11 (CORREGIDO)

Las puertas del auto seguían trabadas cuando estacionamos frente a mi edificio, solo el conductor podía abrirlas, y Clet no aparentaba querer hacerlo en un futuro cercano. Ansiaba alejarme de él, estaba exhausta, todo me dolía y su presencia no hacía más que acrecentar esas horribles sensaciones. Suspiró y recostó su cabeza en el respaldo del asiento con los ojos cerrados.

—Este es un contratiempo que no tenía previsto en mis análisis —dijo después de tomarse unos segundos para tranquilizarse y volteó a mirarme—. Supuse que el programa las haría más fuertes, pero siguen manteniendo su esqueleto de cristal.

—Que considerado de tu parte preocuparte tanto —respondí sarcásticamente.

—Lo que me preocupa es tener que reorganizar todos tus horarios y encontrar quien pueda hacer los trabajos a los que deberás ausentarte, y yo que quería jugar un poco más hoy... —Acompañó lo último colocando su mano en mi pierna—. Tendrás que ser una niña buena y esperar a que papi se desocupe.

—Me vas a hacer vomitar —Lo aparté con violencia—. No vuelvas a hablarme así en la vida.

—¿O qué? —La comisura izquierda de su labio se curvó hacia arriba desafiante—. Con solo presionar un botón puedo hacer que lo disfrutes tanto o incluso más de lo que yo lo hago.

—Sería todo un acto, veo que te conformas con poco. —Algo estaba fallando en mi sentido de supervivencia y no podía detener las palabras que parecían empujarse fuera de mi boca. Su sonrisa decayó.

—Que sepas que me voy a cobrar todas y cada una de tus faltas de respeto mientras estés de "vacaciones", bonita. —Acarició mi mentón, por reflejo tragué saliva sintiendo que me ahogaba.

Sus ojos brillaban, estaba segura de que sellaría el trato con un beso, sus palabras nunca quedaban en el aire. No había forma de que pudiera esquivarlo, aún tenía puesto el cinturón de seguridad y su cuerpo era mucho más grande que el mío. Para mi suerte su celular vibró justo en ese momento, recordándole todo lo que tenía que hacer.

Se bajó gruñendo un montón de frases a las que no les podía encontrar sentido mientras trataba de centrarme nuevamente, tenerlo tan cerca causaba que mis pensamientos se volvieran más pesados y difusos. Con el tiempo aprendí a controlar los mareos, pero nunca dejé de necesitar esos minutos para volver a conectarme conmigo misma. Aguardé un tiempo en la puerta para pasar, como si estuviera esperando que alguien me diera permiso para entrar en mi propia casa, aunque la voz Clet ya se escuchaba lejana, se había encerrado en su nueva biblioteca.

Me recosté en el sillón y comencé a revisar las notificaciones que tenía en mi celular. Cinco mensajes de Magui, diez de algún grupo de la carrera y... ¿Uno de mi padre? Eso sí que era algo extraño.

Papá: Me llegó un mail de tu colegio, dicen que has estado faltando a algunas asignaturas de tu carrera. ¿Está todo bien?

Nuestra relación no era muy buena, que se molestara en escribirme por una tontería como esa no caía en lo absoluto dentro de lo ordinario, sin embargo era él quien se ocupaba de pagar mi colegiatura y a cambio de eso la universidad le enviaba informes trimestrales de mi rendimiento. Cuando me mudé su ayuda me había quitado un peso de los hombros, pero pronto descubrí que esa era su forma de seguir inmiscuyéndose en mi vida sin que pudiera detenerlo. Perder clases significaba ponerme en riesgo de tener que recursar la materia, lo que significaba un nuevo pago para él.

Amy: Sí, sí. Es solo que empecé a trabajar y aún me cuesta un poco acomodar los horarios.

Amy: No te preocupes.

Bajé el celular hasta mi pecho y centré mi atención en las manchas de humedad que había en el techo. Yo no había escrito ninguno de esos dos mensajes, al menos no de forma consciente. Con suerte esta excusa no colaría más de una vez y se vería obligado a darme una visita, confiaba en que era lo suficientemente astuto para darse cuenta de que algo no cuadra ni bien conociera a Clet. Tenía que sobrevivir hasta entonces, era mi última esperanza.

