9 (CORREGIDO)

Aterricé en mi cama, medio envuelta en una toalla, justo a tiempo para oír a Clet aporreando la puerta de entrada y soltar una sarta interminable de maldiciones. No tenía la energía vital suficiente para lidiar con él en ese momento, con suerte había logrado meterme debajo de las sábanas, por lo que agradecí a las fuerzas místicas del destino que hicieron que cambiara de rumbo cuando se acercó a mi cuarto. Tenía el presentimiento de que creyó que estaba dormida y que ya no planeaba molestarme durante un buen rato, por lo que mi mente se permitió hundirse en el vacío creado por el silencio y perderse en el País de los sueños, aunque este hacía ya meses se había convertido en un Reino de las pesadillas, con dos desagradables hombres trajeados como regentes.

No recuerdo lo que soñé ese día, pero sí que fue lo suficientemente poderoso como para hallarme al otro lado del colchón cuando me desperté. Mi muñeca había quedado atrapada debajo de mis costillas y dolía como si mil demonios del tamaño de una partícula de polvo estuvieran clavando sus pequeños tridentes en ella. Estaba ansiosa por encontrar una nueva posición en la que pudiera volver a dormir a gusto, cuando al girar la cabeza ví a Clet sentado en mi sillón burbuja, vigilándome fijamente mientras abrazaba un almohadón peludo, estudiandome quizá, lo que hizo que me sobresaltara dando un respingo.

—¿Cómo te sientes, mi bella Aurora? —A pesar de observarlo modular, no escuché su pregunta. La sentí retumbar en mi interior, su voz era cálida, pero espesa como el veneno.

—¿Desde cuándo te importa a tí lo que le pasa a alguien más? —repliqué fastidiada porque había arruinado mi mañana al estar tan cerca. Muchas personas quizás hubieran sentido envidia de mí y llamarían "suerte" a encontrar a alguien como él cuando abrían los ojos por primera vez, y yo misma tal vez hace unos meses hubiera pensado lo mismo, pero en ese momento no había nada que deseara más que estar sola.

—Me ofendes, querida, —Dejó el almohadón en su lugar y se llevó una mano al pecho, actuando como si una flecha se hubiera clavado en su corazón, mientras caminaba hacia la cama. A cada paso que daba en su rostro se dibujaba esa sonrisa que sólo él tenía y que yo tanto detestaba —insultas mi inteligencia al creer que la que me preocupa eres tú, es tu cuerpo el que merece mi atención, no me gusta encontrar mis cosas rotas, en especial cuando yo las cuido tan bien. —ronroneó acariciándose los labios con la lengua.

—Si la memoria no me falla, tienes un montón de otras "cosas" a las que cuidar, y no dejas de perder el tiempo aquí conmigo.

—Tengo mis prioridades. —dijo acostándose junto a mí en la cama. —Piénsalo bien, ¿con qué tomarías más medidas de seguridad? ¿unos aretes de fantasía o un anillo de diamantes?

—No me gustan las joyas. —respondí volteandome para darle la espalda y poder cubrirme aún más con las frazadas como si esos simples pedazos de tela pudieran protegerme de él.

—Eres tan linda cuando tratas de ser más lista que yo.—Se movió para colocar su cuerpo sobre el mío, atrapándome contra el colchón. A pesar de mis esfuerzos por querer evitar su mirada, sus ojos siempre encontraban los míos, absorbiéndome en un dorado camino hacia su oscuridad. —Pero ya viene siendo hora de que aprendas que no lo eres, aunque si no estás adolorida entonces podemos continuar con lo que empezamos anoche...—Añadió con una expresión divertida.

—Pues que desperdicio de inteligencia, usarla para este tipo de cosas tan horribles cuando podrías estar ayudando a la gente en su lugar. —Intenté distraerlo para que no notara que me sentía como una gatita indefensa en esa situación.

—Los chicos buenos nunca ganan, Amanda, sólo basta con observarte a tí, que perdiste esta conversación antes de que siquiera comenzara. —Bajó la cabeza a la altura de mi oído para susurrar. La piel de mi cuello ansiaba que la tocara con sus labios y se decepcionó cuando volvió a apartarse, cosa que yo agradecí, no quería averiguar lo que hubiera sucedido en esa situación. —Además, generar toneladas de dinero en un abrir y cerrar de ojos no me parece nada demasiado horrible.

