The baker, parte 2

Así bajo para comenzar con la extenuante tarea que es limpiar, que realmente no es tan extenuante, pero a mí se me vuelve tediosa. Todos los días limpio, a pesar de no encontrar ningún rastro de polvo. Ese había sido uno de los consejos que mi suegra me había dado para ser una buena esposa para Seojun, debía esforzarme en tener la casa impecable para que él se sintiera orgulloso y así invitara a sus amigos y compañeros de trabajo a cenar. Cosa que jamás había ocurrido.

Pronto ya estaba todo en su lugar, a excepción del maldito grifo de color cobrizo que, por más que intentara girar la llave para cerrarlo un poco más, no dejaba de gotear, estableciendo un ritmo que terminaría por volverme loca. De todas maneras, intento cerrarlo nuevamente, sin éxito, y por un momento me siento más miserable todavía porque estoy segura de que si yo hubiese nacido hombre, mi padre me habría enseñado a reparar cosas y no tendría que depender de mi esposo para todo. En cambio, mi madre me había enseñado a coser, a tejer y a cocinar, aunque lo último sin mucho éxito, todo para prepararme para la futura vida de esposa que tendría.

Heme aquí.

Cierro un momento los ojos, todavía sujetando la manija con la mano, sintiendo cómo lentamente la frustración se lleva lo último que me queda de buen ánimo este día. Qué inútil me siento y Seojun no coopera a que eso cambie. Y no estoy hablando solamente por no poder arreglar las cosas por mí misma, sino por no ser más que un simple adorno en esta casa, un lindo florero que exhibes a tus visitas con orgullo. Y ni siquiera eso.

Me sobresalto cuando siento el timbre sonar, un estruendo que me trae de vuelta a la realidad de una manera tan brusca que por un instante me siento mareada. Suelto la llave del grifo, notando que estaba ejerciendo demasiada presión porque este queda marcado en la palma de mi mano, y me dirijo a la puerta de entrada como si no estuviera a punto de tener un ataque de nervios.

No me sorprende que sea Minsung la que está en la puerta, mi vecina de la casa de al lado y el único contacto humano que tengo. Se podría decir que es casi una amiga, casi porque a menudo se encarga de refregarme por el rostro lo perfecta que es su relación marital y yo no puedo evitar sentirme celosa de ella. Celosa de que cada fin de semana su esposo la llevaba a pasear a diferentes lugares, aprovechando los últimos momentos de libertad antes de que Minsung dé a luz a su primer bebé, mientras que Seojun apenas me dedica una mirada por las mañanas.

La relación de Minsung y su esposo es todo lo que siempre deseé en un matrimonio, simplemente quiero sentirme amada de la misma manera en la que la aman a ella, ¿acaso era pedir demasiado? ¿Había una fórmula secreta para ello y yo estaba haciéndolo mal? Quizás era porque todavía no logro embarazarme, pero aquello es algo imposible teniendo en cuenta que Seojun ni siquiera me toca en las noches. Tampoco lo hace en las mañanas ni en las tardes.

—¿Ya viste al vecino nuevo? —Fue lo primero que me dice la embarazada mientras pone sus pies dentro de mi casa.

Asomo la cabeza por la puerta, notando que en la acera del frente se ha instalado un camión de mudanza del que no dejan de bajar cajas de todos los tamaños existentes. No estaba temprano en la mañana cuando despedí a Seojun, así que debe haber llegado hace poco.

De todas maneras, no estoy demasiado interesada en los chismes del vecindario. Al contrario de Minsung.

—Dios y mi esposo me perdonen, ¡pero qué hombre! —Exclama, abanicándose el rostro con la mano.

Cierro la puerta de la casa, sin haber logrado ver al vecino nuevo, y camino detrás de Minsung en dirección a la cocina: el lugar de nuestras reuniones habituales.

