Capítulo 1

¡Aquí otra historia! Y una noticia no muy buena... Acabamos de comenzar la última parte de la serie (El Noble Señor), así que solo quedan 8 historias incluyendo ésta para terminar la serie :(

Espero que les guste y que sigan hasta el final T_T

Las gaviotas lo llamaban.

Mientras la fuerte brisa le revolvía el cabello dorado, el príncipe elfo miraba al cielo en el que las aves volaban, graznando. Su corazón le dolió de añoranza y entonces abrió los brazos, deseando poder volar con las gaviotas hasta el mar.

Casi al instante, sintió que sus pies se alzaban del suelo. Y entonces pesaba menos que el aire, y se alzaba más y más entre las nubes. Las gaviotas lo rodeaban, tirando de su pelo de manera juguetona, contentas de volar con él. Y él estaba más que feliz de cumplir sus deseos.

Con la puesta de sol en el horizonte, el elfo y las aves volaban sobre el océano, dejando la tierra atrás.

Pero entonces, ocurrió lo inevitable.

Las gaviotas se desvanecieron, dejando al elfo solo en el aire. Entonces sintió que caía a increíble velocidad. Caía más... y más... y más... hasta que cayó en el agua verde-azulada.

Tardó un poco en llegar a la superficie y, tras mirar a su alrededor, vio que estaba solo sin nada más que el infinito mar a la vista. Sin signos de la Tierra Media, ni de Valinor. Y para empeorar aún más la situación, un rayo cruzó el cielo y empezó a diluviar.

El elfo lloró por su destino. Estaba en ninguna parte, atrapado entre su pasado y su futuro, entre su vida y su destino, entre su pesadilla y su sueño.

La lluvia seguía cayendo sobre su rostro mientras lloraba...

Legolas parpadeó, confundido, y se dio cuenta de que estaba en su cama. No en el mar, solo y perdido.

Qué sueño tan horrible, pensó mientras se alzaba sobre los codos. Al apartarse unos mechones de cabello del rostro, no se sorprendió al encontrar que sus mejillas estaban húmedas por las lágrimas. Había llorado en sueños, suceso común en esos días.

Se secó las lágrimas con un movimiento furioso y salió de la cama, yendo hacia la jofaina de agua que los sirvientes habían dejado en la mesa, al lado del armario. Luchando contra el deseo de ahogarse en el agua, comenzó con su aseo matutino.

Después, cogió una toalla limpia para secarse la cara y salió al balcón. Notó el fuerte viento nada más abrir la puerta, que se llevó las gotas de agua que quedaba en su pecho desnudo, haciendo que se estremeciera ligeramente. Y las gaviotas, al igual que las de su sueño, se divertían fuera de su alcance. Sus graznidos sonaban en el amanecer, como llamándole para que se uniera a ellas.

Legolas se resistió. No se rendiría a la llamada. Haría todo lo posible para evitarlo, sin importar lo duro que fuera. Estaba a punto de verse sobrepasado y perder la razón.

"Fuera –le gruñó a las aves-. No me molesten más."

Las gaviotas volaron a su alrededor antes de alejarse hacia el mar, que estaba a unas pocas leguas. Legolas suspiró, aliviado y triste de verlas marcharse.

Sujetándose con fuerza de la balaustrada de mármol, Legolas pensó en el año que había pasado desde la caída de Sauron. El Señor Oscuro se había desvanecido junto con el Anillo Único, perdiendo el dominio de la Tierra Media. Los orcos, goblins y el resto de criaturas habían huido. Gondor había florecido, al igual que las tierras circundantes.

El príncipe del Eryn Lasgalen, más conocido como Mirkwood, era ahora el Señor del Sur de Ithilien y vasallo de la Casa de Telcontar, la casa del Rey Elessar. Legolas sonrió ligeramente al pensar en su mejor amigo. Aragorn es un buen rey, pensó. Gondor nunca ha sido tan glorioso.

Su sonrisa flaqueó al recordar otra cosa. A pesar de la gloria y el poder de un reino como Gondor, no podían escapar de sus propios problemas. Habían escuchado que los hombres de Harad que se habían aliado con Sauron durante la Guerra del Anillo habían vuelto a organizarse y estaban causando problemas en los bosques y pueblos de las afueras de Minas Tirith.

