Capitulo 29
—Aquel centro de control ha sido prácticamente impenetrable por años. Los avances que han logrado en la central para infiltrarse en los circuitos de seguridad nos han abierto una puerta para que podamos ir allí y obtener los códigos. Es un punto clave si queremos atacar la zona media—explica Val.
El gran salón está repleto de gente, todos dispuestos para las misiones, todos escuchando atentos las palabras de Val. Nos han convocado a primera hora para informarnos de la nueva situación. No sé muy bien de que se trata, pero por lo que Joy alcanzo a explicarme antes, es un gran avance para los protestantes. Aquel centro de control era uno de los más cercanos que teníamos, en P-Rock. No era difícil de concluir que, ante aquel avance, una misión grande se venía por delante.
—En cuatro días atacaremos, se dividirán en cuatro grupos. Necesitamos que todos estén dispuestos. El grupo A se quedara resguardando el refugio, las represalias de este intento se pueden dejar caer rápidamente. El grupo B estará encargado de resguardar las vías de escape. El grupo C creara una distracción del otro lado de la ciudad, mientras que el grupo D ingresara en el edificio. Allí, un grupo de elite se encargara de obtener los comandos, el resto, resguardaran la posición—dice Pete con voz autoritaria.—Debemos ser rigurosos.
—Comenzaremos con los preparativos de inmediato. La doctora Acosta, encargada de urgencias y trauma, realizara un curso de primeros auxilios a los que deseen inscribirse. Al finalizar la reunión pueden anotarse en la pantalla de afuera. Phil se encargara de los explosivos, también deberán anotarse fuera si desean participar—Val, que siempre había sido sonriente, ahora arrugaba el entrecejo, y se le notaba seria. Todas señales de que esta misión era muy importante, y también peligrosa.
—Los grupo de trabajo que hemos armado se dividirán las tareas—comienza a decir Pete, y dejo de prestarle atención.
Del otro lado de la sala esta Aiden, junto a Sunny y Thomas. Su semblante, siempre impenetrable, ahora estaba serio, como el soldado que era, pero no me pasó inadvertido el atisbo de preocupación que dejaban ver sus ojos.
Tras las últimas palabras de aliento de Pete, la reunión finaliza. Evacuamos el lugar en orden. Los comentarios de la situación no se dejan esperar. Camino junto a Joy a paso lento, esperando pacientemente poder salir.
Hacia unas semanas que se nos había ofrecido continuar nuestros estudios y realizar algunos cursos. Junto a Caden había ingresado a la rama de salud. Se nos enseñaban los conceptos básicos de atención de urgencias, por lo que me parecía lógico que ahora me fuese a inscribir al curso de primeros auxilios.
También había seguido los rigurosos entrenamientos con los demás, y ahora más que nunca, parecía necesario no interrumpirlos.
Anoto mi nombre en la pantalla y vuelvo a caminar hacia el vestíbulo, donde diviso a mis amigos charlar. Una mano se posa en mi hombro. Me detengo y volteo. Los ojos de Thomas me examinan preocupados.
—Hola Thomas—le saludo.
Desde la celebración habíamos cruzado pocas palabras, pero no porque lo evitara o él a mí, sino por la llegada de un nuevo fugitivo, que había llegado en crisis de ansiedad y shock luego de que le volaron los sesos de un compañero frente a sus ojos.
—Hola Leah—saluda él.—He visto que te has anotado para el curso de primeros auxilios.
—Sí, he estado asistiendo a las clases de salud. Creí necesario apuntarme a este, después de todo, mientras más aprenda mejor—comento. El asiente y sonríe a medias.
—¿Eso significa que iras a la misión?—pregunta. Parpadeo confundida y me encojo de hombros.
—Sí, supongo—respondo. Thomas frunce los labios.
—Sera peligroso Leah. La misión anterior era pan comida al lado de esta. ¿Estas segura que estas preparada?—pregunta Thomas, preocupado.
—Necesitan la ayuda de todos—replico. No oculto el hecho de que me resulta algo insultante la forma en que me lo dice.
—Lo sé. Pero me preocupa tu integridad—dice él.
Por supuesto que Thomas se preocupaba, él siempre había procurado que absolutamente nada malo me sucediera, cuidaba de mí y me ayudaba en todo lo que necesitaba. Suspiro y esbozo una pequeña sonrisa.
