Promesa de Amor

1892

La Rochelle, Francia

Las hermanas Tomey se encontraban en el porche de la finca donde vivían sus padres y hermanos. Aquel día habían quedado solas junto con el retoño de Patrick y Elizabeth mientras que la familia se había ido al pueblo junto con el duque a comprar provisiones y algo de material para construir dos ambientes más en la finca.

Elizabeth había querido quedarse con Sophie porque no la veía bien y porque se lo había pedido su madre.

Ambas estaban sentadas mirando hacia los campos de rosas, bebiendo una taza de té cada una y teniendo a Lizbeth durmiendo dentro del canasto en el medio de ellas, hasta que a la hermana mayor se le ocurrió abrir la boca.

—¿Me vas a contar lo que te está pasando? No te veo nada bien. Desde que hemos llegado que estás rara.

—No me pasa nada, ya sabes el tema de la familia de Prince y él. No me quieren, está muy claro eso —comentó angustiada.

—¿Acaso vas a echar todo a perder por esas dos? Siempre fueron así, desde que las conozco y Prince está encantado contigo, Sophie.

—He recibido cartas de él, desde que se ha ido a estudiar arquitectura, un golpe bajo para lo que en verdad quería su madre, me lo comenta en las cartas.

—¿Y él cómo se expresa?

—Es perfecto... —respondió con algo de amargura.

—Tu cara dice lo contrario.

—Es muy difícil, Eli... no sé si podré soportar los desaires de su madre y de su hermana, son malas.

—Lo son —afirmó ella—, pero tú no te estás comunicando con ellas, sino con Prince. Ese hombre es todo lo que no son esas dos. Es más parecido a Patrick y aunque al principio me pareció que quería jugar contigo, ahora me gustaría que fuese algo más que un simple novio que te corteja —admitió con sinceridad absoluta.

—Dejó de cortejarme desde el momento en que decidió irse a estudiar.

—Con más razón, Sophie. Quiere construir un futuro y lo quiere hacer contigo y tratar de darte lo mejor, a no ser que tú no quieras estar con él.

—Me dice en las cartas que quiere pasar momentos conmigo, que lo está haciendo para que estemos bien establecidos, pero a veces siento que es una locura todo esto —expresó con angustia en su voz—, Miranda e Isabella son arpías y no se lo van a poner fácil. Ni a él y ni a mí —dijo con pesadumbre sosteniendo del asa la taza a medio terminar—, menos a alguien como yo, una campesina —suspiró resignada con las cejas caídas y la taza inclinada.

—Estoy segura de que Prince hará todo cuanto pueda para que ustedes dos estén juntos como se merecen.

—¿Y si su madre y su hermana no se lo permiten? —cuestionó preocupada.

—Pues se tendrá que recurrir a algo más drástico —sugirió la duquesa mientras bebía de su infusión de rosas.

—¿Cómo qué? —Abrió más los ojos mirándola con atención.

—Una fuga.

Sophie se descostilló de la risa y volvió a mirarla.

—Ni se te ocurra idear eso, Elizabeth. ¿O ya te has olvidado lo que me hiciste hacer la noche en que tenías que acostarte con tu marido?

—¿La noche de la infusión para dormirlo? —interrogó con gracia y tapándose la boca con la mano—. Es cierto, me pasé de la raya esa noche, y después tuve una gran bronca con él.

—No es para menos, por eso, la fuga con él no es la opción.

—¿Y si te lo pidiera en alguna carta?

—No creo que se atreva.

—Tú nunca sabes lo que él podría ofrecerte. Ya las dos sabemos que Prince es como Patrick, se criaron juntos, piensan casi iguales.

—En eso tienes razón.

—¿Y la última carta cuándo fue? —quiso saber su hermana.

—Llegó antes que vinieran ustedes, la semana pasada. Me decía que me quería.

—Eso es muy bueno, Sophie.

—Supongo que lo es.

Las hermanas Tomey quedaron charlando sobre las cartas de amor que Prince le enviaba a Sophie y de las que ella le respondía también.