Los Haradrim habían dejado su hogar en medio del desierto para cumplir sus deseos de matar. Eran un pueblo orgulloso y odiaban perder. Para ellos, la caída de Sauron era inaceptable. Se habían visto obligados a huir para salvarse tras ese suceso, pero ahora habían vuelto y querían otra cosa: el reino de Gondor. Sauron había fallado, pero los Haradrim planeaban enmendar la situación. Harían cualquier cosa para debilitar el reino y quitárselo a Aragorn pieza por pieza.

El sur de Ithilien, a unas cincuenta leguas de Minas Tirith, en las colinas de Emyn Arnen, era el lugar perfecto para que Legolas vigilara los movimientos de los Haradrim. Aragorn le entregó esas tierras a su amigo elfo como símbolo de su amistad y como agradecimiento por su apoyo y su lealtad. El príncipe había aceptado el regalo con orgullo, para alegría de Aragorn, y había invitado a su pueblo a formar con él una colonia allí.

Muchos elfos del Bosque Negro, Lothlorien y Rivendel habían formado allí sus nuevos hogares. A pesar de que muchos de ellos ya habían navegado a las Tierras Imperecederas, algunos, como Legolas, amaban tanto la Tierra Media que todavía no estaban listos para marcharse. La tierra estéril y abandonada del sur de Ithilien prosperaba bajo el cuidado de los elfos. El verde comenzaba a sustituir las rocas, las flores brillaban con los colores del arcoíris y los pájaros volvían a cantar en los árboles. Legolas lo había hecho muy bien al fundar el nuevo reino.

Pero entonces habían empezado los problemas con los Haradrim. Y no se detenían a pesar de los esfuerzos que había hecho Legolas para detenerlos. Su tarea sería mucho más fácil si Faramir estuviera ahí para ayudar, pero el hombre estaba en Rohan. Su esposa, lady Éowyn, acababa de dar a luz a su primer hijo y se sentía más segura en su antiguo hogar.

"Será mejor que hagamos lo que dice –le había dicho Faramir a Legolas antes de irse hacía unas semanas-. Ha amenazado con tener al bebé ella sola si insisto en que se quede aquí. ¡No confía en los sanadores de Gondor! ¿Qué debo hacer?"

Legolas le había dicho que Éowyn echaba de menos Rohan y que temía no volver a ver su antiguo hogar, así que Faramir decidió cumplir el deseo de su esposa. Las noticias de que el bebé de la pareja había nacido llegó hacía una quincena y Legolas se alegró de que tanto la madre como el recién nacido estuvieran bien.

"¡Tiene un buen par de pulmones!" –había añadido Faramir en la carta, haciendo que Legolas sonriera.

Con Faramir ausente, el gobierno de Ithilien y Emyn Arnen estaba en manos de Legolas, pero el príncipe elfo temía no estar haciendo un buen trabajo. Y para empeorar las cosas, el llamado del mar lo afligía con más frecuencia últimamente. Desde antes de que la guerra terminara, el mar lo llamaba para que se uniera a su hermano Keldarion en Valinor. Legolas no podía negar que era lo que su corazón deseaba, pero todavía tenía obligaciones en la Tierra Media.

Tras ver el hipnotizante amanecer, Legolas volvió a entrar en la habitación. Se estaba vistiendo cuando alguien tocó en la puerta.

"Pasa" –dijo.

La puerta se abrió y un guerrero de edad media entró. Éste sonrió al ver que el príncipe ya estaba despierto.

"Te has levantado temprano, alteza –dijo el elfo llamado Béregund. Entonces se fijó en el rostro pálido y cansado de Legolas-. ¿Otra vez una mala noche?" –preguntó, preocupado.

A pesar de cómo se sentía, Legolas le sonrió al elfo mayor.

"Me conoces demasiado bien, Béregund. No puedo ocultarte nada, ¿verdad?"

El guerrero sacudió la cabeza.

"Te conozco desde que eras un salvaje e incontrolable niño, mi príncipe. ¡Sobre todo después de que me clavaras aquella maldita flecha en el pie!"

Legolas se rio a carcajadas.

"¿Todavía no lo has olvidado, Béregund?"

El elfo sonrió al escuchar la risa de Legolas.

