Capítulo 7

Practicar actividad física es una inversión valiosa en tu bienestar y tiene un impacto rejuvenecedor en tu salud. No importa en qué etapa de la vida te encuentres, el momento ideal para comenzar es ahora mismo.

Después de darle vueltas durante un buen rato, Sindy no tuvo más opción que llamar a su ángel de la guarda.

—Hola Irene.

—Hola, cariño. Me alegra que hayas llamado. ¿Cómo has estado?

—No tan bien como esperaba. —Su voz estaba cargada de tristeza.

—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?

—Ha ocurrido que Jeff está saliendo con Janet, nada más y nada menos. Esa mujer me odia, y no puedo decir que yo sienta algo diferente... Tuvimos una fuerte discusión, y él me dio un ultimátum. Si no consigo un trabajo el lunes y no me uno a un grupo de apoyo, me echará... Necesito tu ayuda.

Irene intentó calmarla.

—Tranquila, cariño. Yo te ayudaré. Pero prométeme, Sindy, que no te interpondrás entre ellos. No quiero arrepentirme de haberte dejado allí.

—No fue mi culpa, créeme. Sí, es cierto que los interrumpí cuando estaban... bueno, ya sabes. Pero ella fue la que me insultó, y por supuesto, me defendí. No voy a dejar que me pisoteen porque no tengo el pasado de una monja.

Irene soltó una risa.

—Prométeme que no te interpondrás —insistió.

—Te lo prometo —dijo mientras cruzaba los dedos detrás de su espalda—. Pero, por favor, ayúdame. Nunca pensé que diría esto otra vez, pero necesito trabajar.

La palabra “trabajo” le producía una especie de urticaria a la rubia, pero no le quedaba otra opción.

—Tranquila, cariño —dijo Irene con calma—. Me pondré en contacto con mis amistades, y el lunes comenzarás a trabajar, estoy segura de ello, como que me llamo Irene Thompson.

—¡Qué alivio! —exclamó Sindy, emocionada—. ¿Y el grupo de apoyo? El “nazi” ha ordenado eso también... ¿Conoces alguno que quede cerca de aquí?

Irene soltó una risilla.

—Me imagino que el “nazi” del que hablas es Jeff.

—. Sí, el mismo. Debes haberlo visto cuando entró en mi habitación, sin tocar, y me exigió todas esas cosas. Cuando se fue, cerró la puerta con tanta fuerza que estoy segura de que la sacó de su sitio.

—Es extraño porque nunca lo he visto comportarse de esa manera. Seguro que ustedes dos agotaron su paciencia... En fin, ya estaba trabajando en tu incorporación a un grupo de apoyo.

—Oh Dios mío, eso es grandioso. No sabes el peso que me quitas de encima. El “führer” se va a quedar con las ganas de fusilarme —dijo riéndose, imaginando la cara de cabreo monumental de Jeff.

Esa mañana de lunes se levantó temprano, a regañadientes. Esperó a que él se fuera antes de salir de su habitación. Su compañero de piso había vuelto en la madrugada, después de pasar todo el fin de semana fuera. Esto la había privado de un sueño reparador, ya que le aterraba estar sola. A pesar de que él no era precisamente la mejor compañía, le proporcionaba cierta sensación de seguridad, sabiendo que estaba en la habitación de al lado. En Nueva York, cuando se encontraba en una situación similar, solía salir, rodearse de personas o buscar consuelo en la compañía de algún hombre. Pero ahora, esa no era una opción disponible. Por lo tanto, solo pudo conciliar el sueño cuando lo sintió regresar.

Sindy se adentró en el baño y se sumió en una ducha tranquila. Al salir, eligió vestir unos jeans y una camiseta sencilla, un atuendo que no reflejaba su estilo característico, pero que buscaba mantenerla en un perfil bajo. Mientras se miraba en el espejo, contempló unos ojos que parecían más azules, y notó que las ojeras que solían acompañarla de forma casi constante habían comenzado a desvanecerse poco a poco. Una sonrisa iluminó su rostro, un atisbo de algo positivo después de una racha tan negativa.

Su cabello había crecido; solía caer por sus hombros, pero ahora llegaba a la mitad de su espalda y lucía más saludable y brillante. Dejar atrás las drogas y el alcohol estaba teniendo un impacto visible y positivo en su apariencia. Sus mejillas, estaba más llenas, quizás había ganado algo de peso, pero no tenía la menor intención de subirse a una báscula. Odiaba ese objeto que parecía haber surgido de las profundidades del infierno para atormentar a las mujeres. Por fin, se había liberado de la influencia de personas como Francia Donelli, quienes habían intentado controlar su vida con dietas y conteos obsesivos de calorías.

Con una mano segura, aplicó maquillaje de manera sutil, relegando lo llamativo a un segundo plano por el momento.

Irene pasó a recogerla y, al verla, Sindy se dio cuenta de cuánto la había extrañado. Cuando Irene la abrazó, Sindy sintió una oleada de emociones, una especie de nudo en la garganta que amenazaba con desatar lágrimas. Sin embargo, no se detuvo a pensar en ello; simplemente correspondió al abrazo y se dejó llevar por la calidez de ese gesto, disfrutando de cada segundo.