El atardecer se iba presentando en el horizonte haciendo que el escenario allí fuese mágico, Elizabeth giró la cabeza hacia el camino principal de la finca, donde vio a su marido junto con los demás.

Sophie y ella se levantaron de las sillas y caminaron hacia la familia para recibirlos y ayudarlos con lo que habían traído.

En la cena, comieron en silencio con algunas conversaciones de por medio de manera esporádica mientras que la duquesa alimentaba a su hija cubriéndose el pecho para no incomodar a nadie.

—¿Prince te está enviando cartas para que sepas de él? —le cuestionó su cuñado.

—Sí, yo también le envío, pero... —se mantuvo callada y pensativa—, no lo sé. Ambos mantenemos correspondencia, me dice que me quiere, pero todo es difícil.

—Entiendo. Pero tú sabes bien que él te quiere a ti, no importa si mi tía y mi prima dicen lo contrario. Desde que Prince te conoció, le gustaste y ya sabes que tiene interés en ti desde aquel instante.

—Lo sé, pero es complicado cuando sabes bien que en esa familia te quieren muy pocas personas.

—No digas tonterías, no son pocos los que te querrían como esposa de mi primo. Mi tío te estima, nosotros también y la servidumbre de la casa de los Lemacks les vendría muy bien alguien como tú, porque soportar a mi tía y a mi prima es agotador.

—El inconveniente radica en que tu tío no se pone firme con esas dos —fue Elizabeth quien le habló a su marido—. Y aunque te esfuerces por agradar, jamás puedes —negó con la cabeza.

—Tu hermana antes y después de casarse conmigo era igual a ti, intentó agradarles, pero se dio cuenta de que no valían la pena, pensaba en los demás y terminó haciendo lo que le dictaba su corazón —respondió y miró a su cuñada— y eso deberías hacer tú también, Sophie.

La joven con algo de incomodidad expresó lo que sentía por Prince.

—Me gusta, en verdad me gusta, sé que el camino no será nada fácil, pero yo no tengo el apoyo de mis posibles suegros y ni de mi posible cuñada. Estoy prácticamente sola en esa relación, si se pudiera tomar como tal —admitió con tristeza.

—Ya te comenté antes que no estás sola, Sophie —repitió el duque.

—No le tienes que explicar nada a ninguna de las dos, debes luchar por lo que quieres, Sophie —habló Elizabeth—. Son desagradables, lo sé, pero si en verdad sientes algo por él, tienes que luchar.

—Estoy al tanto de las cartas que se envían —esta vez fue el turno de Beth hablar y todos la escucharon—, la familia de Prince es complicada, dejando de lado a Andrew, pero Sophie —la nombró y su hija levantó la cabeza para mirarla con atención—, no estás obligada a nada que no quieras hacer, le puedes mostrar respeto, pero al fin de cuentas, será con Prince con quien formes algo bonito si lo deseas.

—Lo sé, mamá. Pero desde el año pasado que me tiene un poco intranquila toda esta situación. La última vez que nos vimos fue días después de haberse inaugurado el lugar de lectura de Eli en el ducado y luego de ahí, todo fue a través de las cartas. Las redacciones son breves, pero muy precisas.

—Por lo menos te está escribiendo todas las semanas, eso no debes olvidarlo, cariño. Un hombre que no siente interés por ti, no te enviaría dos cartas por semana.

—Prince es un Lemacks, y los Lemacks hacemos lo que queremos, y no nos detenemos hasta conseguir lo que anhelamos en nuestras vidas —confesó el duque mirando a su cuñada y luego posó la mirada en su esposa.

A Elizabeth le había robado el aliento cuando sus penetrantes ojos se clavaron en los suyos.

—Y ya sabemos que los dos piensan casi igual —rio Sophie tapándose la boca.

—Eso es cierto —el duque sonrió de lado bebiendo un poco de vino de su vaso.

Media hora después cuando todos se fueron a dormir, Patrick y Elizabeth caminaron tomados de la mano y con un farol en la mano del duque para guiar el sendero hacia el granero, su marido la sostenía con fuerza de mano para que no tropezara puesto que se encontraba sosteniendo el canasto del bebé y dentro yacía la pequeña durmiendo de nuevo. A pesar de que su esposa ya no estaba más embarazada, siempre procuraba de mantenerla cómoda y a gusto.

