20.El plan en el reino de la serpiente

Aries.

Aseguro, una vez más, las grebas de mis piernas y los guanteletes en mis brazos, ambos hechos de hierro con color a bronce. Sujeto la espada, que cuelga por un trozo de cuero, de mi hombro, cruzando la espalda.

Corro al punto de reunión en el hogar de Poseidón, esperando que los demás estén listos, o por lo menos estén dando los últimos toques a sus herramientas y vestuario. Al entrar a la enorme habitación donde ya, por suerte, están cada uno de los demás signo, un tanto malo también, pues Leo está aquí.

Le miro enfadado y un tanto preocupado, sé que se ha mejorado mucho de su fiebre, pero eso no quita el hecho que aún quedan rezagos de aquello.

— ¿Tú qué diablos piensas?—Le reclamo y ella se cruza de brazos con aire de enfado.

—Iré.

—No. No iras.

—Sí, iré quieras o no Aries, no te estoy preguntando.

—Y yo tampoco.

—Basta los dos. —Interviene Virgo. —No hay tiempo para esto.

—Pero...

—Aries. —Me llama Tauro, por lo que le miro. —Leo dice que se encuentra mejor y Cáncer está de acuerdo con ella en que puede ir. Déjala.

Hago una mueca de disgusto, incluso mi mejor amigo lo aprueba ¡estupendo! Paso mis dedos por el entrecejo, tratando de relajarme un poco y luego, alzo la vista para mirar los ojos brillantes como el sol de Leo; la barro con la mirada.

—Bien. —Exhalo entre resignado y aliviado de que posea una armadura. — Haz lo que quieras, pero...

—Ya sé el plan. —Interrumpe y yo arqueo con duda una ceja. — Cada uno de ellos. Libra me los explicó.

Miro fulminante a la rubia, quien ignora por completo mi enojo y mira interesada una pared, al menos finge estarlo. No hay tiempo para esto.

— ¡Bien!—Exclamo cansado. — A la mierda. Solo hay que irnos ya. ¿Están todos listos?

Escucho algunas afirmaciones y veo asentimientos de cabeza por parte de los demás signos. Ya nos hemos despedido de Poseidón y su mujer, agradeciéndoles la ayuda y el tiempo en el que nos brindaron hospedaje. Ya que Hermes se encuentra un poco mejor, mucho mejor en comparación con antes, ha ayudado a mejorar la indumentaria que algunos de nosotros poseemos y hasta ha creado nuevas armas para los que no las poseían, claro, con un poco de ayuda de parte del Dios de los mares y océanos. Sin embargo, no estamos muy seguros de que sea capaz de llevarnos a todos y la verdad es que yo no quise arriesgarme a llevarlo con nosotros al Olimpo con esa serpiente loca haciendo de las suyas.

Sagitario se encargara de transportarnos a todos allá, anhelo que él no termine demasiado agotado una vez que lo hagas. Confió en mi hermano.

Después de un viaje entre el espacio tiempo, nos encontramos al borde del Olimpo, casi en las afueras de este, así no seremos vistos. O por lo menos eso espero.

— ¿Los grupos están listos?—Pregunto.

El plan que siempre debemos seguir es: mantenernos en grupos pequeños así tendremos la fuerza de varios y no llamaremos mucho la atención.

—Sí, sí, ya sabemos con quién iremos, Aries. —Aclara Leo.

—Leo...

—De acuerdo. —Ignoro a mis hermanos. — No hay que separase a menos que sea muy, pero muy necesario y si otro grupo requiere ayuda... solo grite con fuerza.

Aseguro, por milésima vez, mis cosas. Mientras observo a los demás haciendo lo mismo. Virgo luce un tanto contrariado, acomodando el carcaj de madera en su espalda.

—Te ira bien. —Le asegura Sagitario, colocándole una mano sobre el hombro y sonriendo con su típica despreocupación. —Después de todo, te enseñe como hacerlo.

—Pensé que estaba hablando con Sagitario, no con Leo. —Rueda los ojos con cierta molestia y diversión.

— ¡Oye!—Exclaman los dos.

—Bajen la voz, idiotas. —Les reclamo y aunque me miran con enfado, hacen lo que pido, quedándose en silencio.

Tauro.

Acomodo los guanteletes pesados de hierro en mis puños, asegurándolos con fuerza para que no se resbalen de mí ser y no ocurra ningún percance con ellos. Mientras tanto, Acuario a mi lado, juega con la daga de puño negro y hoja turquesa, usando ágilmente sus dedos. Luego, Libra se nos acerca, nos mira a ambos, con sus manos sobre sus caderas.