—Pero hacerlo a causa del sufrimiento de otros sí lo es, crees que es fácil porque no sientes su pena. —"MI pena" completé en mi mente esperando a que él lo oyera y su corazón helado se conmoviera. Desestimó mis palabras con un vano movimiento de cabeza, como si carecieran de cualquier importancia.

—Alguien tiene que recostarse a disfrutar de los beneficios de llevar a cabo un negocio así de exitoso, ese es mi trabajo. Para llegar a la cima se necesita una escalera, y no hay mejores escalones que aquellos que son más débiles que tú.

—Creo que deberías hacer una cita con el neurólogo, parece que alguno de los procesos químicos de tu cerebro no se está realizando con propiedad, es eso o que eres la peor mierda que existe sobre la faz de la Tierra.

—Y tú una perra que ladra mucho pero no muerde. —Acercó su boca a la mía y añadió: —Aunque a mí no me molestaría que lo hagas, disfruto el juego duro. —Me besó antes de que pudiera articular una respuesta y presionó su parte baja contra la mía. —Ya que tienes energía para mover la lengua, espero que también la tengas para mover las caderas, porque no vas a dejar de hacerlo hasta que te enseñe cómo dirigirte a tus superiores y me asegure de que aprendiste la lección, ¿entendiste? —proclamó frotándose suavemente contra mí, estimulando partes que generalmente a esas horas seguían dormidas. Mis piernas lo envolvieron a modo de reflejo, complacido con lo que había logrado, Clet repitió el movimiento una vez más.

—Suéltame, animal.—mascullé entre dientes mientras me forzaba a contener un suspiro.

—Mientras más me aborrezcas, más me necesitarás, preciosa. —Odiaba cuando tenía razón, cada célula de mí gritaba su nombre y ansiaba su tacto.

Se arrodilló levantando mi espalda sin ningún esfuerzo, de forma en la que mi cabeza quedaba oculta en el hueco que dejaban su barbilla y clavícula, para apreciar la desnudez de mi parte trasera y ganar aún más ventaja de la que ya poseía. Acarició suavemente mis vértebras hasta llegar a la altura de las costillas, sin previo aviso terminó el camino que le quedaba hasta mi cuello con un zarpazo que me hizo gritar de dolor y clavar en su piel mis propias uñas. Estaba segura de que ambos le habíamos dejado una marca al otro. No sé qué reacción estaba esperando de mi parte, pero esa no era, porque me soltó instantáneamente.

—Ojalá se infecte y te mueras. —Escupí viendo cómo se cubría las heridas con la mano mientras buscaba la forma de pararse. Pequeñísimas líneas rojas arruinaban la perfección de su camisa a la altura de los hombros, había subestimado lo afiladas que estaban mis uñas. —¿No era que te gustaba lo rudo? —Lo desafié con mi estúpida valentía recién adquirida.

—La paciencia es una virtud, Amanda, al igual que la dulzura. —Desabrochó su cinturón y se lo quitó, cortando el aire a su alrededor con un golpe. Tragué saliva, debí haberme quedado callada. —Por desgracia, parece que ambos carecemos de las dos.

Azotó mis muslos con fuerza y unas lágrimas traicioneras saltaron de mis ojos. No quería llorar, no para él. Por un segundo creí que volvería a golpearme y extendí los brazos para defenderme, pero en cuanto su mirada cayó en mi enrojecida e inflamada muñeca la tensión de sus hombros se disipó y soltó la tira de cuero dejándola caer al suelo.

—¿Qué pasa? —Cuestioné sin poder ocultar lo tembloroso de mi voz.

—Ya tienes los moretones suficientes para que eso que tienes ahí pueda pasar como un accidente casero en la guardia del hospital, si sigo, y créeme que quiero hacerlo, —aclaró—harán más preguntas y tendré más trabajo.

—¿Me hiciste todo eso para poder hacer más creíbles tus mentiras? ¿Qué clase de desequilibrado mental eres?

—Uno que tiene unas tremendas ganas de verte atada al marco de la cama gimiendo su nombre. —Retomó su posición sobre mí en la cama. —Yo también tengo que sacrificarme por el bien de nuestro negocio, ¿lo ves? —No respondí, todavía me costaba procesar todo lo que había pasado, y el ardor de mi piel no ayudaba en esa tarea. —Ahora, —suspiró haciendo una pausa, su tibio aliento estrellándose en la punta de mi nariz— ¿Vas a decirme cómo te sientes o prefieres ocupar la boca con otra cosa?
















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