Diariamente, Minsung se sienta a tejer durante horas mientras yo batallo con sacar adelante alguna receta, cosa que casi siempre termina mal. Por alguna razón, la cocina y yo no somos buenas amigas, y no creo que jamás lo seamos. Sin embargo, aquello me mantiene con la mente ocupada durante toda la mañana e incluso puedo darme el lujo de dejar de ponerse atención a mi vecina cuando comienza a parlotear acerca de lo emocionada que se encuentra por finalmente recibir a su hijo. Me alegro por ella, pero la situación cala en lo más profundo de mi corazón.

Quizás si pronto logro cocinar algo decente, Seojun se dé cuenta de que valgo la pena como esposa.

—Ese grifo no deja de gotear... —Murmura Minsung sin despegar los ojos de su labor.

Dejo de lado un segundo la cebolla que estoy picando y desvío la mirada hacia el persistente goteo en el lavaplatos. Aprieto la mandíbula y vuelvo a fijar los ojos sobre la hortaliza, teniendo una excusa perfecta para poder soltar una lágrima, que no sé si es de tristeza o de frustración, sin dejar en evidencia el desinterés que Seojun tiene en mí y en las cosas que le ocurren a esta casa. No puedo simplemente exponerme de esa manera después de haber escuchado a Minsung durante al menos una hora.

—¡Ah, sí! —Respondo, volviendo a tomar el cuchillo—. Seojun lo verá cuando llegue a casa, no ha podido hacerlo porque trabaja mucho... ¡Pobre! Necesita darse un descanso.

Hago como que no me doy cuenta de que Minsung me mira de reojo, sé que no se lo cree porque el maldito grifo lleva goteando toda la semana, pero no me importa y tiro los cuadritos de cebolla sobre la cacerola que tenía aceite ya calentándose.

—No debe necesitar más que un apretón —respondió la embarazada, lentamente poniéndose de pie con cierta dificultad—, si Seojun está muy ocupado podrías pedirle al vecino nuevo que te ayude —sugiere con picardía y se acerca a mí para mirar dentro de la cacerola donde ya he echado carne en cubitos—. ¡Oye, estás mejorando un montón!

No respondo nada, mi cabeza se quedó atascada en aquella broma sugerente que me ha hecho Minsung. ¿Cómo siquiera podría llegar a sugerir algo como aquello? Jamás me atrevería a meter a un hombre que no fuera mi esposo dentro de casa. Sólo de imaginar algo como eso se me eriza la piel.

Si es algo tan simple como dice Minsung y el grifo no necesita más que un apretón, es algo que puedo resolver yo misma. Sólo tengo que averiguar cómo.

Por suerte, mi vecina embarazada se marcha antes de lo normal con la excusa de que pronto llegará su suegra a ayudarle a preparar algunas cosas faltantes para el bebé, así que nuevamente me siento libre en mi propia soledad, libre de ya no tener que fingir tener una vida que no tengo. Cuando termino de cocinar me siento sobre el sofá, teniendo la intención de sumergirme en alguno de los tantos libros que Seojun ha conseguido para mí, sin saber que aquellos aumentan todavía más mis expectativas sobre el amor y me deprimen todavía más porque aquel romance está demasiado alejado de lo que estoy viviendo realmente. Sin embargo, no puedo concentrarme y dejo el libro tirado por ahí cuando ya es la hora de almorzar.

Limpio nuevamente todo lo que he utilizado, aunque no es más que una cacerola y un plato, y cuando ya me encuentro totalmente desocupada por tercera vez en el día me siento en la misma silla donde había estado antes Minsung. Mis ojos sin querer se fijan sobre aquel mueble pequeño que almacena un par de botellas de vino que Seojun tanto atesora. Hace varios días he estado tentada de abrir una, después de todo, él jamás lo notará.

Y eso es lo que hago, tomo una copa y, con un poco de dificultad, saco el corcho de la botella de color verde. Me he dejado seducir por aquella parte oscura de mí que usualmente no oigo. Doy el primer trago a la copa, sintiendo que la acidez del vino se apodera de mis papilas gustativas.