Apenas entraron al granero al cual lo habían acondicionado mucho mejor que la última vez que estuvieron allí, el duque cerró el portón y volvieron a caminar hacia la cama matrimonial.

El ambiente estaba más bonito y era cálido.

Al llegar al lecho, Elizabeth se encontró con una carta atada a una rosa roja sobre el lado donde ella dormía.

—¿Una carta? ¿Para mí?

—Sí, desde que llegamos aquí que no te he podido escribir otra vez como quería —le regaló una sonrisa al tiempo que le besaba la frente.

La duquesita dejó a Lizbeth de su lado, la arropó un poco más y le acarició la mejilla mientras sonreía de felicidad. Pronto se sentó en el borde de la cama y tomó la misiva en sus manos para desatarla, dejando la rosa roja sobre la pequeña mesa redonda de madera que estaba al lado de la cama de su lado, no sin antes olerla y abrió el papel que estaba escrito por su marido.

Duquesita roja:

Has cambiado mi vida desde el momento en que te vi por foto y lo has hecho aún más cuando pusiste un pie en el ducado, me vuelves loco de amor y te amaré por siempre.

Tu Patricien

Elizabeth dobló la carta y la apoyó sobre la mesita, caminó hacia el hombre para ponerse frente a él.

—Inclínate para abrazarte y darte un beso.

Patrick así lo hizo junto a una gran sonrisa.

—Te amaré por siempre yo también, Patricien. Te adoro, mi pirata.

La mujer le dio un beso en los labios el cuál él correspondió también y pronto se desvistieron para acostarse y poder dormir.

—¿No quisieras seguir practicando para darle un hermano a Lizbeth o por el simple hecho de disfrutar?

—Me gusta mucho la idea, pero tengo sueño, Patricien.

—¿Acaso me cambias por dormir?

—No, no te cambio por eso ni por nada en el mundo, pero sé que no voy a poder disfrutar como quiero estando cansada y con sueño.

—De acuerdo, tú ganas, entiendo cuando se está cansado y que solo quieres dormir —le besó la frente y luego los labios—. Vamos a dormir —asintió con la cabeza.

Apenas se metieron en la cama, el primero que se durmió fue Patrick.

♕♕♕

El siguiente día iba a ser muy ajetreado para todos, especialmente para el duque quien ayudaría a los empleados que había contratado y a su suegro para la extensión de la finca.

Cuando él se estaba vistiendo mientras que ella le cambiaba el pañal de tela a la bebé y la vestía.

—Tal parece que el duque cayó rendido de sueño antes que yo —comentó con sarcasmo y miró a su hija que la tenía sentada en la cama.

—Estaba cansado.

—¿Y por qué no me lo dijiste antes de hacerte el seductor?

—Prefiero seducir antes que dormir.

—Hay que castigar a papá porque se está portando mal, ¿no? —le dijo a Lizbeth y esta balbuceó entre risitas.

—Papá es bueno con las dos, no hay necesidad de castigarlo —se puso de cuclillas besando las manos de la bebé y luego darle un beso en la mejilla.

—Es verdad, papá es muy bueno con Lizbeth y conmigo —lo miró y fue ella quien se acercó a él para darle un beso en los labios.

—Las dejaré, ya tengo que irme a trabajar.

—Nos vemos después —le dijo Eli y volvieron a besarse.

♕♕♕

Dos días posteriores al inicio de la construcción, una carta le había sido entregada en manos a Sophie, el remitente era el conde de Bush Garden, milord Prince Lemacks.

Sophie corrió hacia los campos de rosas donde se encontraban su hermana y su cuñado sembrando nuevos rosales y cortando otros para colocarlos en los floreros.

—¡Acabo de recibir una carta de Prince! —gritó entre alegre y desesperada, y la pareja se acercó a ella.

—¿Acaba de llegar? —preguntó su hermana.

