1 (CORREGIDO)
No podía moverme, me sentía como si fuera una marioneta y alguien estuviera tensando los hilos, forzándome a mantener la vista fija en la pantalla de la computadora. Mis músculos estaban tensos, mis ojos resecándose dolorosamente a causa de no poder parpadear, y mi mente... Extrañamente vacía, o eso creía yo.
Por el rabillo del ojo izquierdo logré alcanzar a observar la difusa silueta de un cable que parecía salir de la parte en la que se encuentran todos los distintos puertos USB y la salida de aire, estaba segura de que eso no se encontraba allí unos minutos atrás. La punta del cable estaba manchada con algo, posiblemente sangre. Mi sangre. Si hubiera podido hacerlo, me habría estremecido.
No estoy segura de cuanto tiempo pasó realmente hasta que el mensaje cambió, pero ahora las letras moradas en el monitor profesaban otra cosa:
<<Baja a la calle.>>
Una especie de descarga eléctrica me recorrió todo el cuerpo y obligó a mis piernas a obedecer. Me levanté de la silla, tomé las llaves y abrí la puerta del departamento. Una fresca brisa me recibió en el pasillo de camino al elevador, recordándome que estábamos en los primeros días de otoño, mi estación favorita. Adoraba ver las calles de la ciudad llenarse de hojas marrones por las mañanas y las enormes pilas que los vecinos juntaban en sus puertas para cuando volvía a casa de la universidad.
Cuando llegué a la planta baja lo primero que noté fue que una gran camioneta de la compañía de cable e internet se encontraba estacionada delante del edificio, y cuatro hombres bajaron de ella en cuanto abrí la puerta, me estaban esperando. Dos de ellos, los más jóvenes, pasaron corriendo por mi lado con una caja de herramientas y entraron apenas mis pies rozaron las baldosas del porche. El otro par, ambos vestidos como elegantes empresarios que venían a cerrar un trato, se acercó a mí lentamente, uno de ellos comenzó a dar vueltas a mi alrededor, escanéandome con la mirada de arriba a abajo, mientras que el otro, que parecía estar cansado e irritado, decidió ignorarme.
—El programa va mejorando, esta es más guapa que las anteriores. —dijo en tono pensativo el que parecía ser el jefe. Era un hombre no mucho más alto que yo, de cabellos castaños y barba bien cuidada, que irradiaba el olor a una costosa colonia masculina de pino.
—La mejor hasta ahora.—Concordó su compañero, que, deduje, era algo más mayor a causa de las canas que se mezclaban entre sus cabellos negros. No podía verlo muy bien desde donde estaba, pero también aparentaba ser un poco más fuerte que el otro. Algo me decía que era el que más se ensuciaba las manos de los dos. —Amanda Skein. Veinticinco años. Ojos celestes como el cielo. Contextura mediana. Soltera. Heterosexual. Estudiante de derecho en la Facultad Maxlle. Sangre tipo...— Comenzó a leer todos mis datos con parsimonía desde una tableta donde parecía tenerlos listados ordenadamente. El otro hizo un gesto con la mano señalándole que se detuviera.
—Pasemos a la parte importante. —Hizo una pausa dirigiendo su atención a mi otra vez. —¿Vive sola o existe alguna posibilidad de que alguien comience a hacer preguntas si desaparece de un día para el otro? —La forma tan fría y natural en la que hizo aquella pregunta causó que se me helara la sangre. —Se vería muy bien en nuestra casa de muñecas. —Sonrió tomándome de la barbilla con dos de sus suaves dedos y moviendo mi cabeza en distintas direcciones para observarla mejor, soltando suaves sonidos, como si estuviera meditando qué precio ponerme.
Me sentía demasiado incómoda, seguramente como se sentirían los objetos de un museo si tuvieran vida propia, pero por más que quisiera, mi cuerpo no me permitía alejarme de aquellos hombres. Intenté pedirle al que ahora estaba acariciando mi cabello que por lo menos me soltara, pero las palabras simplemente no salieron, estaban atoradas en mi garganta.
—A eso iba — masculló molesto, y pude notar que estaba sosteniendo un cigarro con la boca, de la cual salió una nube de humo negro y asquerosamente denso. —. Tiene una compañera de piso, Margaritte Standford, se conocen desde el inicio de la escuela primaria y se mudaron aquí desde Rubitzo, hace unos años a "seguir sus sueños"— Gesticuló burlonamente con una de sus manos mientras fruncía los labios y se tambaleaba un poco—, ella estudia enfermería en el mismo lugar en que nuestra nueva amiguita asiste a sus clases cada lunes. —Apuntó en mi dirección con su mirada por primera vez, sus iris eran tan oscuros que parecía no tener alma.— Lamentablemente no puede acompañarnos, Clet.
"Bueno, al menos tengo el nombre de uno de ellos ahora. Es mejor que seguir refiriendome
a ellos como "el jefe y su matón." Algo es algo." Pensé resignada.
—Es una pena, ya tenía planes para cuando llegáramos. —respondió tras soltar un suspiro cargado de frustración y dio unos pasos hacia atrás. No me gustaba nada como sonaban esos "planes" saliendo de su boca, había visto demasiadas noticias sobre chicas que se iban con un par de hombres desconocidos sin dejar rastro, y ninguna de ellas tenía un final feliz.