—Tengan cuidado. —Pide, tratando de que suene más como una orden.

—Tranquila, hermanita—Comenta Acuario con una sonrisa burlona. —, no dejare que nada le pase a mi cuñado.

Sonrío un tanto divertido, antes de clavar mis ojos con los azules de Libra, mirándole con cierto pesar, esperando que no le pase nada.

—Tú ten cuidado. —Le digo y estoy seguro que ha sonado como una súplica.

—Estaré bien, iré con Aries y no es la primera vez.

—También cuídalo, ¿quieres?, ya sabes como es.

—No hay problema. —Sonríe.

Nos miramos un segundo, después, se me acerca un poco más a lo que yo respondo abrazándola con fuerza por unos segundos eternos.

—No dejen que le pase nada a la caja y cuiden a Piscis también. —Murmura mi rubia.

—No dejare que les pase nada, Libra.

Los demás están murmurando cosas entre sí, pero no presto atención, hasta que la chica se aleja de mí. Mi vista se clava en la leona del grupo, puedo notar que esta alerta. Sus orejas atentas al sonido, su cola en alto y su pelo crispándose como si hubiera una corriente eléctrica haciendo fricción en el.

—Cierren la boca. —Ordena concentrada y todos hacemos caso, prestándola nuestra completa atención. Sus ojos se mueven en todas direcciones. Pronto se pone en una posición de defensa. —Maldita sea.

—Leo.

—Una manticora está por los alrededores—Declara a su hermano pelirrojo. —, pero no sé dónde está con exactitud.

La tensión se siente en el aire y Leo parece que ni si quiera se molesta en respirar. Veo a la leona fijar su vista en un punto específico, comienza a gruñir con fuerza y pronto sus colmillos hacen aparición, al igual que sus filosas garras negras como el hollín. Sus ojos se afilan con una emoción que no se descifrar y en un parpadeo, la chica corre en aquella dirección, siendo así, que en su marcha, se convierte en una enorme leona, con su armadura brillante de oro ceñida a su cuerpo, su cabeza protegida con un casco y sus patas con muñequeras y grebas de este material. A unos pasos más, se encuentra la manticora yendo en la dirección de donde va Leo.

Cuando ambos se encuentran, comienzan a batallar el uno con el otro, mordiéndose y arañándose en cualquier lugar posible, soltando alaridos y gruñidos que fácilmente, cualquiera puede escuchar. La manticora usa su aguijón, tratando de clavárselo a Leo en la espalda, pero esta es un poco más rápida, así que logra esquivarlos a muy duras penas, logrando que se clave en el suelo y ganando un poco de tiempo para atacarle, más específicamente: el cuello.

Veo a Sagitario sacar con rapidez su arco y flechas, apuntando a la manticora que está peleando con su hermana.

—Mierda, Leo, quítate de en medio. —Le escucho murmurar.

—Esto es malo. —Asegura Libra y antes de que pueda decir algo, ella corre en dirección a Aries. — Aries, debe saber que estamos aquí.

—Debemos movernos.

—Y rápido.

Ante esto, los demás tratamos de alejarnos de aquel lugar, pero apenas corremos un par de metros, otra manticora hace aparición, terminando su vuelo y plantándose frente a nosotros, causando una fuerte brisa por sus enormes alas de murciélago y lanzando un rugido en nuestra dirección.

De su boca sale un humo espeso, negro y verdusco, que me parece un tanto familiar. Comienzo a toser con fuerza en cuanto aquella bruma se acerca y nos cubre, siento mi garganta escocer y mis ojos no pueden permitirse estar abiertos por más de un segundo. Escucho voces, un par de toses, los rugidos de Leo y la manticora muy al fondo, todo comienza a borrase en mi cabeza, como si no fuera más que un eco lejano que cada vez se toma más y más tiempo llegar a mis oídos, hasta que ya no logro distinguir nada.

Cáncer.

Cuando mis ojos dejan de sentirse pesados y despierto lentamente de mi letargo, logro ver frente a mí, el Olimpo desde las alturas, por lo que aterrada, me despabilo por completo, sujetándome a lo que sea que me sostiene, tiempo después me doy cuenta que son las garras de una manticora. A mi lado, apretujado contra mí, esta Sagitario, inconsciente. Le golpeo un par de veces con la mano que tengo libre, pues la otra esta aprisionada entre nuestros cuerpos. Segundos después el chico reacciona y con sorpresa, sus ojos se clavan en los míos.

El aire azota nuestros rostros, meciendo nuestros cabellos con facilidad.

