The baker, parte 1
La oscuridad inunda la habitación, pero mis ojos ya se habían acostumbrado a ella y puedo ver absolutamente todos los muebles a mi alrededor. Llevo tantas horas despierta esperando... Me giro para mirar la hora en el reloj que hay sobre la mesa de noche y me fijo que ya son las tres con diez minutos.
Aquella sensación incómoda vuelve a apoderarse de mi pecho. A las ocho de la tarde Seojun me había llamado para decir que llegaría temprano a casa para que cenáramos juntos, pero no lo había hecho, dejándome con la mesa arreglada y comida para dos. Más tarde, a las diez, me había llamado otra vez para decir que se iría apenas cerrara el club porque estaba pasándola muy bien con sus compañeros de trabajo. Pero el club cierra a las dos de la mañana, lo sé, y él todavía no se digna a aparecer en casa.
Quizás le sucedió algo, ese es el pensamiento que quiero que dé vueltas en mi mente. Sin embargo, ya he imaginado alrededor de siete escenarios diferentes y en sólo uno Seojun ha tenido algún tipo de accidente.
Quizás podría tratarse de otra mujer o podría ser que estuviera diciéndome la verdad y está demasiado ocupado con sus compañeros de trabajo, o simplemente podría ser una mezcla de ambas y está con una mujer que es su compañera de trabajo. Podía ser cualquiera de las opciones anteriores, pero algo había hecho cambiar de opinión a Seojun con respecto a cenar conmigo. Algún panorama más interesante que no implique sentarse en silencio frente a mí mientras intente masticar lo que con tanto esmero he intentado cocinar, sin ningún tipo de éxito.
Suelto un suspiro y me siento sobre la cama, intentando ignorar el espacio del colchón que se encuentra vacío y frío justo a mi lado. Odio sentirme de esta manera, odio desconfiar de mi propio esposo, el hombre a quien amo. Pero no puedo evitarlo. ¿Realmente le cuesta tanto buscar algún teléfono público para avisarme que está vivo? Eso es algo que ya le he pedido en más de una ocasión, pues no es la primera vez que esto ocurre. Ni tampoco la segunda. Y cuando se lo planteé, Seojun simplemente había asentido con la cabeza, regalándome una sonrisa que me hizo creer que lo haría. Hasta la siguiente vez que ocurrió.
Lo peor de todo es que no puedo conciliar el sueño sabiendo que él anda por allí haciendo quizás qué cosa.
¿En qué momento nuestra relación se había arruinado tanto? Mis expectativas respecto a este matrimonio van cada vez más en picada, a pesar de llevar menos de dos años casada, y no creo que se trate precisamente de que la llama se haya extinguido entre nosotros, sino de que no importa cuánta leña le tire al fuego, este no ha vuelto a encenderse.
Pero soy obstinada, debo aceptarlo, no quiero darme por vencida y dejar morir el amor que todavía siento por Seojun. No quiero empacar mis cosas y volver a casa de mis padres porque considero que sería algo parecido a una humillación pública. Aunque mis padres me aseguraron que se encontrarían para mí ante cualquier problema, como si hubiesen podido predecir que este matrimonio no iría hacia ninguna parte.
Me sobresalto al escuchar la puerta de entrada abriéndose en el piso de abajo. Los pasos pesados de Seojun ingresan en la casa, deja las llaves sobre el recibidor y toma camino hacia la habitación. Se había quitado la chaqueta en el piso de abajo y me doy cuenta de que trae la camisa desordenada, aunque quiero convencerme a sí misma de que ha sido él mismo quien la ha dejado así y no otra persona.
—¿Dónde estuviste? ―Le pregunto cuando comienza a quitarse la ropa para ponerse el pijama.
—¡Oh, Lia! —Exclama, poniéndose la mano sobre el pecho—. Me asustaste, creí que estarías durmiendo...