—Lo sé—replico.—Estaré bien. Lo prometo.
Estiro mi mano y cojo la suya, dándole un apretón. Aquel impulso le sorprende un poco, lo puedo ver en su rostro, pero no hace de ello algo grande. La verdad, también me sorprendía a mi soltura con el contacto físico. Aquello era consecuencia de mi beso con Aiden. Era como si después de eso, me resultara más fácil y llevadero aquello.
—No es solo la misión que me preocupa, Leah—admite Thomas. Cierra los ojos y toma una gran bocanada de aire.—No sé si sea buena idea que vayas a aquel lugar.
—¿Por qué?—pregunto sin entender. Thomas abre los ojos y me observa, como si estuviera sopesando el decírmelo o no.
—Ese lugar es donde se ha reportado que estaba tu madre la última vez, hace casi un mes—dice Thomas finalmente.
Aquello es como una mezcla entre esperanza y miedo. Mi madre, según habían averiguado, seguía viva, pero sus condiciones eran desconocidas. Bien podían estar experimentando con ella, torturándola, o dejándola podrirse en una celda.
—Sé que quieres salvarla, y sé que esta puede ser tu oportunidad. Pero no puedes olvidar que en una misión debes obedecer órdenes y hacer lo mejor para el bien común—dice Thomas. Asiento lentamente, intentando controlar aquel remolino de emociones que me invade.
—Lo sé—susurro. Thomas se acerca y se agacha un poco para hablar más bajo.
—Eres fuerte, Leah. Val sabe lo de tu madre, y estoy seguro que intentara encontrar la forma de liberar a los prisioneros del lugar. Debes ser paciente—susurra Thomas.
Sus palabras siempre reconfortantes son como un bálsamo que aplaca parcialmente mis preocupaciones. Es increíble lo mucho que me calma su voz. Thomas me abraza de improviso, y yo apoyo mi cabeza en su hombro, dejando que me consuele con su calidez. Thomas era eso, calor. Una reconfortante y tranquila luz, cálida y brillante, que aplacaba las dudas en mi interior.
Sus manos acarician delicadamente mi espalda. Levanto mi cabeza y lo miro agradecida. Una amplia sonrisa se dibuja en su rostro. Me separo de él, Thomas apoya sus manos en mis hombros y me da un apretón.
—Te veo luego, Leah—se despide él.
Le sonrío de vuelta y lo observo marcharse en dirección a los salones de clase. Suspiro. Las noticias de mi madre son una gran carga emocional, como diría Thomas. Volteo a ver a mis amigos, pero ya no están donde los había visto. Busco entra la gente que sigue conversando a la salida del salón y me encuentro con los ojos de Aiden, mirándome fijamente, apoyado contra la pared.
Camino en su dirección y me detengo a unos pasos de él. Tiene los brazos cruzados, su semblante es igual que siempre, con el ceño fruncido y ojos entrecerrados. Sin embargo, también noto que sus hombros están tensos, al igual que su mandíbula.
—¿Qué ocurre?—pregunta, con una voz que intenta ser fría, pero algo en mi capta que no lo es.
—Nada ¿Por qué?—pregunto. Sus ojos me miran con intensidad.
—Has abrazado a Thomas—responde. Levanto las cejas, sorprendida de que me haya estado viendo.
—Estaba consolándome—me limito a explicar. Aiden arquea una ceja.
—¿Consolándote? ¿Por qué?—pregunta, con un dejo de preocupación en su voz.
—Aparentemente mi madre está en aquel centro.
La expresión de Aiden cambia, relaja su entrecejo y sus ojos se tornan cálidos. Abre la boca y luego hace una mueca. No me sorprende que aquella información la manejara. Sus hombros se relajan. Endereza la espalda y acorta la distancia entre nosotros. Apoya sus manos en mis brazos y agacha un poco la cabeza para mirarme más de cerca.
—Lo lamento. He olvidado decírtelo antes—explica. Sacudo la cabeza y me encojo de hombros.
—Está bien. Solo espero que podamos sacarla de aquel lugar—comento. Suelto un suspiro y aparto la mirada al suelo.—La extraño.
—Haremos todo lo posible—susurra.
