Capítulo 8
¡Chismes al Rojo Vivo! ¡Paparazzi Descubren a una Misteriosa Dama en un Parque de Boston: ¿La Ex Modelo Escandalosa Vuelve a la Escena? 🔥💃😱
Jeff llegó al hospital muy temprano, a pesar de haber tenido una noche de escaso sueño. Después del tenso altercado con Sindy, se llevó a Janet a un hotel en la ciudad, donde ella volvió a plantear sus preocupaciones.
—Esa mujer tiene que irse... No puedes permitir que se quede —insistió Janet, visiblemente molesta.
—Ya hemos hablado de esto, y conoces mi respuesta —respondió Jeff con firmeza—. Conozco a Sindy desde hace mucho más tiempo que tú, y no logro entender por qué te alteras tanto por su presencia.
Janet, exasperada, replicó:
—¿Cómo no vas a entenderme? Ella le hizo la vida imposible a Alana, y por su culpa Dylan casi muere.
Jeff, intentando mantener la calma, prosiguió:
—Sé todo eso, y es un argumento válido. Pero también lo es el de Irene. Ella cree firmemente que puede ayudar a que la vida de Sindy cambie. ¿Por qué deberíamos negarle esa oportunidad? ¿Voy a hacerlo solo porque tú, de repente, te has vuelto irracional?
Janet, enfadada, respondió:
—¿Cómo carajos quieres que no sea irracional cuando ella ha dejado claro que va tras de ti?
Jeff soltó una carcajada sincera.
—Ella solo lo hizo para molestarte, y parece que lo logró. ¿En serio estás celosa de Sindy? —preguntó, desconcertado.
—¡Yo, celosa de esa...! Por favor, de eso estoy segura. Y es que un hombre como tú jamás pondría los ojos en una zorra drogadicta como ella.
El comentario hiriente y falto de tacto no le agradó a Jeff en absoluto. Observando su disgusto, Janet se acercó en un intento de calmar las aguas.
—Siento que hayas presenciado esa discusión, pero verla en tu piso logró sacarme de mis casillas —dijo Janet con dulzura.
Jeff la observó seriamente. —Puedo entender que estés molesta, pero no me gusta la forma despectiva en la que te refieres a ella —la amonestó.
—Es que tú no sabes todo lo que vivió mi amiga por su culpa —respondió Janet.
Jeff exhaló antes de hablar.
—Es un problema entre ellas, que en su momento resolverán... ¿O es que ella te ha hecho algo a ti?
—No —admitió Janet.
—Entonces creo que toda esta discusión está de más.
—Tienes razón... me excedí, pero comprende que nos interrumpió cuando la estábamos pasando tan bien —hizo un puchero. Jeff acortó la distancia entre ellos.
—Eso todavía puede arreglarse —dijo él, besando su cuello.
Ella sonrió mientras disfrutaba de las caricias.
—Pensé que nunca lo dirías.
Él se separó un poco y la miró a los ojos.
—Te voy a pedir una sola cosa.
—Lo que quieras.
—No quiero que lo que pasó con Sindy se vuelva a repetir.
—Lo intentaré, pero tú sabes que esa mujer no es nada fácil... Pero por ti y por Irene, la ignoraré.
Él sonrió, le dio un breve beso en los labios y caminaron hacia la cama, donde pasaron la mayor parte del tiempo juntos.
Ahora, camino a la habitación donde se encontraba Arthur, Jeff había recibido la noticia de que el joven había despertado del coma. A pesar de esto, Arthur aún se encontraba en silencio y con el ánimo decaído. Los compañeros de clase de Arthur habían enviado numerosas cartas, y el detective que le salvó la vida se encargó de llevarlas y leerlas al joven. A través del cariño expresado en esas cartas por parte de amigos y familiares, Arthur comenzó a recuperar su vitalidad.
El mismo detective le preguntó a Arthur si podía reconocer a la persona que había causado el incidente a través de una serie de fotografías, a lo que el joven accedió. En cuanto vio la imagen de Marcus Gerone, Arthur lo señaló sin la menor vacilación. Gerone era un hombre caucásico de unos cincuenta y tantos años. El agente volvió a preguntarle a Arthur si estaba seguro, y el joven respondió afirmativamente sin dudarlo.
Con esta identificación, no quedaba margen para la duda, y se procedió a la búsqueda y captura del sospechoso. Una vez asegurado de que su cliente estuviera bajo la protección adecuada y recibiendo las comodidades necesarias, Jeff se dirigió a su bufete junto a su equipo. Comenzaron a investigar la vida de los Graham; necesitaban descubrir el motivo detrás de la violenta reacción de Gerone. ¿Qué conexión existía? ¿Se trataba de un robo, una venganza? Debían desmontar todos los argumentos que la defensa de Gerone pudiera presentar en caso de llevarlo a juicio.
Investigando las pruebas recopiladas por los detectives de homicidio, se descubrió un trasfondo oscuro en la vida de Jim Graham, el cabeza de familia. Debido a su diabetes tipo II y a una operación en ambas rodillas que lo dejó incapacitado para trabajar, Jim se ahogó en deudas. Tenía la responsabilidad de mantener a su esposa y dos hijos, lo que lo llevó a tomar un camino peligroso: comenzó a vender estupefacientes.
