17
Insistió en acompañarlo a su casa, solo para seguir pasando el tiempo con él. No tenía otra excusa. El camino hasta allí era algo largo, pero a ninguno le importó.
Iban comentando la película y picándose entre ellos. Era divertido. Los dos estaban cómodos y se reían. El tiempo les pasó volando, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban ante el conocido edificio del maestro.
No era la primera vez que lo acompañaba hasta alli, pero ojalá lo hubiera sido. El recuerdo del horror que pudo haber vivido aquella vez aun le venía a la mente.
―¿T-te apetece subir? ―la comodidad que sintieron durante todo el trayecto se esfumó de golpe. Jisung se tensó.
―¿Para qué? ―preguntó el hyung. Lo que hizo que el profesor se pusiera rojo al instante.
¿Por qué preguntas? Solo dile que sí, te mueres de ganas. No te hagas más el duro Lee.
―Como amigos.
―¿Qué? ―ahora se le pusieron rojas las orejas, lo había puesto muy nervioso de verdad.
Me invita a su casa a pesar de que eso lo pone así. Tú también tienes ganas de estar conmigo, ¿no es así?
―Quiero decir... para un café o...
―Un té estaría bien.
Entraron y subieron por el ascensor, vivía en un piso alto. Era la misma situación que en el gimnasio, solo que esta vez no le pareció bien sacar su libro, ahora estaba en el territorio de Jisung.
Al maestro le temblaban un poco las manos cuando sacó las llaves, pero acertó a la primera. Al abrir la puerta le llegó ese dulce olor, todo olía a él.
Lo invitó a sentarse y se fue a preparar el té a la cocina. Era un salón pequeño y acogedor, con un sofá, una mesa de café delante, un televisor y una estantería. Una estantería llena de libros. Como Jisung no estaba, se paró a ojearlos.
Tenía libros de educación y psicología infantil, que serían de la carrera que estudió. También tenía libros para niños y luego muchos clásicos de la literatura. Minho estaba enganchado a sus novelas, pero también había leído esos clásicos que tenía en la estantería. Le gustaba.
Cada nuevo dato que descubría sobre él le gustaba. Le gustan los libros, se emociona con las películas, le encanta el ramen, se lleva bien con los perros. Todo le sumaba.
¿Dónde está tu defecto Jisung?
Fue a donde estaba la cocina, el maestro estaba cogiendo el agua de la tetera para servirla en las tazas. El profesor avanzó y se puso detrás de él. No se dio cuenta de su presencia, así que decidió asustarlo un poco y se acercó a su oreja.
―No quiero azúcar, gracias. ―le susurró.
El maestro pegó un salto y se le cayó la taza de las manos. Todo el agua se derramó por sus pies y la taza rebotó por el suelo. El agua estaría hirviendo.
Tenía que actuar rápido o se quemaría los pies. Abrió el grifo con agua fría y cogió al maestro en brazos para ponerle los pies bajo el chorro.
―Si que eres torpe.
―¡Fuiste tú el que se me apareció sin hacer ruido por la espalda!
―Soy un ninja.
Eso pareció hacerle gracia y la mueca de dolor se le cambió por una de risa.
Lo tenía entre sus brazos, no de la forma que se esperaba, pero no importaba. Podía notar los músculos de sus piernas en un brazo y el calor de su espalda en el otro.
Tan pronto como dejaron de reírse de la situación y el chiste, pudo sentir cómo se tensaba. Se volvió a poner nervioso. El profesor no quería soltarlo, pero sería demasiado raro permanecer así tanto tiempo. Así que lo sentó en la encimera dejando que sus pies siguieran debajo del grifo.
Le echó un rápido vistazo a la pequeña cocina. Todo el piso era pequeño, para una persona, el suyo también era para una persona, pero era más grande. El suelo estaba lleno de agua y la taza acabó en una esquina, intacta.
―Tienes que decirme donde venden estas tazas de acero. ―dijo mientras la recogía.
―Seguro que se rompe en cuanto la lave.
Debría ayudarle a limpiar todo esto, fue un poco mi culpa que acabase así.
―¿Tienes una fregona? ―preguntó el profesor.
―Si, detrás de la puerta del baño.
Jisung le señaló la dirección en la que estaba y Minho fue a buscarla. Su baño tenía una ducha con bañera. Era un baño completamente normal, con una armarito con espejo encima del lavabo, el lavabo en el que se lavaba la cara y se afeitaba. Le encantaría verlo afeitarse.
Quería acercarse más y ver qué tipo de champú utilizaba o que marca de desodorante tenía, pero no podía tardar tanto el volver. Cogió la fregona y una toalla que tenía colgada y volvió a la cocina.
Le tiró la toalla a la cabeza y empezó a fregar el suelo para deshacerse del agua.
El maestro se secó y se quedó sentado. El suelo aun estaba húmedo y él descalzo. Solo había que sumar dos más dos para saber que le había presentado la siguiente oportunidad de cargar al profesor.
Minho volvió a cogerlo en brazos, el maestro no se resistió, pero se tensó más que antes.
―¿Qu-qué haces? ―a Jisung le tembló la voz.
―Tendrás que cambiarte, ¿dónde está tu cuarto? Yo te llevo.
El maestro señaló la dirección contraria al baño con la mano, sin decir palabra y sin mirarle. Estaba mucho más rojo que antes e intentaba ocultarlo. Era como un adolescente, nervioso con el mínimo roce.
