10 (CORREGIDO)

—Me duele. —respondí en un susurro bajando la mirada. No estaba hablando solo de mi muñeca.

—Déjame ver. —ordenó a la vez que volvía a acomodarse a mi lado. Solté una oleada de aire por mi nariz al sentirme libre de su peso por fin.

Tomó mi mano entre las suyas y comenzó a escrutarla, ejerciendo presión en distintos puntos con la yema de sus dedos. Se me escapó un quejido en cuanto se apoyó sobre la parte de la que emanaba el calor de la herida, lo que causó que me soltara. La expresión de su rostro lo decía todo, no estaba preocupado como lo haría una persona normal en esa situación, estaba molesto, sus manos formaban un par de puños como si fuera a golpear a alguien. Mi reacción instintiva fue alejarme de él, a pesar de saber que no se arriesgaría a hacerme más daño.

—Mierda, ahí van mis esperanzas de que sea solo un esguince. —bufó levantándose de la cama. —Vístete, tengo que solucionar unas cosas con Barney, te quiero en el auto en diez minutos. No me hagas subir a buscarte porque no seré lindo esta vez. —Advirtió antes de salir por la puerta sacando su teléfono de uno de los bolsillos traseros de su pantalón, ni siquiera se había molestado en arreglar su ropa, mucho menos ponerse el cinturón de nuevo.

—Nunca lo eres. —murmuré sabiendo perfectamente que él no llegaría a oirlo.

Me tomó un buen rato tomar la decisión de pararme y arrastrarme ante las puertas de mi closet, pero finalmente tuve que hacerlo. No estaba segura de cómo estaba el clima afuera y preguntárselo a Clet o perder más tiempo abriendo las ventanas no eran opciones viables, así que me decanté por un fino sweater gris pegado al cuerpo, que probablemente solo había comprado porque era fácil de combinar con el resto de mi ropa, porque ni siquiera cumplía su función de evitar que me diera frío, y un par de leggings que tenía tirados por ahí. Ponérmelos fue una tortura, los rasguños de mi espalda habían comenzado a arder ni bien la tela los rozó y los golpes que tenía en las piernas causaban que al doblarlas viera las estrellas, para colmo hacer todo con un solo brazo me costaba el doble de esfuerzo.

En el proceso recordé la última vez que me había lastimado de tal manera, tenía nueve años y los frenos de mi bici habían fallado. Mi madre me abrazó durante todo el trayecto hasta la sala de emergencias logrando que dejara de llorar con promesas de comprarme un helado cuando todo acabara. Pero todo era diferente ahora: ella no estaba, nadie me mimaba asegurándome que todo estaría bien y mi "accidente" lo causó algún borracho mientras me usaba para complacer sus más bajos deseos.

Ahora que estaba sola, quería dejar que las lágrimas cayeran, por mí, por la niña que había sido y por mi madre, cuya muerte no había superado aún después de cuatro años. Sin embargo, era consciente de que no podía permitirme el lujo de expresar mi tristeza en aquel momento. El hombre que me esperaba en el coche enloquecería si notaba rastros de llanto en mi rostro, eso implicaría más preguntas por parte del personal del hospital y, en consecuencia, más problemas para mí una vez que saliéramos de allí. No sabía si podría soportar otro de sus castigos ese mismo día.

"Encontrás la manera de terminar con esto, eres fuerte." Dije para mis adentros en un patético intento por darme ánimos para bajar las escaleras y pasar la siguiente hora encerrada con Clet en la carretera sin lanzarme contra el tráfico en medio de la autopista.

Al llegar a la guardia nos interceptó la misma secretaria que se había encargado de mis papeles la última vez que había estado allí, una muchachita huesuda de corto cabello negro que pasaba como una recién graduada de la secundaria. Supuse que no nos reconocería, en una ciudad tan activa debían pasar cientos de personas al día por su escritorio, pero al mencionarle mi nombre echó su silla para atrás y cruzó los brazos mientras sus ojos pasaban de mí a Clet instantáneamente, solo para regresar de nuevo a mí. Me pareció notar que movía levemente la cabeza, como si estuviera tratando de decirme algo sin que nadie más se diera cuenta, pero la rapidez con la que volvió a su puesto de trabajo me hizo dudar de si no estaba leyendo demasiado entre líneas.

