Capitulo 31
El sonido de los pájaros cantando melodiosamente me hace sonreír. Era agradable el escucharlos, al igual que el sonido del agua, cayendo constantemente con un ritmo suave. Abro los ojos, y lo primero que veo, son las hojas de los árboles, moviéndose lentamente con la leve brisa que corre. Por un momento pienso en lo agradable que es despertar así, hasta que me doy cuenta de que aquello no estaba bien. Levanto la cabeza con cuidado, confundida y desorientada. La respiración pausada de Aiden me devuelve a la realidad.
Volteo a mirarlo, más tranquila al saber que esta junto a mí. Habíamos pasado la noche en el bosque, junto al lago, y me había acurrucado junto a él. No sabía si aquello era correcto, pasar la noche fuera del refugio, pero estaba tan cómoda y tan genuinamente feliz que no podía pensar en nada malo en este momento.
Apoyo nuevamente mi cabeza en su pecho, sintiendo el latido de su corazón, y lo abrazo por la cintura. Me sorprendía lo mucho que me agradaba el estar así con él, tomando en cuenta que todo contacto físico me aterraba un poco, a pesar de que estaba a salvo. Era como si Aiden fuese capaz de bajar todas mis guardias, y creo que yo también había logrado provocar eso en él, pero no estaba del todo segura.
Cierro mis ojos y me concentro el ritmo acompasado de su respiración, de su brazo derecho rodeando mi cintura, del aroma que tiene su sweater, una mezcla de tierra con hojas secas y algo más que no lograba identificar. Toma una gran bocanada de aire y resopla.
—¿Leah?—dice adormilado.
Levanto la cabeza y apoyo mi mentón en su torso. Tiene los ojos entrecerrados, pero una sonrisa torcida se dibuja en sus labios.
—Hola—susurra.
—Hola.
Me abraza por debajo de la manta, acercándome más a él. Levanto la cabeza para mirarlo mejor. Aiden había logrado transformar el bosque, aquel lugar que me aterro y donde casi morí, en una especie de paraíso, en medio de esta guerra.
—¿Tienes frio?—pregunta preocupado. Niego con la cabeza. Él sonríe.—El bosque es bonito cuando amanece.
—Ya lo creo—digo, sonriendo avergonzada.
Aiden estira un brazo y con la yema de sus dedos acaricia mi mejilla, esparciendo aquel rastro de fuego por mi rostro. Se siente tan bien estar así, alejados de todo, en esta paz aparente, solos los dos.
Aiden levanta el cuello y se inclina, rozando su nariz con la mía. Su mirada intensa me atrapa, los cables invisibles parecen forjados por metal, atrayéndome con fuerza hacia él. Sin despegar mis ojos de los suyos, sus labios rozan los míos, encendiendo aquel fuego incontrolable en mi interior. Sus labios atrapan mi boca. Cierro los ojos, disfrutando de la sensación que él me hace sentir. Es como una explosión de fuego, con las llamas recorriendo cada fibra de mi cuerpo, la felicidad entremezclándose con algo desconocido, ese algo que solo Aiden me ha hecho sentir, ese algo que pide más de Aiden, como si el estar así de juntos no fuese suficiente, como si necesitara que su piel estuviese en contacto con cada centímetro de mi cuerpo.
Nuestras lenguas se encuentran, provocándose, mientras nuestros labios se mueven a un ritmo cada vez más acelerado. Es como si el sintiera lo mismo que yo, como si exigiera más con cada beso.
Aiden se recuesta en el suelo, sin dejar de besarme. Mis manos se aferran a su sweater, arrugando la tela entre mis dedos, mientras sus manos me afirman de la cintura. Quiero más, necesito más. Aquella sensación no se disipaba, mientras más lo besaba, más se intensificaba.
Mis manos sueltan la tela, y recorren su torso, como si estuviesen buscando algo en él. No soy consciente de lo que hace mi cuerpo, es como si todo yo fuese aquel fuego incontrolable, dirigiendo a mi cuerpo a su antojo.
Sus manos recorren mi espalda frenéticamente, al igual que yo, y llegan a la parte baja de mi espalda. Se detiene allí, y parte de mí se pregunta porque se ha detenido. No soy capaz de hilar ningún pensamiento lógico. Sus manos tocan el borde de mi chaqueta, y luego se cuelan por debajo de mi polera, tocando la piel de mi espalda.
El fuego en mi interior se intensifica aún más, lleno de satisfacción. Arqueo mi espalda, pegándome más a él, algo que no parecía posible.
