28

¿Qué sentido tenía ya todo? Pasaban los días, solo en casa, como siempre, como estaba destinado a estar. Sin nadie que llenara el vacío de su pecho. Un robot que solo se movía para alimentarse y mantener a sus mascotas. Para eso vivía... para esos perritos que ya no le sacaban una sonrisa.

Todas las noches soñaba con él, él corriendo en el parque, parándose a respirar y dedicándole una sonrisa. ¿Habían sido todas falsas? ¿Todas las muestras de afecto, todas las miradas, los nervios? No podía ser cierto...

Al abrir los ojos miraba a su lado y... no estaba. Acariciaba el espacio vacío y aspiraba, aun quedaba un poco... un poco de su fragancia, su esencia, él. Y el dolor en el pecho se hacía más grande, el nudo en la garganta le apretaba, le dolía, le costaba respirar y... lloraba. Lloraba en silencio, tan solo dejando que las lágrimas bañaran su cara y cayeran sobre las sábanas.

No había vuelto a cocinar. No de verdad. Tan solo comida precocinada, de la que meter en el horno o el microondas y que luego te la comes con el centro frío, pero no te importa, no te importa porque es alimento, comida que te metes porque el cuerpo te lo pide, porque tu cerebro no te deja morir de hambre.

Era 25 de octubre. Su cumpleaños. El cumpleaños de Jisung llegó tarde al karaoke. Recordó la cara de ilusión que se le puso a Jisung cuando entró. Ilusión... Cantó, cantaron juntos. Y en el taxi se recostó contra él, su calidez, su olor, su pelo. El pelo que apartaba de su cara cada mañana.

Sonó el teléfono.

―¿Diga?

―Minho amigo... Feliz cumpleaños ―dijo Hyunjin.

―Gracias.

―¿Cómo estás?

―Estoy.

―¿Cuándo piensas volver al gimnasio? Tus alumnos no paran de preguntar por ti.

―No lo sé...

―Escucha, ¿por qué no salimos hoy por ahí? Tomamos algo con los demás y despejas la mente.

―No me apetece.

―Minho... ¿quieres que vaya hasta allí y te lleve algo?

―No, estoy bien.

―No, no estás bien. Tienes que salir de esa casa, moverte un poco, sé que es doloroso, pero no es el fin del mundo. Lo superarás con el tiempo. Si hoy no quieres celebraremos tu cumpleaños otro día, pero lo celebraremos. Llámame cuando estés preparado ¿vale?

―Vale...

―Y cuídate. No hagas que me preocupe más.

―Sí.

Se despidieron y colgaron.

No es el fin del mundo, pero es el fin de mi mundo. Jisung..

Cogió el coche y condujo hasta su colegio. Aparcó en un lugar desde el que se veía la entrada y esperó. Los niños salieron, los padres los recogían. La entrada comenzó a despejarse. Apareció, allí estaba.

Con su pelo recogido y su camisa y pantalones de trabajo. Se acercó a un niño de unos ocho años que se encontraba solo en las escaleras. Se sentó junto a él. El niño estaba llorando y Jisung le revolvió el pelo y le sonrió. Su sonrisa. Aun desde lejos podía verla, la había visto tantas veces, de tantas formas.

Apareció una mujer con mucha prisa. El niño corrió hacia ella. Volvió a sonreír. Se agachó, chocó las cinco con el niño y él y su supuesta madre se alejaron. Jisung volvió dentro del edificio y le perdió de vista.

Lo había visto con los niños muchas veces. Podía ser bueno, amable y dulce, pero cuando tenía que ponerse firme se hacía notar. No le pasaban por encima. En su escuela lo respetaban. Minho lo respetaba, admiraba esa faceta suya.

Echó la cabeza hacia atrás en el asiento y se tapó la cara con las manos.

No puedo... no puedo olvidar todo lo que pasamos juntos, no puedo olvidar nada, no puedo olvidarte a ti. Nunca podré hacerlo. Para mí todo fue real, para mí tú lo eras todo. ¿Qué voy a hacer ahora?

Sonó el teléfono, un mensaje de texto.

La oferta sigue en pie.

