Capítulo 6

Sindy dejó escapar un comentario a pleno pulmón que resonó en todo el apartamento: ―Y yo que pensaba que eras gay.

Jeff se separó de la mujer que estaba debajo de él de inmediato, girándose para clavar la vista en Sindy. Si las miradas tuvieran el poder de matar, la rubia ya habría sido historia.

―¿Qué hace esta mujer aquí?―, preguntó la mujer que estaba debajo de Jeff, evidentemente sorprendida.

―¡Tú!―, exclamó Sindy al ver a Janet Anderson, la amiga de Alana. ―Yo vivo aquí con él―, añadió, levantando la barbilla con altivez.

Janet clavó sus ojos en Jeff.

―¿Se puede saber qué hace esa zorra aquí y por qué no me lo habías dicho?―

Jeff se pasó la mano por el cabello.

―Te hablé de ella de cierta manera, es mi compañera de piso. ―Explicó sin apartar la mirada airada hacia Sindy.

La morena abrió la boca y la volvió a cerrar

Sindy apretaba con fuerza los labios, luchando por contener una risa burlesca ante la reacción de Janet. La rivalidad entre ambas había comenzado desde el momento en que Alana las presentó. Janet, siempre que podía, destilaba veneno contra Sindy, buscando minar la amistad entre Alana y ella. Al final, el deseo de Janet se había cumplido.

―¿Cómo se te ocurre tenerla aquí después de todo lo que le hizo a mi amiga y a su esposo?―, espetó Janet, enfatizando la última palabra con veneno en su tono.

Sindy soltó una carcajada.

―Tu amiguita fue la que me hizo daño, arrebatándome lo que era mío. Por su maldita culpa, ahora estoy aquí con tu... Por cierto, ¿qué son ustedes?

―Él es mi novio, y no permitiré que una perra como tú lo manipule con sus sucias artimañas―, espetó Janet con rabia.

―Tu novio...―, dijo la rubia soltando otra carcajada ―Será por muy poco tiempo.

―Estás cruzando la línea, Sindy.— Intervino Jeff ya bastante cabreado por la situación en la que estaba.

Sindy mantuvo su mirada desafiante, sin retroceder un ápice.

―Yo no soy la que ha cruzado la línea, es ella quien me ha llamado perra y zorra.

Janet, con ojos que parecían lanzar llamas, no se dejó amedrentar.

―Es lo que eres, no te hagas ahora la santa.

La rubia, lejos de ceder terreno, respondió con picardía mientras su mirada se posaba en Jeff.

―No soy ninguna santa, más bien soy una diabla.

La tensión en la habitación aumentaba a cada segundo, y Janet molesta con la situación, miró a su novio:

―Saca a esta mujer ahora mismo de aquí. Es una mala hierba.

Hasta ese momento, Sindy mantuvo su sonrisa, pero comenzó a cuestionarse si el juego podría salirle demasiado caro. No tenía a dónde ir si la echaban abruptamente, porque estaba segura de que no regresaría a la casa de Irene. Sin embargo, Jeff la sorprendió.

―Ella se queda―, declaró con autoridad, dejando en claro que no estaba dispuesto a negociar. ―Y no es porque me agrade la idea―, aclaró. ―Si no porque Irene me lo pidió, y pienso cumplirle.

Janet estaba al borde de la explosión, incapaz de contener su ira.

―¿Irene? ¿La madre de Alana te ha pedido que esta mujer viva aquí contigo?

―Ella es mi compañera de piso, nada más. Y solo será por un breve tiempo, ¿verdad, Sindy?

La rubia puso los ojos en blanco, aunque, contra su voluntad, asintió.

―Yo a esa no le creo nada―, soltó Janet con su voz llena de desconfianza. ―Es una mala pécora, debe estar tramando algo, ella no da puntada sin dedal. Eres una arpía venenosa, pero no vas a dañar a Jeff ni a mí. ―Le advirtió.

―Si soy una víbora bien venenosa, no lo niego―, respondió Sindy con una sonrisa cargada de ironía, ―y no dudaré en inyectar mi veneno a quien intente joderme la vida, más de la que ya la tengo.