Aiden se separa un poco, y mi cuerpo protesta. Abro los ojos, respirando agitadamente, de manera irregular. Sus labios están algo rojos, y al igual que yo, respira entrecortadamente. Sus ojos me observan, brillando de una manera que había visto solo una vez anteriormente. Traga saliva y esboza una media sonrisa.
—Deberíamos... detenernos—susurra con voz ronca.
Frunzo el ceño, porque yo no quiero detenerme. Tomo una gran bocanada de aire, intentando calmar aquel fuego abrasador. Desvío la mirada e intento hilar algún pensamiento lógico.
—Tal vez—susurro insegura.—Tal vez deberíamos volver.
Miro a Aiden. No dice nada, se limita a asentir. Trago saliva y, contra lo que toda célula de mi cuerpo quiere, me separo de Aiden. Me siento y miro al lago, intentando analizar todo lo que he sentido. El recuerdo de la sensación que me causo cuando sus manos tocaron mi piel me hace sonrojar. Aiden se sienta junto a mí y suspira. Volteo a mirarlo, me sonríe y guiña un ojo. Noto que también esta levemente sonrojado.
Nos levantamos y le ayudo a ordenar las mantas y guardarlas en la mochila. Cuando terminamos, Aiden estira los brazos y se quita el sweater. Cierro los ojos y giro el cuello a los lados. La brisa que corre es agradable.
—Leah—me llama Aiden.
Abro los ojos y lo miro. Una sonrisa burlona se dibuja en su rostro. Se quita la camiseta, dejando ver su torso desnudo. Inmediatamente me sonrojo. ¿Qué demonios está haciendo?
—¿Qué tal un chapuzón?—pregunta.
Descolocada antes su sugerencia, abro los ojos como platos cuando se quita los calcetines y los pantalones. Aparto la mirada, mientras el suelta una risa ligera.
—¿O es que no te atreves?—pregunta, como desafiándome.
Vuelvo a mirarlo. Él camina hacia la orilla, sin dejar de mirarme, con la burla bailando en sus ojos. Se detiene justo en el borde, mojándose solo los pies. Se cruza de brazos y me observa. Lucho contra el impulso de bajar la mirada y observar su torso.
Me quito la chaqueta y la tiro al suelo. No estoy pensando con claridad, eso seguro. Me quito las zapatillas y los calcetines. Lucho contra el sweater y lo dejo caer junto al resto de mi ropa. Tomo una gran bocanada de aire antes de quitarme la polera y los pantalones, quedando en ropa interior. Me abrazo a mí misma, sintiéndome de repente cobarde. Más la sonrisa burlona de Aiden es toda la motivación que necesito para enderezarme y caminar hacia el lago.
Sin detenerme junto a él, me lanzo de lleno al agua, salpicándolo a propósito. Nado hacia lo profundo. El agua siempre me ha encantado. Salgo a la superficie y volteo a ver a Aiden, que me mira con una sonrisa incrédula, sacudiendo la cabeza. Camino hacia él, con los brazos cruzados, sintiéndome pagada de mi misma al haberme metido al agua antes que él.
Sus ojos me examinan con satisfacción. Su mirada baja hasta mi pierna, y frunce el ceño. Miro en la misma dirección que él, sin entenderlo. Entonces veo la cicatriz en mi cadera izquierda, irregular y más blanca que el resto de mi piel.
—¿Cómo te has hecho eso?—pregunta Aiden. Levanto la cabeza para mirarlo y me encojo de hombros.
—No recuerdo muchas de las heridas que me hice en el bosque—reconozco.
Aiden se acerca y coge mi mano izquierda, acariciándola. Da vuelta mi mano y deja ver la cicatriz que tengo en el antebrazo. Sus dedos acarician la cicatriz con delicadeza, y la mira fijamente.
—¿Se ve mal?—pregunto, recordando la reacción de Joy y Agnes al notar las cicatrices. Aiden levanta la cabeza y sonríe.
—No—niega con la cabeza.—Te ves hermosa, Leah.
Me sonrojo. De improviso, se separa y me lanza un poco de agua. Abro la boca, mirándolo con incredulidad, mientras él sonríe juguetonamente. Vuelve a lanzarme agua. Me agacho y comienza a lanzarle de vuelta. Intenta arrancarse y voltea. Me lanzo sobre su espalda, haciendo que se estremezca y exclame, quejándose por el frio. Comienza a correr, adentrándose al lago. Intento soltarme, pero me agarra de las piernas. Cuando el agua le llega a las caderas, se hunde, dejándonos bajo el agua.