Bangchan. Tenía su número, claro. Después de haber cortado toda relación con él y su empresa, justo tenía que ponerse en contacto con él ahora. Justo en este momento. Menuda coincidencia. Maldito destino.

Irse con él. Lejos. Muy lejos. Quizás era lo mejor. En otro lugar las cosas no le recordarían tanto a Jisung. Parecía la mejor opción.

Irse con una persona que detestaba, sufrir un poco más. ¿Más? Ya no había nada en la Tierra que pudiera provocarle más dolor. Marcharse con aquel señor sería como un castigo, como una autodisciplina por fastidiar lo mejor que había tenido. Porque en esos momentos solo pensaba que debía torturarse, porque quería autolesionarse mentalmente.

Acepto el trato.

Dejó todo listo en un par de días. Firmó el contrato con el diablo, dejó a los perros a cuidado de su vecina y habló con sus socios.

―Minho... no tienes por qué hacer eso ―dijo Hyunjin.

―La estás cagando ―Changbin estaba enfadado.

―Ya he firmado el contrato. Todo lo que gane lo meteré en el gimnasio.

―No somos una puta ONG, no necesitamos que te sacrifiques para darnos pasta.

―¿Sacrificarme? Me voy de viaje.

―Sabes a lo que me refiero. Ese Bangchan me da mala espina. Y tú no vas a estar bien. Así no vas a olvidarle ―las palabras de Changbin resonaron en la habitación y todos se quedaron en silencio.

―Ya está decidido. Me voy mañana ―salió de la sala y se fue a casa.

Pasaron un mes entero en Los Ángeles. Playas, hoteles lujosos, música, famosos. Minho acompañaba a Bangchan a todas las reuniones y se alojaban en el mismo hotel. Solo lo dejaba solo cuando se iba a las sesiones de fotos.

Sesiones interminables cambiándose cien veces de ropa, manteniendo la postura, siendo maquillado, recibiendo elogios y peticiones de citas de las empleadas, y empleados.

En ese mes Minho se sintió como un muñeco, un objeto sin vida que acompañaba a su dueño a donde quiera que fuera. En cuanto podía se escaqueaba a la habitación del hotel. Ponía cualquier canal en la tele y se tumbaba en la cama mirando el techo.

En ese tiempo Minho pudo conocer un poco mejor cómo era Bangchan, aunque ya se lo figuraba. Era ambicioso, velaba por su propio beneficio, por su propio imperio y no le importaba poner contra las cuerdas a cualquiera que pudiera interferir con sus planes. Siempre iba acompañado de sus guardaespaldas y, ahora, él.

Prefería no prestarle mucha atención. Tan solo le obedecía para no tener que pensar. Reuniones, fotos y habitación. Así pasó el mes. Un mes en una de las ciudades más bonitas y visitadas del mundo. Y no le importó.

Ahora se encontraba en Nueva York. En su habitación de hotel. Llovía. Se había fundido todo el minibar, pero no lograba emborracharse. Tenía demasiado aguante. Salió a la terraza y dejó que la lluvia le mojara los pies descalzos.

Edificios altos, luces, coches, gente, mucha gente, movimiento y vida. Pero todo parecía vacío. Por muy lejos que estuviera, no encontraba un sitio donde esconderse. Esconderse de los recuerdos que habían compartido, de la felicidad que ahora parecía tan lejana. Perdiéndose en su memoria. Porque era lo único que le quedaba, su memoria, sus recuerdos de él, de ellos.

Se acercó a la barandilla y se sentó sobre ella, dejando colgar las piernas hacía afuera. Un doceavo piso. Tan alto y, sin embargo, no tenía miedo. ¿A qué podría temerle ahora? Si caía al menos dejaría de sufrir.

―Jisung... me duele pronunciar tu nombre...

Nunca pensé que los momentos felices contigo terminarían, siempre pensé que podríamos crearlos toda la vida. ¿Desde cuándo me engañaste? ¿Por qué me hiciste quererte tanto? Ahora estoy colgado, de esta barandilla y de este sentimiento, de sentir como se me desgarra el alma con cada suspiro.

No me arrepiento de haberte querido. Pero ahora es un infierno, un castigo por amarte tanto. Porque debe estar prohibido amar con tanta fuerza. Debe ser delito darle todo tu ser a una sola persona.