―Este sí es un motivo convincente―, comentó Jack, uno de los asistentes de Jeff, al analizar la situación.
―Exacto―, asintió Jeff. ―De hecho, Arthur aseguró que unos días antes de la fatídica noche, escuchó a su padre discutiendo acaloradamente por teléfono. Le advertía a alguien que, si no le pagaba, estaría dispuesto a acudir a la policía y presentar una denuncia.
A pesar de la aparente validez de este motivo, Jack intervino nuevamente:
―Sin embargo, no parece que Jim manejara una cantidad de droga lo suficientemente grande como para acumular una fortuna considerable. La cantidad de dinero involucrada no parece justificar un acto tan violento contra toda una familia.
Jeff contempló la perspectiva de Jack y añadió:
―A menos que nos estemos enfrentando a un verdadero psicópata, alguien capaz de cometer actos atroces por placer. Es posible que esta no sea la primera vez que se involucra en algo así.
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Luego del trauma ocurrido en la mañana, Joan, su excéntrica jefa, le presentó a su compañero de vida, a su “bebé“.
—Querida, conoce a la niña más hermosa, Coco Chanel —anunció Joan con orgullo.
Sindy arqueó una ceja, perpleja. —¿Coco Chanel? —preguntó, incapaz de ocultar su sorpresa.
—Mi bebé adora esa marca, y me suplicó que le pusiera el nombre de su fundadora —explicó Joan, acariciando con ternura al diminuto Yorkshire Terrier que sostenía en brazos.
Sindy miró al pequeño canino y se preguntó si Joan, además de contratar entrenadores con apariencia de strippers, también tenía un gusto peculiar por las sustancias alucinógenas, o si tal vez se le habían desacomodado algunas de sus tejas mentales, porque su percepción de las señoras de su edad no se parecía en nada a la anciana que tenía en frente.
—Pero es un perro... —musitó Sindy, como si tratara de entender la lógica detrás de aquel nombre—. Le iría mejor un nombre como Gucci o Calvin Klein, ¿no crees?
Joan, preocupada por el bienestar emocional de su peludo compañero, tapó con sus manos las orejas del pequeño terrier.
—No digas eso —le reprendió—. En estos momentos, Coco está pasando por un trastorno de identidad, y no quiero que vuelva a caer en la depresión. Me ha costado mucho sacarla de ese estado.
Sindy pensó para sus adentros que, sin duda alguna, las tejas de Joan debían estar un tanto desordenadas. Era la única explicación plausible para lo que estaba oyendo.
—Está bien —dijo Sindy, luchando por mantener la risa bajo control, aunque no era tarea fácil.
—Quiero que la lleves al parque, porque yo quedé exhausta con la clase de Kevin —prosiguió Joan.
—¿Llevar al parque a ese perro? —Sindy preguntó, una mezcla de asombro y pánico reflejada en su rostro.
Joan la corrigió con firmeza.
—Niña, no es un perro, es una perrita. Odia que la llamen perro, y sí, la llevarás al parque.
Sindy rodó los ojos, resignada.
—¿Dónde queda ese maldito parque? —suspiró.
Joan la miró con una expresión suspicaz.
—A la vuelta de la esquina —respondió, como si fuera la cosa más sencilla del mundo.
Sindy, con una pizca de sarcasmo, preguntó:
—¿Y no sería mejor que la “bella” Coco hiciera sus cositas en el jardín?
Joan negó con vehemencia.
—No, a ella le encanta el parque. No regreses hasta que la bebé suelte todo. Trátala con cariño —añadió, entregándole un mini paraguas rosado—. Esto es para que no la expongas al sol, no vaya a ser que termine con una jaqueca.
Sindy resopló indignada, cuando Joan ya se había retirado.
Sindy resopló indignada una vez que Joan se retiró. Tomó al perro, que andaba como si de verdad se creyera de mejor familia, y se encaminaron hacia el dichoso parque. El chucho, con nombre de marca, se tomó su tiempo, alrededor de dos horas, en hacer sus necesidades, mientras ella se tostaba bajo un sol inclemente. Su Alteza Real estaba bajo su ridículo paraguas rosado. Rogó una y mil veces que nadie la reconociera, especialmente los de la prensa, porque sabía que pasarían años antes de que se olvidaran de su desgracia.
Una vez terminado su primer día de trabajo, regresó a casa. El dinero se le estaba agotando, y no podía permitirse seguir gastando en tonterías. Necesitaba ahorrar para sus traslados en taxi al trabajo, ya que no se atrevía a caminar a pesar de la corta distancia; le aterraba hacerlo.
Cuando llegó al departamento, el dictador ya se encontraba allí. Aunque aún lucía la ropa de trabajo, se había despojado de la chaqueta y la corbata, y las mangas de la camisa estaban dobladas con desenfado. Su cabello, un tanto alborotado, se veía irresistiblemente atractivo.
Ella permaneció observándolo, aprovechando que Jeff estaba momentáneamente distraído. En ese instante, sintió algo peculiar revoloteando en su interior, una sensación que solo había experimentado una vez, años atrás.
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