Veo cómo se mete dentro de la cama, justo a mi lado. De pronto frunzo la nariz al sentir el olor a alcohol mezclado con algunas otras cosas que no puedo descifrar. Ni siquiera se ha dignado a lavarse los dientes.
—No me has respondido —insisto.
Su cuerpo ligeramente robusto se acomoda entre las tapas de la cama, dándome la espalda.
—Lia —murmura él con una voz que de pronto suena tremendamente cansada—, ya te lo dije: estaba en el club.
Y la conversación finaliza allí porque Seojun así lo quiere. Sé que no es verdad, que quizás sí ha estado en el club, pero hay un margen de una hora en la que ha desaparecido, pues el viaje en auto desde el bar hasta aquí no toma más de diez minutos. Como no respondo nada, él da por sentado que aquella excusa es suficiente para que le crea.
Me recuesto nuevamente, también dándole la espalda, y suelto un tembloroso suspiro. De un momento a otro se me ha formado un nudo en la garganta, simplemente por el hecho de darme cuenta de que Seojun no está dispuesto a poner de su parte para que la situación mejore. La sensación de desolación me acoge como una vieja amiga, sabiendo que me ha acompañado durante todo el último año cuando de mi matrimonio se trata, y aquella costumbre no me deja para nada tranquila, pues lo último que quiero es sentirme sola cuando realmente no lo estoy.
Aunque si lo pienso bien, sí estoy bastante sola, incluso en este momento en el que Seojun está recostado a mi lado.
.
Como cada miércoles, me despierto temprano para preparar el desayuno a Seojun. Esta mañana me aventuro a preparar algo diferente: wafles, una receta que he visto en una revista. Quizás lo hago en un intento de distraerme, pero me alegro al darme cuenta de que han resultado bien, luciendo dorados y crujientes por fuera y suaves y esponjosos por dentro. No soy una experta en la cocina, pero de vez en cuando me gusta intentar alguna que otra cosa nueva.
A pesar de que la mayoría del tiempo fallo en el intento.
Me apresuro a preparar la mesa y a poner el envase de jarabe de caramelo junto al plato en el que le he servido un par de wafles a Seojun, quien frunce los labios apenas toma asiento frente a la mesa, casi como si estuviera preguntándose qué mierda es lo que acabo de cocinar. Toda la felicidad que pude haber sentido en algún momento se esfuma cuando arruga la nariz, ladea la cabeza y me pregunta:
—¿Qué es esto?
A Seojun le gustan las cosas tradicionales, no los inventos exóticos que realizo en la cocina y que siempre terminan mal. Esa debe ser la razón por la que evita que le prepare el almuerzo a diario y por la que evita cenar conmigo. Incluso ha traído a su madre para que me enseñe a cocinar de la manera en la que ella lo hace y que es su favorita, además de haberle pedido en secreto que me enseñe a ser una buena ama de casa. Ella no me lo reveló jamás, pero inevitablemente oí cuando él se lo pedía y toda sospecha quedó confirmada cuando aquella mujer indeseable comenzó a cuestionar cada manera en la que realizaba los quehaceres de mi propia casa.
—Eres hermosa, pero eso no compensa tu torpeza —esa había sido la conclusión que mi suegra había dado al finalizar el tiempo que estuvo junto a mí.
No supe cómo sentirme en aquel momento y creo que todavía no sé cómo afrontarlo. ¿Será esa también la razón por la que Seojun me evita tan constantemente? Quizás si hiciera un pequeño esfuerzo...
—Son wafles, querido —respondo lentamente.
Su rostro se arruga como si le hubiese puesto enfrente un trozo de excremento y aquel gesto cala en lo más profundo de mí ser, sobre todo cuando toma el plato y lo arrastra para alejarlo de su cuerpo. Jamás creí que un desayuno podría llegar a ser tan desagradable.
—¿Hay arroz? —Me pregunta, mirándome desde abajo.
