Programador
— ¿Recuerdas lo que hablamos? — Preguntó algo agitada agachándose para mirarme directamente a los ojos. Parecía haber estado llorando.
— Que no importa lo que ocurra no saldré de aquí mientras ellos estén en la casa. — Respondí rodando los ojos.
— Buen muchacho. — Pasó su mano por mi barbilla, acariciándola lentamente con cariño y se volteó para irse.
— Mamá... — La llamé en un susurro cuando ya había alcanzado la puerta. — ¿Prometes que esta es la última vez?
— No permitiré que vuelvan a acercarse a esta casa nunca jamás. — Masculló más para sí misma mientras su cuerpo se tensaba.
Y se fué, asegurándose, como sucedía ultimamente, de encerrarme con llave en esa mugrosa habitación.
Sabía lo que seguía ahora y rezaba porque la alarma me despertara antes de revivirlo. Pero eso no pasó. Hubo un momento de negrura y el recuerdo continuó reproduciéndose.
— ¡Ya déjenme, hijos de puta! — Gritó desesperada.
— Esa pequeña ratita que tienes allí es un hijo de puta. — Rió uno de los hombres. — Nosotros sólo hacemos nuestro trabajo.
Escuché como algo se rompía y otra voz masculina maldecir estruendosamente.
— Esto podría haber sido tan fácil, Destiny. — Volvió a hablar el primero. — Tan sólo tenías que cooperar...
— ¿Y dejar que me vendas como a una jodida vaca? ¿Que mi ex esposo y tú se hagan ricos a costa mía, sin siquiera ver un centavo para la manutención de Clet? — Jadeó mi madre. Podía imaginarmela retorciéndose y pataleando contra el musculoso cuerpo de alguno de esos sujetos que la sostenía fuertemente.— Sobre mi cadáver.
— Que así sea entonces.— Sentenció la voz que más de una vez había aparecido en mis pesadillas cuando era más joven. La voz de mi padre.
Él disparó. Lo sé. Sé que no habría permitido que nadie más la matara, que nadie más gozara con la expresión de sorpresa en su rostro, con su último aliento.
— ¡NO! — Exploté lanzandome contra la puerta que me separaba de esa escena, de ella. — ¡COBARDES! ¡MALDITOS! ¡HIJOS DE LA MIERDA!
No importaba cuan fuerte pateara o rasguñara la madera, no iba a ceder. Pero yo no iba a dejar de intentar que lo haga, sin importar cuanto me lastimara a mi mismo en el proceso.
El despertador por fin sonó, evitando que volviera a encontrarme con la expresión taciturna del oficial de policía que había llegado a buscarme ese día y con sus palabras de pésame que no quería escuchar.
Observé el techo de cemento gris del cuartucho donde me estaba quedando. Los gritos de mi madre no dejaban de atormentarme desde el interior de mi mente causando la formación de un pesado nudo de emociones en mi estómago.
Cuando todo ocurrió, me prometí que los encontraría a todos y los haría pagar. Disfrutaría del horror en la cara de mi padre mientras lo torturaba de una de las formas más retorcidas posibles: desde adentro.
Me había llevado casi ocho años, pero por fin estaba listo. Un programa que se encargaría de rastrearlo y destruirlo. Y yo podría deleitarme con su final desde la comodidad de mi silla giratoria.
Salté de la cama con la adrenalina corriendo por mis venas y me acerqué a la computadora. Tuve que esperar unos minutos a que se encendiera por completo, era un cacharro muy viejo, cuando lo hizo fui directamente a clickear sobre el icono de la flor.
<<Bienvenido, amo Clet.>>
Las letras moradas me recibieron serviciales.
<<Por favor ingrese un comando para continuar.>>
Presioné F4 y una planilla se desplegó ante mí. La llené con todos los datos que logré recolectar en mis tiempos de investigación y le di Enter.
<<Sujeto: Kennan Harris.>>
<<¿Desea iniciar la programación?>>
Jamás traté a mi teclado con tanta violencia como ese día. Un símbolo de carga rellenó la pantalla y sabía que solo restaba esperar.
Todos sus recuerdos se volvieron videos en mi monitor y él sólo un código. El sujeto 0001.
— Padre. — Gruñí en el micrófono. — Sé que puedes oirme, veo tu miedo.— Reí secamente. — Eres mio ahora. Mi pequeña muñequita, como le decías a ella, ¿o acaso no lo recuerdas? — Cuestioné socarronamente. — ¡Claro que lo recuerdas! — Solté una carcajada golpeandome en la frente. — Y si hubieras estado conmigo mientras crecía recordarías que no soy muy cuidadoso con mis juguetes. — Musité en un tono que heló mi propia sangre antes de enviar la última orden.
Lo vi convulsionar y apagarse casi instantáneamente y una satisfacción enfermiza calentó mis entrañas.
Podía acostumbrarme a esto, tener el control de todo. Jugar a ser Dios. Decidir quién vive y quién muere. Me gustaba.
Quizás debería reconsiderar la propuesta de Barney de transformar esto en un negocio...
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