Ni siquiera me gusta el vino.

Vuelvo a llenar la copa cuando ya me he bebido la mitad del contenido y me dirijo hacia mi habitación, con el líquido rojo carmín casi rebalsándose con cada paso que doy. Me miro en el espejo de la habitación y decido que ya me he aburrido de este vestido, así que abro el armario con la intención de buscar otro, pero hay tantas prendas, de tantos colores y formas diferentes, que termino sintiéndome abrumada. Todos han sido regalo de Seojun, pero no tiene idea de que ni siquiera he llegado a utilizar la mitad de ellos. No tengo lugar donde exhibirlos aparte de mi visita semanal a la tienda de conveniencia que hay a una manzana de distancia.

Paso la mano por los colgadores mientras vuelvo a dar un trago a la copa, ya me he bebido la mitad y hace ya un par de minutos dejé de sentir aquella sensación tan extraña de quemazón que produce el vino al bajar por mi garganta, aunque no he logrado acostumbrarme al sabor. Mis dedos se detienen sobre un vestido rosa con estampado de flores rojas. No recuerdo con qué excusa me lo regaló Seojun, pero sé que, como todos los otros vestidos que tengo, este me trae a la mente una sensación de amargor.

Probablemente me lo trajo cuando la planta nuclear organizó un día de campo con todos sus trabajadores, pero ese día de campo jamás se concretó. No sé qué ocurrió y creo que tampoco quiero saberlo, aunque puedo sospechar que se celebró y yo no fui invitada.

Aprieto la mandíbula porque de pronto intento aguantarme las inminentes ganas de llorar y descuelgo el vestido con brusquedad para ponérmelo por primera vez. Camino hacia el espejo nuevamente mientras vuelvo a beber de la copa y admiro mi reflejo por un momento. Me siento como otra persona, como si me hubiesen quitado algo, pero todavía no sé qué.

El sonido estrepitoso del timbre nuevamente me hace saltar, aunque en parte es porque el vino ya está haciéndome efecto. Realmente no estoy esperando a nadie, Minsung ya se ha ido a casa y Seojun se encuentra en la planta nuclear. Toda mi rutina social ya está cumplida.

Bajo las escaleras afirmándome con mucha fuerza del pasamanos y camino con pasos lentos y tambaleantes hacia la puerta de entrada. Al otro lado hay un hombre desconocido, muy alto y con una sonrisa de dientes perfectos y hoyuelos, sosteniendo una budinera que contiene algo que me toma un segundo reconocer: pasteles de arroz.

—¡Hola! —Saludó él de manera gentil—. Soy Kim Namjoon, soy nuevo en el barrio y... —los ojos oscuros me recorren de arriba hacia abajo, lo que me hace ruborizar— creo que este no es un buen momento, pero traje pasteles de arroz.

Cierto, por tradición, los vecinos nuevos regalan pasteles de arroz a los vecinos que ya viven en el barrio. Yo también lo hice cuando me mudé aquí y ahí fue cuando conocí a Minsung, que en ese momento me pareció mucho más simpática de lo que realmente era. Dejo la copa de vino sobre el recibidor, sintiendo su atenta mirada sobre mí, y recibo la budinera.

—¡Muchas gracias! —Digo y me doy cuenta de que mi voz ha salido mucho más enérgica de lo que esperaba—. Estoy muriendo de hambre y necesito que esto se vaya pronto —me apunto a mí misma, haciendo alusión a la incipiente borrachera que se apodera de mi cuerpo.

Realmente no sé que estoy diciendo porque es algo que jamás me atrevería a decir estando sobria, pero me siento un poco aliviada cuando lo veo reprimir una sonrisa, quizás para no parecer descortés. Pero le he hecho reír y eso me hace reír a mí.

—Dile a tu esposa que muchísimas gracias —le digo, poniéndole fin a nuestro encuentro y le cierro la puerta en la cara.

Capítulo escrito por: WangNini_

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