23

Estaba amaneciendo. Minho abrió ligeramente los ojos y cogió una buena bocanada de aire con un perezoso bostezo. De nuevo, aspiró ese dulce olor que calentaba su pecho y le embargaba de felicidad.

El maestro estaba girado hacia el, aun dormido, con la boca entreabierta y respirando en silencio. Los rayos de luz que se colaban por la ventana llegaban hasta él, bañando su pelo color chocolate, dibujando hermosos destellos.

Un escurridizo mechón se disponía sobre sus párpados, terminando sobre el puente de la nariz. Minho se acomodó poniéndose de medio lado. Extendió la mano y apartó suavemente el mechón para colocarlo detrás de su oreja.

Ese pequeño gesto, había estado deseándolo toda su vida. Siempre había querido a alguien a quien cuidar y proteger, sin saberlo, lo tenía delante.

Era cálido, dulce, amable, bueno, pero a la vez le infundía un gran respeto; por su trabajo, por su determinación, por su fortaleza y su sonrisa. No encontraba fallos. El único fallo que veía era él mismo. Un hombre depresivo e introvertido que no hace más que cuidar de sí mismo. Un egoísta que solo atiende a sus socios y cuida a sus perros.

Pero ahora te cuidaré a ti.

Jisung empezó a abrir los ojos y se estiró. No pareció percatarse de su presencia hasta unos segundos después.

―Buenos días, ahora que te has despertado puedo ir a hacernos el desayuno. ―le dijo al maestro.

―Buenos días, no hace falta ya voy...

―Insisto.

Saltó de la cama, se puso el pantalón y fue corriendo a la cocina. Hoy había más ingredientes con los que trabajar. Buscó su sexy mandilón, que ahora ya era suyo, y se puso manos a la obra.

Cortó unas rebanadas de pan y las puso en la tostadora, luego puso a hacer el café, exprimió unas naranjas y batió unos huevos para obtener un desayuno completo. No tardó demasiado, todo eso se hacía rápido.

Jisung apareció cuando estaba todo hecho.

―¡Vaya! Esto es demasiado... ―le dijo, y Minho se giró para dedicarle una sonrisa― Te has vuelto a poner eso...

―Ah, ¿esto? Si, es que como estaba sin camiseta no podía hacer otra cosa.

―Podrías haber cogido otro, tengo más...

―Pero éste me hace gracia.

―Ya veo, ya.

Se sentaron a desayunar. De todo lo que le había preparado lo que más le gustó al maestro fueron el zumo y la tostada. Fue lo que devoró más rápido.

Cuando acabaron recogieron la mesa y lavaron juntos los platos. Jisung enjabonaba y Minho aclaraba. Sus dedos se rozaban al pasarse la loza. Podía ver sus mejillas poniéndose más coloradas.

Se quitó el delantal y los dos se sentaron en el sofá de la sala.

―Tengo que irme a casa, debo sacar a los perros. ―no podía descuidarlos, aunque tenían un jardín grande, había que sacarlos para que no se lo llenaran de sus necesitades.

―¿Cuándo volverás?

―Cuando tú quieras.

―No quiero que te vayas.

―Pues volveré en cuanto les de su paseo. ¿Podrás esperar hasta entonces?

―No estoy seguro...

Le estaba haciendo pucheros, como un niño. ¿Se había puesto así a propósito para llamar su atención? Pues eso no iba a quedarse así. Apoyó una mano en su pierna y la fue subiendo mientras besaba su cuello, subió por él besando su mandíbula, su mejilla y, finalmente, su boca.

Sintió como la entrepierna del maestro empezaba a endurecerse y se levantó.

―Pues tendrás que aguantarte. ―dijo orgulloso de lo que le había provocado, y Jisung entrecerró los ojos odiándole por dejarlo con la miel en los labios.

Fue a por la ropa que se había dejado en la habitación y se dirigió a la entrada, donde Jisung lo esperaba.

―Lo de antes... lo hiciste a propósito.

¡Claro que fue a propósito! Me encanta cuando quieres más de mi...

―Claro, así cuando vuelva me tendrás más ganas.

―No tienes que hacer eso, yo te tengo ganas siempre.

―Qué mentiroso.

―¡Es cierto!

Su cara era muy tierna cuando se molestaba. Sus ojos se ponían más grandes y las mejillas se le hinchaban. El mayor se acercó a él y lo aproximó para besarle profundamente.

―Volveré pronto.

Salió a la calle y la suave brisa rozó su rostro, refrescándolo. Les daría un merecido paseo a sus perros para que le perdonaran porque no iba a estar mucho por casa a partir de ahora. Y luego volvería para continuar con lo que dejaron a noche. Si, tenía que irse rápido.

Iba a abrir su coche con las llaves desde lejos, cuando un grupo de chicas que venían de por la misma calle se pararon a observarle a la altura de su coche. Se quedaron quietas unos instantes, Minho se quedó mirándolas. No llevaba la máscara puesta, ni las gafas. Mierda.

