Touch me, parte 2
Me despertó un extraño ruido. Primero me pareció un bullicio, pero como no pude asociarlo a un sonido humano, me intrigó. Cuando me acerqué a la ventana aún somnolienta, observé la verja automática que permitía la entrada a la casa. Al otro lado había unos perros histéricos. Los reconocí. Eran los de mis vecinos, pero jamás los había visto tan alterados. Allí estaban, un rottweiler negro y enorme que ladraba y gruñía como loco, y un diminuto yorkshire igual de furioso y aún más desquiciado. Aquella inaudita pareja hubiera resultado cómica si no fuese porque, erguidos sobre las patas traseras, embestían la verja como si pretendieran tirarla abajo.
Era una escena tan rara que me inquietó. Su rabia canina era tan feroz que si alguien se acercaba podían darle un mordisco, pero ¿por qué estaban atacando mi verja? Para hacer la escena más rara, de repente alguien pasó caminando detrás de los perros.
Era Fátima, mi vecina. Sus pasos fueron lentos, como de película de suspense, y la forma en la que miró en mi dirección, como si supiera exactamente que yo estaba en la ventana, me inquietó tanto que me aparté de allí y fui a servirme un gintonic con sprite. Lo había cogido del mueble bar de mi padre, mueble que desde su muerte no se había vuelto a tocar.
Sentada al borde de las escalerillas que daban al jardín de atrás, miré el cielo. La luna parecía una uña y había pocas estrellas, el invierno estaba cerca. La brisa fría era relajante, pero pronto tendría que buscar un abrigo. De pronto, Geumjae abrió la puerta y dejó una bolsa con provisiones en el suelo, dándome un susto de muerte, y haciendo que me arrepintiese de haberle dejado la llave. Mi amigo, que representaba una vergüenza para su madre por el simple hecho de ser marica era, en cambio, lo mejor que yo tenía.
—Las chicas decentes toman vino, Lia. —dijo entonces.
Geumjae se sentó junto a mí en la escalerilla. Llevaba una camisa de manga corta, unos pantalones rotos y un gorro de lana gris. Parecía el chico del que te enamorarás perdidamente por primera vez, hasta que abres la boca y descubres que en realidad era el chico que te tocaría las narices una y otra vez.
—No veo a ninguna chica decente por aquí. ¿Estamos? —respondí en un tono agrio.
Me quitó el vaso y se bebió el último trago de un tirón. Luego soltó un sonido ronco y carrasposo mientras contrae el rostro.
—¡Dios santo, pero qué es esto! ¿Las lágrimas de Terminator? —dijo, mirando el vaso con extrañeza al tiempo que se sacudía.
—Es ginebra de la que tenía mi padre en el mueble bar. —contesté con un encogimiento de hombros— Sí que está fuerte. Muy fuerte.
Geumjae dejó el vaso a un lado y exhaló con cierta aflicción.
—Si ha sido culpa mía que necesites emborracharte, perdóname de todo corazón te lo digo. —se disculpó, en broma.
Hice un gesto de desdén, fastidiada por su sarcasmo.
—Geumjae, tienes que ser honesto conmigo y decirme siempre la verdad, que para eso te pago.
Él me golpeó con el hombro, haciendo que me balancease.
—No me pagas una mierda, no digas blasfemias. —se quejó.
Le devolví el golpecito y sonreí. Había bebido y me sentía relajada, pero, aunque hubiera estado sobria, a Geumjae le habría perdonado lo que fuera.
—¡Qué no te pago! —resoplé divertida— ¿Y quién crees que paga las series en streaming, Netflix, Disney+? ¿Acaso soy un producto de tu imaginación o qué?
Geumjae extendió el brazo por detrás de mí y me atrajo hacia él. Su cuerpo era duro y acogedor, así que me arrellané contra él como un cachorro buscando protección. Siempre me había gustado abrazarlo, a pesar de que él solía rechazar ese tipo de muestras de afecto. Éramos tan diferentes y, sin embargo, nuestros mundos eran tan trágicamente iguales que separar nuestras desgracias significaba romper lo que nos unía.
