cual necesitamos hablar.
La sonrisa en el rostro de Joffrine desapareció, y abandonó su reflejo en el espejo para mirar a la mujer con preocupación.
—¿He hecho algo mal? —inquirió, su voz llevando un deje de inquietud. Rhaenyra se rió suavemente mientras se acercaba a su hija.
—Al contrario, dulce niña. —Le acarició el cabello con ternura. —Le he enviado una carta al rey, y hoy he recibido su respuesta.
La comprensión no llegaba a Joffrine, por lo que decidió indagar más a fondo.
—¿Y de qué trata, madre?
—Pronto obtendrás tu primera sangre, mi hermosa hija. Y he considerado oportuno empezar la búsqueda de un esposo adecuado para ti. —Explicó. Joffrine frunció el ceño, sus ojos se nublaron ligeramente por las lágrimas que amenazaban con asomar.
—¿Eso significa que me enviarán lejos? No, mamá, por favor, solo...
—Joff, cálmate. —La interrumpió suavemente Rhaenyra. —Permíteme explicarte. —Colocó una mano tranquilizadora en su hombro. Joff se secó una lágrima con la manga de su vestido y asintió con la cabeza. —El rey, tu abuelo, ha aceptado prometerte a Daeron, su cuarto hijo, quien es apenas mayor que tú.
La cara de Joffrine se iluminó en una sonrisa, y los tonos rosados regresaron a sus mejillas.
—¿De verdad? —casi exclamó, su voz vibrando de emoción. Su madre sonrió ampliamente mientras asentía. —Eso significa que seré esposa de un príncipe. Uno de nuestra familia. —Exclamó emocionada.
—Así es, estarás a solo unas horas de distancia. La reina te acogerá bajo su protección hasta que llegues a la edad para el desposorio —explicó la rubia, aunque esta última parte no le agradaba en lo absoluto. Había sido uno de los puntos más controvertidos del acuerdo, pero su desmejorado padre había insistido en ello de manera especial.
Joffrine dio varios saltitos de felicidad.
—¡No lo puedo creer! ¡Voy a vivir en la Fortaleza Roja! —festejó emocionada. —Y conoceré a la reina. ¿Crees que le agradaré? ¿Crees que le agradaré a mi prometido? ¿Cómo dijiste que se llamaba? ¿Daemon? —preguntó atropelladamente. Rhaenyra se rió de sus emociones desbordantes.
—Una pregunta a la vez, Joff. —La reprendió cariñosamente. Con una mano acarició la cálida y emocionada mejilla de su hija. —Por supuesto que les agradarás, te adorarán. Harás que mi hermano Daeron sea el hombre más afortunado y envidiado.
O tal vez no tanto. Pero Rhaenyra en ese momento no lo sabía; no conocía a su hermano Daeron en absoluto, ni a Helaena ni a Aegon. Y mucho menos a Aemond.
Joffrine soltó un sonido de emoción mientras apretaba sus puños.
—¡Se lo contaré a mis hermanos... o no, espera, se lo contaré al mundo entero! —chilló mientras se subía emocionada a la cama de su madre y saltaba de alegría.
Rhaenyra soltó una carcajada.
—Te vas a caer, Joff.
Pero Joffrine apenas escuchó las palabras de su madre; ya estaba inmersa en sus propios sueños despiertos, como solía hacer a menudo. Se imaginaba llegando a Desembarco del Rey, donde Daeron la estaría esperando elegantemente vestido. Él tendría el cabello tan largo como Daemon y los ojos tan azules como los de su madre. Ella iría ataviada con el atuendo más perfecto que pudiera encontrar. En su sueño, Daeron le ofrecía una mano y ella se enamoraba instantáneamente de su sonrisa. Caminaban juntos por el jardín, y ella le hablaba de su pasión por la costura y le contaba sobre su dragón, Tyraxes, mientras él la observaba con destellos de admiración en los ojos.
Sería simplemente perfecto, su sueño hecho realidad. Debia comenzar a planearlo todo desde ese momento, para asegurarse de que estaría lista a tiempo. Debería lucir radiante, elegir su vestido más impresionante y cuidar de que su piel se viera impecable.
Finalmente, se bajó de la cama con un salto, enderezando su postura de manera elegante.
—Estoy ansiosa por partir hacia Desembarco del Rey, madre.
—El viaje está programado para dentro de una semana; el juicio por la herencia de Marcaderiva se acerca, y debemos estar presentes para afirmar la posición de Luke como futuro heredero.
Joffrine asintió delicadamente y puso una mano esbelta sobre el antebrazo de su madre.
—Vaemond Velaryon no es más que una piedra en el camino hacia el éxito de mi hermano como Señor de las Mareas. —Le sonrió, con una de esas sonrisas que derretían el corazón de su madre; ambas sabían bien eso.