Luego de intercambiar una corta mirada entre ellos, me llevaron dentro de su vehículo que, para mi sorpresa, estaba totalmente lleno de artefactos de tecnología de punta, de esos que solo se ven en las películas pero que nadie cree que puedan existir realmente en el presente. Clet interrumpió mi asombro para indicarme, haciendo un ademán con la mano como el que se le hace a un perro, que debía recostarme en el suelo, sobre una alfombra blanca y peluda, y posar para la cámara que llevaba el sujeto del que aún no sabía el nombre.
Su sola presencia emanaba un extraño poder al que no podía evitar escuchar, me volvía completamente sumisa, ansiosa por su siguiente orden y por su aprobación cuando lograse complacerlo. Él era definitivamente mi titiritero.
En mi lugar, bajé la mirada y reparé en mi atuendo. Tenía puesto mi pijama de verano: un par de shorts una musculosa algo transparente con manchas de dudosa procedencia que ningún lavado pudo eliminar. Definitivamente no era el atuendo que yo hubiese elegido para recibir a alguien, mucho menos para una sesión de fotos.
—Ya cambiamos el cable, señor. —sentenció uno de los muchachos que había entrado a mi casa, asomándose por la puerta de la camioneta, con una voz monótona y levantando una caja de herramientas, dirigiendose a Clet.
—Perfecto, solo nos queda hacerla firmar. —Sus ojos parecieron brillar al pronunciar la ultima palabra. —¿Haces los honores B? —Le cuestionó a su colega, que al parecer prefería guardar su nombre en secreto utilizando un apodo.
—Con todo gusto —Sonrió —, será una buena oportunidad para probar si el control a distancia funciona con ella. — Dejó la cámara a un lado y se acercó a mí con el mismo aparato del que había leído mi descripción unos minutos atrás.
De repente sentí una fuerte presión dentro de mi cabeza y mi visión se nubló para luego revelar las mismas letras de la computadora que aparecían ahora frente a mis ojos a modo de hologramas de color violáceo que solo yo podía ver.
<<Pon tus huellas dactilares en donde la luz parpadea.>>
No podía negarme a la orden. No importaba el esfuerzo que pusiera en intentar que mis dedos se alejaran de la luz, se veían atraidos por ella. Su poder era mucho más fuerte que el mio. Mi cuerpo ya no me hacía caso a mí, no me pertenecía.
Lo próximo que recuerdo es haber parpadeado y estar acostada sobre mi espalda en el sillón de la sala de mi departamento con la computadora abierta sobre mi vientre cuando volví a abrir los ojos. El sol ya se había ocultado, así que había pasado bastante tiempo.
Estaba cubierta de un sudor frío y sentía la boca reseca, pastosa, también me dolía un poco la mandíbula, pero intenté convencerme de que todo había sido sólo una pesadilla muy real causada por el estrés de los exámenes. Seguramente había apretado los dientes mientras dormía. Suspiré e intenté sentarme para estar más cómoda y evitar que el aparato se cayera, fue ahí que lo ví:
<<Respaldo realizado. Eres nuestra, Amanda.>>
El texto morado titilaba en la pantalla de mi computadora. La pesadilla era mi nueva realidad. Un par de lágrimas silenciosas comenzaron a caer por mis mejillas, así que las limpié rápidamente con una de mis manos, pero no tenía caso esforzarme en hacerlo, por cada una que quitaba otras dos ocupaban su lugar.
El sonido de la llave en la cerradura hizo que me sobresaltara. Miré el reloj que está en la parte inferior del monitor, marcaba las 19:53. Margaritte. Me había olvidado de que estaba por llegar. Con el corazón en la boca alcancé a cerrar la laptop justo a tiempo para verla cruzar la puerta.
—No vas a creer lo que pasó en el medio de mi clase de anatomía... —Soltó totalmente perdida en su mundo mientras dejaba sus cosas en el perchero, pero el sonido de sus palabras se perdió en cuanto metió la cabeza en la nevera en busca de su clásico jugo de manzana.
—¿Puedes guardarte el chisme para mañana? Creó que iré a dormir temprano hoy. —Aproveché el momento para levantarme e irme con mis cosas a la habitación sin que ella pudiera reparar en mi rostro, seguramente rojizo por el llanto. Necesitaba procesar todo lo que había pasado ese día antes de contárselo y además una pesada sensación de fatiga se había adueñado de mí.
Cuando entré dejé la computadora en el primer lugar que encontré y corrí a mi baño, donde vomité en el lavamanos, mientras me limpiaba observé mi reflejo en el espejo, estaba blanca como el papel. Salí de allí con cuidado, pensando que podía tener la presión baja, y me recosté en la cama mirando al techo, escuchando como mi amiga hacía un ruido terrible tratando de cocinarse la cena y deseando poder dormirme y no despertar jamás. Pero no tenía tanta suerte, esa noche la pasé en vela, atormentada por las miles de preguntas que me habían dejado los extraños sucesos con aquellos hombres de traje y la camioneta del cable.
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