—¿Por qué no eres heterosexual, mi rey? —pregunté, cerrando los ojos para disfrutar de su cercanía.
—¿Y tú? ¿Por qué tú no eres un chico, bebé? —inquirió él como respuesta.
—Mejor no me provoques con eso... por qué en un abrir y cerrar de ojos puede aparecer una verga entre mis piernas. —dije entre risas.
—¡Ummm! ¡Qué perturbador! y que sexy, ¿no? Creo que me excité.
Nuestras bromas frikys lo eran todo. Se echó a reír y me besó en la cabeza. Sentí cómo sus brazos me presionaban tratando de consolarme. Aunque no se lo dijera, él percibía mi aflicción. Apoyó la barbilla sobre mi cabeza.
—Lia, si no fuéramos quienes somos, ni siquiera nos conoceríamos. —agregó después de un suspiro.
—Y eso sería todavía peor. —dije.
No imaginaba mi vida sin él. Ni siquiera veía posible sobrellevar algo si él no estaba junto a mí para soltar sus comentarios estúpidos después de escucharme.
—Pero no te preocupes, te lo prometí cuando teníamos quince años, ¿no? —dijo con la mano en el corazón— Si llegas virgen a los treinta, te follaré. Soy tu amigo y no permitiré que mueras en desgracia.
—Gracias, Geumjae. No sé qué haría sin ti. —bromeé.
Nos quedamos en silencio unos minutos. Nos mantuvimos así, juntos, callados, sin pensar demasiado. Hasta que oímos un golpeteo en la puerta. Geumjae y yo nos miramos sin entender qué nos había alarmado. Él miró hacia ambos lados. Luego, con cautela, se acercó a la puerta y pegó el oído a la pared de la misma forma que haría alguien para intentar oír algo del otro lado. ¿Había alguna persona fuera? De mi familia no podía ser, pues estaban todos en la playa. Viendo el temor y las dudas de mi amigo, opté por levantarme de un salto y andar hacia la puerta.
La abrí sin pensármelo dos veces, con el miedoso de Geumjae a mi espalda, y entonces una bola de color parduzco entró disparada en casa, ladrando de forma histérica. Era Snake, el pequeño Yorkshire de mi vecina Tanya. A pesar de que cada casa de la urbanización estaba protegida y cercada por muros, ese perrito siempre conseguía entrar en casa. A veces incluso lo había encontrado cagándose en nuestro jardín. Entonces Snake se dio la vuelta sobre sus patas, gruñó en mi dirección y, un segundo después, se vino contra mí con toda su pequeña furia. Geumjae saltó con agilidad para atraparlo, pero Snake se le escurrió entre las manos y acabó mordiéndome en la pierna. Luego sí, Geumjae lo cogió del pellejo y lo alzó en el aire.
—Dios mío, está tan loco como la dueña. —dijo mi amigo con la mirada atenta al Yorkshire, sosteniéndolo del pellejo mientras el animal gruñía y se removía en dirección a él.
—¡Llévaselo antes de que venga a buscarlo! —le dije a Geumjae, desconcertada por la situación.
—No te preocupes, Lia. Odia a todo el mundo, pero es muy pequeño. —aclaró.
Luego salió sosteniendo al peludo furioso alejado de él para que no le mordiera, y cerré la puerta. Y entonces sucedió algo de lo más raro, debido al susto, mi nariz comenzó a sangrar como si estuviera menstruando.
A la mañana siguiente me di un baño y luego salí de la casa para ir a una farmacia. Siempre iba a una pequeña y poco conocida que estaba a las afueras del pueblo. El sitio no era muy grande, pero eso no significaba que no fuera bueno, solo que estaba mal ubicado. Detrás del mostrador había una mujer con bata blanca que parecía aburrida mientras miraba una tele colgada en una esquina del local. Alrededor de sus ojos aparecían unas arrugas cuando sonreía, pero tenía solo treinta y tantos. Llevaba el cabello recogido en una coleta y tenía un aspecto duro, justo como era en realidad, aunque conmigo fuese siempre amable.
