Capítulo 16
Querida Beth,
Sé que me arriesgo haciéndole llegar esta carta pero ya va una semana desde su partida y no dejo de pensar en usted. Me hace falta escucharle hacer pleito porque no le gustan los zapatos del día o porque los panqueques no están bien dorados por los dos lados.
Me hace falta sentir su aroma.
Y ay de mí si me tacha de culpable, pero también extraño su cuerpo. La necesito más que nada por las noches cuando no dejo de pensar en hacerla mía.
Cuento los días para tenerla entre mis brazos.
Siempre suyo, E.C.
No contesté la carta.
La doblé con cuidado, la guardé en el sobre y la metí en alguno de mis baúles, donde solo mi conciencia podía encontrarle.
Me sentía culpable.
Era un sentimiento extraño que me recorría el cuerpo cuando desayunábamos los cuatro en la mesa charlando sobre chismes pasados de moda, y después jugábamos a las cartas o salíamos a dar un paseo. Por las tardes mi hermana y yo solíamos comer juntas mientras los hombres trabajaban y después volvíamos a cenar en compañía, nuevamente sumergidos en conversaciones banales.
Pero, ¿culpabilidad por qué?
Quizás porque una tarde, mientras jugábamos a las cartas y nos quedamos solos por unos minutos, me animé a ver a Brandon y preguntarle:
—¿Has estado con otras mujeres durante nuestro tiempo juntos?
Mi pregunta le había llegado por sorpresa, lo supe por la manera en cómo levantó el rostro, frunció el ceño y me evaluó por unos segundos. Después sonrió y volvió a las cartas, a sabiendas de que tenía un buen juego y no debía bajar la guardia.
—Antes de ti sí, la verdad no era muy conocido por ser un santo, pero durante nuestro matrimonio sería una mentira decirte que no tuve la oportunidad, porque la tuve y varias veces, pero jamás accedí, Beth. Soy un mal hombre, pero no de los de ese tipo.
Ese día él ganó todas las rondas de cartas, me dejó sin monedas y se río de mí toda la tarde. También mentiría si dijera que no lo disfruté. Había una parte de mí que en su momento deseó tanto ese tipo de momentos a su lado que ahora los disfrutaba como si fuesen un regalo bien empacado con un lazo.
A la segunda semana de nuestra estadía en el campo Dios les rompió la bendición a mí hermana y cuñado, y les dió una niña. La llamaron Judith, como nuestra madre. El día que nació hizo tanta lluvia que los caminos se inundaron y Brandon decidió que debíamos quedarnos unos días más, en lo que las cosas mejoraban para emprender camino. Fue así como un viaje de unos cuantos días se convirtió en tres semanas, y después en cuatro, porque como era de esperarse se debía celebrar una enorme fiesta para recibir a la niña.
Me llegaron más cartas que no abrí.
Me llegó más culpa de la que alguna vez sentí.
Y Brandon no ayudaba, porque su actitud de los últimos días estaba muy diferente hacia mí. No me había vuelto a obligar a estar en su cama, ni mucho menos intentó tirarme la idea para ver si mi mente la atrapaba, por el contrario intentaba pasar cada momento del día conmigo. Y se agradecía. Se agradecía mucho.
Más que nada le tomé importancia el día de la fiesta de bienvenida de la bebé, cuando entró en mí habitación con su traje negro pulcramente planchado, el cabello peinado hacia atrás y una sonrisa discreta que bien se confundía con una sensual.
—Te ves preciosa—me dijo, mientras las doncellas terminaban de prepararme.
No supe que responderle. Su alago me descolocó más de lo que cualquier otra cosa que me hubiera dicho antes, y no sabía cómo tomar ese sentimiento.
—¿Gracias?—respondí, pero sonó más como una pregunta.
—Te escoltaré al salón—anunció aún con su sonrisa en los labios.
Y eso también me sorprendió.