Suelta mis piernas y nado hacia arriba. Lo busco, pero no aparece. Nado hacia adelante, y de improviso, sus brazos rodean mi cintura y vuelve a hundirme. Suelto una risita, botando casi todo el aire de mis pulmones. Vuelvo a salir a la superficie. Aiden me mira sonriente, con el cabello mojado cubriéndole la frente. Me acerco a él y apoyo mis manos en sus hombros, intentando hundirlo.
Lentamente se hunde, con sus ojos fijos en los míos. Las yemas de sus dedos rozan mi cintura, haciendo que se erice mi piel. Aquellos cables invisibles aparecen. Cada vez se hunde más, su mentón queda bajo el agua, luego sus labios, dejando su nariz justo por sobre al agua.
Dejo de empujarlo y lo observo. Sus manos se posan en mi cintura, haciéndome tiritar. Siento como el fuego en mi interior se remueve, ansioso por quemarme con sus llamas. Mi cuerpo ya no responde a mis órdenes, actúa bajo su propia voluntad, o más bien a la voluntad de los más profundos deseos de mi cabeza, esos que seguían por aquel fuego abrasador. Me inclino hacia él, hundiéndome un poco. Aiden acorta el resto de distancia que nos separa, estirando el cuello y capturando mi boca en un segundo.
Cierro los ojos, subo mis manos hasta su nuca, hundiendo mis dedos en su cabello. Sus labios se sienten fríos, pero aun así, el fuego se aviva y comienza a expandirse. La sensación que me causaba el roce de su piel contra la mía bajo el agua era extrañamente agradable. Mi boca se movía al ritmo de la suya, y pronto deje de sentirlos fríos. Me detengo, intentando regular mi errática respiración, miro a Aiden. Por un momento, desee quedarme en aquel instante para siempre. Los dos, alejados de la guerra, de todos los problemas de la república, de todo lo malo que nos rodeaba. Pero le momento fue interrumpido por una bandada de pájaros que cruzo el cielo, obligándonos a apartar la mirada.
El sol ya estaba en lo alto, y me atrevía a adivinar que eran alrededor de las diez de la mañana. Aunque hoy no teníamos actividades, había quedado con Brent de volver a entrenar con las armas.
—Tenemos que volver, sino se preocuparan—dice Aiden en voz bajo. Vuelvo a mirarlo, sus ojos me miran con intensidad. Asiento en silencio.
Nadamos hasta la orilla. Me estrujo el cabello empapado, con la esperanza de que no se moje tanto mi ropa. Aiden se acerca a su mochila y se coloca los pantalones. Observo su espalda, y noto dos cicatrices en el costado derecho, sobre la escapula. Frunzo el ceño. Me acerco lentamente. Coloco mi mano sobre su espalda, él se endereza y se queda quieto. Las cicatrices son pequeños círculos, de no más de dos centímetros de diámetro, de borde irregular. Subo mi mano por su espalda y acaricio las cicatrices.
—Fue cuando escape—susurra.—También me dispararon.
Me quedo en silencio, acariciándolas, como si aquello pudiese borrar los malos recuerdos que tiene, aunque sé que es imposible.
—Yo mismo me saque los proyectiles, por eso quedo así.
Toco el borde irregular de la cicatriz de más arriba, imaginándome como habrá sido para él el sobrevivir y quitarse el mismo los proyectiles, habiendo perdido todo en una noche. Aiden se voltea, dejo caer mi mano y lo observo, temerosa de que tal vez le haya desagradado mi curiosidad. Me observa con una expresión que no logro descifrar. Sonríe de lado, y con su mano acaricia mi mejilla.
—Te va a dar frio. Vamos a ver si alcanzamos a comer algo en el casino—sugiere. Esbozo una pequeña sonrisa y asiento.
Me coloco rápidamente mi ropa y comenzamos a caminar de vuelta al refugio. Aunque ya es de día, el bosque sigue siendo bastante oscuro y húmedo. Aiden me guía por el camino de vuelta, al igual que por la noche. Busco si algo se me hace conocido, o noto alguna señalética, pero no hay nada. Simplemente se lo sabe de memoria.
Cuando diviso la gran cúpula metálica del vestíbulo suspiro aliviada. No lo iba a dimitir, pero estaba congelada, y mi estómago rugía, exigiendo su desayuno. Subimos las escaleras para llegar a la terraza, donde unos pocos estaban allí, con una taza entre sus manos, preocupados de sus propios asuntos. Ninguno reparo en nuestra presencia ni n nuestro aspecto.
Al entrar al vestíbulo, suspire aliviada, comenzando a entrar en calor. Aiden rio por lo bajo, al parecer no habían pasado desapercibido mis escalofríos. Subimos al ascensor y esperamos a llegar a nuestro piso. Estaba ligeramente preocupada, ya que no estaba del todo segura que estaba permitido pasar la noche fuera, y tenía miedo de toparme con Val.
