21.Vamos mal

Tauro.

Como todo está sumido en la oscuridad, en la penumbra más espesa, no puedo ver nada, así que con mis manos, palmeo el lugar en el que acabo de despertar.

— ¿Chicos?—Escucho la voz de Acuario hablar en un susurro.

—Acuario, soy Tauro.

— ¿Dónde estamos?

—No lo sé, pero es obvio que estamos encerrados.

Pronto, escucho algo moverse en el suelo, pocos segundos después, logro identificar gruñidos y quejidos de una chica.

— ¿Leo?—Cuestiono a la oscuridad, esperando que sea ella.

—Joder. —Resopla con cierto tono de dolor. Sí, es ella. — ¿Qué hacemos en esta maldita jaula, Tauro, Acuario?

—Por lo menos estamos encerrados con alguien que ve muy bien en la oscuridad. —Comenta el signo de aire. —Estamos aprisionados.

—Una mierda. —Espeta la chica con ira y el sonido que hace, me da la idea que se ha puesto en pie. Puedo escuchar como golpea las paredes que al parecer son de un metal resistente. —Esa hija de perra. ¡Le arrancare la jodida garganta en cuanto la tenga en frente! —Su voz suena como un grito irritado mientras sigue atacando la jaula. — No soy un puto animal salvaje y Escorpio no es un estúpido títere.

— ¿Piensas arrancarle la garganta a Escorpio?

—Cierra la boca, Acuario, no creo que sea momento de tus chistecitos, ni nada así. —Gruñe. —Aquí hay una especie de puerta, pero no hay como abrirla.

— ¿La destruimos?

—No creo que se pueda. —Aseguro pensativo. — Después de todo, parece que es hierro y es muy difícil de romper a menos que se use un material adecuado. Leo no podría romperlo, mis guanteletes podrían servir, pero no de mucho y bueno, tus dagas tampoco funcionan en este caso.

—No pienso quedarme y esperar a que vengan a mi rescate.

—Lo sé, Leo, algo se nos ocurrirá. Hay que pensar un poco y algo surgirá.

Me recargo contra una pared y oigo como la leona resopla resignada. Su andar resuena en la habitación, está yendo de un lado al otro, literalmente como un animal enjaulado. Está ansiosa, tensa, es más que claro, por otro lado, Acuario y yo permanecemos en silencio, o por lo menos no hablamos, pues el signo de aire está jugando con sabrá-Dioses-que.

No se me ocurre nada, mi mente está en blanco como la pulcra nieve que cae en invierno. Me rasco la nuca hastiado de esto. Sin previo aviso, escuchamos un par de engranajes moverse sobre nuestras cabezas, girando con un rechinido un tanto molesto; me pongo en modo de combate, supongo que al igual que los otros dos. Un rayo de luz se cuela por la rendija que forma la puerta, o la especie de puerta. Con un sonido agudo, esta se abre por completo y del otro lado hay nadie.

Arqueo una ceja con confusión por la falta de algún ser. Mis ojos se encuentran con los de Acuario y parece tan desconcertado como yo. Segundos después, una figura pequeña aparece.

— ¿Están bien?— Habla Piscis en un tono de voz bajo, temiendo que algo o alguien pueda oír.

Sobre sus manos está el casco de Hades, así que es por eso que era invisible para nosotros.

—Eres un ángel.— Acuario afirma como un gesto de agradecimiento mientras ayuda a Leo a subir hasta donde está la signo de agua, pues parece que la habitación donde hemos estado encerrados por largos minutos o quizás horas, está bajo tierra. —En serio.

—No exageres.

Acuario sube con facilidad y ligereza, yo soy el último en salir. Los cuatro nos miramos sin saber muy bien que hacer.

— ¿Dónde estamos?—Cuestiona Leo mirando con seriedad a la chica de baja estatura.

—Parece que es el Olimpo, pero Ofiuco lo ha moldeado como se le ha venido en gana.

— ¿Qué dices?

—No es el Olimpo al que estamos acostumbrados, las paredes, habitaciones, pasillos, todo es diferente.

—Así será más fácil que nos perdamos. —Pienso en voz alta. —Bien, no hay que separarnos.

Todos asienten.

—Tenemos que llevarlos con ella. —Le digo a Leo, refiriéndome a el chico de pelo traslucido y a la pez, y aunque ella chasquea la lengua con molestia, asiente sin más.

—Ningún lugar es seguro, así que lo mejor es andar por ahora y evitar encontrarnos con los lacayos de esa perra.

Géminis.

El lugar retumba ligeramente con cada golpe de Aries a esta muralla extraña de ramificaciones metálicas. No se cuánto tiene así, pero ya comienza a molestarme la cabeza. Entiendo que este molesto y harto, que quiera salir y terminar con la lunática que nos tiene así, pero haciendo eso no funcionara.

Sentada en el suelo de mármol, veo como el carnero sigue con lo suyo, jodiendose poco a poco su cuerpo. Virgo esta plantado a mi lado, mirando desconcertado al pelirrojo. Miro a Libra junto al peli-verde y puedo notar que está por decir algo.

Usando mis dedos, hago una cuenta regresiva desde el cinco, mientras Virgo solo me mira con confusión. Suspiro en cuanto llego al final, en el momento exacto en el que mi hermana explota.

