Capítulo 4
El viaje a Ithilien transcurría en silencio. Legolas estaba tan inmerso en sus pensamientos que sus escoltas evitaban hablar entre ellos, intimidados por su extraño humor. Así que avanzaban a velocidad constante, alerta y en silencio.
"¿Todavía te gustan las damas mortales, Legolas?"
Legolas hizo una mueca al recordar las palabras de Aragorn. ¡Valar, estaba celoso! Pensó, sacudiendo la cabeza. ¿De dónde diantres sacó esas ideas sobre Arwen y yo? ¡Estúpido humano!
"¡Mi señor!"
Legolas se puso en alerta cuando uno de los elfos lo llamó.
"¿Qué ocurre?" –preguntó, haciendo que el elfo se removiera incómodo por su mirada.
"Creo que nos siguen, mi señor –contestó el guerrero-. Hemos sentido una extraña presencia desde que entramos en el bosque."
Legolas se maldijo por su falta de atención. Entonces tiró de las riendas de su caballo para detenerse e hizo uso de todos sus sentidos para detectar a los perseguidores.
"Son muchos –dijo, disgustado-. Están a nuestro alrededor."
Tras sacar una flecha de su carcaj, Legolas la colocó en el arco.
"Prepárense para huir. Puede que no seamos capaces de vencerlos a todos."
El resto de los guerreros asintieron y sacaron sus armas. A la orden de Legolas, cabalgaron a toda velocidad, pero casi a la vez, una lluvia de flechas cayó sobre ellos, seguida por los gritos de guerra de sus atacantes.
Los elfos giraban a izquierda y derecha para esquivar las flechas. Dos de ellos cayeron de sus caballos al ser alcanzados, mientras que otro se derrumbó sobre su caballo cuando le dispararon en el cuello. Una flecha alcanzó al caballo de Legolas en el flanco, haciendo que el animal relinchara de dolor y cayera al suelo. Legolas se las arregló para saltar y no ser aplastado, aterrizando de pie. No perdió el tiempo y comenzó a dispararle al enemigo rápidamente.
Los otros elfos acababan de volver para ayudar a su señor y sus compañeros caídos. Mientras tanto, seguían disparándole al grupo de hombres que emergían de los árboles y los arbustos con sus lanzas y espadas. Los hombres eran Haradrim.
Inevitablemente, los elfos y los Haradrim cruzaron sus espadas al acercarse lo suficiente. Siete contra cincuenta. Legolas y su tropa estaban en desventaja, pero no tenían más opción que luchar por sus vidas hasta el final.
Cuando se le acabaron las flechas, Legolas desenfundó sus espadas gemelas. Tres hombres yacían muertos a sus pies poco después, pero no les prestó atención mientras se giraba hacia sus otros enemigos.
La batalla era salvaje. Las aves se alejaban volando de la escena, asustadas por el sonido de las espadas y los gritos de dolor. Legolas tardó en darse cuenta, poco después, de que era el único elfo que quedaba en pie. El resto de sus escoltas estaban muertos o gravemente heridos. Legolas comenzó a desesperarse y sus movimientos se volvieron más fieros. Ya había matado a más de diez hombres y todavía quedaban más de veinte. Loa Haradrim, sin embargo, parecían quererlo con vida, así que jugaban con él para cansarlo hasta que colapsara. Pero Legolas no iba a permitirlo tan fácilmente.
Sin embargo, desafortunadamente, no era adversario para todos ellos. Un golpe en la cabeza le hizo caer al suelo. Intentó volver a ponerse en pie, pero enseguida lo inmovilizaron. Legolas gruñó, furioso. Había perdido.
Mientras yacía en el suelo, jadeando y con ojos amenazadores, uno de los Haradrim se adelantó y sonrió al ver al elfo.
"Bueno, bueno. Por fin te tenemos, maestro elfo."
"¡No por mucho tiempo!" –amenazó Legolas, retorciéndose. Los hombres que lo rodeaban se echaron a reír al ver que sus esfuerzos eran en vano.
"¿Es él, maestro Lors?" –le preguntó uno de ellos al primero que había hablado.
Lors se arrodilló y tocó el pelo de Legolas antes de sujetarle la barbilla.
"Sí. Es él. El mismo cabello dorado, el mismo rostro, el mismo temperamento –dijo Lors. Entonces le sonrió al elfo-. Lord Legolas, supongo. ¿De Ithilien?"
"¡¿Quién quiere saberlo?!" –preguntó Legolas.
El hombre se rio.
