VI. "Confia"


A la mañana siguiente, el novohispano fue a despertar a Roderich, no tuvo problema en ello. Después de elegir un con junto de ropa para el aristócrata. La rutina del día empezaba.

A donde que fuera el austriaco era seguido desde atrás por el menor. Tal ves ya no con la mirada baja, pero si con esa expresión de tristeza en sus ojos.
Elizabeth le había comentado a Roderich que lo mejor que podía hacer en esos casos era tratar de animarlo. Pero al tener una agenda ocupada esos días. Le era imposible hacerlo.

Y es que entre mas pasaban los días, debía ver que las cosas para que su bods fueran en orden.
Pasa su mala suerte, su primo Gilbert había invitado a sus amigos ese mismo día.

—Tenemos que ir a ver a la modista. Después de eso, al florista y si da tiempo debemos ver al joyero. —Le indicaba el de lentes al menor. Que apuntaba todo en su idiomanatal, en una libreta al desconocer el idioma alemán.

Claro, una cosa es hablarlo y otra leerlo y escribirlo.
Roderich pudo a ver al prusiano y a sus amigos al final de las escaleras. Gruño un poco, solo esperaba que no fueran indesentes como de costumbre.

Al llegar abajo, paso de largo a los tres amigos. Cuando iba a salir, escuchó.

—¡Oh~! ¿Y tú, quién eres lindura? —La voz del amigo francés de Gilbert no se hizo esperar. Cuando el aristócrata volteo, pudo ver como este sostenía al menor por la barbilla.

El novohispano por su parte trato de alejarse. Pero ya estaba siendo rodeado por los tres amigos.

—¡Fusosososo! ¡Es mas lindo que Lovi~! —Menciono el ibérico mientras apretaba con suavidad las mejillas del pelinegro.

—Kesesese ¿no quieres venir con nosotros en ves del aburrido de mi primo? —Menciono el albino mientras tomaba sus hombros por detrás.

El joven sirviente no decía nada, solo se mostraba temeroso ante la presencia de aquellos burguéses.
Roderich los veía con cara de molestia.
El francés que volvió a tomar de la barbilla al menor le sonrió.

—Yo se que la pasaras muy bien~ —El austriaco se metió en medio de todos, apartando al menor de aquellos tres.

—¡Que indecencia la suya! —Exclamo molesto. Mientras abrazaba al pelinegro. —No puedo creer que se comporten de ese modo con un niño. ¡Idiotas!

Los tres lo miraron sorprendidos. Normalmente los llamaba tontos, pero era la primera ves que los llamaba de ese modo.
El novohispano que tenia su frente pegada al pecho del austriaco no decía nada. Solo parpadeaba en su lugar, mientras abrazaba la libreta que tenia.

—Oh vamos señorito. —Comento el albino a su pariente. —Solo estábamos jugando. Es obvio que no le hubiéramos hecho algo.

—¡A menos que él lo pidiera! —Comento Francis con una sonrisa galante. El de lentes fruncio mas el entrecejo por aquel comentario.

—¡Indecentes! ¡Y así son de la alta sociedad! —Volvio a exclamar, aunque sabia que había personas peores en la clase alta. Lo de ellos solo era una broma, pero no podía evitar el sentir una gran molestia con ellos tres.

—¿Dónde queda vuestra casa? —Oyeron hablar al hispano en su idioma natal. Todos voltearon a verle. —¿Qué? El chaval dijo que quería ir a su casa.

El novohispano se alejo un poco del aristócrata y volteo a ver al castaño frente a él. Con voz temblorosa le hablo en castellano.

—En la Nueva Hispania, del otro lado del mar. —Contestó al ibérico. Los demás los miraban confundidos. Roderich no pudo evitar el mirar con celos a Antonio, él podía hablar sin ninguna traba con el muchacho.

—Estáis muy lejos de casa. No os preocupéis. Algún día volveréis, estoy seguro de ello. —El hispano le regalo una sonrisa al joven. A lo que este sólo asintió tímido. —¡Fusosososo! Ten, os regalo un tomate.

Menciono, sacando de una pequeña canasta que tenia, dicho fruto extendiéndoselo al menor. El cual lo tomo y le regalo una sonrisa al ibérico.