— ¡Ya basta!—Exclama iracunda al signo de fuego, quien apenas se detiene para mirarle. Ninguno está contento. — ¡Para!, Aries, no está funcionando, ¿no te das cuenta?

— ¡¿Tienes alguna mejor idea?!

— ¿Y si usas tus llamas?—Cuestiono alzando el brazo como si pidiese permiso para hablar, aunque solo quiero la atención de ambos.

— ¿Quieres ser carne al vapor?—Me callo y bajo mi mano, a lo que él hace un asentimiento agresivo. — Eso pensé.

Mientras ambos discuten con avidez, yo comienzo a perderme en mi mundo porque poco me interesa escuchar sus peleas molestas. Mi vista viaja por el lugar hasta reparar en el signo de tierra, quien mira meditativo el muro de metal.

—Espera un segundo. — Murmura y pone su mano contra el material, luego, se dirige a los otros dos chicos. — Dejen de pelear y escuchen.

Aries y Libra obedecen a la autoritaria voz de Virgo.

—Son ramas. —Asegura él.

— ¿Cómo?—Inquiere incrédulo Aries.

—Son ramas, idiota. Solo las cubrieron con metal para endurecerlas aún más y que sea un tanto imposible destruirlas.

— ¿Las puedes romper?—Cuestiono sorprendida, pero él niega ligeramente. — ¿Entonces?

—Puedo desaparecer el muro, regresar las ramas donde está su tronco.

— ¡Entonces hazlo!—Exclamamos los demás a lo que el peli-verde solo rueda los ojos.

Virgo inhala una gran bocanada de aire, sus ojos se aclaran con un brillo verduzco y se mantienen fijos en las ramificaciones de brillante color cromado con algunos toques de cobre; se nota que está completamente concentrado en lo que hace, por lo que nos quedamos callados, mirándole expectante. El piso vibra un poco, al igual que la muralla alrededor nuestro, luego comienza a retraerse a este, regresando a la tierra o a quien sabe dónde. Lo importante aquí, es que ya no estamos atrapados.

—Grandioso. —Aseguro viendo el suelo con los orificios de las ramas, luego miro al chico virgen. — Bien hecho.

—Gracias.

— ¿Y ahora qué?—Me giro a encarar a los otros dos.

Aries se pasa la mano por el cabello, con el ceño fruncido y la mirada clavada en ningún punto específico, mientras mi hermana tiene el dedo índice sobre sus labios mientras piensa.

— ¿No sería bueno que buscáramos a los demás?—Vuelvo a hablar.

—No creo. —Asegura Virgo negando ligeramente con la cabeza. — No pienso que los demás estén quietos en sus lugares y probablemente estén buscándonos por igual, al final solo estaremos en un tonto juego del gato y el ratón.

—Iremos por Ofiuco. —Declara el pelirrojo, captando la atención. —Si las cosas están de nuestro lado, los demás nos alcanzaran después.

—Eso quieres creer. —Afirma el chico de tierra y veo como el rojo de las pupilas del carnero se torna opaco, casi confundiéndose con el negro de lo demás.

—Sí, eso quiero creer.

—No sabemos a dónde ir. —Remarca Libra.

—Oh, Libra, te mereces el premio a lo obvio, ¡por supuesto que no sabemos a dónde ir!

—Ya aplácate, Aries, esta es una de las razones por las que a veces prefiero ir sin ti a las guerras.

—Basta los dos. —Ordena Virgo. —Sí, quizás no se aguanten mucho en estos momentos, pero al menos hacen un buen equipo y lo mejor sería que no estuvieran discutiendo cada cinco minutos ¿quieren?

Los dos se miran un segundo, luego asienten en silencio. Espero que todos salgamos sanos mentalmente de esto.

Mi hermana suspira con pesadez.

—Quizás podamos seguir alguna pista o alguna bestia que este por aquí, probablemente nos pueda llevar con Ofiuco.

—Puede ser. —Concuerda el carnero con ella.

En ese momento, los cuatro vemos pasar, por la entrada de la habitación en la que estamos, un cumulo oscuro de vapores y humos desconocidos, de un tono negro y gris, casi blanco. Intercambiamos miradas cómplices antes de salir de ahí, siguiendo a aquella cosa desconocida.

Caminamos a una distancia moderada, evitando hacer movimientos bruscos o ruidos que puedan llamar la atención. Gira en una esquina, luego en otra, y así sucesivamente, hasta que, en cuanto doblamos en una encrucijada, la bruma ya no está.

Miro en todas las direcciones posibles, al igual que los demás, pero no hay nada. De pronto, siento una exhalación en mi nuca, moviendo mis cabellos y erizando mi piel. Mi cuerpo se tensa al momento y un tanto aterrada, hablo.

—Chicos...

Se giran a mirarme, pero sus ojos se desvían a algo que parece ser más grande que yo, o que quizás está por encima de mí. Aries me sujeta con fuerza de la muñeca y de un tirón, me atrae donde ellos.

Escucho un rugido atemorizante que me hiela un segundo la sangre y sorprendida, me giro a ver aquello. Una bestia gigantesca esta plantada en sus cuatro patas frente a nosotros, tiene el aspecto similar al de un lobo, pero dado que es puros vapores, su consistencia no es exactamente estable y parece como si en cualquier momento se fuese a evaporar. Sus colmillos son rojizos como sus ojos que tienen un brillo de maldad.

Espero que a los demás les esté yendo mejor.

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