Capítulo 17

De regreso, Minho acompañó a Jisung hasta su casa, a pesar de que solo eran las siete de la tarde. Por el camino intercambiaron comentarios sobre la película. El hyung picaba al castaño y éste fingía molestarse, pero en realidad le gustaba.

―Llegamos.

―Eso parece.

― ¿T-te apetece subir? ―dijo el maestro tratando de no parecer nervioso. No lo consiguió.

Va a decir que no, va a decir que no. ¿Pero cómo va decir que no con lo bien que lo estamos pasando? No, no, seguro que ya se quiere ir a su casa.

―¿Para qué?

Lo sabía. Se piensa que quiero algo raro con él. Di cualquier cosa, algo.

―Como amigos.

―¿Qué?

La has cagado Jisung, cava un hoyo y entiérrate.

―Quiero decir... para un café o...

―Un té estaría bien.

Al profesor le ardió el cuerpo entero mientras subían por el ascensor. Un susto más y acabaría desmayado en el suelo. La tensión lo estaba matando.

Una vez en su apartamento Jisung lo invitó a sentarse en el sofá mientras él iba a la cocina a preparar té para los dos. Pudo darse cuenta de que Minho no paraba de mirar toda su casa, inspeccionándola.

Solo tengo un tipo de té, así que si no le gusta que se apañe. No Jisung, eres el anfitrión, debes tratarlo bien. Buscaré otra cosa por si no le gusta el té.

Rebuscó entre los armarios de la cocina pero no dio con nada que le sirviera para el momento, tan solo unas galletas de avena. El agua empezó a hervir y el maestro sirvió las tazas.

―No quiero azúcar, gracias ―la voz sonó muy cerca del castaño y eso le asustó, tirando una de las tazas que sujetaba y derramando toda el agua por sus pies tan solo cubiertos por unos calcetines. Agua hirviendo.

Minho abrió a tope el grifo de la cocina, levantó a Jisung y le colocó los pies debajo del agua fría.

―Si que eres torpe ―dijo el hyung.

―¡Fuiste tú el que se me apareció sin hacer ruido por la espalda!

―Soy un ninja.

Los dos empezaron a reírse, hasta que el maestro se dio cuenta de que seguía en los brazos del hyung. Pareció que el pelimarrón le leyó la mente, porque en ese momento lo sentó sobre la encimera, con los pies aun debajo del grifo. Ahora el castaño miró a su alrededor y se dio cuenta del estropicio que se había armado en la cocina.

Minho se agachó y recogió la taza, que por suerte no se había roto.

―Tienes que decirme donde venden estas tazas de acero.

-Seguro que se rompe en cuanto la lave.

―¿Tienes una fregona?

―Si, detrás de la puerta del baño.

El hyung se fue a por la fregona y Jisung cerró el grifo, tenía los pies congelados y mojados. Se quitó los calcetines y los dejó en el fregadero. Estaba todo empapado, no solo sus pies. Tendría que cambiarse de ropa.

Una toalla tapó de repente su vista. Minho había vuelto con la fregona y le había tirado una toalla a la cabeza de paso. No se podía negar que estaba atento a todo.

Después de que el hyung limpiase el estropicio de la cocina y Jisung se secase desde su posición, sentado en la encimera sin apoyar los pies en el suelo, Minho volvió a coger en brazos al maestro.

― ¿Qu-qué haces?

―Tendrás que cambiarte, ¿dónde está tu cuarto? Yo te llevo.

El tono más rojo que pueda existir en este mundo lo llevaba tatuado en la cara. El castaño le señaló la puerta del dormitorio mientras su cabeza se mantenía girada para que el hyung no pudiera verla. Tenía todo el cuerpo agarrotado de la tensión que ejercían todos sus músculos. Cuando Minho lo dejó delante de la puerta parecía haber apoyado una tabla en el suelo.

―Te espero en el salón.