Aquellas preocupaciones se disiparon cuando llegamos a mi piso, donde se suplieron por otras. Mis amigos estaban en la sala de estar, sentados, conversando y desayunando. Sentí como inmediatamente mis mejillas se ruborizaron. Apreté con más fuerza la mano de Aiden, quien volteo a mirarme, arqueando una ceja.
—¿Qué pasa?—pregunta.
—Nada—miento.
Continuamos avanzando, observo como algunos me miran de reojo. Aidan se detiene frente a mi habitación, coloca un mechón de mi cabello mojado tras mi oreja y me da una sonrisa ladeada.
—Te veo en un rato—susurra.
Me observa dudoso, y luego, se inclina para depositar un corto beso en mis labios. Se marcha en dirección a su habitación, y yo me quedo mirando cómo se aleja. Me era irreal todo aquello, todas estas muestras de cariño, todas esas emociones que se entremezclaban en mi interior, aturdiéndome. Me sobresalto cuando una mano se posa en mi hombro. Joy me sonríe amablemente.
—Lo siento—se disculpa. Sacudo la cabeza.
—Descuida—susurro, volteando a ver por el pasillo, pero Aiden ya ha desaparecido.
—¿Está todo bien?—pregunta.—Me he asustado cuando por la mañana no respondías a la puerta, pero veo que lo estabas pasando bien.
La sonrisa que me entrega me hace sonrojar, no se describirla, es como cómplice, pero también ¿insinuante? Desvío la mirada y observo a mis amigos ocupados en sus propios asuntos.
—¿Necesitas ayuda con el cabello?—pregunta Joy. Vuelvo a mirarla y asiento.
—Si, por favor.
Entramos, y tras elegir mi ropa, me doy una rápida ducha y me cambio. Me siento en la silla del escritorio, Joy peina mi cabello con calma. Quiero preguntarle algo, pero me da vergüenza hacerlo. Muerdo mi labio, sopesando en la posibilidad, cuando Joy interrumpe mis pensamientos.
—¿Estuviste toda la noche fuera?—pregunta. Ella continúa peinándome.
—Si—musito. Volteo a verla.—¿Eso es malo?
—No—dice sonriendo.—Nadie se va a molestar porque no estés en el refugio siempre, Leah. Somos libres aquí.
Me mantengo en silencio mientras ella me arregla el cabello para colocar el secador. Miro mis manos, mientras juego con mis dedos. Me muerdo la lengua para no preguntarle lo que he sentido en el bosque, aquel fuego abrasador que me invadía cada vez que lo besaba.
—¿Fueron al bosque?—pregunta. Se apoya en mi escritorio y me mira, dejando el secador en mi cabeza.
—Al lago—respondo, mirándola de reojo. Ella sonríe.
—Te gusta mucho ¿no es así?—pregunta. La miro en silencio unos segundos, sintiéndome nerviosa por confesar mis sentimientos.
—Si—admito.
Nos quedamos en silencio. Joy vuelve su mirada a la nada, mientras yo me debato por hablar o no.
—Joy—le llamo insegura. Ella voltea a mirarme.—¿Puedes explicarme algo?
—Claro—replica ella. Me muerdo el labio, intentando encontrar las palabras para expresarme.
—Cuando... cuando beso a Aiden—me callo y miro mis manos. No sé cómo decir lo siguiente.—¿Has sentido fuego cuando besas a Reed?
Levanto la cabeza temerosa. Los ojos de Joy me miran atenta-
—Te refieres a querer mas ¿eso?—pregunta ella. Asiento con la cabeza. Joy se sonroja ligeramente y aparta la mirada.—Eso es deseo.
—¿Deseo?—pregunto. Joy me mira y abre la boca, pero la cierra inmediatamente y resopla.
—Es como... querer más que un beso, necesitar más que eso—explica.—Deseo sexual.
Frunzo el ceño. No me sentía absolutamente preparada ni deseosa de aquello, no con Aiden ni con nadie, en realidad. Siempre había tenido miedo de las meeting, no tenía ningún sentido que quisiera aquello.
—Yo no... no quiero a Aiden de esa forma—aclaro. Joy sonríe.
—No creo que seas consiente de ella, Leah, ni que lo puedas controlar. Dime ¿Por qué te besaste con Aiden? ¿Lo analizaste, o simplemente lo sentiste?—pregunta.
Me quedo en silencio, pensando en su pregunta. Claro que analice lo que sentía por Aiden, pero ahí está el punto. Simplemente lo sentí, como lo que siento por él, como aquel fuego.