―No sé de qué te has valido para engañar a la madre de Alana para que abogue por ti después de lo que has hecho―, continuó Janet con rabia. ―Pero muy pronto se dará cuenta de que tú no sirves. No tardaremos en verte de nuevo inflándote las venas y destrozando tu nariz con toda la cocaína que te metes, y destrozándole la vida a quien te tiende la mano, porque así eres tú de sucia.

―Tú no sabes nada de mí―, respondió fríamente, ―tratas de herirme sacando mi vida a la luz, y lo haces porque estás aterrada de que yo te quite a tu novio, como tu amiguita me lo quitó a mí. Porque, aunque soy una drogadicta malvada y siniestra, en el fondo sabes que, si quisiera, te lo quitaría.

―¡Eres una perra!―, exclamó Janet mientras se acercaba amenazadoramente a Sindy.

Jeff se interpuso rápidamente entre las dos mujeres, y clavó la mirada en su novia.

—Es mejor que te calmes — advirtió Jeff con firmeza. —Esta discusión sin sentido muere aquí. Estás actuando de una manera que desconozco.

Janet, con los ojos llenos de rabia, señaló acusadoramente a la rubia.

—Todo es su culpa. Ella saca lo peor de mí.

Jeff se esforzó por mantener la calma.

—No caigas en su juego — gruñó —. Y tú —dijo, mirando a Sindy con dureza—, no agotes mi maldita paciencia.

—Estás siendo injusto, porque fue tu novia la que comenzó con los insultos —respondió Sindy, defendiéndose. —En fin, ya esta conversación tan amena se puso aburrida. Los dejo para que sigan en su... —hizo una mueca de asco— en lo que estaban haciendo.

Con paso decidido, se encaminó hacia su habitación, cerrando la puerta tras de sí. Mientras se alejaba, pudo escuchar a Janet decir que se largaría a un hotel porque no podía estar en el mismo lugar que ella.

Después de un buen rato, Jeff entró en la habitación de Sindy sin previo aviso, su rostro reflejaba una furia contenida que, a simple vista, podría hacer saltar chispas.

Ella, despreocupada, se encontraba sentada en la cama, pintándose las uñas, sumida en sus pensamientos. Al notar la presencia de Jeff, su corazón dio un salto inesperado, un algo dentro de ella se agitó, pero decidió ignorarlo.

—El lunes te quiero, trabajando y en el grupo de apoyo —declaró Jeff, con su voz cargada de autoridad. —, porque si no, yo mismo recogeré tus cosas y te llevaré arrastrando hasta la casa de los Thompson.

Ella dejó el esmalte de uñas a un lado y lo miró con cierta insolencia, aunque una parte de ella reconocía la seriedad en sus palabras.

—Un momento — dijo, soplándose las uñas con despreocupación—. No vengas a pagar conmigo tu insatisfacción sexual… ve y date una ducha bien fría, sal a la calle, coge aire fresco.

El rostro de Keller se tensó aún más ante las palabras de Sindy. Tenía que esforzarse por no perder la compostura. Estaba teniendo deseos incontrolables de estrangular a la rubia que tenía enfrente.

—Si el lunes no has cumplido con lo que te he dicho — le advirtió Jeff, su voz resonaba como un trueno—, te pongo de patitas en la calle. Y no hablo por hablar. Si fuera tú, me pondría en acción inmediatamente y andaría con mucho cuidado.

Ella lo miró con ironía, como si hubiera descifrado un enigma.

—Ah, ya entendí tu juego… eres el abogado perfecto de día y salvaje de noche, y si no tienes sexo, te conviertes en un bruto… Está bien, haré todo lo que me estás pidiendo —respondió sarcásticamente—. Ahora, por favor, cierra la puerta, que estoy ocupada.

— Haz lo que te digo o vas a conocer que tan bruto puedo ser — dicho esto, él salió de la habitación y tiró la puerta.

En ese momento, Sindy comprendió que podría haber cruzado una línea peligrosa y que ahora tendría que enfrentar las consecuencias de su osadía.

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