Capítulo 3
“La exmodelo, caída en desgracia, se vio obligada a abandonar su lujoso apartamento en Manhattan debido a la falta de fondos. Actualmente, nuestros reporteros están siguiendo sus pasos y, de acuerdo a fuentes extraoficiales, hemos obtenido información de que se ha marchado a Boston.”
El arrendatario cumplió su palabra fielmente y, tres días después, a las seis de la mañana en punto, se presentó en la puerta con dos agentes de policía exigiendo el desalojo. A pesar de su reticencia, la rubia se vio forzada a tomar lo primero que encontró a su alcance y acomodar sus escasas pertenencias en dos impecables maletas Louis Vuitton. Muchos podrían argumentar que vendiendo esas lujosas prendas podría haber cubierto varios meses de arrendamiento, pero la exmodelo tenía una determinación férrea: antes muerta que prescindir de su estilo. Partiría hacia el único destino que no deseaba ir, pero lo haría con la cabeza en alto, ataviada con su exquisita ropa de diseñador, sus elegantes zapatos Jimmy Choo de veinte centímetros y sus dos costosas maletas a cuestas.
Irene recibió a Sindy con los brazos abiertos, en un giro irónico de la vida. Ahora se encontraba en la casa de su ex-amiga, la quita novios. Se repetía a sí misma que esta situación era temporal, un paréntesis en su vida que pronto cerraría con broche de oro cuando regresara triunfante a Manhattan. En su mente, todos aquellos que la habían humillado caerían postrados a sus pies. Esto que estaba viviendo era simplemente un revés, un pequeño obstáculo en el camino, como tantos otros que había superado con éxito.
Al llegar a esa casa que guardaba innumerables recuerdos gratos, Sindy le pidió a Irene con fervor que no le contara nada de su situación a Alana. No quería que aquellos dos traidores, después de tener sexo aburrido, porque su ex-amiga era tan emocionante como un café frío, se burlaran de ella y su infortunio. No comprendía aún qué había visto Dylan en Alana. En fin, no deseaba ser objeto de risa debido a su desgracia.
La amable mujer, que poco tenía en común con su hija, le aseguró que guardaría silencio, y sus labios permanecerían sellados como una tumba.
Irene estaba absolutamente encantada con la presencia de Sindy y no cesaba de colmarla de atenciones. Sindy, por su parte, encontraba genuino placer en esos cuidados. No obstante, la actitud del padre de Alana era diametralmente opuesta. George la observaba con una mirada de desdén, como si creyera que ella estuviera contaminada de alguna forma. En cierto sentido, su percepción podría tener fundamento. Tal vez el viejo cascarrabias era capaz de percibir que Sindy carecía de corazón y que solo se aprovechaba de las personas. Y eso era precisamente lo que estaba haciendo con la amable Irene.
La especie de refugio improvisado en el que se encontraban era temporal. Sindy sabía que debía encontrar otro lugar donde sentirse cómoda, lejos de la presión de que en cualquier momento los esposos Gallaghers pudieran aparecer de forma imprevista y descubrirla allí. No había nada en el mundo que deseara menos que encontrarse cara a cara con Alana y Dylan.
Una tranquila tarde, Sindy se hallaba sentada en la terraza de la casa, absorta en su único pasatiempo: revisar las redes sociales. Evitaba salir a cualquier lugar temiendo que alguien pudiera reconocerla, pero, sobre todo, tenía pavor de los recuerdos que acechaban en cada rincón de Boston. Temía encontrarse con la mujer que la trajo al mundo, la portadora de sus peores pesadillas, y también temía cruzarse con ese ser despreciable que marcó su infancia. Boston, para ella, era sinónimo de miedo y terror.
Desde que partió a Nueva York, no volvió a saber nada de ellos. Ignoraba si estaban vivos o muertos, y aunque la segunda opción sería un regalo del destino, sabía que la vida rara vez concede tales deseos. Era más probable que aún respiraran.
Mientras estaba sumida en estos pensamientos, la voz de Irene, que daba la bienvenida a alguien, logró captar su atención. Impulsada por la curiosidad, Sindy ingresó a la sala y se encontró con Jeff Keller, su archienemigo desde la secundaria, quien, sin darse cuenta de su presencia, estaba enfrascado en una conversación con Irene. Esta situación le brindó a Sindy la oportunidad de observarlo detenidamente.
