Capítulo 15
—¡Hola, Bethy!
Los brazos de mi hermana en ese momento me resultaron fríos. No podría describirlo. Era como si me hiciera falta un trozo de mi cuerpo, quizás un brazo o una pierna.
Estábamos a unas horas de Londres, y quizás no era mucho, pero para mí resultó la distancia más larga del mundo.
Saludar a personas del brazo de un marido que últimamente se comportaba como si le interesara era un cuento que no me habían contado. Cenar en una mesa con mi hermana, mi cuñado y Brandon, tampoco era un asunto para el que estuviera preparada, pero ahí estaba, sonriendo como una muñeca sabiendo que al caer la noche sería inevitable compartir lecho con mi marido, siendo que todas nuestras cosas habían sido llevadas para la misma habitación.
—¿Cómo vas con el embarazo?—pregunté casi al final de la cena para espantar a los demonios que me comenzaron a rodear.
Mi hermana se veía preciosa. Llevaba el cabello recogido en uno de esos peinados elaborados que estaban mucho de moda en la ciudad, un vestido rosado que le combinaba bien a su maternidad y un vientre que gritaba que pronto explotaría.
—El médico dijo que era probable que naciera en esta semana.
—Esperemos que Dios nos dé otro varon—sonrió su marido tomándole la mano por sobre la mesa.
—¿Y ustedes cuando tendrán los suyos?—preguntó Nady con esa mirada juzgona que me ponía de niñas cuando no me terminaba la comida.
Se me secó la boca. Brandon me miró durante unos segundos con una sonrisa extraña y después volteó hacia ellos tomándome la mano como si imitara su gesto y jugara a la familia feliz.
—Ya estamos trabajando en eso. Espero que para finales de año podamos anunciar la llegada de un heredero, ¿no es así, linda?
¿Linda?
Casi escupo la comida.
Sus ojos ocultaban tantas cosas que no pude concentrarme en ninguna sola para descifrarla.
—Claro, querido—le sonreí regresándole el gesto y deseando atragantarme con el puré de papá para terminar ese circo.
Nady no se lo tragó, y yo lo sabía porque conocía a mi hermana y ella me conocía a mí. Habíamos pasado horas juzgando a nuestros maridos, y conocía de mano propia las tristezas que el marqués me había hecho pasar. No por menos le había tocado secar unas cuantas lagrimas y lanzar profanidades al aire jurando arrancárselo cuando se lo topara de frente.
—Estoy muy feliz por ustedes—dijo ella aún con su sonrisa juzgona, y en ese momento no supe quién era el más falso de los dos, ¿mi repentinamente atento marido o mi hermana que de solo respirar a su costado me analizaba completa?
Supe entonces que quizás tendríamos una charla larga a la mañana siguiente, y eso me vendría bien porque entonces tendría pretextos para contarle a alguien sobre Callum y lo saborearía en mi boca aunque fuera solo diciendo su nombre.
¿Cómo gritaba al aire que lo adoraba, que lo deseaba y que quería que fuera él quien me escoltara a mi habitación?
No podía hacerlo. En cambio debía conformarme con mirar el brazo escuálido de mi marido, quien subía las escaleras aún con su circo montado, y me conducía a una habitación a la que no quería entrar. Traía ganas de salir corriendo, de soltarme de su mano y gritarle que no quería ni verlo, pero no podía hacerlo porque mi hermana y su esposo nos seguían a unos pasos de distancia, y aunque no quisiera debía guardar compostura.
Cómo ya había dicho, las personas de buena cuna jamás entenderían mi sentido del humor y mis arrebatos.
Por eso espere a que llegáramos al cuarto para ponerle pestillo a la puerta y enfrentar a Brandon para hacerlo escupir sus verdades.
—¿Qué diablos tramas?—pregunté con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
Él siguió con su pose tranquila mientras se desabotonaba la camisa frente al espejo.
—¿De qué hablas, cariño?—respondió con inocencia.
La sangre me comenzó a hervir en el cuerpo e incluso sentí mis manos temblar. Respiré lentamente para controlar la rabia que florecía en mi estómago y se extendía como raíces salvajes.
—¿Qué sucede?—rechinaron mis dientes.
Brandon me volteó a ver finalmente. Traía la camisa medio desabrochada dejando al descubierto parte de su pecho, se acercó a mí levantando la barbilla y cruzándose de brazos mientras una sonrisa invadía su rostro.
—¿Qué debería tener?—siguió jugando conmigo.
Parecía un gato, o quizás un tigre acechando a su presa.
Eche un paso hacia atrás.
—Tú no eres así.
Él se acercó ese mismo paso.
Quedamos tan cerca que su respiración se comenzó a mezclar con la mía.
—¿Así como?
—Mmmm, déjame pensar... amable, buena gente, cariñoso y atento—le respondí con burla, fingiendo que no me intimidaba su cercanía—. Más bien eres todo lo contrario, y me quedo corta.
—Auch, no creí que me tuvieras tanto rencor—sus palabras hicieron que nuestras narices se rozaran.
Santo Dios.