Sus manos toman mi rostro y me obligan a mirarlo. Su expresión es suave, sonríe como infundiéndome ánimos, y hago mi mayor esfuerzo por sonreírle de vuelta.
Se inclina y une nuestros labios. Cierro los ojos, disfrutando de aquel cosquilleo que se expande por mi rostro. El beso dura solo unos segundos, pero es más que suficiente para hacerme sonrojar.
Con su pulgar acaricia mis mejillas ruborizadas. Sonrío avergonzada, sin poder despegar mis ojos de los suyos.
—¿Te acompaño al casino? Debo ir a planear todo, pero puedo estar contigo unos minutos—ofrece.
—No, descuida. Iré a buscar a los demás, deben estar como locos con las teorías de Brent—Aiden suelta una carcajada.
—Te veo al almuerzo—dice. Asiento con la cabeza.
Comienzo a caminar en dirección al elevador. Cuando ya no hay nadie cerca, dejo que la preocupación me invada. No puedo dejar de pensar en mi madre. Por supuesto que quiero salvarla, pero ¿sería capaz de trasgredir las reglas para ello? Si la situación se hace insostenible, tal vez no tenga opción de salvarla. Pero no sé si pueda vivir conmigo misma si la tengo al alcance y ni siquiera intento salvarla. Suspiro. El elevador abre sus puertas y me subo. Mientras baja hasta mi piso, miles de posibilidades cruzan mi mente.
¿Cómo estará? ¿Seguirá viva? ¿La tendrán encerrada? ¿Qué pasa si ya no está allí y me ilusione por nada?
Las puertas vuelven a abrirse y bajo. Camino por el pasillo, ensimismada en mis pensamientos. Me sobresalto cuando escucho risas. El saber que nos iremos pronto a una misión peligrosa, donde posiblemente pueda estar mi madre, me ha puesto los nervios de punta (como dice Josephine). Camino despacio y observo a mis amigos en los sillones, conversando, algunos con una taza entre sus manos. Tal vez me vendría bien un café.
Me dirijo a la cocina y coloco mi taza bajo la cafetera. Escucho unos pasos a mis espaldas. Volteo a ver y me encuentro a Joy, acercándose con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Todo bien?—pregunta, al notar mi semblante. Joy es tan intuitiva como Thomas.
—No realmente—replico. Joy hace una mueca y se apoya en la encimera, mirándome fijamente.
—¿Qué ha pasado? ¿Te asusta la misión?—pregunta preocupada.
—Me preocupa, si—admito. Desvío la mirada a la cafetera.—Pero no es eso. Thomas me ha dicho que aquel lugar es donde está mi madre, aparentemente.
Miro de reojo a Joy. Su expresión es indescriptible. No logro descifrarla. Joy suspira y coloca una mano en mi hombro.
—¿Tienes miedo de que no podamos rescatarla?—pregunta. Ladeo la cabeza y frunzo el ceño.
—Sí, y no. Tengo miedo de muchas cosas.
—¿De qué?—pregunta ella. La miro y me muerdo el labio, sopesando si decírselo o no.
—¿Qué pasa si no podemos salvarla? ¿Qué pasa si han experimentado con ella hasta dejarla como un vegetal? ¿Y si está muerta? ¿Y si la trasladaron? ¿y si no me reconoce? ¿Y si está molesta por haberla abandonado? ¿Y si...?
—Espera, espera—me interrumpe Joy, levantando la mano.—Leah, tú no abandonaste a tu madre. Hiciste lo que creíste que era mejor para ella. Te enfrentaste a una situación imposible y tomaste la mejor decisión posible.
—¿Lo hice?—pregunto, sintiendo que estoy al borde de las lágrimas.—Porque siento que solo me preocupé de salvar mi pellejo. Tal vez debí haber intentado volver.
—Sabes que no es así. Tu misma me dijiste que creíste que lo mejor era simplemente desaparecer. Había una mínima posibilidad de que asi no involucraran a tu madre.
—Si hubiese vuelto tal vez no la habrían apresado, tal vez la habrían dejado tranquila—le refuto. Joy niega con la cabeza.
—Sabes perfectamente que así no funciona la república. La única diferencia habría sido que tanto a ti como a tu madre las habrían apresado—replica.