Sindy sintió un revuelo de emociones en su interior, un remolino de recuerdos y sensaciones que intentó sofocar de inmediato. Volvió la mirada hacia donde él estaba, y a pesar de sus esfuerzos por reprimirlo, no pudo evitar reconocer, a su pesar, que Jeff lucía increíblemente apuesto.
En la secundaria, todas las chicas caían rendidas ante él. A pesar de su juventud, poseía una belleza que resultaba indiscutible, y con los años, había mejorado aún más, algo que Sindy se vio obligada a admitir a regañadientes. Jeff era alto, de complexión fuerte, con unos ojos azules deslumbrantes de mirada penetrante, como si pudiera escudriñar el interior de las personas con solo mirarlas. Su cabello rubio caía ligeramente sobre su frente, y aunque Sindy prefería a los hombres que nunca se alejaban de sus trajes Armani a medida, no podía negar que, incluso con vaqueros gastados y una camiseta negra ajustada, seguía siendo un hombre increíblemente sexy. Jeff era un mundo aparte del tipo de hombre que solía atraerla, pero no podía negar que él desprendía un magnetismo innegable.
Irene notó de inmediato la presencia de Sindy y la llamó para que saludara a Jeff. El ceño fruncido que se dibujó en el rostro del recién llegado no le pasó desapercibido.
Ella optó por ignorar su expresión, desplegando su mejor sonrisa. La faceta seductora de Sindy, la cazadora de hombres, no hizo acto de presencia esta vez, a pesar de que aquel espécimen parecía más apetitoso que una baguette recién horneada, incluso con su apariencia descuidada. Sin embargo, sabía que su juicio podía estar nublado por la abstinencia de unos cuantos días sin sexo. Un hombre como él era un incentivo tentador, pero se trataba de Jeff Keller, y no había nada que pudiera hacerla pisar esos terrenos con él.
— Hola, qué alegría verte — dijo ella con un sarcasmo palpable.
Él frunció aún más el ceño.
— Sindy — fue el escueto recibimiento—. Qué sorpresa encontrarte aquí — soltó él con la misma ironía que ella.
— Vine a tomar unas pequeñas vacaciones, todos necesitamos un descanso, ¿no crees?
— Tenía entendido que Boston era el último lugar del mundo donde tú tomarías un descanso.
— La he invitado yo — intervino Irene, dirigiendo una advertencia velada hacia Jeff —. Esta jovencita necesitaba cambiar de aires.
La rubia alzó la barbilla con un gesto de triunfo, lo que le ganó una mirada de furia ardiente del hombre que tenía frente a ella. Sindy aún recordaba con nitidez la forma despectiva en que él le había hablado la última vez que se vieron. La trató como si fuera un completo salvaje, sin mostrar el más mínimo ápice de misericordia al verla angustiada por no saber el estado de Dylan después del accidente. Las palabras que él pronunció en aquel entonces, si se atreviera a repetirlas ahora, podrían incendiar Massachusetts, porque Sindy no estaba dispuesta a permitir que ese troglodita volviera a tratarla de esa manera.
No se necesitaba ser un genio para darse cuenta de dónde estaban las lealtades de Jeff. Alana había sido su novia en la secundaria, aunque su relación terminó cuando ella ingresó a la universidad, pero al menos su ruptura había sido amigable. En cambio, la enemistad entre él y Sindy se había gestado en la secundaria y, al parecer, seguía ardiendo con la misma intensidad.
Irene y Jeff estaban inmersos en una conversación sobre temas que no despertaban el más mínimo interés en Sindy, hasta que captó algo que llamó su atención de inmediato.
— ¿Estás buscando compañero de piso? ¿Qué ha pasado con Richard? — preguntó Irene, rompiendo la monotonía del diálogo.
Jeff suspiró antes de responder. — Se fue a vivir con su novia.
— Me alegro por él.
— Yo también, pero no puedo negar que me ha dejado un problema. Apenas he empezado a trabajar y ser un abogado sin experiencia no se traduce en grandes ingresos. Hay gastos que cubrir y necesito asegurarme de que el alquiler no sea un dolor de cabeza.