Asiento con la cabeza e inmediatamente me marcho a la cocina para buscar un pocillo del arroz que he guardado en la nevera ayer en la tarde. Su pregunta no ha sido más que eso, pero mi corazón duele con cada latido al recordarla y no puedo evitar sentir que no es sólo un rechazo hacia lo que he cocinado para él, sino que también hacia mí y a mis esfuerzos por complacerlo.
—Come tú los wafles —dictamina mientras se llena la boca de arroz blanco.
Y eso es lo que prefiere, comer arroz sin ningún tipo de acompañamiento en vez que siquiera probar lo que he cocinado para él. Me quedo de pie a su lado mientras devora todo el contenido del pocillo en tres cucharadas y luego lo sigo hacia afuera, tomando en el camino el maletín que lleva al trabajo cada día y entregándoselo cuando estamos frente al Aston Martin DB5 de color gris que Seojun cuida con su vida. Auto que compró cuando nos casamos con el pretexto de poder llevarme a diferentes lugares durante los fines de semana, cosa que jamás sucedió.
Me acerco para dejarle un beso sobre la mejilla, a pesar de que apenas lo recibe, y veo cómo se sube al auto. Entonces recuerdo un detalle que había querido comentarle, pero no había tenido la oportunidad.
—Cariño —le digo, agachándome un poco para quedar a la altura de la ventanilla—, el grifo del lavaplatos está goteando. ¿Podrías echarle un vistazo cuando vuelvas?
Seojun se pone los anteojos de sol y me mira con una media sonrisa que por un segundo me hace pensar que recibiré una respuesta afirmativa.
—Lia, por favor, no soy plomero —respondió, encendiendo el motor del auto, y luego me mira con desdén a través de la ventana—. Volveré tarde, iré a casa de mi madre.
Asiento lentamente con la cabeza, sorprendida de haber recibido una respuesta como aquella por su parte. Seojun ha cambiado muchísimo durante el último año, volviéndose más distante y frío de lo que había sido al inicio de la relación. El auto se pone en marcha, dejándome con aquella horrible sensación en el pecho, y me quedo sola una vez más.
—Te amo —murmuro mientras veo cómo se aleja.
No tuve oportunidad de decírselo antes de que escapara y él tampoco me lo dijo. El DB5 desaparece en la lejanía, confundiéndose con el color del pavimento, y cuando ya no puedo distinguirlo decido ingresar nuevamente a la casa de dos plantas de estilo moderno que Seojun había comprado cuando nos casamos. Todavía recuerdo la primera vez que entré aquí, creyendo que sería el lugar en el que se desarrollaría felizmente nuestra vida familiar, pero pese a la cantidad de tiempo que llevamos casados todavía no hemos logrado concebir un hijo. Realmente es una casa de envidiar, un espacio que no cualquier persona podría pagar, y eso es porque Seojun tiene un buen trabajo en la planta nuclear. También ese es el motivo por el que tenemos electrodomésticos modernos.
Seojun intenta llenar aquel vacío que deja en mí cada día con cosas materiales. Muebles, ropa y joyas, pero, aun así, no puedo dejar de ser esa esposa que espera a su marido despierta hasta la madrugada con tal de recibir un poco de su atención. No puedo dejar de sentirme miserable con esta relación.
Subo la escalera y sé que si no me meto inmediatamente a la ducha estaré todo el día sin ducharme, pues cada día se me hace más difícil cumplir tareas tan básicas como despertar, levantarme, ducharme, limpiar. Acciones simples que tiempo atrás no suponían mayor desgaste para mí, ahora debo esforzarme el triple para llevarlas a cabo. Me visto con uno de los vestidos nuevos que ha traído Seojun para mí, uno blanco ajustado en la parte superior que me llega hasta la mitad de la pantorrilla, aunque realmente no logra lucirme debido al rostro que traigo. Por eso termino maquillándome y nuevamente luzco como las mujeres lindas que he visto en los comerciales de la televisión.
Capítulo escrito por: WangNini_
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