"Soy Lors, líder del clan Turbin de Harad. No te tomes esto como algo personal, Lord Legolas. No tenemos nada contra ti. Es al rey de Gondor al que intentamos advertirle."
"¿Advertirle sobre qué?"
La sonrisa de Lors se ensanchó.
"Tiene que saber que los Haradrim no pararán hasta que Gondor caiga en nuestras manos. ¡Seguiremos robando, matando y destruyendo hasta que tengamos lo que queremos! ¡Y tú vas a llevarle nuestro mensaje!"
"¿Y qué te hace pensar que no lo sabe ya? ¡Ya le mostraste tus intenciones con el ataque de Colomar y los otros pueblos!"
"Lo sabemos, maestro elfo. Pero creemos que nuestra advertencia será más... efectiva si viene de ti. Teniendo en cuenta lo cercano que eres a él."
"¿Oh, en serio? ¿Así que van a liberarme?" –preguntó Legolas, sospechando que lo que iban a hacer no le gustaría nada.
Lors sonrió al ver el temor en los ojos del príncipe.
"Eres inteligente. Eso está bien. Te liberaremos... ¡pero no antes de que hayamos acabado contigo! –el hombre se giró hacia los demás y gritó-. ¡Levántenlo!"
Los Haradrim llevaron al elfo hasta un gran árbol. Le ataron las muñecas juntas y lanzaron la cuerda sobre una rama, tirando de ella hasta que los pies de Legolas casi no rozaban el suelo. El príncipe seguía retorciéndose a pesar de colgar de sus brazos. Hasta se las arregló para derribar a tres hombres y dejar a uno inconsciente con sus patadas. Pero eso solo divertía más a los Haradrim.
Los hombres cogieron otra cuerda y le ataron los pies a dos estacas clavadas en el suelo. Los Haradrim se reían mientras Legolas les lanzaba miradas amenazantes, inmovilizado.
Lors se adelantó, sonriendo.
"Eres un gato salvaje. Estoy seguro de que el rey te valora mucho."
"Ahora mismo no estoy seguro de eso" –contestó Legolas con los dientes apretados. Ya sentía un dolor agonizante en los brazos y las piernas.
Lors frunció el ceño al oír eso, pero no hizo comentarios. A su señal, dos hombres desenfundaron sus dagas y comenzaron a rasgar las ropas de Legolas.
¡No! ¡Esto no puede estar pasando! Gritó Legolas en su mente mientras recordaba horribles imágenes de su pasado. ¡Otra vez no! ¡Dos veces fue suficiente! ¡Por favor, no puede volver a pasarme!
Al ver el pánico en los ojos de Legolas, Lors se rio.
"Hmm. Veo que tienes miedo. ¿Alguien te ha 'tocado' antes, maestro elfo?"
El hombre solo recibió como respuesta un silencio desafiante. Entonces sonrió, tranquilizador.
"No te preocupes, Lord Legolas. No caeremos tan bajo. Eres nuestro mensajero, no nuestro juguete. Queremos conseguir nuestro objetivo, así que no queremos que te mates tras hacerte algo innecesario. No, eso no hará falta."
Los hombres silbaron y se rieron cuando el elfo quedó completamente desnudo.
"¡Oh, hermoso!" –gritó alguien.
"Es una belleza, ¿verdad?" –un hombre le dio un codazo a su amigo, sonriendo.
"¡Pues no es mi tipo! ¡Es demasiado pálido!" –exclamó un hombre alto con barba, haciendo que el grupo estallara en carcajadas.
Sonrojado de furia y humillación, Legolas mantuvo la cabeza en alto sin dejar de lanzarles miradas asesinas.
"Admito que no eres ningún cobarde –comentó Lors, admirándolo-. Pero me pregunto si puedes soportar el dolor."
"Está listo, maestro Lors" –un hombre apareció de repente entre la multitud, con un atizador de hierro al rojo vivo en la mano.
Legolas palideció, comprendiendo al instante lo que iban a hacerle.
Lors sonrió como disculpándose.
"Me temo que esto dolerá. Pero no durará mucho. Haré el mensaje corto y preciso."
Le hizo una señal al hombre que llevaba el atizador y éste se colocó detrás de Legolas a la espera.
"Bien. Procedamos –dijo Lors-. Esto es lo que quiero decir..."
Cuando el hombre empezó a recitar las palabras, el hierro tocó la piel de la espalda del príncipe, quemándola.
Y Legolas no pudo evitarlo. Gritó.
O_O Por un momento pensé que iba a ocurrir una tercera vez 'el accidente'. Pero al menos los Haradrim no fueron tan brutos. ¿En qué estado dejarán a Legolas?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top