—Necesito alguna cosa para que no se me infecte una herida, pequeña, de poca profundidad. —dije, poniendo las manos sobre el mostrador.
—¿Qué te pasó ahora? —inquirió Soobin, alzando las cejas.
—Nada, me ha mordido el perro de mi vecina. —dije con tranquilidad.
—¡Ese perrazo! —exclamó la farmacéutica, con espanto.
—No, no. El otro, Snake, el yorkshire.
—Menos mal, si llegan a ser el otro, te come.
—¿En qué parte te ha mordido?
—En la pierna.
—Pues las mordeduras de animales, siempre se infectan. También las humanas... —me advirtió.
—Pero si es una herida muy pequeña.
—Déjame ver.
Resoplé, pero finalmente flexioné la pierna para que Soobin pudiera explorar mi herida. Dos rasguños señalaban el lugar donde el psicópata de Snake me había clavado los colmillos.
—Bueno, tú vigila la herida y si ves que supura, se inflama, o que duele cada vez más, ve a ver a tu enfermera por si te tienen que recetar antibiótico, ¿vale?
—¡Espero que no haga falta! —rezongué, asustada— Como se me infecte, pondré en órbita a ese chucho de una patada... Pero de momento, si puedes prepararme un kit de curas, porfa...
—Claro.
Soobin salió de detrás del mostrador con una pequeña cesta y comenzó a coger cosas de los estantes repletos de cajas. Tomé una cajita de caramelos del mostrador y la abrí mientras escuchaba lo que decían en la televisión. «Se ha sentido un terremoto de 6,9 en la escala de Richter. Diversos edificios están siendo revisados por los técnicos municipales. Es posible que cientos de personas estén atrapadas entre los escombros. Es un fenómeno que ha sorprendido a todo el mundo, ya que en esta región este tipo de catástrofes son extremadamente infrecuentes».
—¡Uau! —exclamé, metiéndome una bolita de caramelo en la boca.
«Sí que están sucediendo cosas», me dije, «Cualquier día de estos estranguló a Yujin y salgo en el telediario».
—Oye, tú conoces a Yujin, mi vecina.
—Sí, claro. —comentó Soobin, paseando por los estrechos pasillos de espaldas a mí— La semana pasada estuvo por aquí.
—¿Y eso? —quise saber.
—Pues «eso» es confidencial, muchachita.
—¿No te habrá contado por qué me odia?
—No, pero de todas formas es fácil de deducir. Tú también eres bastante especial.
Soobin sonrió con complicidad, regresó al mostrador y puso la cesta frente a mí para revisar los productos.
—En caso de que se llegara a infectar, ¿qué debo hacer? —aproveché para preguntar.
—Desinfecta la herida con yodo, cámbiate el apósito cada día y eso no pasará. —explicó— Pero si pasa, deberás tomar antibiótico, eliminar el pus y controlar la fiebre con paracetamol. Te daré algo para eso. Aunque, ya sabes, ir al médico sería lo mejor...
Soobin marcó los precios en la caja registradora y lo metió todo en una bolsa blanca. Mientras le pagaba y bromeábamos un poco sobre Yujin y eso que me hacía tan especial, la puerta de la farmacia se abrió y nuestra conversación se interrumpió. Entró un tipo vestido de traje y camisa. Su expresión era francamente alegre, y me dio la impresión de que Soobin le devolvió la sonrisa con más efusividad de la estrictamente necesaria.
—Es un proveedor. No te preocupes. —comentó Soobin.
—Oye, si necesito ayuda. —me apresuré a decir, cogiendo la bolsa— ¿Puedo llamarte?
—El teléfono está apuntado en la bolsa. —respondió concisa, como diciendo «largo de aquí».
El hombre se había detenido a mirar unas cosas en los estantes.
—Oye, Soobin. —comenté antes de irme— ¿Sabes algo sobre perros?
Ella sonrió divertida.
—Me he acostado con unos cuantos.