—¿Entonces nosotros no controlamos lo que sentimos?—pregunto. Joy se encoge de hombros.
—Yo creo que podemos con algunas cosas, pero hay muchas otras que simplemente no son posibles de controlar—replica.
El pitido del secador interrumpe nuestra conversación. Joy se levanta y se acerca a mi cabello, mientras yo me quedo ensimismada en sus palabras. ¿Qué sentido tenia sentir si no podíamos controlar? Aquello parecía frustrante.
Pero entonces entendí por completo el sistema que mantenía la república. Controlaban lo que sentíamos. Los sentimientos y las emociones son como explosiones azarosas, y si lograban que todos sintiéramos lo mismo, era fácil controlarnos. Dirigían nuestras vidas y manipulaban las emociones, para no dar cabida al azar, para no dar cabida a un descontrol.
El golpeteo en mi puerta me saca de mis cavilaciones. Joy pasa su mano por mi cabello, acomodándolo detrás de mis hombros. Luego se acerca a la puerta y la abre. Aiden la saluda y luego se fija en mí.
Joy tenía mucha razón. No podía controlar lo que sentía, tal como no podía controlar el cómo se aceleraba mi corazón al verlo, o como sudaban mis manos. Aiden me tiende su mano. Me despido de Joy y caminamos por el pasillo hacia el ascensor. Subimos hasta el vestíbulo. Aiden saluda a unos pocos mientras nos encaminamos al casino.
El olor a pan recién horneado y café inunda mis fosas nasales en el momento que entramos a este. Nos acercamos al mesón y sacamos unos platos. Saco un muffin, un par de tostadas con mermelada y una taza de chocolate caliente. El casino tiene varias mesas vacías, creo que somos uno de los últimos en llegar. Nos sentamos en una esquina, el uno frente al otro, y comemos en silencio, saboreando del apetitoso desayuno.
—He hablado con Val antes de ir a buscarte—dice de pronto. Lo miro atenta.
—¿Sobre qué?—pregunto, aunque ya puedo imaginármelo.
—Tu madre—replica. Trago saliva, era lo que suponía. Vuelvo mi vista al plato.—Vamos a intentar rescatarla.
No levanto la cabeza. Me quedo quieta, con un mar de emociones inundándome. Aiden estira su mano hasta rozar con sus dedos la mía. Levanto la cabeza y lo miro, embargada de tantas emociones que no soy capaz de emitir sonido.
—Vamos a salvar a tu madre, Leah.
Respiro hondo y sonrío. Mi labio inferior tirita. Aiden coge mi mano y la acerca a sus labios, depositando un beso en mis nudillos. Tenía miedo de que me ilusionara y luego no pudiésemos salvarla, pero Aiden sonaba tan seguro, que sabía que haría todo por lograrlo.
Terminamos de comer, dejamos nuestras bandejas y nos acercamos a la terraza. La brisa que corre es fría, y Aiden se acerca a abrazarme. No me molestaba en absoluto estar todo el día con él, al contrario, era agradable estar así, sin importarme que nos vieran los demás.
—¿Tienes miedo?—pregunta de pronto. Niego con la cabeza.
—No—susurro. Frunzo el ceño, sopesándolo.—Bueno, un poco, pero no lo que tú crees.
—¿Y qué es lo que yo creo?—pregunta. Volteo a mirarlo.
—No tengo miedo por mí. Tengo miedo por ti—confieso. Sus ojos me estudian con detenimiento.
—Voy a estar junto a ti todo el tiempo—replica. Sacudo la cabeza.
—Preferiría que estuvieses a salvo.
—Pero tengo que ir. Tenemos que ir—recalca él.—Porque no todos están a salvo.
—Lo sé—afirmo. Pienso en las hermanas de Olive, en Alice. Cuanto me gustaría que ellas se sintiesen como yo en este momento: libre.
Aiden sonríe y me estrecha entre sus brazos. Apoyo mis manos en su pecho y hundo mi rostro en su cuello, cerrando los ojos. No se cuánto tiempo nos quedamos así. Levanto mi cabeza y Aiden me observa.
—¿Puedo pedirte algo?—pregunto en voz baja.
—Lo que quieras—responde él.
—¿Podemos practicar con las armas?—me muerdo el labio. El me mira un largo rato en silencio, sé que quiere decirme que no.—Yo... me siento insegura después de lo que paso la otra vez.
Aiden hace una mueca. No era mentira. Por mucho que entrene con Brent, el rostro de aquel controlador se venía a mi cabeza cada vez que disparaba.