"Siempre estaré dispuesto a ayudarte con los entrenamientos si eso mejora tus habilidades con el arco, su alteza."

No se arrepentía de haber ido al sur de Ithilien para convertirse en la mano derecha de Legolas. De hecho, fue un honor cuando Jaden se lo había pedido a él específicamente.

"Legolas preguntó por ti en concreto" –le había dicho Jaden, el oficial de mayor rango del Bosque Negro.

"¿Para qué? ¿Para volver a dispararme en el pie?" –había bromeado Béregund.

Jaden había puesto los ojos en blanco antes de reírse.

"¡Puede ser! –entonces se había puesto serio-. Cuida de él, Béregund. Es muy importante para el rey. Sé mis ojos. Infórmame sobre su bienestar tan a menudo como puedas. No podemos arriesgarnos a perderlo."

Mientras Legolas se ponía las botas sentado en la cama, Béregund le dijo:

"Acaban de llegar dos cartas para ti, su alteza. Una es de Lord Thranduil."

A Legolas se le alegró la cara enseguida.

"¿En serio? –exclamó, alargando la mano para coger el papel enrollado que le tendía Béregund. Su sonrisa se amplió mientras leía la fina letra de su padre-. Parece feliz, Béregund –dijo Legolas cuando terminó-. Nuestra casa está mejor de lo que nunca imaginé."

"¿Echas de menos el Bosque Negro, su alteza?" –preguntó Béregund, a pesar de que conocía la respuesta.

"Mucho" –contestó Legolas escuetamente, doblando la carta para guardarla debajo de la almohada.

El guerrero se fijó mejor en la expresión del príncipe y se percató de su melancolía. Sabía que Legolas no había vuelto al Bosque Negro después de irse hacía un año con las noticias del escape de Gollum. Tras la guerra, llevó tiempo que las cosas se calmaran y Legolas estuvo ocupado ayudando a Aragorn a reconstruir Gondor. Y ahora tenía Ithilien en sus manos.

Cuando Legolas creía que tenía tiempo libre para volver a casa surgía otra cosa, como el problema con los Haradrim. A donde único había podido ir era a ver a Gimli, que ahora vivía en Aglarond. El enano se había convertido en el señor de las Cuevas Brillantes y vasallo de Éomer, Rey de Rohan. Pero esa breve excursión no fue suficiente para aligerar su corazón.

Y el Bosque Negro no era lo único que Legolas echaba de menos. También echaba de menos a su padre y a Narasene, su prometida. La última vez que la había visto fue el día en el que la Comunidad había salido de Rivendel con la misión de destruir el Anillo. Ella se había quedado allí con Glorfindel, su tío, esperando su regreso. Durante todo ese tiempo, el amor que Legolas sentía por ella solo había aumentado y no podía esperar para verla, pues ella no había podido asistir a la boda de Aragorn y Arwen en Minas Tirith el verano pasado. Los Haradrim ya causaban problemas para entonces, y Glorfindel, tan sobreprotector con su sobrina como siempre, no le había permitido hacer el largo recorrido hasta Gondor.

Y la cercanía de Ithilien a la costa solo hacía que el llamado del mar empeorara.

"Su alteza –dijo Béregund mientras le tendía la otra carta-. Esta llegó tras el amanecer. Es del Rey Elessar."

Legolas se puso rígido al adivinar el contenido de la misma. La leyó rápidamente y comprobó que estaba en lo correcto.

"Los Haradrim han vuelto a actuar –dijo, con el ceño arrugado-. Han quemado el pueblo de Colomar –mientras miraba al elfo mayor, Legolas continuó-: El rey ha convocado una reunión urgente. Quiere una explicación."

Béregund asintió.

"Prepararé nuestros caballos, su alteza."

"Béregund, no vas a ir conmigo" –dijo Legolas, ya recogiendo sus cuchillos gemelos y su arco.

El otro elfo se quedó atónito.

"¿Por qué no?"

"Necesito que te quedes aquí y te encargues de todo. No podemos dejar Ithilien desprotegida. No sabemos qué planean hacer los Haradrim."

Capítulo tranquilo e introductorio para empezar nueva historia. Pero comenzamos con problemas con los Haradrim (eso significa sangre, creo yo). Y encima Legolas cada vez puede resistirse menos a la llamada del mar.

¿Navegará pronto?

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