—Sí, tengo miedo de abrirla.

—Ábrela, no te quedes con la duda —respondió Patrick.

Su cuñada le hizo caso y extendió el papel escrito.

Querida Sophie:

No encuentro las palabras exactas para decirte lo muy apenado que estoy por todo lo que está sucediendo entre mi familia y tú, mi madre y mi hermana están empecinadas en conseguirme una esposa, pero yo tengo ojos solo para ti. Por favor, espérame, no bajes los brazos.

Sé que tú también sientes algo por mí, de no haber sido así, jamás hubieras aceptado que hablara contigo, y mi primo y tu hermana son testigos de eso.

Tengo buenas intenciones contigo y si me lo permites, quiero que tú seas mi esposa.

El fin de semana voy a visitarte, espérame, por favor.

Te quiero y siempre te pienso,

Prince Lemacks

—Es un amor, Sophie —contestó encantada Elizabeth.

—Lo es, me gusta mucho y me encantaría estar con él también.

Patrick sujetó en sus manos la carta y la releyó.

—¿Te has dado cuenta de que te pidió matrimonio? De una manera diferente, pero te lo ha pedido —insistió él al mirarla.

—¿Sí? —formuló sorprendida y levantando las cejas.

—Sí y si mis cálculos no fallan, el fin de semana llega aquí para pedírtelo en persona.

Sophie estalló de la risa porque no podía ser cierto lo que su cuñado le estaba diciendo.

—Imposible.

—Te apuesto lo que quieras que vendrá a pedírtelo, es un Lemacks, los Lemacks hacemos lo imposible.

—¿Qué apostamos? —lo desafió su cuñada arqueando una ceja.

—Lo que quieras.

—Si no es lo que piensas, me soportarás una temporada en tu ducado —sonrió.

—Perfecto, y si es lo que yo pienso, te casarás con él, en la capilla del ducado. Pediré que venga el párroco, ¿te parece bien?

—De acuerdo —le extendió la mano y él se la estrechó.

—Menos mal que no le pediste que se escapara con él —acotó Elizabeth.

—Se me cruzó la idea, pero me pareció muy arriesgada —admitió el duque mirándola con atención.

—Haberme juntado contigo hizo que tuviera pensamientos inapropiados, milord —manifestó la duquesa entre risitas.

—No sé quién de los dos es más descabellado, si mi hermana o tú —apostilló Sophie—. Tengo que darle una respuesta ahora, estoy haciendo esperar demasiado al cartero.

—Pues entonces ve, no esperes más —le insistió Eli empujándola con cariño por los hombros.

La hermana menor caminó con ligereza hacia la finca y entró decidida a darle una respuesta para entregarle la carta al cartero.

Querido Prince:

Me han alegrado el día tus palabras, estaré encantada de recibirte el fin de semana en la finca. Hasta pronto.

Con cariño,

Sophie

La joven dobló el papel y lo metió dentro del mismo sobre que Prince le había entregado para dárselo en las manos al cartero.

—La carta tiene que ser entregada en las manos de la misma persona que te dio la misiva que era para mí.

—Por supuesto, señorita.

Sin más que decirle, el chico metió la carta dentro del morral y emprendió el viaje hacia París, al lugar donde Prince estaba estudiando.

Desde el momento en que Sophie le había entregado la carta al chico, se había quedado intranquila y con una expectativa enorme, durante todo el día y el resto de los demás consecutivos a este se la veía nerviosa y ansiosa por el encuentro del que le había hecho saber Prince.

El sábado durante la tarde un caballo blanco se acercó a la finca y con el mismo, un hombre de buena presencia. Sophie y Elizabeth estaban quitando las hojas secas y los pétalos marchitos de los rosales cuando la segunda de las mujeres levantó la cabeza para darse cuenta de que era Prince quien había entrado a la propiedad privada, allí fue cuando le dijo a su hermana que fuera a recibir con una sonrisa a su amado.

Patrick, Phillip y los niños estaban en los trigales sin percatarse del invitado y Beth y su nieta dentro del hogar. Sophie se acercó a él cuando lo vio apearse del caballo y Prince fue corriendo para abrazarla y levantarla del suelo para darle una vuelta.