Las chicas comenzaron a correr hacia él y lo rodearon. ¿Cómo podían reconocerlo? No había carteles suyos cerca en esa zona de la ciudad. Solo había estado un minuto en la calle y ya estaba firmando autógrafos. Cuando quiso darse cuenta no era solo un grupo de chicas, era como la cola de un concierto, mucha gente aglomerada, empujando y él en medio.

¿De dónde había salido de repente tanta gente? Su coche estaba cerca, pero no podía permitirse que supieran cuál era, debía despistarlos y volver sin que nadie lo viera.

Unos policías que pasaban empezaron a dispersar a la multitud y Minho vio un hueco por el que colarse y huir lejos. Los agentes vieron eso como algo sospechoso y lo persiguieron también. La muchedumbre, al ver esa persecución decidieron no intervenir y disiparse.

¿Por qué me persiguen? Yo soy la víctima de todo esto.

―¡Pare, policía!

El profesor obedeció y se detuvo y los agentes saltaron sobre él y lo inmovilizaron.

―Huir de la policía es un grave delito.

―No huía de ustedes, sino de toda esa gente.

―¡Ah! Usted es el modelo de los carteles.

―Si...

―Si sabe que es famoso no debería andar por las calles tan tranquilamente, sin cubrirse la cara. Debería tener unos guardaespaldas o no dar paseos por estas zonas. Los famosos suelen ir en coche, por su seguridad le recomiendaría que...

El policía le echó la bronca y le dio consejos un buen rato. Después de los consejos empezaron a burlarse por su falta de predicción y su ingenuidad. Por suerte no le detuvieron, sino que le acompañaron hasta el coche.

Por fin logró llegar a su casa y sacar a sus perros. Daba gracias por vivir en un vecindario algo desierto y en el que los vecinos fueran personas mayores que solo encendían la televisión para ver la novela de la tarde.

Dejó a los perros alimentados y salió poniéndose la mascarilla y esta vez también las gafas, no podía arriesgarse a que lo retuvieran de nuevo. Tenía muchas ganas de verlo, ya quería estar con él y abrazarlo todo el día. Abrazarlo y a hacerle otras cosas que les gustaban. Pensaba exprimir cada segundo que pasase a su lado.

Jisung le abrió la puerta y su expresión de emoción se cambió por una extrañada.

―¿Por qué vas a así?

―¿Así cómo?

―Con esa máscara y esas gafas.

―Ah no, no es nada.

Era bueno que preguntara, eso significaba que no sabía nada de los carteles. Eso, o se hacía el tonto para no sacar el tema. Quizás era algo que le incomodaba. Ver a tu novio exibiéndose de esa forma ante todo el mundo era algo vergonzoso y que podía enfadarlo. Lo mejor era ocultarlo por más tiempo.

Pasó dentro y se deshizo de lo que cubría su cara y abrazó y besó al maestro. Quería hacerlo suyo ya. Bajó sus manos y apretó ese duro y firme culo por el que se moría.

―¿Me echaste de menos? ―le preguntó el hyung.

―Mucho ―sus labio estaban más rojos después del beso.

―He pensado mucho de camino hacia aquí.

―¿En qué has pensado?

―En levantarte por las piernas, llevarte así hasta la cocina, sentarte en la encimera, y hacértelo sin parar ―el maestro lo miró con los ojos muy abiertos y empezó a notar algo duro rozándole la pierna ―estoy notando que te gusta la idea.

―Me g-gusta...

Lo levantó justo como había dicho y sus bocas se fundieron en un ardiente beso. Lo llevó hasta la cocina y lo sentó en la encimera. Minho le quitó la camiseta a Jisung, éste se la quitó a él también. Se bajaron los pantalones.

Minho llevó dos dedos a la boca del maestro, que empezó a chuparlos como si fueran otra cosa. Jisung lo miraba con lujuría, pasión y desenfreno. Sí que lo había echado de menos. Esa mirada lo estaba calentando mucho.

Agarró el miembro del maestro con su mano libre, ejecutaba movimientos de arriba abajo, ya estaba todo mojado y duro, muy duro. Jisung empezó a gemir con sus dedos en la boca. Sentía el calor de su boca, su húmeda lengua bailando entre sus dedos, los suspiros que se escapaban por sus labios.

Abandonó su boca para llevarse los dedos a su entrada. La mojaron y se introdujeron fácilmente. Los metía y los sacaba a un ritmo moderado, recreándose mientras Jisung se tensaba y gemía más y más fuerte.

Metió un tercero y siguió moviéndolos, a la vez que seguía masturbándolo. No paraba de chorrear y cada vez que pasaba su dedo pulgar por la punta le provocaba un espasmo, era muy excitante verlo así.

Ya estaba muy mojado y lo suficientemente abierto, estaba más que listo. Quitó sus dedos y acercó su miembro dejándolo en las puertas. Utilizó una mano para sujetar su espalda y con la otra comenzó a repasar ese glorioso cuerpo que tenía ante él.

Acarició su torso, su cuello, le acarició las mejillas y pasó los dedos por sus labios. Jisung respiraba fuerte. Minho se movió lentamente hasta introducir apenas un centímetro, y se quedó ahí, viendo como el maestro se revolvía de las ganas.