—Es lo que te has ganado.
Hinché mi pecho. En esa guerra yo no sería el contrincante débil.
Brandon colocó sus manos en mis caderas y me juntó a su cuerpo de un solo tirón. Fui consciente de su fuerte pecho, su entre pierna dura y aquel olor con el que soñé muchas noches.
—Yo tampoco sé lo que me pasa—admitió jugando con mi boca—. Últimamente te ves tan... deseable.
Su aliento me acarició lentamente seduciendo a mis sentidos.
La temperatura comenzó a subir.
—¿Y por qué cuando yo quería que me desearas no lo hiciste?—le reclamé aún presa de su hechizo.
"No, aún no te sanas de él", me dijo una voz en mi cabeza.
Brandon me dejó un pequeño beso en los labios mientras el agarre de sus manos crecía.
—Es complicado, Beth.
—No lo es—me defendí—, tienes meses sin tocarme y ahora prontamente me traes ganas—levanté mi mano rozándole la pierna y le tomé el miembro duro que palpitó contra mis dedos. Le escuché suspirar y reprimir un gemido mientras abría los ojos con sorpresa. Me relamí los labios sabiendo que estábamos tan cerca que mi lengua le alcanzó a rozar los suyos y comencé a masajearlo con deleite—. Me humillaste en tu cumpleaños y todas las veces que te pedí atención me tachaste de loca.
—Beth...
Su voz era un susurro.
Estaba hirviendo.
Me deseaba.
Mi mano lo apretó lentamente mientras rozaba los dedos por todo su largo.
—Te busqué tantas veces que me cansé de hacerlo—tomé su mejilla con mi otra mano y la acaricié al compás de mis eroticos movimientos—. Te desee tanto... que ya no te deseo.
Y lo solté.
Sus ojos cambiaron la forma y pasaron de la inocencia, al erotismo y después al enojo.
Volvió a tomarme las caderas pero esta vez con brusquedad frotándome contra sus ansias.
—Las mujeres obedecen a sus maridos—me gruñó en el rostro—, y debes cumplir tu deber como esposa satisfaciéndome.
Lo aparté de mí con un empujón. Mis dientes volvieron a rechinar con coraje.
—¿Y tú deber de esposo qué?—le eché en cara levantado la barbilla.
—Mi deber de esposo es que jamás te falte la comida ni el techo.
Alcé las cejas soltando una carcajada llena de sorna.
—¿La comida? Nunca te has parado a preguntarme si desayuné, comí o cené. La única vez que compartimos mesa fue el día que me anunciaste este indeseado viaje.
Brandon se cruzó de brazos. En sus ojos se veía que no iba a ceder y para su pesar yo tampoco lo haría.
—No he sido un mal esposo—se defendió—. Ningún hombre en Londres te quería, ni por todo el dinero que tu padre ofreciera. Fueron muchos los que le rechazaron la oferta y solo yo accedí a ella, porque supe que muy en el fondo de todo aquello que los demás veían como defectos, había una mujer que podía ser una buena amiga.
Lo soltó sin más dándome un golpe en la cara con sus palabras que pesar de todo sonaron sinceras. Él se hizo hacia atrás dándome espacio para respirar, sabiendo que estaba tan furiosa que podía explotar en cualquier momento.
Pero su mirada tras esa respuesta cambió: se miró como si desde el comienzo esos seis meses de matrimonio volviera a ser el hombre que me invitó mi primera pieza de baile en aquel salón tapizado de rosas blancas.
Nos miramos a los ojos por unos cuantos segundos que se sintieron como si duraran todo ese tiempo que nos habíamos estado torturando mutuamente en esa casa.
—¿Por qué me trataste así en tu cumpleaños?, ¿por qué siempre me evitabas?—le eché en cara con una lagrima que amenazó con liberarse y navegar por mi mejilla.
Brandon suspiró y bajó la cabeza.
—Porque ahí donde tú eres buena, yo no lo soy. No soy una persona amable, ni sé hacer amigos o convivir. Jamás me caractericé por eso. A mí me enseñaron a cuidar las necesidades básicas de una mujer, no a satisfacerle ni a enamorarle. Y durante el tiempo que llevábamos casados sentí que habías apagado tu luz, pero ahora en estos días veo que la recuperaste, y no tienes una idea cómo me llama la atención, cómo sin fueses la luna y yo una polilla.
No dijo más. Yo tampoco dije más. Me quedé ahí pensando que le había sido infiel a mi marido y que probablemente me estaba enamorando de ese hombre que ahora lo suplía. Solo pensé en Callum, y después pensé en la Beth de hace unos meses atrás que estaba tan ilusionada con su matrimonio que lo dio todo porque funcionara.
—Pediré que me preparen otra habitación—anunció Brandon aún con la cabeza gacha y abrió la puerta marchándose sabiendo que no obtendría más respuesta de mí.
~•~
Lectora, recuerda que si no quieres esperar a que esté completa la historia ya está terminada en Instagram y Facebook, también hay fotos de Callum y Beth😊❤️
@Katt_Wallas
¡Un abrazote!
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