—Debería haber intentado algo. Advertirle, ayudarla a escapar—susurro, sacudiendo la cabeza. Joy me toma del brazo y me sacude con delicadeza.
—Leah, estuviste en una situación imposible. Ninguno de nosotros ha estado enfrentado a ello. Hiciste lo mejor que pudiste, y desde que llegaste, tu meta siempre ha sido una: salvar a tu madre. ¿De qué le habría ayudado si hubieses muerto a manos de esos tejones?
No digo nada. Controlo las lágrimas que amenazan con escaparse de mis ojos. Joy sonríe y se acerca con cuidado a abrazarme. Al cabo de unos segundos me separo. Las palabras de Joy me reconfortan, no lo suficiente para olvidarlo, pero si para consolarme momentáneamente.
Cojo mi taza de café y junto a ella me acerco a los demás. Me siento junto a Joy y Caden. Brent esta ensimismado hablando de las armas. De entre todos, él es el con mejor puntería. Sin embargo, yo he sido la única que en realidad ha apretado el gatillo. Aquel no es un recuerdo particularmente placentero, por lo que me aíslo un poco de la conversación.
—¿Estas bien?—pregunta Caden. Levanto la cabeza y lo miro.
—Si—afirmo, asintiendo con la cabeza.
—No te agrada hablar de armas ¿no?—pregunta. Me sorprende que se haya dado cuenta.
—En realidad no—confieso. Caden me da una media sonrisa.
—Sé que no sirve de mucho, pero creo que fuiste muy valiente—comenta.
—Gracias—sonrío.
Cuando nos dan las diez de las mañana nos dirigimos al campo de entrenamiento. Teníamos más libertad a la hora de elegir en que queríamos entrenar, y era opcional, pero dado que nos iríamos pronto de misión, prácticamente era mandatorio que todos fuésemos.
Desde la última misión no me había atrevido a tocar un arma, así que decidí que era hora de hacerlo. Brent se ofreció a ayudarme. Iniciamos con los blancos fáciles, estáticos, y luego pasamos a los móviles. Brent era tan exigente como Aiden, con la diferencia de que frecuentemente gastaba bromas.
Aiden aún no llegaba al lugar, probablemente armando el plan de ataque. Tal vez, en otra ocasión, me habría sentido nerviosa de que nuevamente fuésemos a una misión, pero ahora mi madre ocupaba todas mis preocupaciones.
A la hora de almuerzo, Aiden no se dejó ver, ni tampoco Val. Me imagino que debían estar trabajando en la misión, y no tenían tiempo ni de comer.
Cuando estábamos levantándonos de la mesa, mi comunicador sonó. Aiden me había enviado un mensaje disculpándose y diciéndome que era posible que no nos viéramos en todo el día.
Volvimos al campo de entrenamiento. Esta vez, junto a Reed, nos hicimos cargo del combate cuerpo a cuerpo de nuestros amigos. Intente enseñarle a Brent, lo mejor que pude, el cómo utilizar la fuerza del otro en su beneficio.
Apenas repare en la hora hasta que Josephine nos informa que son las tres de la tarde. Corro junto a Caden en dirección al hospital para nuestras clases de salud. Llegamos justo a tiempo. Éramos pocos en aquella clase. Allí solo conocía a Connor. Los tres nos sentábamos juntos y escuchábamos atentos las clases. Habíamos aprendido lo básico de anatomía y fisiología, y pronto comenzaríamos a la parte práctica.
Cuando la clase termino, nos dirigimos al comedor a cenar. Me sentía algo exhausta, sobretodo mentalmente. Añoraba con ansias el recostarme en mi cama y dormir. Lo único malo es que Aiden seguía ocupado, por lo que probablemente no dormiríamos juntos. Me había acostumbrado a pasar las noches junto a él.
—¿Mañana seguimos entrenando?—me pregunta Brent. Estamos sentados en el sillón de la sala, jugando cartas, o mejor dicho, ellos juegan y yo observo, ya que aún no se las reglas.
—Claro—replico, mientras observo a Reed jugar.
—Mi meta es derribar a Reed—susurra. Lo miro y sonrío.
—Te queda bastante trabajo para eso—comento, haciendo que los demás se rían.