—Está bien—accede finalmente. Sonrío agradecida.
Nos dirigimos al campo de entrenamiento. Entramos al pequeño bunker, Aiden me entrega un arma diferente de la vez pasada, lo que me hace sospechar que esta vez iremos con otra indumentaria. Aiden coloca la primera diana. Apunto sin ningún problema y disparo, y es ese momento, el segundo después de disparar, que comienzan a temblarme las piernas y las imágenes de aquel momento se repiten una y otra vez en mi cabeza, como si ocurrieran en cámara lenta. Respiro entrecortado, Aiden me agarra del hombro y me obliga a voltear a mirarlo.
—Leah, estas bien, tranquila—me repite una y otra vez.
—No quiero matar a nadie más, Aiden—digo, intentando controlar mi respiración.
—No lo hacemos porque queramos—replica.—Lo hacemos porque no tenemos otra opción.
—¿De verdad crees que no hay otra opción?—pregunto.
—A veces es una cosa de milisegundos lo que determina si alguien muere o vive—responde.
Agacho la cabeza y suspiro. Cojo el arma y vuelvo a apuntar a la diana. Las manos continúan temblándome, pero medida que continuo, estos temblores disminuyen. Cada vez, Aiden aumenta la dificultad de las dianas, y logro disparar a todas, aunque no siempre a la primera.
Cuando llega la hora de almuerzo nos detenemos y nos quedamos un momento sentados en una banca. Mi frente está algo sudorosa. Aiden me entrega una botella de agua y bebo a grandes sorbos.
—Estarás con el grupo de Duncan—me informa. Frunzo el ceño y dejo la botella a un lado.
—¿Por qué no contigo?—pregunto.
—Porque yo soy del grupo de avanzada—explica.
De pronto, aquel temor que tenia de que algo le pasara se multiplica por diez. Eso significaba que estaría más expuesto, que estaría literalmente en la primera línea, mientras que yo solo estaría para asegurar el perímetro o algo por el estilo, lo que podía ser peligroso, pero nada en comparación a lo suyo.
—¿Por qué tú?—pregunto, intentando mantener el miedo a raya.
—Porque soy bueno—replica, con una sonrisa de suficiencia.
—Yo también soy buena—argumento. Aiden niega con la cabeza.
—Estas en camino a convertirte en alguien muy bueno, pero aun te falta experiencia, Leah.
—¿Qué mejor experiencia que esa?—pregunto. Su semblante cambia a una expresión serie.
—No de esa forma—dice, con voz autoritaria.—Tú y Caden estarán en el flanco este, serán los encargados de primeros auxilios, y créeme que los necesitaremos.
—Pero tú estarás en peligro.
—¿Y crees que tu no? Serás el primer blanco que querrán atacar, además de que no podrás defenderte mientras atiendes heridos—argumenta él.
—Pero yo quiero pelear. Quiero rescatar a mi madre—replico. Aiden suspira.
—Si de verdad quieres ayudarla, te quedaras en tu lugar y harás lo que se te ordene. Créeme que será nuestra prioridad—dice, con tono pausado.
Aparto la mirada y miro una de las dianas, sintiéndome frustrada. Debería estar feliz de que lo harían, pero quiero verla, quiero abrazarla. La ansiedad de volver a encontrarme con ella lo antes posible me ciega del objetivo real de la misión. Ahora entiendo la preocupación de Thomas por mi presencia allí.
Aiden coge mi mano y entrelaza nuestros dedos. Levanto la cabeza para mirarlo. Se inclina hacia mí, con su intensa mirada.
—Ya verás cómo pronto iras mejorando. Serás incluso mejor que yo—susurra, con una sonrisa burlona dibujada en sus labios. Sonrío de lado, sin poder evitarlo.
—Eso no es muy difícil—musito, él se ríe por lo bajo.
—Vamos a almorzar—sugiere.
La comida en el casino es deliciosa. Nuevamente han hecho hamburguesas, lo que da la impresión de que están intentando que nuestro día sea lo más ameno posible. La gente infunde ánimos a los que vamos a la misión. Aquello hace sentir el gran peso y la responsabilidad que conlleva nuestra labor.
Observo a mis amigos comer en una de las mesas. Brent me mira y alza la mano, para que me siente con ellos. Miro a Aiden, que está delante de mí en la fila, sacando más papas fritas.
—¿Te importa si me siento con mis amigos?—le pregunto. El levanta la cabeza y sonríe.
—Por supuesto que no. Tu puedes sentarte donde quieras, Leah—replica.
