VIII. "Buenos momentos"
Los rayos del sol, pasaban a través de las ventanas. A través de ese cálido crepúsculo Roderich tocaba el piano, Beethoven inundaba el estudio del aristócrata.
Sus manos se movían ágiles y con gracia; detrás de él, en el sofá, el menor oía las melodiosas tonadas que el austriaco interpretaba. El dolor de cabeza disminuía por tan armonioso sonido.
Si algo caracterizaba a Roderich era la forma en que tocaba cualquier instrumento, siempre se oía afinado y armonioso. Pero actualmente. Mucha gente de la alta sociedad, no apreciaba ya lo que el austriaco mostraba, pues ya muchos oían de ello a diario.
Tal ves por eso prefería encerrarse en su estudio, donde podía hacer todas las bellas artes que le daba la gana y nadie le dijera que buscara algo nuevo.
¿Hace cuanto no tocaba su querido piano? Ya llevaba días a causa de la boda. Él que nunca había tenido preocupaciones, debía organizar una boda para dentro de una semana.
Al finalizar Moonlight sonata se quedo ahí, sin apretar alguna tecla, pero si con los dedos encima de esta. Para poco después comenzar con Nocturne Op. 09 No. 02 de Chopin.
El novohispano solo se dedicaba a escuchar al austriaco. Abrió su libreta, su pluma y mientras veía de reojo al aristócrata empezó a garabatear algo en su libreta.
La tarde no había sido tan pacifica desde hace días.
[...]
Después de unas horas dentro de aquel estudio, toda la familia de aquella mansión se reunía para cenar.
Cada integrante de esa casa rodeaba al dueño de esa casa; Germanía veía a cada uno de sus nietos y sabia que aunque eran un desastre de ves en cuando era lo que los caracterizaba.
—Roderich, ¿ya esta todo listo para la boda? —Pregunto el rubio sin verle. Sabia que este ya lo miraba.
—Si. Solo faltan las invitaciones y todo habrá finalizado. —Respondio, para poco después comenzar a comer.
—Elizabeth, ¿tu ya tienes todo listo? —Pregunto nuevamente, pero ahora a la prometida de su nieto.
—Si señor Germanía, el vestido llegara en dos días. —Comento con amabilidad la muchacha y repitió las acciones del austriaco.
Después de preguntar algunas cosas a sus otros nietos y verificar que todo estuviera bien con su familia. Todos comieron en calma. Trataban de no causar demasiados problemas a su abuelo.
Ya que fue quien les brindo una buena educación a cada uno de ellos. Después de que los padres de estos demostraran no ser aptos para ello.
Pues estos estaban enganchados por el poder y el dinero. Pero el rubio corto lazos con cada uno de sus hijos; cuidando a los menores como si de sus hijos se tratase.
Los tres mas grandes hablaron de lo que habían hecho o de sus azañas durante la semana. Que si Vash esto, que si Gilbert lo otro. Que Roderich estaba por terminar lo otro.
Al finalizar la cena, todos se quedaron a hacerle compañía al mayor por un buen rato, cuando este les dio permiso de retirarse, todos menos uno lo hicieron.
—¿Y como estuvo tu día Ludwig? —Pregunto con una amable sonrisa el mayor a su nieto mas joven.
—Hoy aprobé todas mis materias con buena nota. —Comento el pequeño rubio de ocho años a su abuelo.
—Eres muy listo Ludwig. Seria muy tonto que tus maestros no lo apreciaran. —Comento, bebiendo una de una taza de té. El menor lo imito y sonrió. Al menor de los nietos de Germanía le encantaba pasar tiempo con su abuelo, aunque fuera solo durante la cena.
[...]
A la mañana siguiente, un domingo calmado. Roderich no fue despertado por el novohispano, pues era el día de descanso que había elegido para él.
Se arreglo y salio de la habitación. Debían ser como las 10:30 de la mañana.
Todo era muy calmado a decir verdad, desayuno y vio que ninguno de sus pariente se encontraba, algo que le parecía extraño.
Salio a la parte trasera de la mansión, donde las flores parecían mucho mas coloridas que la ultima ves. Entre las rosas chinas, pudo ver al menor.
Parecía estar sembrando o algo parecido. Se acerco con cautela, aun lado de él una cubeta con agua y varios utensilios de jardinería.
—Buenos días Juan. —Saludo desde atrás. El moreno detuvo lo que hacia y volteo la mirada encontrándose con el aristócrata.
—Buenos... dias joven Roderich. —Le devolvió el saludo, el novohispano estaba cubierto de tierra. El mayor se puso de cuclillas para estar a la altura del menor.
—¿Desde que horas estas aquí? —Pregunto, mientras observaba sus ojos oscuros.
—Desde... Las ocho de la mañana joven Roderich. —Contesto igual mirándolo a los ojos.
—Me gusta como esta quedando el jardín. —Comento sincero y con una ligera sonrisa.
Tal ves el siguiente gesto no lo espero, pero provoco un ligero tono rosa en sus mejillas.
El novohispano le había dado una pequeña sonrisa y con una voz amable y calma le dio un suave:
—Gracias. Me esfuerzo para que le guste. —El aristócrata saco un pañuelo que siempre cargaba y se lo paso al menor para que limpiara el sudor de su frente. El menor nervioso y tras un poco de insistencia lo tomo. —No debió molestarse.
—No es molestia. —Contesto rápidamente. —Y dime. ¿Cómo lo haces? Para que queden así de hermosas las flores.
El moreno volvió a sonreír otro poco, y con el mejor alemán que pudo pronunciar. Explico que solo era necesario paciencia y cariño por las plantas.
El mayor, que estaba de cuclillas, acabo sentado mientras oía las explicaciones del novohispano.
Poco después, el mayor fue por algo para que el menor bebiera. Pues el clima comenzaba a ser demasiado caluroso.
El aristócrata no se alejo y, agradeció que el menor no lo alejara. De hecho, pudo oír la risa del adolescente, algo que nunca pensó oír.
Aunque no fue el único, pues Roderich también río en varias ocsiones.
A eso de las 12 del día, se alejaron del jardín. Solo para sentarse en las escaleras, no le importo que el joven estuviera lleno de tierra, solos quería seguir viendo a aquel chico alegre como el oleo que estaba en su despacho.
—Ohayo Perez.
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