—Tu pudiste—dice Brent, frunciendo el ceño.
—Leah es rápida, mucho más rápida que tú—le dice Reed.
—Y aunque no lo parezca, tiene más fuerza que tú—agrega Josephine.—Aprendió de Aiden, Brent. Por supuesto que su técnica es mucho mejor que la tuya.
—Pero siempre podrías pedirle su ayuda—sugiere Caden.
—Ya vemos como acaban las clases privadas con Aiden, así que no, muchas gracias—dice Brent. Los demás se ríen mientras yo me sonrojo. Joy le lanza un cojín que le llega de lleno en la cara.
—Eres un bruto—le dice ella. Brent toma el cojín y se lo lanza de vuelta, cayendo sobre las manos de Joy y revelando sus cartas.
—Gruñona—le dice él.
—Ya verás—le dice Joy entre dientes, y en un abrir y cerrar de ojos, comienzan a volar cojines y almohadas por el aire.
Me cubro con las manos mientras me rio a carcajadas. Aquel comportamiento es infantil, pero por alguna razón, me agrada. Como puedo, me arrodillo junto al sillón, cojo uno de los almohadones y golpeo a Brent en las piernas. Los demás gritan, lanzan los que pueden, incluso veo una zapatilla volar.
Intento recuperar el aliento que las risas me han quitado. La pequeña guerra de almohadas se detiene. Recostada en el suelo junto a Josephine, observamos las cartas esparcidas sobre la alfombra.
—¿De quién era el turno?—pregunta Connor bromeando, haciéndonos reír.
—Es el turno de Brent, pero de ordenar—replica Joy con voz entrecortada.
—¿Por qué yo?—reclama Brent.
—Hagamos algo—dice Josephine, sentándose en el suelo. La imito.—El último en llegar a la cocina debe ordenar.
Nos miramos los unos a los otros unos segundos. Rápidamente comenzamos a levantarnos y corremos hacia la cocina. Escucho risas y gritos de emoción a mi lado. Salto el sillón. Brent me agarra del brazo e intenta hacerme retroceder, pero doy un giro y termino empujándolo hacia atrás, cayendo sobre el sillón. Me rio y vuelvo a correr. Llego junto a Connor y observamos cómo se hacen zancadillas e intentan retrasarse los unos a los otros.
Brent es el más tramposo de todos. Cae de rodillas al suelo y agarra las piernas de Reed y Josephine, haciéndolos caer. Caden los ayuda a levantarse, Joy se devuelve rápidamente, coge un cojín y cuando Brent esta por levantarse, se lo lanza a la cara, retrasándolo.
Nos reímos a carcajadas cuando Brent llega derrotado, con el ceño fruncido y fulminándonos a todos con la mirada.
—Son los peores amigos—escupe, cruzándose de brazos.
—Lo dice el que nos hizo zancadillas—bufa Josephine.
—Se llama estrategia—se defiende Brent.
—Y perdiste igual—ríe Connor.
—Nunca dije que fuese una buena—comenta Brent. Nos reímos a carcajadas.
Volvemos a la sala y comenzamos a ordenar. Brent se encarga de recoger las cartas, que están por todas partes, mientras los demás recogemos los cojines y almohadones. Cuando ya todo está en orden, decido irme a dormir. Estaba más cansada de lo que creía.
Me coloco mi pijama, me cepillo los dientes, hago mis necesidades y me acuesto en mi cama. No me demoro ni cinco minutos en quedarme profundamente dormida.
Corro por el pasillo hasta la puerta metálica. Con cuidado, la abro y miro en su interior. Camino de puntillas. Aquella agua sale de mis ojos de manera incontrolable. Me meto entre las sabanas de la cama y observo a mi madre respirar a un ritmo acompasado, durmiendo profundamente. Temerosa, estiro mi mano y toco con mi pequeño dedo su mejilla. Abre los ojos lentamente y me mira fijamente.
—¿Qué pasa, Leah?—pregunta en voz baja.
—Imágenes... malas. Los controladores me perseguían—respondo. Mi voz se escucha como si temblara, y el agua continúa saliendo del borde de mis ojos.
—Ven aquí—dice ella. Las comisuras de sus labios se elevan y abre sus brazos.