¿Escoltarme hacia el salón?
—¿Quien eres tú y qué has hecho con mi marido?—cuestioné con incredulidad mientras me dejaba poner los pendientes para quedar lista.
Me habían escogido un vestido color vino, esponjado y brilloso que iba a acompañado de accesorios dorados. Brillaba. Era despampanante. Me sentía hermosa, y esa era una emoción que tenía poco tiempo de habitar en mi pecho.
Brandon me ofreció su brazo.
—Estoy intentando hacer las cosas bien contigo—dijo con una sonrisa.
Le tomé el gesto y ambos anduvimos hacia la salida, donde recorrimos el largo pasillo entre risas bobas hasta bajar las escaleras y llegar al gran salón donde al rededor de cien personas bailaban con vestidos igual de grandes que el mío, regocijándose entre vino, buenas canciones y charlas amenas.
El ambiente se sentía festivo y eso le vino bien a mi alma.
—¿Quieres bailar?—me ofreció Brandon.
Lo volteé a ver. Sonreía tímidamente y con calidez. ¿En verdad se estaba esforzando?, ¿en serio quería cambiar para mejor?
Con eso en mente acepté sonriendo también con timidez. Solía bailar con él en las fiestas a las que íbamos por sus reuniones de negocios, y la pasábamos bien, pero hacía mucho tiempo que dejé de acompañarle.
Y ahí, en medio de la pista donde todos danzaban él me tomó de la cintura, me acercó a su cuerpo cálido y me guió dando vueltas sutiles que se sintieron como estar volando.
¿Qué eran todas esas emociones?
¿Cómo se llamaban esas sensaciones?
¿A caso él había asesinado a mi marido para tomar su lugar?
—Verdaderamente espero que las cosas puedan mejorar para nosotros—dijo de pronto dándome una vuelta y haciéndonos girar al compás de la música.
¿Mejorar?
—También yo—respondí sin pensar.
Y me olvidé de todo.
Ahí en sus brazos me olvidé de Callum, de la infidelidad, de las noches con él, de mis mentiras y de sus malos tratos. No hubo más. Ahí en su pecho me hice oídos sordos a las cosas malas que una vez me hizo y fingí que de ahora en adelante todo iba a estar bien.
¿Un matrimonio feliz?
Quien lo iba a decir, ¿no?
Cuando la música se detuvo ambos nos retiramos de la pista y anduvimos hacia un grupo de caballeros que Brandon quería saludar. Eran unos ricos empresarios que no tenían mucha sangre noble ni un título bonito, pero sabían ganar dinero y no estaba de más formar lazos con ellos.
—¿Gustan un poco?
A nuestra espalda uno de los sirvientes llevaba una charola de plata con bocadillos y algunas copas de licor. Mi estómago rugió hambriento y recordé entonces que aún no había cenado nada. Tomé una copa de champaña y un pequeño pastelillo, pero solo alcancé a darle un mordisco porque para el segundo mi respiración comenzó a tornarse pesada, me costaba llevar aire a mis pulmones, e intentando relajarme me llevé la copa a los labios pero me ardieron, como si tuviera ronchas en ellos.
Me tomé del brazo del Brandon y él me recibió con calidez, pero cuando su rostro se volteó hacia el mío pude ver la mueca desfigurada que se le pintó en un segundo.
—Beth, ¿estás bien?
Su voz se hizo lejana. A mi alrededor todo daba vueltas. Cada vez era más difícil respirar.
—¡Ocupo un médico!
Todo se redujo a sus brazos. Ya no tenía fuerzas para mantenerme en pie y la única razón de que no me fuera al suelo era su agarre.
Respira. Respira. Respira.
Me imploraba sintiendo una comezón en mi boca que ardía.
—¡Un médico!
~•~
Recuerda que ya está completa en Instagram y Facebook por si no quieres esperar.
@Katt_Wallass
Katt😊
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