—No sobre ese tipo de perros. —aclaré, riendo— Hace un rato el rottweiler de Yujin estaba ladrando y golpeando la verja de mi casa. Parecía furioso, como si tuviera rabia o algo así, nunca había hecho eso.
Soobin torció la boca hacia un lado y se encogió de hombros, dándome a entender que no tenía ni idea.
—No es que yo sepa demasiado. —intervino de repente el hombre con voz gruesa. Su comisura derecha se elevó un poco, como si estuviera sonriendo para sí mismo— Pero si estaban ladrando hacia tu casa, debe de haber algo en ella que no les guste. Yo iría a la policía a poner una denuncia, esa raza puede ser muy peligrosa, no deberían estar sueltos por la calle.
Soobin miró al tipo como embelesada y luego a mí. Su sonrisa se había acentuado y su expresión ahora era como la de una adolescente como yo a la que no le importa que una amiga comprenda que un chico le gusta.
—Haz lo que te he dicho, Lia. —me dijo— Y avísame si tienes cualquier problema.
Soobin quería que me marchara y así lo hice. Me acerqué al lugar donde había amarrado mi bicicleta y en cuanto me senté sólo pensé en dos cosas:
1. Soobin estaba deseando que aquel perro le oliera el culo.
2. Esa misma tarde iría a poner otra denuncia.
Como yo vivía a las afueras, y la comisaría de policía quedaba en el centro del pueblo, me tomó unos quince minutos llegar allí en bicicleta. La amarré al lado de la puerta, la calle estaba vacía y sólo las farolas daban vida a aquel lugar. Los únicos vehículos a la vista eran un trío de coches patrulla aparcados frente a la comisaría. Dentro había luces encendidas, de modo que subí la escalera de la entrada meditando lo que iba a decir. Dentro de la comisaría todo estaba tranquilo. El olor a café se concentraba en la sala de espera. Alcancé a ver una vieja cafetera plateada que hervía sobre un hornillo eléctrico. Cuatro agentes estaban sentados en la recepción, pero ni siquiera interrumpieron su charla, apenas me observaron un segundo con escasa curiosidad.
—Me gustaría hablar con el agente Min Yoongi. —dije apenas me acerqué.
Dudaron unos segundos, tal vez desconcertados al ver por allí a alguien tan joven, pero luego:
—¡Eh, Min, te buscan! —gritó uno de ellos en dirección a las oficinas.
Unos segundos después, él apareció.
—Lia. —saludó con cierta extrañeza, como ante una visita inesperada— Qué raro verte por aquí. ¿Qué te ha pasado? —se sorprendió al ver las dos marcas que Yujin me había hecho en la cara.
—Nada, una gata me arañó. —dije, palpando sin darme cuenta otra herida bastante peor que la que Yujin me había hecho en el antebrazo.
—Pues por el tamaño de sus garras, debía ser bastante grande. —agregó Yoongi, enarcando las cejas con suspicacia.
—No te preocupes. Aunque no lo creas, puedo encargarme de ella.
En verdad, cada vez que lo veía, que por desgracia no era muy a menudo, me costaba creer que ese imponente agente de policía fuera Yoongi. En el pasado había sido un chico desgarbado, con granos en la cara, callado y un poco raro, obsesionado con los superhéroes de manga y las series policíacas. Sin embargo, el poli que tenía enfrente no tenía nada que ver con esa imagen en plena pubertad, era un hombre muy distinto: la musculatura de alguien que entrena a diario, un uniforme impecable que le quedaba como hecho a medida, ojos de un azul grisáceo. Alguien a quien veías y pensabas: este tipo puede patearle el culo a cualquiera para mantener la ley y el orden. Lo más inquietante, sin duda, era que no se parecía en nada a Geumjae, sobre todo en el hecho de que Geumjae tenía el pelo de un inconfundible rubio y el de Yoongi era, sin embargo, muy oscuro.
Ante mi falta de respuesta, Yoongi habló:
—Bueno, Lia, ¿en qué puedo ayudarte? ¿Te ha sucedido algo?
Vale.
Me había quedado en blanco.
Capítulo escrito por: Lonely_M93
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