Me acerque a ella. Me rodeó con sus brazos y luego posó sus labios en mi frente. Levante la cabeza para mirarla. Aquello era contacto físico, lo que tanto tiempo me dijo que no debía hacer.
—Eres lo más importante en mi vida, Leah—susurró.
Abro los ojos, sintiendo las lágrimas recorrer mis mejillas. Aquel recuerdo era de cuando tenía unos diez años. En ese entonces no lo sabía, pero mi madre había dicho que me amaba, tal como yo a ella.
Jamás pensé en lo mucho que alguien podía llegar a importante. No fue hasta que me vi enfrentada a sobrevivir y dejar atrás todo que me di cuenta que mi madre me importaba, que Alice me importaba, que Olive me importaba. Y no fue hasta que llegue aquí que me di cuenta de lo que aquello significaba. Les quería, les amaba. Tenía sentimientos por ellas, eso que tanto busco la republica reprimir era en realidad imposible de erradicar.
Lo que no me esperaba era que, ya aquí, pudiese llegar a importarme otras personas. Ni mucho menos esperaba la forma en que los sentimientos por Aiden surgieron. Eran como una semilla, que había echado raíces y comenzaba a crecer en mi interior. No solo me importaba, sino que confiaba en él, de una manera que nunca había experimentado. Con él me sentía segura, a salvo.
Me detengo frente a la cortina corrediza con el dibujo de águila, con la mano sobre la manija, sopesando si entro o no. Es de madrugada, y apenas veo en la penumbra. Estaba haciendo lo mismo que hice a los diez años cuando fui a buscar a mi madre después de una pesadilla, buscando consuelo en él. Tomo una gran bocanada de aire y, suavemente, doy dos golpes a la puerta.
Espero unos segundos en absoluto silencio. La puerta se abre. Aiden se rasca un ojo con la mano izquierda, su cabello esta más desordenado que lo normal, lleva una camiseta verde musgo y unos pantalones de dormir grises. Levanta sus cejas sorprendido al verme allí. Me abrazo a mí misma, sintiéndome de pronto tonta por haber ido a su habitación.
—¿Está todo bien?—pregunta preocupado. Trago saliva.
—Tuve un sueño—susurro.—Mi madre estaba allí.
Aiden me observa en silencio, esperando a que continúe. Aparto la mirada de sus ojos y fijo mi vista en el suelo.
—Ella me abrazaba y besaba mi frente—continuo. La voz se me quiebra, y siento mis ojos volver a llenarse de lágrimas, que amenazan con salir.
Aiden se acerca, toma mi rostro entre sus manos y levanta mi cabeza, obligándome a mirarlo.
—La extraño—confieso.
—Lo sé.
Me abraza con fuerza, estrechándome entre sus brazos. Apoyo mis manos y mi cabeza en su pecho y cierro los ojos. Aiden besa mi coronilla y acaricia mi espalda por lo que parece una eternidad. No me suelta hasta que me siento lo suficientemente fuerte para levantar la cabeza y mirarlo.
—Gracias—susurro.
—¿Por qué?—pregunta, arrugando el entrecejo.
—Por siempre estar aquí para mí.
Sonríe y se inclina, apoyando su frente en la mía. Mis ojos están como hipnotizados mirando los suyos, con aquellos cables invisibles. Pero hay algo diferente en todo eso. Porque aunque no estuvieran allí aquellos cables, no quisiera apartar mis ojos de él.
Aiden cierra la puerta tras nosotros. Nos acostamos en su cama y me acurruca entre sus brazos, acariciando mi espalda mientras yo apoyo mi cabeza en su hombro y observo su rostro.
—¿Qué sientes?—pregunta de pronto.
—¿No se supone que tú debes decírmelo?—musito. Aiden sonríe burlón.
—Se supone—afirma.
Se inclina y posa sus labios con delicadeza sobre los míos durante unos segundos. Se aleja y me mira. Coloca un mechón de mi cabello tras mi oreja.
—Duérmete, mañana tienes que entrenar—susurra. Frunzo el ceño ligeramente.
—Que mandón—replico. Aiden suelta una risita y sacude suavemente la cabeza.
—Siempre llevándome la contraria, Leah—sonríeél.
—o—
Nota de la autora: estamos llegando al final del libro, quedan pocos capitulos ;)
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