—¿Tú otra vez por aquí? —cuestionó observando la pantalla de su computadora. —¿Qué pasó, querida? Según lo que tengo anotado, tu cita de seguimiento por la epilepsia no es hasta dentro de veinte días más.

—Se cayó por las escaleras mientras llevaba las compras, nada muy grave, aunque creemos que pudo haberse roto la muñeca por el peso de las bolsas. —Se adelantó él apoyando una mano sobre mi hombro, retomando su papel de novio protector preocupado por el bienestar de su amada.

—Oh, ya veo... —Asintió con un poco de desconfianza en su voz y tecleó algo rápido. —Me encargaré de que te atiendan de inmediato, ¿si? —Se dirigió a mí apretando los labios antes de tomar el teléfono que tenía en su escritorio. —Sala cinco doctora Cinthia Gojan, por cuestiones de protocolo no puede pasar más de una persona. —Nos indicó, señalando el camino con su bolígrafo.

Ambos le agradecimos su atención y nos sentamos en la sala de espera. Clet pasó su brazo izquierdo por detrás de mi espalda, como si me estuviera ofreciendo un lugar para recostarme en su pecho. Arrugué la nariz en una expresión de asco, negándome a aceptar su invitación. Lo quería lejos, lo suficiente para poder gritar por ayuda, sin embargo a él eso no pareció importarle en lo absoluto y se reacomodó para acercar su boca a mi oreja.

—Ni si te ocurra hacer algo estúpido, te estaré vigilando. —Me advirtió en un susurro sacudiendo su mano derecha para revelar un reloj inteligente escondido debajo de la manga de su traje.—Te resbalaste subiendo porque el suelo estaba mojado y tenías las manos ocupadas, así que no pudiste atajarte bien. ¿Entendido? —Remarcó.

—¿Y cómo explico las marcas de mi espalda?

—No deberías tener que quitarte la ropa para esto.

—Pero tú...—Me corté a la mitad de la oración, avergonzada porque parte de mí le había creído.

—La gente miente, Amanda, porque la verdad es en ocasiones más de lo que podemos soportar. —Sonrió con picardía. —Yo, sin embargo, lo hago porque momentos como estos, donde tus mejillas se colorean por mi culpa, son los que más disfruto de nuestros encuentros. —Besó mi nariz, sabiendo muy bien que yo no podía apartarme sin llamar la atención de los otros pacientes.

Estaba a punto de responderle algo cuando la doctora llamó mi nombre desde el otro lado de la habitación. Una sensación de pesadez, que se acrecentaba a cada paso que daba, invadió mi mente, era diferente a una cefalea, no era real. Era el programa recordándome que me comportara, que Clet estaba allí y no había margen de error para lo que sucedería dentro de la consulta.

—Señorita Skein, tome asiento y cuéntame qué le anda pasando. —Me recibió la mujer, poniéndose un par de lentes circulares que se resbalaban por su nariz y debió ajustar más de una vez durante mi visita.

Sin titubear le relaté la escena ficticia que Clet había utilizado para explicarle mi situación a la recepcionista, pero no pareció importarle mucho cómo me había lastimado. Me pidió que extendiera el brazo para que pudiera darle un rápido vistazo a la zona y garabateó en un papel una orden para que me hicieran una radiografía en otro piso. Debía volver luego para que la examinara. Actuaba como si quisiera deshacerse de mí lo más pronto posible para poder atender a más personas, esto no era más que un trámite para ella, pura burocracia y signos de euro. El dinero volvía a todos esclavos del sistema sin sentimientos.

Los estudios develaron que tenía una fractura en el extremo distal del radio y debía dejar reposar la muñeca durante un mes. Serían treinta días sin poder ir a la facultad o a "trabajar", pero seguro que no incluirían ningún descanso para mí. Clet no tomó nada bien aquella noticia, mantuvo la compostura durante el tiempo en que estuvimos en público y en el segundo en el que nos subimos al auto dio un fuerte golpe sobre el volante.

—¡¿Tienes una idea de lo que me costará esto?! —Ladró a su celular, imaginé que estaba conversando con B. —¡No me importa lo que tengas que hacer para encontrar a quien sea que le hizo esto, pero hazlo ahora!—Cortó con un resoplido.

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