—Te he extrañado mucho, Sophie —admitió con melancolía y alegría al mismo tiempo.

—Y yo a ti, Prince —le dijo, dejándola con los pies en el pasto.

Toda la familia miró la escena sin interrumpir el encuentro tan esperado cuando habían dejado sus labores a un lado, pero pronto se acercaron a él para darle la bienvenida. Beth salió de la casa teniendo en brazos a Lizbeth para recibirlo también.

El duque abrazó por los hombros a Elizabeth mientras ambos mantenían una gran sonrisa en sus rostros.

—¿Qué respuesta me das a esa pregunta que te hice en la última carta que te envié? —quiso saber el conde al tiempo que se arrodillaba.

Elizabeth y su madre quedaron con la boca abierta y Patrick puso dos dedos debajo de la barbilla femenina.

—Así no entran moscas —contestó gracioso cerrándole la boca.

—Mi respuesta es sí —expresó Sophie rotundamente.

Los duques escucharon la afirmación de la chica y sonrieron de nuevo.

—¿Hay boda en el ducado? —cuestionó Elizabeth sorprendida.

—Hay boda en nuestro hogar —confirmó Patrick contento.

Elizabeth sonrió y miró la escena de amor entre su hermana y el primo de su marido recostando su cabeza en el pecho del duque mientras este la abrazaba.

De a poco, los demás se acercaron para felicitar a la futura pareja la cual se casaría en el ducado, lugar que conservaba muchos recuerdos inolvidables.

♕♕♕

Ducado

Prince había pedido una licencia especial de matrimonio antes de pisar el ducado de su primo, para poder casarse con la joven que amaba, pidiéndole a esta persona que tuviera discreción y que lo mantuviera en secreto porque no quería que su madre y su hermana se enterarán de dicha unión.

Desde hacía meses atrás la recámara principal había sido adaptada para Elizabeth también ya que se había mudado y dejó la suya para que fuese de Lizbeth cuando cumpliera el año. Patrick lo había querido también y mientras tanto una cuna fue puesta cerca de la duquesa para que tuviera rápido acceso al retoño.

Aunque aquel día la estaría usando su hermana para su boda con Prince.

—Me parece toda una locura lo que haremos.

—Nuestra vida está llena de locuras de amor y esta es una de ellas —le expresó su marido detrás de ella colocándole un collar.

—¿De dónde lo sacaste? No es de las joyas de tu familia —quedó estupefacta mirándose en el espejo.

—Lo he comprado hace unos días atrás, ¿te agrada?

—¿Qué si me agrada? Es precioso, Patricien.

—Es la boda de tu hermana con mi primo, debes estar a la altura de la ocasión.

—Siento que estamos cometiendo un delito —dijo con pesadumbre la mujer mientras acariciaba la gargantilla.

—No deberías verlo de ese modo, nadie sabe que se van a casar a excepción de nuestro círculo íntimo —la miró a los ojos.

—Justamente por eso me siento así. El único que lo sabe es tu tío y mintió al decirles que se ausentaba por negocios.

—Elizabeth, ¿sabes la cantidad de matrimonios ocultos que se efectúan sin que nadie lo sepa? —le habló con seriedad—, ¿eso querías? ¿Que el matrimonio fuese un secreto? —continuó preguntándole y ella negó con la cabeza—, pues entonces vas a tener que poner una sonrisa en tu rostro, porque lo que están haciendo es por amor, quieren ser felices sin ataduras y sin que mi tía y mi prima se interpongan en el medio de los dos.

—Pero eso es como si Sophie fuese su amante y no una jovencita buena para ser desposada.

—Prince sabe muy bien quién es Sophie y no necesita de la aprobación de nadie para poder casarse con ella, aun si fuese su amante, se casarían también a escondidas sin obstáculos porque los Lemacks somos así —le expresó con determinación.

—Entonces tú también te hubieras casado con tu examante.

—Si se trata de amor verdadero, todo vale.

