III. "Ella"

El día transcurrió con normalidad, el austriaco seguía en su despacho, aun pensaba en aquellos ojos oscuros de su joven sirviente. Le habían parecido algo único, a pesar de que él tenia unos ojos color amatista.

Suspiro y se levanto de su lugar, se quito el saco y se arremangó las mangas de su camisa. Camino por la habitación, hasta llegar a una parte de este. Tomo oleos, grafito y pintura.
Pasando lo que quedaba de la tarde, tratando de plasmar aquella hipnótica mirada.




[...]





Mientras tanto en otra parte de la casa, la nana Carlota y el joven sirviente preparaban la mesa para que los patrones comieran.

—¿Entonces, el joven Roderich te esta enseñando el idioma? —Pregunto entusiasmada la mujer, esperando que el joven le entendiera. Este asintió, comprendiendo unas cuantas palabras, que le ayudaron a deducir lo que le preguntaban. —Ay. El joven Roderich tan considerado como siempre. No te pudo tocar maestro mejor.

El novohispano sonreía amablemente, como solía hacerlo cuando se sentía en confianza. Le tenia miedo a la gente rica, que no se tratara de la familia Vargas.
Pues, antes de estar a su servicio. Fue golpeado y maltratado por otra familia italiana muy cruel. Mas lo que tuvo que pasar antes de llegar a Europa, era normal que actuara con temor ante el mundo burgués.





[...]






La tarde y la noche transcurrió con normalidad, sin presentarse problema alguno. A la mañana siguiente, todos empezaban a moverse, la prometida de Roderich llegaba ese día y todo debía estar impecable para una dama de su porte.

Inclusive el novio, que andaba de aquí, para allá. Buscando que ponerse, pues su abuelo le había dicho que debía estar mas formal que de costumbre. En la habitación, se encontraba el pelinegro. Sosteniendo la ropa que el austriaco no le gustaba.

Ya había vaciado su extenso guardarropa y, se tiro sobre la cama. Tenia tantos trajes, pero ninguno le parecía ser el indicado para su prometida.

—Joven Roderich. Mire nada mas este desastre. —Comento su nana mientras levantaba la ropa y le quitaba la que sostenía el menor. —¿Por qué no se decide?

—Porque no encuentro algo indicado para la señorita Elizabeth. —Comento aun tirado en su cama. —Además de que su tengo muchas cosas que hacer.

La mayor rodó los ojos, el austriaco no tenia cosas que hacer, solo quería estar encerrado como de costumbre. La anciana después de un rato, tomo las riendas de la situación.

Después de elegir un buen traje para el austriaco y mandarlo a la sala de estar donde estaría su prometida ella y el novohispano se quedaron a acomodar la ropa.





[...]




Al estar abajo, se acomodo el moño de corbata y se encaminó dentro de la sala, donde se encontraba una bella mujer joven, de pelo castaño oscuro largo y un hermoso vestido de la época.

—Buenas tardes señorita Elizabeth. —Comento con amabilidad al verla de frente, la muchacha se levanto y extendió su mano, donde el austriaco la beso como parte del saludo.

—Buenas tarde señor Roderich. —Comento ella con una voz melodiosa. Ambos se sentaron y empezaron a conversar de los preparativos de su boda.

Después de anotar varias cosas en un libro, ambos prometidos salieron a dar un pequeño paseo, donde hablaron de ellos mismos para conocerse mejor.
Conectaba bien, tenían varias cosas en común, pero ambos se daban cuenta que al igual que ambos conectaban, también llegaban a chocar en ideales.

Decidieron almorzar antes de empezar una pelea, ambos se sentaron en el comedor del jardín. Donde las flores parecían mas bellas y coloridas que antes. Aunque no como las de Rómulo en Italia.

Pidieron los alimentos y estos no tardaron en llegar. Todo era tan tranquilo entre ambos, que ya parecían la pareja de esposos que en el futuro serian.

Todo era tan calmado. La charla era tranquila y educada, los platillos eran deliciosos y ambos se sentían a gusto; Pero pronto el reloj de la casa sonó, dando a entender que eran las tres de la tarde.
El mayor levamanto la mirada. Recordando que debía darle clase al novohispano.

Limpio su boca con la servilleta de tela y menciono con voz educada.

—Disculpa Elizabeth. Tengo que ir a otro lado. —Comento. Levantándose de su lugar dando indicación de que recogieran la mesa. La húngara preguntó que a donde iría su futuro esposo. —Oh, le estoy enseñando el idioma a un joven sirviente. Para que no tenga problemas para comunicarse.

A la castaña se le iluminaron los ojos, muy poca gente burgués se molestaba en enseñarle algo a sus sirvientes. Y ella era de la ideología de que los sirvientes y esclavos. Tenían derecho a al menos poder leer y escribir.

Entusiasmada pregunto si podía ver como Roderich le enseñaba el idioma al pequeño sirviente. A lo que este, después de pensarlo un poco, acepto.

Cuando los platos de la mesa fueron llevados a la cocina para ser limpiados. Y la mesa lista para que el aristócrata diera su clase.
Le trajeron sus libros y al poco rato llegó el pelinegro, justo como le había dicho el mayor, con la mirada arriba.

La húngara exclamo.

—¡Que tierno! —Se levanto y apretó las mejillas del –ahora– confundido joven. Roderich ajusto sus lentes y se aclaro la garganta. —Oh, lo siento. Es que es muy lindo.

La muchacha abrazaba al menor mientras veía al aristócrata que parecía mas serio de lo normal. Suspiro y menciono.

—Juan, ella es Elizabeth mi prometida. —Comento, levantándose de su lugar. El menor hizo una pequeña reverencia ante la bella muchacha. —Elizabeth, él es Juan mi...

¿Sirviente? ¿Acompañante? ¿Cómo lo decía sin que sonara tan feo? Callo y después de pensarlo un poco, sentó a ambos. Donde los adultos le enseñaban el idioma alemán al mas chico. Claro esta, Elizabeth no pudo evitar enseñarle algunas palabras húngaras.

Así pasaron la hora, enseñándole palabras y frases al menor. Después de eso, los mayores siguieron hablando mas. Aunque la boda ya no era el tema de conversación entre ellos.





—Ohayo Perez.

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