Dejarse caer ahora sería tan fácil. Todo el dolor cesaría. Pero tú estás aquí, en este mundo, y mientras exista una mínima posibilidad, por pequeña que sea de que pueda tenerte de nuevo entre mis brazos, seguiré viviendo. Te esperaré. Me quedaré, por ti.

Bajó de la barandilla y se metió en la habitación. Se dio una ducha y se metió en cama.

Al día siguiente tuvo que asistir a una de las reuniones. Solo tenía que hacer acto de presencia, dejarse ver, como siempre. Junto con él iban los dos abogados y los dos asesores de Bangchan, además de sus guardaespaldas, que esperaron fuera a una distancia prudente.

Una reunión como otras, en las que Minho no prestaría atención. En la que las palabras se quedaban flotando en aire sin llegar a entrar a sus oídos.

Cuando terminó, Bangchan parecía enfadado. Más de lo normal. Salió con sus secuaces y le dijo a Minho que le esperara en el pasillo mientras aclaraba unos asuntos.

Se quedó mirando por la ventana como pasaban los coches y como cruzaban las calles la gente.

―Es una ciudad muy grande ―dijo una voz a su espalda. Se giró y vio que se trataba del hombre con el que se acaban de reunir ―. Creo que no nos han presentado, mi nombre es Dong-Sun.

El hombre le tendió la mano. Minho dudó un segundo, pero la verdad es que ese hombre le inspiraba confianza. No era como los otros empresarios que había visto. Y... le resultaba algo familiar.

―Yo Lee Minho

―Encantado ―Dong-Sun se puso a su lado y observó por la ventana―. Bangchan solo te lleva a las reuniones para imponer respeto, ¿no?

―No lo sé, ¿por qué lo pregunta?

―No parecías muy dispuesto a prestar atención. Estabas distraído, ausente.

―Puede ser.

―Tienes buena presencia y es posible que causes temor en algunos debido a tu cicatriz.

―No lo había pensado.

―No parece que quieras estar aquí.

―Nadie quiere ir de reunión en reunión.

―No, me refiero a aquí. En esta ciudad, en este mundo.

―...

―Bangchan es un hombre muy peculiar ¿no crees? He oído hablar mucho de él y me he fijado en cómo trabaja. Sus métodos son... poco ortodoxos.

―¿A qué se refiere?

―¿No lo ves capaz de hacer cualquier cosa? ― ¿cualquier cosa...? ―. No sé qué te ata a él exactamente, pero deberías andarte con ojo. Es un consejo, tómalo como quieras.

Dong-Sun le sonrió y se despidió de él levantando la mano.

"Capaz de hacer cualquier cosa", "yo siempre consigo lo que quiero". No es posible... ¿Y si...? ¿Y si le dijo algo a Jisung? ¿Podría ser esa la razón?

Su cabeza era un hervidero de posibilidades, de teorías, de ideas. Una pequeña llama de ilusión se encendió en su interior. Si todo había sido por Bangchan, entonces tenía solución.

Volvió con sus secuaces y bajaron al coche mientras Minho buscaba la forma de aclarar las cosas. Una vez allí lo soltó de golpe.

―¿Le dijiste algo a Jisung?

―¿Quién es Jisung?

―Era mi pareja.

―Ah, no, ¿qué iba a decirle?

―¿Le hiciste algo? ¿le dijiste que me dejara?

―¿A qué viene esto ahora? ¿Qué necesidad tendría yo para hacerle algo a tu novio?

―Para que aceptara tu oferta.

―No tengo tiempo para gastarlo extorsionando a un profesorucho cualquiera. Si cambiaste de idea porque te dejó, mejor para mí, y para ti, pero yo no tuve nada que ver en tus asuntos personales.

―Nunca mencioné que fuera profesor.

―Bueno, tengo mis contactos.

Allí acabó la conversación, pero no las dudas. Ahí pasaba algo. Y pensaba descubrirlo costara lo que le costara. 

Este capítulo me hizo acordar a "Han puede vivir bien sin Lee Know, pero Lee Know no puede vivir sin Han Jisung" yore

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