Le sonrío de vuelta. Cojo una porción decente de papas y me dirijo a la mesa. La emoción y el entusiasmo es palpable en el ambiente. Es como si no pudiesen pensar en nada más que en la misión. Me siento junto a Brent y saludo a los demás.
—¿Dónde estabas? Desapareciste toda la mañana—dice Josephine al verme. Rio por lo bajo, sintiendo el rubor en mis mejillas.
—Paseando—respondo, rogando porque no se le ocurra insistir.
—¿Supiste que estaremos con Phil?—pregunta Reed.
—Leah y yo no estaremos con ustedes—le recuerda Caden.
—Oh, es cierto—dice Reed, con una mueca.
—¿Estas entusiasmada? Estarás dentro del edificio—me dice Joy.
—No como nosotros—se queja Josephine, colocando los ojos en blanco.
—Eh, vigilar el perímetro puede ser peligroso también—le anima Brent.
—¿Ustedes quieren que sea peligroso?—pregunto, arqueando una ceja. Aquello no parece un pensamiento racional. Josephine y Brent se miran.
—No...—replica Brent, dubitativo.
—Queremos que sea entretenido—argumenta Josephine.
—Y a veces lo entretenido puede ser peligroso—agrega Reed.
—¿Creen que la guerra puede ser divertida?—pregunto. Se quedan en silencio.
—Básicamente quieren más acción—me explica Caden, y luego les da una mirada severa.—Lo que implica que es peligroso y deberían estar agradecidos de que no están en una posición tan arriesgada.
—Claro, claro—afirman al unísono.
—¿Sabes en que flanco estaremos?—me pregunta Caden.
—El flanco este.
—No entiendo porque ustedes estarán dentro—se queja Brent.
—Porque ellos hicieron el curso de primeros auxilios—le replica Joy, como si fuese lo más obvio del mundo.
—Ah, cierto—dice Brent, con una mueca.—Tal vez debería haberlo hecho.
—Un poco tarde para arrepentirse—comenta Reed.
—¿Están nerviosos?—pregunta Joy. Me encojo de hombros.
—Un poco, aunque me siento preparado—admite Caden.
—Y espero que no necesiten de nuestra ayuda—confieso. Joy sonríe.
—Como todos—concuerda ella.
—¡Chicos!—exclama Connor, acercándose a nuestra mesa. Respira entrecortada.—Están dando mango de postre.
Automáticamente todos se levantan y corren hacia el mesón. Brent me coge del brazo y me obliga a seguirlos. No tengo idea porque el entusiasmo hasta que me siento con mi plato y pruebo el mango. El sabor es delicioso, con dejo levemente acido al final, pero que solo lo hace más sabroso.
Salgo del casino junto a mis amigos. Volteo hacia atrás, Aiden conversa con Val en una mesa, junto a Peter, Thomas, Duncan y Phil. Un estremecimiento me recorre cuando veo a Val. No sé si podría personarme a mí misma si no logramos salvar a mi madre, pero tampoco creo que pueda si arriesgo todo por hacerlo, desobedeciendo sus órdenes.
Salimos a la terraza y nos dirigimos al campo de entrenamiento. Nos recostamos en la colchoneta grande, mirando el techo, mientras jugamos "había una vez", un juego que parece inventado por Brent en ese mismo instante. Se supone que debemos contar una historia entre todos, sin errar en lo que dijo la persona anterior. El o la que se equivoque, será empapado con agua.
—¡Dijiste perro!—discute Caden, mientras nos reímos. Ha sido el primero en equivocarse.
—¡Dije pero!—se defiende Josephine.
Caden se levanta de un salto y sale corriendo en dirección a la salida. Rápidamente comenzamos a perseguirlo. No tardo en alcanzarlo y cortarle el camino. Reed lo toma del brazo mientras intenta soltarse y correr. Joy coge la manguera y comienza a lanzarle agua a Caden.
—¡Eh! ¡A mí no!—se queja Reed, cuando un chorro de agua le da de lleno en la cara.
—Por si acaso—dice Joy, traviesa.
Pronto se transforma en una guerra de agua. Me coloco junto a Joy y empapamos a todos los que se nos acercan. Reed intenta quitarnos la manguera, pero le lanzamos el agua de lleno a la cara, trastabilla y termina cayendo al suelo en su trasero. Nos reímos a carcajadas. Intenta levantarse, pero el piso es resbaloso con agua, por lo que cae nuevamente.
Caden me atrapa de la cintura y tironea, intentando hacer que suelte la manguera. Piso su pie y Joy le lanza agua a su pecho, alejándolo de nosotras.
—¡Debemos cortar el agua!—grita Josephine, intentando acercarse a la llave del agua. Mojamos el piso por el que camina, haciéndola resbalar.