— No te preocupes por eso, te echaré una mano. Hablaré con algunas de mis amigas a ver si conocen a alguien que esté buscando un compañero de piso.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Jeff, haciendo que sus hoyuelos se marcaran de manera inconfundible. Sindy sintió un cosquilleo recorriendo su cuerpo y, de inmediato, se regañó por tener debilidades de ese tipo. Sin embargo, no podía evitar reconocer, una vez más, que la sonrisa de Jeff era algo que siempre le había gustado.
— Cómo le va a Ala… —Jeff se giró para verla a ella y no continuó con su pregunta.
Sindy entrecerró los ojos.
Irene cambió de tema sutilmente y le pidió a él que la acompañara a la cocina a preparar una limonada.
Mientras quedó sola durante unos momentos, una idea comenzó a tomar forma en la mente de Sindy. Jeff necesitaba un compañero de piso, y ella, por otro lado, ansiaba salir de esa casa. A pesar de la dedicación de Irene por cuidar de ella, no se sentía cómoda. Además, la estrecha amistad que unía a la amable mujer con Jeff podría ser una oportunidad que no podía dejar pasar.
Al finalizar la visita, la rubia decidió que era el momento de poner en marcha la idea que no dejaba de rondar su mente. Irene notó que algo estaba pasando y la miró preocupada.
— ¿Qué te sucede, cariño? Tienes una expresión extraña en el rostro —preguntó Irene mientras se sentaba a su lado.
— No es nada —respondió Sindy en voz baja, esbozando una sonrisa forzada.
Sin embargo, Irene tomó las manos de Sindy entre las suyas con delicadeza y preocupación.
— No me engañas. Dime qué te sucede. Puedes confiar en mí —insistió con cariño.
Sindy suspiró.
— No sé cómo decirte esto sin que te sientas mal —comenzó, tratando de buscar las palabras adecuadas.
Si
— No me ocultes nada, sin importar lo malo que sea, yo te entenderé —le aseguró Irene con comprensión.
Sindy dudó por un momento antes de responder.
— No quiero seguir siendo una carga para ti ni para George, y sé que él no me soporta. No digo esto para crear un conflicto, yo lo comprendo. Lastimé a su hija y no puede perdonarme.
— George te aprecia más de lo que demuestra. No es muy expresivo con sus sentimientos —le dijo Irene con calma.
Sindy asintió, pero sabía que eso no era lo más importante.
— Entiendo que lo justifiques, pero lo verdaderamente importante es que quiero empezar de nuevo. Necesito un apartamento, un trabajo, valerme por mí misma —pensó en voz alta, aunque en su mente se resistía a trabajar, a menos que fuera en el mundo del modelaje—. Tengo algo de dinero para pagar un par de meses de alquiler, y eso me ayudaría a empezar mi nueva vida.
— Me entristece que quieras irte, pero si eso te ayudará a recuperarte, te apoyaré en lo que necesites, cariño. Encontraremos un buen lugar para ti —respondió Irene con cariño.
Sindy reflexionó por un momento y luego preguntó con cautela:
— Escuché que Jeff necesita un compañero de piso... y yo necesito un lugar para mudarme... ¿Tú qué crees?
Sindy había lanzado la indirecta, y ahora esperaba la respuesta de Irene.
La expresión de la mujer mostró sorpresa ante la sugerencia.
— ¿Mudarte con Jeff? No estoy segura de que sea una buena idea. — Su voz sonaba cautelosa.
— ¿Por qué lo dices? — inquirió Sindy, esperando argumentos.
Irene eligió sus palabras con cuidado.
— Porque él ya está al tanto de tu relación con Alana y conoce todos los detalles de lo que ha sucedido y está bastante receloso contigo, cariño.
Sindy asintió, entendiendo la preocupación de Irene.
— Yo también tengo mis reservas sobre él, pero esto lo veo como un asunto de negocios. No voy a perturbar su vida de ninguna manera, te lo prometo. Pasaré desapercibida, y será solo temporal, hasta que recupere mi estabilidad. Luego buscaré mi propio lugar. Además, trabajaré —añadió, con cierta reticencia en su voz—. No habrá motivos de queja de mi parte. Por favor, Irene, ayúdame. Esto hará feliz a George.
Irene la observó en silencio durante unos momentos, sopesando los pros y los contras de la situación. Finalmente, rompió el silencio.
— De acuerdo, lo intentaré. Pero desde ahora te advierto que no te hagas ilusiones.
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