La duquesa apretó los labios en una línea recta, lo que le había respondido no le había gustado nada, pero intentó ignorarlo y cambiarle de tema.

—Ya estoy lista, creo que cuanto antes se termine esto, mejor.

Patrick asintió con la cabeza y ambos salieron de los aposentos.

—Iré a ver a Sophie para saber si necesita algo.

—De acuerdo.

La mujer entró hacia el cuarto desde el pasillo sin pasar por la puerta interna que conectaba ambas habitaciones. Eliza entró luego de unos golpecitos y cerró la puerta detrás de ella.

El vestido de novia, sencillo y bonito le quedaba precioso a su hermana, había sido confeccionado por Anne quien lo realizó a discreción a pedido de la duquesa de Covent Garden para Sophie.

—¿Estás lista? —preguntó acercándose a ella y a su madre.

—Sí, aunque tengo mucho miedo.

—Lo sé y es normal, pues yo lo tengo también.

—Solo espero que todo esto sea lo correcto —admitió con las cejas caídas la joven.

—Lo es, no debes preocuparte por los demás —la animó Elizabeth a pesar de que ella también estaba intranquila con lo que estaban por realizar.

—Me extraña que justamente tú estés así —comentó Beth, la madre de ambas a su hija mayor.

—Estamos haciendo algo a escondidas de los ojos de la aristocracia londinense, ¿no te parece mal eso?

—¿Desde cuándo a ti te importa lo que opinen o piensen los demás? Te has casado con un hombre que rompió las reglas y el protocolo para estar contigo, te tiene como una reina dejándote hacer y deshacer lo que quieras a tu antojo, ¿y dices eso? Me sorprende la verdad —declaró la mujer abriendo los ojos como platos.

—Bueno... pues, siempre las rompió, no es que desde que se casó conmigo, siempre lo ha hecho.

—Con más razón entonces. No tendría que importante un rábano lo que opinen los demás, así que, en vez de preocuparte por eso, deberías apoyar a Sophie.

—Lo estoy haciendo, de no ser así, ni Patricien y tampoco yo hubiéramos aceptado la unión aquí.

—De ser así, todo está aclarado —zanjó Beth.

—Gracias por el vestido, sé que te habrá salido una fortuna —confesó su hermana.

—Te lo he regalado porque quise, Sophie, no por algo más. Patrick me da un sueldo por mes, así que él me deja gastarlo como más me guste y parte de ese dinero está en tu vestido de novia. Eres mi hermana y quiero que seas feliz y te apoyaré en todo lo que suceda en tu vida, y en las decisiones que tomes, como, por ejemplo; casarte con Prince. Mi marido y yo te apoyamos —respondió con una sonrisa para que supiera que todo estaba bien.

—Gracias, de verdad.

Elizabeth abrazó a su hermana y le dio un beso en la mejilla. Las tres se abrazaron y aquel abrazo fue interrumpido por el golpe de la puerta.

—Adelante —dijo la duquesa.

—Todos están en la capilla y Prince está impaciente —notificó el duque.

—Ya salimos —habló Sophie.

—Si me permites, te ves preciosa cuñada, no caben dudas de que cuando te Prince te vea se enamore más de ti —expresó con sinceridad.

—Te lo agradezco mucho, Patrick.

El hombre cerró la puerta y las tres salieron del cuarto. La última en cerrar la puerta fue Elizabeth quien miró a su marido que se encontraba apoyado contra la pared del pasillo de brazos cruzados y con una ceja arqueada.

—¿Qué te pasa a ti? —preguntó mirándolo con atención y con la barbilla en alto.

—No me he olvidado lo que me dijiste en el dormitorio —sonrió de lado.

—¿Qué cosa te he dicho ahí dentro?

—Tú sabes bien —mantuvo la sonrisa descarada—. Nombraste a mi examante.

La duquesa revoleó los ojos.

—No quiero discutir, la nombré porque me parece increíble que un aristócrata se case con una amante o al revés. De la manera en cómo lo dijiste, interpreté que si esa no era como resultó ser, no te hubiera importado unirte a ella.

—Ya te he dicho que cuando se trata de amor verdadero todo vale.