―Mi-Minho... hazlo... ―le rogó Jisung.

Pero Minho disfrutaba con ello. Se acercó a su boca para susurrarle.

―¿No te puedes aguantar?

―N-no...

―Qué pena, porque a mi me gusta mucho ver la cara que pones cuando te hago esperar.

Los dos sonrieron. De pronto, las piernas de Jisung lo rodearon, empujando su cadera contra la suya, provocando que se metiera dentro en solo movimiento. Una oleada de placer recorió todo su cuerpo y ya no se pudo detener. Empezó a embestirle y ambos gemían del gusto.

―E-eso no ha sido justo... ―le dijo.

―Qué pena ―se la había jugado bien, pero no le importaba demasiado.

Su interior era caliente y estrecho, era increíble, y Jisung apretaba cada vez más sus piernas, sin dejarle salir. Se aferraba a él también con sus manos, clavando las uñas en su espalda, lo que ponía aun más caliente al hyung.

Lo embistió aun con más fuerza y el maestro se corrió entre los dos y el mayor dentro. Pero no podía parar, aun tenía para mucho más.

Lo bajó de la encimera y lo puso en el suelo. Ahora se la clavaba con más ganas. Era un éxtasis tan intenso que le nublaba los sentidos y provocara la bestia que llevaba dentro. Quería partirlo en dos. El maestro no paraba de gemir, y el profesor le agarró por el cuello para que lo hiciera mirándole a los ojos.

Las piernas del profesor estaban rígidas, casi le impedían meterse bien. Con la mano que tenía libre apartó una de sus piernas y ahora pudo entrar mucho mejor.

Lo tenía a su merced, justo debajo de él, gimiendo y gritando, sin poder articular palabra. Ambos sudaban, y parecía cansado, pero no iba a dejarlo así como así. Su cuerpo le pedía más.

Llegó un momento en el que Jisung comenzó a apretarle mucho más, ya no podría aguantar. Sintió las uñas hundiéndose en su espalda y vio como el maestro ponía los ojos en blanco.

Se pegó más a él para morderle la boca. Su aliento caliente y sus suaves labios fueron la guinda que provocó que descargara todo lo que le quedaba, y Jisung igual.

Se apartó un poco para poder respirar y apoyó su espalda en el frío suelo.

―Esta semana... sin duda ninguna... no podré sentarme... ―dijo Jisung.

―Dejaré tu culo en paz por hoy, no te preocupes.

Después de quedarse en el suelo unos minutos recuperando la respiración los dos se limpiaron y se vistieron. Minho pidió comida, era hora de tomarse un merecido descanso.

La comida no tardó en llegar. Pusieron una película, pero poco caso le iban a hacer mientras comían.

―¿Qué haces? ―dijo Minho, aunque ya sabía lo que hacía.

―¿Qué hago de qué?―Jisung le había robado un trozo de pollo empanado de su ramen.

Cada vez que apartaba la vista un segundo Jisung aprovechaba para robarle comida "sin que se diera cuenta". Cuando lo miraba desviaba la mirada y se reía solo. Pero qué ingenuo que era.

En uno de esos momentos Minho le arrebató su tazón de ramen.

―¡Hey! ¿Qué haces? ―le dijo Jisung.

―¿Qué hago de qué?

Minho empezó a comerse también el ramen del maestro mientras éste trataba de recuperarlo. Al final lo consiguió, pero el profesor también recuperó su parte robada.

Terminaron de comer y se sentaron bajo la manta, muy juntitos, por fin. Podía notar el calor que desprendía Jisung, no debía pasar frío nunca, era una estufa humana.

El profesor coló una de sus manos bajo la camiseta del maestro y éste pegó un salto.

―¡Por la barriga no Minho, estás congelado!

―Solo un poquito... tú estás tan calentito...

―¡Qué no!

―Anda...

El profesor se le acercó para besar su cuello y después sus labios. El maestro le siguió el beso y su cara se coloró en un segundo. Entonces el mayor se apartó, había hecho una promesa y no podía ir a más.

―No puedes... hacerme esto cada vez que quieras algo... ―Jisung podría haber aguantado un tercer asalto.

―En realidad si puedo, ¿verdad? ―el maestro suspiró, tenía razón, y Minho pudo calentar las manos bajo su camiseta.

Las dejó un minuto y luego las sacó para acomodarse y abrazarle. Jisung se dejó caer sobre su pecho y ambos entrelazaron las manos bajo la manta.

Se había hecho tarde, la película terminó, y Jisung se había dormido sobre él. Se dormía rápido. Minho acercó la nariz a su coronilla y olió su pelo. Era un olor fresco y dulce. No quería separarse nunca de ese aroma que lo transportaba, lo hacía sentirse ligero y su pecho se liberaba.

Con mucho cuidado se incorporó y lo cogió en brazos. Pesaría más o menos lo mismo que él, pero tenía fuerza y podía llevarlo.

Lo metió en cama y se metió junto a él. Le acarició la cara, apartó un mechón de pelo de su frente y le besó. Ahora estaba completamente seguro, se había enamorado por primera vez.

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