Minho estaba demasiado feliz como para estar nervioso como él. Sentía como si llevara a su novio a la cama en la noche de bodas. Iba a llevarlo a su cuarto, vería su habitación. No, debía ser considerado, eso solo pondría más tenso al maestro y aunque le alagaba que se pusiera así por él, no estaría bien forzarlo. Acabaría teniendo miedo de invitarlo nuevamente.
Al llegar a la puerta lo dejó en el suelo. Sentía curiosidad, pero lo mejor era dejar ese misterio para otro día.
―Te espero en el salón.
Mientras el chico se cambiaba, Minho aprovechó para hacer lo que el maestro no pudo terminar antes. Sirvió el agua y puso las bolsitas de té. Vio que también había una caja de galletas que seguramente pensaba servir también.
El agua seguía muy caliente, así que sirvió un poco de agua templada en su taza. Era un sacrilegio para él mezclar el agua caliente del té con agua fría, pero necesitaba beberlo cuánto antes. Se había percatado de donde se encontraba y apareció un ápice de nerviosismo.
Puso las galletas en un cuenco y lo llevó junto con las tazas a la mesa del salón. Se sentó a beberse su té, con un solo sorbo logró recuperar la calma. Entonces escuchó unas pisadas que se acercaban y Jisung apareció.
―¿Has puesto tú...?
―Tardabas mucho y he tenido que ponerlo yo. ―se lo dijo en tono burlón y el maestro pareció aliviarse.
Se sentó junto a él y alcanzó la otra taza para dar un sorbo. Al separó la boca.
―Aún está hirviendo. ―le dijo Minho.
―Si, y no tiene azúcar.
―Pues échale, es tu casa.
El profesor se quedó tranquilo mirando como Jisung se iba a la cocina. Era muy divertido molestarlo, y ahora sabía que no le gustaba el té amargo.
Regresó enseguida.
―¿Cómo puedes beberte algo que está hirviendo? Tienes que quemarte la lengua.
―Ah eso. Le eché un poco de agua fría.
Espero que no piense que soy raro por esto.
Bebieron y comieron galletas en silencio. El profesor no sabía qué decir, tampoco quería decir nada, difrutaba el momento. Todo olía al maestro y era como una droga para él, quería apoyar la cabeza en su regazo y echarse ahí una siesta.
―Bueno, ¿tú siempre te has dedicado a las artes marciales o has hecho otras cosas? ―Jisung se había visto obligado a empezar una conversación.
―Siempre hice artes marciales, desde pequeño.
―Ah...
Quiero saber cosas de ti al igual que tú quieres saberlas sobre mí. No te culpo, también quiero que me conozcas.
―Pero fui dos años a la universidad.
― ¿Ah sí? ¿Y en qué te metiste?
―Psicología
―Mmmh...
―¿Qué pasa?
―No te imagino como psicólogo.
―Ni yo, por eso no lo soy.
El maestro miró su taza y movió sus dedos, quería preguntar más, estaba seguro. Minho quería que preguntara más, porque él no sabía qué podía decirle.
―¿Quieres ver otra peli? ―dijo el profesor.
―¿Te apetece ver otra película?
―Me gustan las películas.
Encendió el televisor y avanzó por su lista de películas. Le gustaban las películas antiguas, el profesor pudo ver que era lo que más predominaba, pero en general había un poco de todo.
―¿Viste El padrino? ―le preguntó.
―Es una obra maestra, no me importa volver a verla.
Era una película larga, iban a estar allí hasta muy tarde. Era una de las películas preferidas de Minho, pero se preguntaba por qué la habría elegido el maestro. En la primera hora notó cómo le miraba de vez en cuando. El profesor se resistió en hacer lo mismo.
Me ha estado lanzando miradas. Y ha puesto una peli muy larga, a lo mejor piensa invitarme a dormir. A dormir... con él... Debería hacer algo, podría arrimarme un poco, este sería un momento muy romántico para un beso, aunque en vez de té deberíamos haber bebido algo de vino y... yo debería haber sido más amable, y...
Algo se apoyó en su hombro, era la cabeza del maestro. Respiraba algo más fuerte, se... se había dormido.
¡Se ha dormido! ¿Y ahora qué hago? ¿Lo despierto después de la peli?
El profesor lo miró. Vio su pecho subiendo y bajando cada vez que cogía aire, sus párpados relajados, cerrados, con sus pestañas oscuras. Sus labios se separaron un poco, dejando la boca entreabierta.
Pensó en acariciarle la cara, pero se echó atrás, no quería arriesgarse a que se despertara. Quería dejarlo dormir, que durmiera a su lado. El profesor miró hacia el techo y respiró profundamente. Quería quedarse dormido con él, pero no podría.
Era muy tentador tenerlo tan cerca, iba ser peligroso quedarse allí mucho rato. Pero esperó a que acabara la película con la esperanza de verlo desperezarse. No lo consiguió, tenía el sueño profundo el chico.
Con mucho cuidado fue apartándose, dejándolo caer en el sofá. Lo tapó con una manta que había cerca y se arrodilló a su lado. Un mechón de cabello le caía por delante de la nariz. Iba a quitárselo pero se detuvo en el último momento. Si se despertaba sería muy incómodo. Así que desde su segura posición susurró algo que su mente se moría por decir en alto desde hacía demasiado tiempo.
-Creo que me he enamorado de ti...
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