—¡Vamonos se nos hace tarde! —Exclamo el aristócrata mientras llevaba a la salida al menor. Los amigos los vieron salir y oír el portazo que dio este al salir.

—¿Desdé cuándo actúa así? —Pregunto el albino a sus amigos. Todos se preguntaban lo mismo.



[....]




El austriaco y el novohispano caminaban por las calles de la capital de Viena.
Todo parecía ir en orden, aunque el austriaco no le había dirigido la palabra desde que salieron de la casa. Eso le extraño, pero no le preocupo. No era muy conversador de todos modos.

Pronto llegaron a una tienda donde había trajes de gala y vestidos hermosos, en un letrero con letra cursiva y en alemán decía "Madam Rosiele".
Ambos entraron, siendo recibidos por una mujer gorda de edad avanzada, pero que vestía elegante y con varias joyas encima.

—¡Joven Roderich! —Exclamó.  Acercándose al aristócrata.

—Madam Rosielie. Que gusto verla. —Menciono, saludando a la regordeta mujer con un beso en su mano, llena de anillos con joyas de distinto tipo.

—¿Que lo a traído por aquí? —Sonrio mientras veía al de lentes.

—Vengo a que me haga un traje Madam, es para mi boda. —Cometo. La mujer exclamo de emoción y pellizco los cachetes del menor.

—¡Que emoción! Y que alago que decida que la tienda de Madam Roselie sea quien lo vista. —La mujer junto sus manos. Luego tomo aire y grito. —¡Catalina!

Una chica de casi de la misma edad de Juan apareció. Era castaña. De piel morena y vestía un simple vestido de algodón blanco. Y tenia la mirada gacha.

—Lleva al joven Roderich a que le tomen las medidas. —La chica asintió. Y guió al aristócrata por la tienda. Cuando el novohispano iba a ir detrás de él. La regordeta mujer lo detuvo y con una voz molesta le dijo. —Las pulgas. Van afuera.

Y lo saco de una patada de la tienda. El menor tenia los ojos llorosos, pero no dijo nada, debía de suponerse que eso pasaría. Se limpio con la maga de su camisa y se sentó en la calle. Debía esperar hasta que Roderich saliera.




[...]



Tuvo que pasar casi dos horas para que el aristócrata saliera; Tenia hambre, aunque el tomate que le habían dado, había hecho que disminuyera... Casi nada, es mas, lo había aumentado.

Además de que el sol era demasiado fuerte. Suspiro, y volvió a tear algo en la libreta, al menos podía hacer algo que le gustaba y que nadie le había podido arrebatar.

Ya después de un rato, oyó la puerta abrir. Era el aristócrata. El menor se levanto rápidamente, lo veía despedirse de la regordeta mujer.

—Su traje estará lo mas pronto posible. —Sonreia con hipocresía. El de Lestes asintió y ella, junto a su empleada volvieron a entrar.

—¿Por qué no has entrado? —Le pregunto con algo de seriedad. El menor bajo la mirada y contesto.

—Lo siento. No me sentía cómodo ahí. —Mintió, no quería que lo regañaran por acusar a la modista. Y que lo creyeran un mentiroso.

—Bueno, vamos. —Comento el mayor. Ambos volvieron a caminar, hasta llegar a un pequeño local de comida. —¿Tienes hambre?

Pregunto, entrando con él al pequeño puesto. Comieron algo sencillo, claro para el aristócrata. El menor no había visto tanta comida para él, desde que había llegado hace cinco años.

Trataba de comer con calma, pero le era algo imposible. Tenia tanta hambre.
Roderich se limpio con una servilleta y dijo.

—Juan, tu crees que... ¿Algún día llegaras a confiar en mi, como lo hiciste con Rómulo? —El menor que había dejado de comer para ver al aristócrata. Menciono con una voz suave.

—Tal ves... Aunque, no prometo nada. —Bajo la mirada nuevamente. Viendo su plato.

El aristócrata sonrió. Tenia aunque sea una pequeña oportunidad de que él y el joven novohispano se volvieran cercanos. Acercó su mano a la cabeza y acaricio el cabello de este. Que solo limito a encongerse de hombros.






—Ohayo Perez.

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