—¿Incluso que te destierren?

—La noche del pleito que tuvimos te dejé claro que nadie me podría desterrar, el título que tengo viene de generaciones anteriores y fue decretado por los reyes. Sería un disparate que me desterraran de mi propio ducado cuando yo soy el dueño.

—No recuerdo esa noche —respondió intentando sonar despreocupada.

—¿No? —sonó burlón—. Pues te la recuerdo, la noche en que me ausenté por una semana porque mi esposa, a quien consideraba una mujercita buena e inocente se le ocurrió preparar una infusión para dormirme y luego echar líquido rojo como si la hubiera dañado porque no quería consumar el matrimonio.

Elizabeth quedó petrificada. De aquella noche había pasado mucho tiempo y rememorarla fue desagradable.

—No quiero armar un lío de esto, pero debes entender que cuando de verdad hay amor entre dos personas, se hace lo correcto, lo que te dicta el corazón y no la razón. Puede resultar un escándalo, puede no resultar como se planeó, pero por lo menos se arriesga antes que quedarse de brazos cruzados. Yo me arriesgué por ti y lo volvería a hacer mil veces más si debiera hacerlo.

—Lo siento —se acercó más a él—, sé que no tenía que decir eso, pero me molestó que lo dijeras porque me hizo pensar que, si yo no era, y que tu examante no habría sido como resultó ser, te hubieras casado con ella.

—Sí, pero para eso tenía que estar seguro de quién en verdad era, pudo haber tenido miles de relaciones con hombres y mujeres, pero una cosa que no tolero es la mentira y el engaño cuando se trata de dinero o coquetear con otros hombres para tener un provecho olvidándose de que está prometida.

—Lo entiendo —asintió con la cabeza.

—Las cosas pudieron salir diferentes, pudimos no habernos conocido, las cosechas pudieron ser productivas y tener el dinero que se había planeado, sin nunca vernos las caras, pero no sucedió eso, nada de lo que planeó tu padre y yo pasó, y te conocí.

—¿Y qué pasó? ¿Qué sentiste? —insistió para saberlo de nuevo.

—Me enamoraste a primera vista.

—¿Y ahora? ¿Todavía te sientes así?

Hizo una mueca dudando de saber lo que sentía por ella.

—No tanto.

La duquesa dio un paso atrás, pero el duque la sujetó con firmeza por la cintura y la dio vuelta para ponerla contra la pared.

—Ahora no me hace falta que te lo diga con palabras —confesó entre susurros—. ¿No te parece?

Elizabeth sintió la respiración entrecortada, aquel nerviosismo característico de estar enamorada de su marido, cuando la tenía así la hacía sentir tonta y suspirando por él.

—Cierto, pero yo quiero que de vez en cuando me lo digas. Necesito escucharlo de esa boca.

Patrick no le respondió, bajó la vista y le dio un beso en el medio del pecho, casi donde tenía la división de sus senos. La joven mujer quedó con la respiración temblorosa al sentir los labios del duque contra su piel.

—Tiemblas —sonrió al tiempo que olía el cuello femenino—, me encantas, Elizabeth y no podría haber estado más feliz que elegirte como mi duquesa. Jamás me voy a arrepentir de haberte desposado y creo que eso ya lo deberías saber.

La mujer solo asintió con la cabeza mientras se deleitaba con las palabras susurradas de su marido y la manera en cómo usaba aquella boca que solo hacía maravillas en su cuerpo.

—Una lástima que tengas el labial rojo, porque ansiaba besarte.

—Puedo sacármelo.

El duque se echó a reír, pero luego le clavó los ojos en ella.

—No —negó con la cabeza—, te ves tan perfecta que no quiero que te lo saques.

—Como quieras.

—Les di a la servidumbre la noche libre apenas termina la cena nupcial, tu hermana y mi primo pasarán la noche en una posada y por la mañana se irán unos días a disfrutar de la casa de campo.

—¿Y mi familia?

—Lo tengo todo calculado, se irán con mis padres, incluyendo tus hermanos.

—¿Y para qué? Está Lizbeth.