—Tenemos que bajar de aquí. —Afirma y yo le miro esperando una idea.

—Hablen bajo. —Ambos nos giramos con dificultad a ver a Capricornio, siendo aprisionado por la otra garra. —No hay que llamar mucho la atención de estas cosas.

Su mano señala frente nuestro, causando que nuestra atención se desvíe a aquel lugar, encontrándonos con otras dos bestias, llevando en sus patas, a los demás signos, completamente inconscientes.

Volvemos a girarnos al castaño.

—Lo mejor sería que uses el arma que te dio Poseidón, Cáncer. —Dice.

—Quizás, pero no puedo alcanzarla.

—Tal vez...—Sagitario se comienza a retorcer entre las patas de nuestro captor, parece un pez fuera del agua. — Quizás así puedas alcanzarlo.

No queda de otra más que intentarlo. Muevo mis dedos, tratando de agarrar el látigo azulado con torbellinos blancos, el cual cuelga de mi cintura, a unos cuantos centímetros de mi mano.

Sagitario y yo nos movemos con vehemencia, todo un espectáculo para los ojos avellanas de Capricornio. Siento el material un tanto resbaladizo rosar contra mi piel y rápidamente, lo sujeto con fuerza.

—Lo tengo. —Aseguro aliviada y el azabache deja de moverse.

Con dificultad, la desenredo, dejando que cuelgue libremente por la pata de la manticora, con cuidado de no llamar aún más la atención, me sorprende que no haya reaccionado ante los movimientos incesantes del viajero y los míos. Comienzo a lanzar latigazos al aire, intentando que este se enrede en la manticora. Después de varios golpes en mis piernas y espalda baja, sin contar los que le he dado a Sagitario por accidente, logro atrapar el tobillo del animal. Presiono un botón y una descarga eléctrica se abre camino por cada uno de nosotros y la manticora, desestabilizando su vuelo y causando que su conciencia comience a nublarse al punto de desfallecer. La manticora deja de aletear y por tanto, comenzamos a perder altura tan rápido que el aire comienza a golpear con fuerza mi ser y difícilmente puedo respirar. Veo el Olimpo acercarse a una velocidad increíble. Trato de mejorar mi postura para mi caída que se aproxima sin piedad, dándome cuenta hasta este momento, que nos hemos librado del agarre de la bestia alada.

Me golpeo con ramas, las hojas me causan cortadas en la piel, los trozos de madera me golpean con fuerza el cuerpo y lo único que hay en mi campo de visión, es un árbol, o varios, no estoy del todo segura. Termino cayendo de cara contra el suelo, sacándome el aire de mis pulmones por lo que me parece un minuto, logrando que una mueca de dolor se forme en mi rostro y mi mano se dirija a mi abdomen. Golpes, rasguños, sangre y mis entrañas quemándose por la electricidad.

Me levanto con cierta lentitud, estirando mi espalda y moviendo mis hombros adoloridos, mirando mí alrededor. El jardín de Deméter. Escucho unos arbustos moverse así que con miedo, sujeto el mango de mi látigo, dispuesta a atacar a lo que sea que se aparezca, sin embargo, me detengo de golpe cuando Sagitario y Capricornio hacen aparición, este último limpiando un poco la tierra de su ser. Respiro con un poco de tranquilidad, relajando mi postura.

— ¿Dónde está la salida?—Pregunto.

—Yo sé por dónde ir. —Me tranquiliza Capricornio. —La manticora sigue aquí de todos modos y no sabemos que tanto le afectó la caída.

—Así que hay que mantener la guardia en alto, por si acaso.

—Y así es como el plan de Aries se va a la mierda. —Asegura Sagitario, pasándose la mano por el cabello con cierto aire de estar irritado. —Al menos, tiene buenas ideas, podemos seguir el otro plan o improvisar con lo que según esto habíamos planeado

—Supongo que sí. —Me encojo de hombros. —Lo primero es salir de aquí y si podemos, entonces también hay que acabar con la manticora o será un serio problema.

Los tres comenzamos a caminar, Sagitario y yo seguimos al castaño por el enorme jardín de árboles enormes y arbustos frondosos.

—Ofiuco tiene bien resguardada su espalda. —Comenta el azabache. — Esa maldita. Es obvio que sabe que estamos aquí.

—No sirve de nada quejarnos, solo hay que movernos y encontrarla rápido. —Responde nuestro guía. —Luego de atraparla, tenemos que encontrar a Piscis y Acuario, así la encerraran y todo esto acabara.

—Es más fácil decirlo que hacerlo. —Suspiro. —Espero que los demás sepan que hacer.

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