"Irónico, depositar tus esperanzas en un asesino." Se burló mi voz interior. Todavía existía alguna parte de mí que quería combatirla, acallarla con todos los buenos recuerdos que habíamos compartido y todas aquellas veces que había estado para mí cuando lo necesitaba. Pero ya no me quedaban fuerzas para alimentarla.

—¿Qué te sucede? —Clet me miraba fijamente desde la barra de la cocina sosteniendo una bolsa de papas fritas, se había cambiado su traje por algo más cómodo, logrando que la escena se viera más natural. No lo había escuchado llegar.

—Me duele la mano, es todo. —Me excusé. No tenía intensión de compartir con él la historia de mi vida.

—No es eso. —Dejó la bolsa sobre la barra de mármol doblándola sobre sí misma para que la comida no se echara a perder y se acercó a mí mientras negaba con la cabeza, escogiendo el espacio vacío que había junto a mis pies para sentarse—. Estabas recordando algo, algo muy doloroso que te pasó y que preferirías no recordar.

—¿Cómo sabes eso? —Retraje las piernas para que no estuvieran a su alcance.

—Nada escapa al programa, querida. Nada. —Se levantó la manga del suéter para revelar uno de esos relojes nuevos que tenían una pantalla y se acercaban más a un teléfono que a un aparato que servía para dar la hora. No alcanzaba a leer lo que decía allí, pero conocía muy bien el brillo violáceo que despedía.

—Entonces si sabías lo que estaba pasando podrías haberte ahorrado la pregunta. —dije rodando los ojos —. ¿No tenías cosas que hacer?

—Me dio hambre y pensé que podríamos hablar como adultos normales. —Me dedicó una media sonrisa—. Con esto de que somos compañeros de habitación, podríamos conocernos un poco mejor, ¿no?

—No gracias, de hecho preferiría no conocerte para nada.

—Que linda boquita que tienes... —Comentó. — Me parece que deberías empezar a cuidar un poco lo que dices, podrías llegar a tener que disculparte de rodillas. —La forma en la que pronunció las dos últimas palabras me obligó a adoptar esa posición. Me heló la sangre saber que él tenía tanto poder sobre mí, ni siquiera había usado algo para dar la orden, con su voz había bastado —Así está mejor. —Me miró con un gesto de superioridad.

—¿Como...?

—No te avergüences a ti misma terminando de formular esa pregunta. —espetó poniéndome uno de sus salados dedos sobre los labios. —Sabes la respuesta.

"Tu cuerpo me pertenece" Su voz sonaba fuerte y clara en el interior de mi cabeza como si fuera un mantra que yo debiera incorporar. No pude moverme hasta que él apartó su mirada de mis ojos, ya no me apetecía retomar mi lugar, así que decidí que estaría mejor parada. Tenía el presentimiento de que la opción de abandonar la habitación no se hallaba disponible para mí en ese momento.

—¿Puedes escuchar lo que pienso? —pregunté en voz baja luego de estar unos minutos en silencio.

—No exactamente. El programa me permite sentir las emociones de los sujetos, por lo tanto a veces puedo adivinar lo que piensan... Pero hay muchos sucesos de tu vida que podrían evocar dolor, mi querida Amanda. —Se relamió los labios, saboreando mi sufrimiento como un caramelo—. Sería tan sencillo abrir tus archivos y descubrir qué fue, ahondar en tus más profundos secretos, conocer cada una de tus debilidades y poder explotarlas cuando me plazca... —Añadió con la mirada perdida.

—¿Sabes? Suenas como el villano de una película barata, de esos que recitan monólogos interminables cuando tienen la vía libre para hacer lo que quieran.

—Tienes razón. —Apoyó las manos en sus rodillas y se levantó, observándome desde su altura—. Puedo hacer lo que quiera, cuéntame tus secretos, Amanda. —Ordenó obligándome a mirarlo.

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