Rhaenyra acarició el cabello de su hija una vez más y se inclinó ligeramente para besar su frente.
—Bueno, ve y cuéntales a tus hermanos. Estarán felices de saberlo.
Joffrine asintió.
No perdió tiempo en moverse con delicadeza; en lugar de eso, salió corriendo por los pasillos de la fortaleza en busca de Jace y Luke, quienes seguramente estarían entrenando, como era costumbre en las mañanas. Su soldado personal apenas pudo alcanzarla cuando doblando el primer pasillo, Joffrine demostró que era una corredora veloz cuando lo deseaba.
Una vez llegó a las puertas, se quitó los zapatos antes de tocar la arena y comenzó a correr hacia la orilla de la playa, donde avistó a sus hermanos inmersos en un ejercicio de esgrima. Sin embargo, la presencia de espadas gigantes no le importó en absoluto cuando se lanzó hacia Jace para abrazarlo.
—Jace, te extrañé. —Chilló mientras apretaba su mejilla contra la espalda del chico.
El principe parecía incómodo y se movió para deshacer con suavidad el abrazo de su hermana.
—Joffrine, tienes que ser más cuidadosa. Estamos entrenando con espadas de verdad. Podrías lastimarte. —Le reprendió una vez que estuvo cara a cara con ella.
Luke se acercó al encuentro de ambos.
—Ay, Jace, sé que no me harías daño —dijo ella con ingenuidad. Jace bufó.
—Podrías causar un accidente. —La reprendió él. A veces, Jacaerys le resultaba fastidioso; no era como Luke. Lucerys era más dulce, más divertido.
El sujeto en cuestión la saludó despeinándola con un gesto amistoso. Ella se mordió el labio, ignorando a Jace y sonriéndole de manera acaramelada a su precioso hermano Luke.
—Estás radiante esta mañana —reconoció el más joven de los dos.
—Oh, lo estoy, Luke. Madre me ha dado la mejor noticia de toda mi vida —volvió a chillar de emoción. Sus hermanos la observaron con atención. —Mi compromiso finalmente ha sido anunciado. Me casaré con el príncipe Daeron, el cuarto vástago de nuestro abuelo.
A pesar de la emoción de su hermana, Luke y Jace intercambiaron una mirada de poca convicción. Sin duda, ninguno de los dos pensaba que eso era una buena idea. Conociendo a Aegon y Aemond, Daeron no podía ser mucho mejor que ellos, y soltar a Joff en ese nido de serpientes parecía más que una idea descabellada. ¿Habría perdido la razón su madre? se preguntaban.
Joffrine apenas les prestó atención; su sonrisa se dirigió a lo lejos, hacia su tío Daemon, quien se acercaba.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca para que pudieran oír su reproche, les espetó: —¿Ustedes dos no deberían estar entrenando? ¿Piensan ganar algún torneo solo hundiendo los pies en la arena? —Se dirigió específicamente a Jace y Luke.
Joffrine se adelantó, avanzando hacia su tío con su carácter y carisma encantador. Le dedicó una mirada inocente mientras jugaba coquetamente con el escote de su recién confeccionado vestido.
—Oh, tío, no seas tan duro con mis hermanos. Ellos se esfuerzan mucho —pidió con un tono gentil pero exagerado, una voz aniñada pero... sugerente.
El semblante de su tío se suavizó de inmediato.
—Solo así se convertirán en guerreros honorables, sobrina. —Le explicó con un tono de voz que nunca le había dirigido a sus hermanos. Era el tono de voz que solo usaba con ella, y a Joffrine le encantaba.
Ella jugueteó con uno de sus rizos dorados que caía sobre su cintura. Su tío era excepcionalmente apuesto; a pesar de su edad, mantenía una juventud envidiable. Y, además, era un guerrero experimentado. ¿Quién no se sentiría acalorado por su presencia? Joff dejó escapar un coqueto risueño en su interior; le encantaba ese termino, era una definición que su dama le había enseñado para referirse a la sensación que sentía cuando Daemon estaba cerca.
Deseaba que su prometido le generara esa misma impresión. En un ideal futuro, Daeron sería tan atractivo como Daemon.
—Han llegado noticias desde Desembarco del Rey. —Anunció a su tío con discreción, manteniendo su compostura ante él, a pesar de haber estado saltando en la cama de su madre minutos antes. —Mi compromiso finalmente ha sido anunciado. Me casaré con el joven Daeron Targaryen. —Lo dijo con orgullo.
Daemon frunció el ceño, ¿por qué todos parecían descontentos? Su madre era la única igual de emocionada con la noticia. ¡Ah! ¡Ya entendía! Estaba segura de que la extrañarían demasiado, y eso explicaba sus disgustos.