La mujer la dejó frente a la casa donde desempeñaría su nuevo trabajo, cuidando a una anciana necesitada. Aunque Sindy había suplicado que le encontrara cualquier otro empleo, preferiblemente en una tienda de ropa, en un local de calzado o incluso en una cadena de comida rápida, Irene insistió en que esa era la única opción disponible en ese momento. Sindy se sintió abrumada por la idea de cuidar a personas tan vulnerables, tanto ancianos como niños, especialmente en su situación… ¡Por el amor de Dios! ella era una drogadicta en rehabilitación, era una locura poner a seres tan vulnerables a su cuidado, pero Irene insistió que ese era el único trabajo disponible por el momento y, ante el ultimátum de Jeff, no podía darse el lujo de rechazar el único empleo que se le presentaba.

Una vez que su ángel de la guarda la dejó en la puerta de una encantadora casa, decorada con un precioso jardín, Sindy procedió a tocar el timbre. La imagen de la anciana vulnerable y apacible que había imaginado, de su nueva empleadora, estaba muy lejos de lo que encontró.

Joan Mitchel, su jefa resultó ser una mujer de unos setenta, ochenta o incluso noventa años, aunque Sindy no se atrevió a preguntar su edad exacta. La dama de cabellos blancos teñidos de un rojo intenso, lucía un maquillaje llamativo y un labial rojo brillante que parecía pintar todo excepto sus labios. A pesar de su edad, poseía unos ojos vivaces que destellaban con energía. Vestía un top y unos pantalones cortos de licra que no dejaban mucho a la imaginación.

Sindy apretó los labios con firmeza, luchando por contener la risa ante la inesperada apariencia de su nueva jefa.

— Así que tú eres Sindy Brown — dijo Joan, escudriñándola con la mirada.

—La misma — respondió Sindy con una leve sonrisa, aunque se sentía un poco nerviosa.

—Me imagino que Irene te ha explicado en qué consiste el empleo.

—Sí, me dijo que sería su... ¿acompañante?

Joan asintió.

—Vivo muy sola aquí, solo mi bebé y yo. Todos necesitamos a alguien con quien hablar, y aunque soy una mujer bastante joven, de vez en cuando requiero un poco de ayuda.

—Entiendo.

—Más tarde hablaremos de todo lo demás. Por ahora, ve a cambiarte.

—¿A cambiarme? — preguntó Sindy, sorprendida.

—Sí, mis amigas están por llegar, al igual que mi instructor de aeróbicos. Quiero que me acompañes en una sesión de ejercicios, que, por cierto, no le hace daño a nadie.

—Pero no tengo ropa de ejercicio.

—No te preocupes. Sabiendo que vendrías, te he conseguido algo. Espero que te guste. Lo he dejado en la habitación de invitados.

La mujer le indicó dónde estaba la mencionada habitación. Sindy se cambió de ropa, y la idea de hacer ejercicio le pareció fantástica, al igual que el conjunto deportivo que la traviesa anciana había seleccionado para ella.

Las amigas de Joan compartían su misma edad, y cuando todas llegaron a ese lugar, parecía más una reunión de un geriátrico que una tarde común en una casa. Sin embargo, estas mujeres de edad avanzada estaban llenas de energía y locura, especialmente cuando finalmente llegó el tan esperado instructor de aeróbicos. Incluso una persona bendecida con santidad podría haberse sentido abrumada por el impacto de semejante hombre. Kevin era un auténtico Adonis, con músculos perfectamente definidos, una estatura impresionante, cabello negro azabache y unos hermosos ojos marrones. Su nariz estaba perfectamente perfilada, y su boca parecía haber sido diseñada para ser saboreada durante horas. Y luego estaba ese culo... ese culo era una obra de arte.

Las siete mujeres, sin excepción, quedaron literalmente babeando cuando el dios griego llamado Kevin apareció vestido solo con una tanga que les regaló una sonrisa deslumbrante, mostrando sus dientes perfectamente blancos. Luego procedió a saludar a cada una de ellas con una voz que podría hacer que cualquiera se derritiera. Cuando finalmente llegó su turno de presentarse, Sindy se encontró por primera vez en mucho tiempo sin palabras. Solo logró balbucear su nombre y esbozar una sonrisa tonta, mientras Kevin le devolvía el gesto y le guiñaba un ojo. Sus hormonas, que habían estado sin acción durante unos cuantos meses, ahora estaban en modo de alerta máxima, gritando en su interior. <<sexo, sexo queremos sexo>>.

Sindy temía que alguna de las jovencitas sufriera un patatus ante las intensas emociones que Kevin provocaba con su atrevimiento. Con la música sonando de fondo, comenzó a estirar su cuerpo de manera sin igual, y su escultural culo subía y bajaba con una gracia que dejaba a todos encantados. Sindy no podía evitar disfrutar de las vistas, al igual que las demás mujeres, que, aunque supuestamente estaban allí para hacer ejercicio, solo podían contemplar el cuerpo caliente y sudoroso de Kevin.

Sin embargo, Kevin pronto las sacó de su ensoñación.

—Vamos chicas, muévanse.

Todas intentaron seguir sus indicaciones, pero la verdad era que era mucho mejor verlo a él.

Sin embargo, como si el universo conspirara en su contra, lo bueno no duró mucho. Las siguientes palabras de Kevin dejaron a Sindy en estado de shock durante varias horas.

—Están más distraídas que nunca, pero les advierto que no tengo mucho tiempo disponible. Hoy llega mi novio, y debo ir a recogerlo. Así que, a mover esos cuerpos, macarenas.

La revelación cayó como un balde de agua fría. El dios griego de culo perfecto era... gay.

Joan sonrió al ver la expresión de asombro en su cara.

—Todas nos sentimos así cuando nos enteramos. Pero en realidad, lo que nos importa son las vistas.

Y así murió otra oportunidad de tener un buen polvo, pensó Sindy con frustración.

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