—La niña se la pasa durmiendo cuando tiene la panza llena y está limpia, y es un alivio sinceramente —rio con sarcasmo.

—No seas malo, la bebé no molesta.

—Menos mal.

—¡Patricien! No seas así —se quejó dándole una palmada en el brazo.

El duque se acercó a su oído y continuó susurrándole palabras sugestivas.

—Tenemos la residencia para nosotros solos, y prepárate porque esta noche te demostraré lo enamorado con locura que estoy de ti, pimpollo rojo.

Elizabeth sin darse cuenta, suspiró, sintió mariposas en la boca de su estómago y se ruborizó como cuando todavía se estaban conociendo.

—Adoro que aún te ruborices por mí cuando te digo algo sugerente.

—Siempre lo haré, es lo que produces en mí, Patricien.

—Te amo, mi duquesa.

El hombre le besó el cuello y tiró de ella para bajar las escaleras e ir con los demás.

Clarissa los esperaba en la sala para entregarles a la bebé de seis meses y la depositó en los brazos de Elizabeth, su padre le dio un sonoro beso en la mejilla y la madre la arropó un poco más con la manta y se dirigieron a pie hacia la capilla.

Una vez allí, se sentaron y esperaron por la novia y su padre.

—Les agradezco a ambos lo que han hecho y saber que tenemos su apoyo también —les dijo Prince a los duques.

—No tienes nada que agradecer, somos familia y queremos verlos felices, sin necesidad de pasar por un problema —replicó Patrick en nombre de Elizabeth también refiriéndose a las dos mujeres que formaban parte de la familia del conde.

—Gracias por todo, querido sobrino —declaró Andrew estrechando la mano.

—Solo queremos que sean felices y esta es la única manera para que lo sean —comentó el duque y el hombre asintió con la cabeza mas no habló.

Dentro de la pequeña sala que tenía la capilla, Phillip se dirigió a su hija menor.

—¿Estás lista? Ya todos están aquí.

—Sí, estoy nerviosa, pero decidida a casarme con Prince.

—Mi pequeña Sophie —le acunó las mejillas—, ya pronto a casarse —sonrió con lágrimas en los ojos.

—No soy pequeña, padre, tengo más de dieciocho años, y a pesar de que ya no tengo una edad para contraer matrimonio, alguien cree lo contrario, y es el hombre que me está esperando en el altar —sonrió.

Su padre le besó la frente y puso su mano sobre el antebrazo para que se apoyara en él.

De a poco fueron caminando hasta dejar a la novia al lado del conde.

—Estás hermosa.

—Muchas gracias, milord.

—¿Todos están de acuerdo con esta unión? —cuestionó el párroco y los presentes asintieron y afirmaron con la voz—. Bien, en ese caso, daremos inicio a la ceremonia.

La boda duró menos de media hora y Prince besó a Sophie con un casto beso en los labios.

—Se hace el tímido y es tan perverso como yo —el duque le respondió por lo bajo y cerca de su rostro a su esposa.

—No seas puerco —dijo por lo bajo también y luego sonrió a los recién casados que caminaban por el pasillo.

Los pocos familiares salieron después de los novios y los felicitaron en la entrada de la capilla. Patrick abrazó por los hombros a Elizabeth mientras que ella aún sostenía en brazos a Lizbeth y miraban a Sophie y a Prince.

—Espero hacerte muy feliz, mi bella Sophie.

—No tienes que hacerme feliz con cosas materiales, solo quiero que siempre estés a mi lado.

—Lo haré, te mereces ser feliz y buenas comodidades, y ahora que eres legalmente mi condesa, podrás disponer de todo lo que te guste y quisieras —le dio un beso en la mejilla.

—Espero ser una buena esposa y una condesa ejemplar para ti, te agradezco que hayas mantenido la promesa que una vez me escribiste por carta —contestó la joven con dulzura.

—Las promesas de amor siempre se mantienen y se efectúan —expresó Prince besándole la mano que tenía entre las suyas.

Sophie se acercó más al conde y este se inclinó para besarla en los labios. 

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