Finalmente, el esposo de la princesa Rhaenyra suspiró.
—Hablaré con tu madre sobre esto.
Ella posó una mano esbelta en su antebrazo; él era alto, muy alto, y eso también le aceleraba el pulso.
—No te preocupes, tío. Me siento preparada para esto. Es lo que siempre he esperado.
[...]
—¡No! ¡Me niego! Mamá, di algo —gritó Daeron en el despacho de su padre, el rey.
—Viserys, por favor...—suplicó Alicent Hightower, mirando a su esposo, enfermo y desvanecido.
El rey bufó. —He tomado una decisión. Quiero que mi nieta se case con uno de mis hijos, y tú deberías sentirte afortunado de ser quien la despose —le reprendió al príncipe caprichoso que tenia por hijo, enfrentándolo. Su madre, Alicent, ahogó un lamento y Daeron volvió a chillar.
—¡Pero no quiero! ¡Prefiero casarme con un cerdo!
—¡Se acabó, Daeron! —Gritó su padre, hastiado del modo en que su hijo se refería a su nieta, la dulce y adorada por todos, Joff. —Y más te vale ser amable cuando le recibas.
Estaba harto de que su familia, su esposa e hijos, sintieran esa clase de aversión por la familia de su hija Rhaenyra. Ni siquiera conocían personalmente a Joff, ¿cómo podían juzgarla de tal manera? Él estaba maravillado tan solo por haber leído las cartas de su hija hablando sobre su nieta. Aunque no la conociera en persona, la adoraba. Y Daeron ni siquiera le estaba dando una oportunidad, estaba igual de envenenado que su madre.
Daeron inisitio.
—Cásala con Aemond. —Insistió.
La idea de casar a Joffrine con Aemond produjo escalofríos en Alicent, y no sintió ningún remordimiento cuando pensó que, sin duda, prefería que la pequeña acaramelada se casara con Daeron antes que con su adorado y ejemplar Aemond. No, Aemond merecía mucho más. No lo permitiría jamás; estaría dispuesta a asesinar a esa niña con sus propias manos antes que dejar que eso pasara.
—He dicho que no —afirmó el hombre. —Ahora quiero que ambos me dejen solo —miró a su esposa, a su hijo. —Y quiero que cuando ella esté aquí, todos en esta familia se dirijan a ella como es debido, que se comporten.
Alicent suspiró mientras miraba al rey, apoyó las manos sobre los hombros de su hijo y lo guió hacia la salida.
—Que tenga buen día, mi rey. —dijo con un tono hastiado y cerró la puerta.
Viserys se hundió en su lugar, sus músculos debilitados le dolieron cuando se movió. Estaba incómodo, pero la inminente visita de su hija y su familia le había devuelto un poco de la felicidad que no tenía desde hacía varios años. Estaba emocionado.
Mientras tanto, Alicent se movía con notoria incomodidad por los pasillos, acompañada de su hijo menor, quien resoplaba y bufaba junto a ella.
—No lo soportaré —murmuró el joven. —Hare que Tessarion se la coma, parecerá un accidente.
Alicent rodó los ojos; cuanto deseaba poder hacer eso sin levantar sospechas.
—Encontraremos la manera. —Le dijo en consuelo, aunque ni ella misma estaba segura de cómo.
—Cuando ponga un pie en el castillo, esa niña deseará jamás haber nacido —juró el rubio. —Y espero que el karma se encargue de mi padre.
Daeron prefería caerse desde lo alto del cielo en su dragón antes que tener que contraer matrimonio con la princesa perfecta; prefería tener un pepino metido en el trasero por el resto de su vida antes que compartir la cama con ella. Tenía trece años, y le fastidiaba escuchar tan solo su nombre. Además, estaba enfadado; su padre lo sabía, sabía que ella era una bastarda. ¿Por qué lo avergonzaba de ese modo por el resto de su vida? Sin duda, su padre no lo amaba ni un poquito. Y empezaba a dudar que su madre tampoco lo amara mucho. Había peleado con uñas y dientes cuando a Aemond le habían arrebatado el ojo, y ahora, cuando a él lo entregaban a la boca del lobo, no había dicho más que simples oraciones que no sirvieron de nada.
Si llegaba a convertirse en su esposa la mataría con sus propias manos, o peor, haría que Aegon la violara a su antojo. Haría que que los sucios cazadores de ratas lo hicieran, incluso dejaría que los caballos la montaran si eso significaba deshacerse de ella. Humillarla hasta que los siete reinos dejaran de señalarla como una princesa perfecta.
Ella era una bastarda, igual que sus hermanos deconstruidos. Y no merecía menos que vivir con la cabeza en el fango por el resto de sus días.
El rey se había equivocado si pensaba que el lidiaría con tal vergüenza.
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