Vínculo
—Por el amor de Dios, ¿puedes ser más cínico y descarado?
—Escúchame, mi amor— entró a la casa y retrocedí.
—No necesito escuchar nada. Será mejor que te largues.
—Sé que estás herida con todo lo que pasó, yo también lo estoy, y ahora mismo estoy luchando con mi propio orgullo viniendo a buscarte.
—No tenías que hacer tanto por mí — respondí con evidente sarcasmo—. No te he pedido que vengas. Dime, ¿no te fue suficiente con haberme engañado con alguien más y jugado sucio? No solo me fuiste infiel y trataste de justificarte con que yo te había supuestamente engañado primero, incluso me hiciste creer que nos casamos en Puerto Rico, cuando ni siquiera registraron nuestro supuesto matrimonio. Eres un cobarde, un maldito mentiroso que no vale ni un centavo.
—Hay una razón detrás de eso.
—Ah, ¿sí? Déjame adivinar, ¿otra justificación?
—Siempre le he tenido miedo al compromiso. Cuando tú y yo comenzamos a salir, no me sentía preparado para casarme, pero tú no me diste a escoger. Quería que convivieramos primero a ver si las cosas funcionaban entre los dos, pero esa opción para ti jamás fue válida. En aquel entonces no sabía lo que estaba sintiendo por ti, no sabía lo importante que eras para mí, hasta ahora que he tenido que enfrentarme a la dura realidad de que no estás. Sé que me equivoqué, que hice cosas que no debí haber hecho, pero yo te amo, Zaira. Eres muy importante para mí, ¿por qué no lo entiendes? — en una fracción de segundos sus ojos se cristalizaron—. No sabes la falta que me has hecho — su mano se aproximó a mi rostro y ese olor tan desagradable y fuerte invadió mi nariz con suma rapidez.
Era un olor muy extraño e insoportable.
—¡No me toques! — retrocedí aún más.
De repente, sentí mis ojos llorosos. Por alguna razón me estaban ardiendo y entre más me rascaba, más borroso veía. Mi corazón no estaba latiendo correctamente, los segundos transcurrían y esos síntomas se iban agudizando. Especialmente esa opresión que de la nada apareció, evitando que pudiera respirar adecuadamente. Aníbal permaneció observándome a la distancia, sin atreverse a acercarse.
Dereck
Rodeé la mesa y me senté en la otra silla del comedor. Mi madre tendió sus codos sobre la mesa y suspiró profundamente. Por alguna razón, desde que llegué me he estado sintiendo inquieto.
—Quiero que me digas la verdad. ¿Por qué te atreviste a meterte con la mujer de tu hermano? ¿En qué estabas pensando?
—¿Así que para eso me llamaste? Pensé que sería para otra reunión familiar, de esas donde intentas calmar las aguas, pero resulta que no es para nada más que indagar sobre asuntos personales.
—¿Asuntos personales? Eres mi hijo y Aníbal también lo es. Estoy harta de esta discordia en la familia. ¿Tienes una idea de lo mucho que está sufriendo tu hermano? Te estás aprovechando de esa muchacha para lastimar a tu hermano.
—Eso no es cierto. Parece ser que mi hermano no te dijo nada, pero solo para que sepas, yo no le quité la mujer, él mismo la perdió por idiota. Se comportó como un cobarde, la engañó con alguien más y para colmo de males se atrevió a restregarle en la cara que todo lo hizo como una cruda venganza por pagarle supuestamente con la misma moneda, cuando ella y yo no teníamos nada.
—Tu hermano quiere hablar con ella. Te exijo que no intervengas en ese asunto de pareja. Ellos dos deben hablar y resolver sus diferencias. Un tercero solo sobra.
—Yo no voy a permitir que Aníbal se atreva a endulzarle el oído de nuevo. Él es un inmaduro, un cobarde que no la merece.
—¿Y tú sí la mereces? Compórtate como el hombre maduro y adulto que eres. Por primera vez en tu vida, piensa en la felicidad de tu hermano.
—¿En su felicidad? — sonreí—. Él siempre ha visto a Zaira como un trofeo. Si realmente la quisiera, no le habría pegado los cuernos con un hombre.
—¿Qué?
—Ah, ¿eso tampoco te lo dijo? Pues sí. Ese es tu querido hijo, el que tanto defiendes. Me da lo mismo si estás de acuerdo o no, pero te lo diré bien claro, para que claro me entiendas. No pienso permitir que mi hermano vuelva a engañarla, estaré en medio de los dos si me toca, pero ella solo puede ser mía.
—Te desconozco, hijo. Siempre he creído que eras el más sabio y maduro entre tus hermanos, pero resulta que me he equivocado. Eres un necio. No puedo creer que pongas a una mujer por encima de tu propia sangre.
—Ella y yo compartimos un vínculo más fuerte que esa dichosa sangre que tanto mencionas.
—¿Un vínculo carnal? ¿Es a eso a lo que te refieres? ¿Es eso lo más importante para ti? Existen muchísimas mujeres en el mundo, pero no, te tienes que fijar precisamente en la de tu hermano. ¡Esto es ridículo!
—No voy a pedirte que me entiendas, porque la verdad es que ya ni me interesa que lo hagas. Estoy consciente de que siempre te irás de su parte, aunque no tenga la razón.
Tuve un repentina y fuerte taquicardia, acompañada de una opresión en el pecho. Se me hacía difícil respirar. Pensé que estaba a punto de atravesar un episodio, pero lo más extraño de todo es que, esta vez no sentía sed, sino que por mi mente se cruzó Zaira.
—¿Qué te sucede? ¿Te encuentras bien?
—Zaira… — logré pronunciar, a pesar de sentir que me faltaba el aire.
—¿Qué te sucede en los ojos y en los dientes, hijo?
Estaba perdiendo parcialmente la vista, comenzando a ver todo a mí alrededor poco a poco en infrarrojo. Antes de que los síntomas se agudizaran, salí corriendo de la casa en dirección a mi auto. Mi destino era la casa, pues ahí fue donde la dejé, por esa misma razón no hice paradas. Cada vez veía la carretera menos, mayormente podía percibir los autos por el sonido, las vibraciones y el calor que emitían y mi visión captaba. Tan pronto me detuve en la casa, mi visión captó de inmediato a Zaira pues, a pesar de estar distante, pude ver a través de las paredes gracias a esa habilidad que siempre he visto como una maldición. Había alguien más con ella y no supe quién era hasta ingresé a la casa. Zaira estaba tendida en el suelo vomitando y mi hermano se encontraba a solo centímetros de ella. Se percibía en el aire un olor bastante extraño, era tan fuerte que solo empeoró esa opresión en el pecho. Quería salir de ahí, pues cada segundo que transcurría se volvía más difícil respirar.
—¡¿Qué le hiciste?! — rodeé el cuerpo de Zaira, y le ayudé a levantar, acercando su rostro a mi pecho para que no continuara aspirando ese desagradable e intoxicante olor.
La saqué de la casa y el aire fresco me ayudó a poder respirar adecuadamente, pero ella no se veía para nada bien. Su respiración estaba agitada y seguía con las intenciones de vomitar. Debo llevarla al hospital.
—No sé qué le pasa. De repente comenzó a vomitar— alegó Aníbal, en un tono nervioso.
—Como me entere que tuviste algo que ver, ¡te mataré!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top