—¡Ve por la derecha!—le grita Brent a Connor.
Connor sale pitando. Le rociamos la cara, haciéndolo detener, y luego volteamos para mojar a Brent por la espalda. La fuerza del chorro lo hace caer. No reímos y corremos hacia la llave, para protegerla mejor. Seguimos mojando a Brent, que intenta levantarse.
—¡Basta!—grita.
—El agua le hace bien a tu organismo—le grita Joy entre risas.
-¿Qué están haciendo?—pregunta una voz autoritaria.
Levantamos la cabeza y observamos a Ruddy, el encargado del campo de entrenamiento, que ordena y limpia. Su entrecejo fruncido y su mueca torcida dejan ver lo molesto que esta. Joy cierra la llave del agua y Ruddy entrecierra los ojos, observándonos a cada uno de nosotros.
—¡Quiero ver esto limpio y seco, como yo lo deje!—nos grita enojado.
—Si—afirmamos.
Rápidamente dejamos la manguera en su lugar y nos acercamos al cubículo de materiales donde están los traperos. Brent se resbala mientras intenta pararse, haciéndonos reír, aunque la mirada molesta de Ruddy nos calla al segundo.
Cuando terminamos de limpiar, salimos pisándonos los talones en dirección al vestíbulo, completamente empapados, aunque en menor medida, Joy y yo. Cuando llegamos a nuestro piso, me detengo de un sopetón al ver que Aiden me observa, de pies a cabeza, de brazos cruzados. Me acerco con cautela, mientras Brent y Josephine sueltan risitas.
—Hola—le saludo, desviando la mirada.
—Estás empapada—dice él. Trago saliva y suspiro.
—Un poco.
Lo miro de reojo. Una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios. Sacude la cabeza y deja caer sus brazos a los costados.
—Si mañana amaneces enferma, no te dejare ir a la misión—sentencia. Levanto el mentón y carraspeo.
—No puedes impedírmelo—le espeto. Aiden levanta una ceja y da un paso hacia mí.
—¿Eso crees?—pregunta.
—Si—afirmo, aunque mi valor se esfuma con la intensidad de su mirada.—No eres mi jefe.
—Pero soy el coordinador de esta misión—dice, sonriendo con suficiencia.
—Uno de ellos—le refuto. Aiden entrecierra los ojos y da otro paso, acercándose a mí. Parece divertido con mis argumentos.
—Ya verás—susurra.
Antes de que pueda reaccionar, se agacha, me toma de mis piernas y me eleva, apoyándome en su hombro izquierdo. Me afirmo de su espalda y comienzo a patalear.
—¡Aiden!—le grito. Observo como algunos de mis compañeros y amigos nos miran y se ríen.—¡Bájame!
Avanzamos por el pasillo. Joy se cubre la boca con la mano, como aguantando la risa, mientras Brent se afirma el abdomen, riéndose a carcajadas.
—-Te justa moléstame, Leah. Yo también puedo jugar ese juego—dice. Por su voz, noto que está sonriendo de lo lindo. Pataleo con más fuerza y refunfuño.
—¡Que me bajes!
Me deposita en el suelo, frente a su habitación, habiendo perdido de vista a todos los demás. Me cruzo de brazos mientras el, con una sonrisa burlona que no se le despega de su rostro, abre su puerta.
—Que sepas que estoy enojada—le digo, intentando parecer lo más seria posible. ¿Quién diría que algún día aquello me iba resultar tan difícil?
—¿Segura?—pregunta, mirándome con aquel semblante burlón y sarcástico.
Abre su puerta y dentro deja ver el lugar lleno de velas, con una bandeja sobre su escritorio, llena de comida. Volteo boquiabierta a mirar a Aiden, quien sonríe de oreja a oreja al ver mi expresión perpleja.
—Aiden...—susurro, sin saber muy bien que decir o cómo reaccionar.
—Me imagine que tener una tarde tranquila. Mañana no sabemos qué ocurrirá—dice, acercándose a mí.
Coloca una mano en mi mejilla y la acaricia con su pulgar. Aquello era lo más tierno que alguien había hecho por mí, y tenía la impresión de que era la primera vez que el hacía algo así. Me coloco de puntillas, y beso sus labios, tomándolo por sorpresa.
—Gracias—susurro contra sus labios.
—o—
Nota de la autora: penultimo capitulo. No se imaginan lo emocionada que me siento de haber terminado esta historia, comence a escribirla a los 17 años, y por fin esta terminando. Muchas gracias por leer y apoyarme! Se les quiere <3
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