Jisung entró a su cuarto y se puso una camiseta blanca y unos pantalones de chándal. Se vistió demasiado rápido, porque su corazón aun no había vuelto a su sitio desde que el mayor lo dejó en la puerta. Se sentó en la cama y respiró profundamente unos segundos.

Definitivamente hoy es mi último día en este mundo. Si sigo así tendrá que volver a llevarme en brazos, pero al hospital.

Cuando reunió fuerzas para volver a donde lo esperaba su hyung, se levantó y se dirigió con paso firme al salón, pero mirando hacia el suelo. Cuando se encontraba al final del pasillo vio a Minho sentado, con una taza en la mano, mirándole. Había también otra taza humeante en la mesita y un cuenco con las galletas que había sacado antes en el centro de ésta.

­―¿Has puesto tú...?

―Tardabas mucho y he tenido que ponerlo yo.

Ahí estaba otra vez ese tono que usaba para burlarse del maestro. Esas formas distraían a Jisung, haciendo que se olvidara de las formalidades. Se sentó al lado del hyung y probó su té. Apartó la taza con un gesto exagerado.

―Aún está hirviendo ―le informó Minho, que sí estaba bebiendo de su propia taza. Jisung se preguntaba cómo podía tolerar tal calor.

―Si, y no tiene azúcar ―le recriminó el castaño con la esperanza de no quedar tan mal.

―Pues échale, es tu casa.

No le faltaba razón. El maestro se fue a la cocina para echar azúcar en su taza y volver al salón.

―¿Cómo puedes beberte algo que está hirviendo? Tienes que quemarte la lengua.

―Ah eso. Le eché un poco de agua fría.

El condenado es listo. Y sin duda ahora mismo piensa que soy tonto.

Ahora los dos estaban sentados, uno al lado del otro, tomando cada uno su té y cogiendo alguna galleta de vez en cuando. Hasta que Jisung decidió empezar a conocer un poco más a su hyung.

―Bueno, ¿tú siempre te has dedicado a las artes marciales o has hecho otras cosas?

―Siempre hice artes marciales, desde pequeño.

―Ah...

―Pero fui dos años a la universidad.

―¿Ah sí? ¿Y en qué te metiste?

―Psicología

―Mmmh...

― ¿Qué pasa?

―No te imagino como psicólogo.

―Ni yo, por eso no lo soy.

Al maestro se le hacía difícil sacar una conversación con este hombre. Sus respuestas casi siempre eran cortas y concisas. De camino hacia su piso había conseguido que hablara bastante sobre la película que acababan de ver, pero ahora era difícil seguir haciendo preguntas sin parecer un cotilla psicópata.

―¿Quieres ver otra peli? ―propuso el castaño.

―¿Te apetece ver otra película?

―Me gustan las películas.

Minho asintió y Jisung encendió la televisión para buscar entre su lista una película que pudiera coincidir con los gustos del hyung.

―¿Viste El padrino?

―Es una obra maestra, no me importa volver a verla.

Pusieron la película y mientras duraba se acabaron el té y las galletas. Los dos estaban en silencio. El moreno le echaba miradas fugaces sin que se diera cuenta. Tenía un perfil perfecto y al masticar una galleta destacaba su masculina mandíbula, Jisung lo observó también cuando tragaba y su nuez se movía arriba y abajo.

Tenía unas ganas irrefrenables de besar ese cuello afeitado, de pasar las manos por él y besar sus labios, que sus narices chocaran y sus miradas se encontrasen al separarse. Sus manos eran blancas y lisas, con los dedos largos. Desearía que esos dedos le recorrieran la espalda y se clavaran en ella.

Con tan solo el sonido de la televisión podía darse cuenta de que Minho era realmente silencioso, no lo oía respirar, no hacía ruido al beber ni al masticar, ni siquiera al acomodarse en el asiento. Jisung se preguntaba si en otros sitios sería algo menos callado.

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